miércoles, 6 de enero de 2010

Una Aventura Sorprendente (XXIII)


¡JERUSALÉN A LA VISTA!

Los buscadores del Dios-rey recién nacido, al poder divisar la célebre ciudad de Jerusalén, quedaron sobrecogidos de admiración ante su belleza, por la grandiosidad de su Templo y sus torreones, palacios y castillos señoriales.
¡Jerusalén, ciudad santa y bienaventurada! ¡Jerusalén, visión de paz! "Su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra. El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran Rey". (Salmo 47)
Las lujosas caravanas orientales penetraron en la ciudad y preguntaron por el palacio del rey. Nadie en la ciudad se mostraba enterado de ningún nacimiento real, pero les encaminaron al palacio de Herodes el grande, que era el soberano reinante en el país. Este rey tenía fama de cruel y muy celoso de su trono.
Los del Oriente le saludaron ceremoniosos y corteses, y preguntaron:
- "¿Dónde está el nacido rey de los judíos? porque vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle.
Al oír esto, el rey Herodes, se turbó, y con él toda Jerusalén; y congregando a todos los pontífices y a los letrados del pueblo, les preguntaba el lugar del nacimiento del Mesías.
Ellos le contestaron: - En Belén de Judá; pues así está escrito por el profeta:

"Y tú Belén, tierra de Juda, de ningún modo eres la menor entre las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel."

Entonces Herodes llamando aparte a los Magos, puntualizó con ellos el tiempo de la aparición de la estrella; y, enviándolos a Belén dijo: Id a informaros bien sobre ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Y ellos oído al rey  marcharon; y la estrella que vieron en Oriente los guiaba, hasta que llegó y se colocó sobre donde estaba el Niño.
Al ver la estrella se alegraron sobre manera.
Y llegando a la casa, vieron al Niño con María, su madre, y, postrados, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y avisados en sueños de no volver a Herodes, regresaron a su país, por otro camino". (San Mateo 2, 2-12)

El Desierto se sintió lleno de alegría con las caravanas orientales de vuelta a sus países.
Hicieron un alto en el camino para leer una vez más el pasaje del gran Profeta, que había despertado en sus corazones los anhelos de conocer y de buscar al Dios-Rey humanado, al ver en el firmamento su estrella.
Ahora veían cumplidas en ellos las antiguas profecías.
Melchor abrió el Libro Santo y leyó en alta voz:

"¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!...
Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti, los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor" (Isaías 60, 1-6)

Melchor continuó diciendo:
- Nosotros somos, sin duda, los aludidos por el Profeta. Nosotros hemos sido vistos por él en sus sueños proféticos, de hace más de setecientos años. Demos gracias al Dios Altísimo por las maravillas que ha hecho con nosotros, mostrándonos a los primeros el Mesías esperado del mundo. Tenemos, amigos, un gran compromiso: extender por nuestros pueblos y naciones este mensaje salvador.

 -Lo haremos sin duda, dijeron todos.
Se despidieron cordialmente y regresaron con alegría, cada cual a su respectivo país.


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