Muy estimados en el Señor: ¡Paz y Bien!
Ya que nuestro Papa Benedicto XVI ha tomado esta decisión tan importante de proclamar un Año Sacerdotal, nosotras, hijas de la Iglesia y muy cercanas en el espíritu a todos los sacerdotes, queremos dedicaros en este año esta carta de felicitación.
Os felicitamos por haber sido elegidos del Señor Cristo Jesús para ser sus colaboradores más cercanos para extender su Reino “de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de paz y de amor”.
Para ser los continuadores y transmisores de las más sublimes obras de su Vida: la Eucaristía, el perdón de los pecados, la difusión de su Palabra salvadora.
Para ser los herederos de su riqueza divina, de su mensaje, de su espiritualidad.
Gracias a la fidelidad de los Apóstoles con los cuales fundó Cristo su Iglesia, habéis llegado hasta nosotros; después de más de dos mil años de vicisitudes y persecuciones sin cuento, habéis llegado hasta nosotros, en una Iglesia viva y llena de ardor divino, con nuevas iniciativas, con nuevas generaciones, pero los mismos objetivos de Cristo. Porque no podemos olvidar, pues es algo totalmente esencial, que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre y como Dios que es nunca pasa, porque es eterno.
Lo que Él encargó a sus primeros seguidores para aquella época de la Iglesia lo sigue encargando a los que elige a través de los siglos para cada época y nunca deja de ser “nueva” la novedad del Evangelio.
Vosotros sois ahora, en este comenzado tercer milenio del cristianismo, los depositarios de la riquísima tradición cristiana.
Vuestra misión es enorme, es inmensa. Si San León Magno exclamaba adoctrinando a la cristiandad: “¡Oh cristiano, reconoce tu dignidad!”, con más razón tenemos ahora que decir: ¡Oh sacerdote de Cristo! ¡Reconoce tu altísima dignidad, tu admirable misión!
Ser representante de Cristo es ser como otro Cristo con sus mismos sentimientos, con sus mismos poderes. Para que esto sea una hermosa realidad tenéis que tener en vuestra vida algunas prioridades que consideréis intocables:
1ª.- El encuentro personal diario e íntimo con Cristo, vuestro Señor; Él os ha llamado “amigos” y esta amistad tiene que ser muy íntima y ardiente. Pedidle a Jesús todos los días que aumente vuestra fe. Con esta virtud viva y eficaz, se hará para vosotros este encuentro indispensable; cautivados por el amor de Jesucristo, procuraréis que sea lo primero de cada día. Recordad que de la visita de intimidad que hicieron a Cristo los dos primeros discípulos, Juan y Andrés, salieron transformados, y convencidos de que habían encontrado al verdadero Mesías y habían sido seducidos por Él, fascinados por Él (cfr. Jn 1, 38-39).
Este encuentro ha de ser parte de vuestra oración personal de cada día. Y decimos parte, porque otra parte importantísima de este encuentro será la celebración diaria de la Eucaristía. ¡Oh! No nos extraña que el momento de la Eucaristía sea el más emocionante, el más intenso, el más santificador de vuestro día, pues es un encuentro con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Aún físicamente no estáis solos. Cristo está ahí, y es el que obra por vuestro medio. Misterio incomparable. Misterio único. La espiritualidad eucarística en inherente al sacerdocio. El Sacerdote vive para la Eucaristía, y desde ella, todo lo demás, que es todavía muchísimo. En la oración litúrgica del Divino Sacrificio debe estar también la Liturgia de las Horas en la que habréis de encontrar un arsenal de doctrina y de bellísimas plegarias.
Además será una gran ayuda para vuestra vida espiritual acudir y poner todos vuestros afanes bajo la protección maternal de la Virgen Santísima nuestra Madre.
2ª.- El estudio de la Palabra de Dios en reflexiones personales es otra tarea que os urge, y que durará toda la vida pues ¿cómo vais a enseñar al pueblo si vosotros mismos no lo vivís? El Evangelio de Jesús lo estáis actuando en vuestra vida constantemente.
El Programa de Cristo de las “Bienaventuranzas” es vuestro programa, y gracias a la Palabra tenemos la verdad, ¡Cristo! ¡Cristo es la Verdad y la Vida!
3ª.- Por fin la otra prioridad imprescindible: la Caridad Pastoral. El sacerdote tiene que amar a Cristo que es el centro de su vida. Y tiene que amar también a las ovejas de Cristo que tenga encomendadas. El pueblo de Dios le reclama, sobre todo los pobres, los que sufren, los más necesitados. Es el encargo que recibisteis del mismo Cristo: “Id y bautizad a todas las gentes enseñándoles todo lo que yo os he enseñado”. Es tan hermosa y amplia ésta, vuestra misión, que no se puede abarcar fácilmente pero contáis con la gracia especialísima de Jesucristo y de la Virgen Santísima, nuestra Madre y Madre muy especial de los sacerdotes; también la ayuda de toda la Iglesia. Todo el pueblo de Dios reza por vosotros.
Nosotras os dedicamos todos los días nuestra oración y sacrificios y os recordamos con preces especiales en la Santa Misa, y en la adoración eucarística, con preces particulares.
Son los fines que ha manifestado el Papa de este Año Sacerdotal: además de favorecer lo más posible el perfeccionamiento espiritual de los sacerdotes, la necesidad de que todos conozcan mejor la importancia extraordinaria de este ministerio y que así la Iglesia entera ore por él y por las vocaciones al sacerdocio.
Os damos nuestra enhorabuena más cordial y contad siempre con nuestra oración.
Os aprecian en Cristo y os admiran,
Las Clarisas Descalzas de León
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