miércoles, 20 de enero de 2010
MI VOCACIÓN
Cuando era niña jamás pensé en ser monja; es más, me parecía que eso era algo que sólo personas especiales podían llegar a serlo.
Pasaron los años y llegó el tiempo de los estudios. Siendo adolescente entré con una amiga en las filas de la Acción Católica y tomé mucha parte en sus actividades. Siendo secretaria entre las aspirantes y después, presidenta entre las jóvenes, trabajaba mucho y con mucho gusto en esta asociación de la Iglesia, en la que se exigía bastante vida de piedad, y formación religiosa; su lema era: “Piedad, estudio y acción”. Por eso se aconsejaba a las dirigentes Misa y Comunión diaria y algún rato de oración. Entonces conocí mejor a Jesucristo, quedando bastante comprometida en todo lo que fuera de su causa. Me atraía mucho la Eucaristía, pasando largos ratos con Él en San Isidoro.
No obstante, de estudiante trataba con chicos y chicas; tenía amigas, y amigos que tenían gran interés por acompañarme... etc. Me divertía limpiamente con jóvenes estudiantes, pero me quedaba en el fondo una cierta inquietud: Sentía que Jesús no estaba conforme con que jugase con esas amistades, si es que le quería de corazón a Él... Leí por entonces “Historia de un alma” de Santa Teresita, que me hizo mucha impresión. ¿Tendría yo vocación religiosa? Pues me parecía que mi corazón tenía que ser sólo de Jesús. Esto empezó a preocuparme mucho y entre dudas y luchas pasó algún tiempo de mi juventud. Cuanto más cultivaba la vida de oración y de intimidad con Jesús, más sentía su atracción divina y menos me llenaban las cosas del mundo. Ya tenía 22 años.
Llegó un día de fiesta muy señalado: el día de la Ascensión. Terminada la Misa solemne en la parroquia, me quedé después de comulgar en profunda oración, gustando la intimidad con Jesús que se me comunicaba suavemente. Sentí entonces que Él me quería en la vida contemplativa, escondida para siempre en Él. Con muchas lágrimas de ternura y de alegría le dije al Señor que sí, que estaba dispuesta a dejarlo todo por Él. Y es que me parecía imposible que tuviera conmigo tal dignación... me parecía un sueño. Por eso sentí una felicidad enorme al descubrir en este dichoso día que era verdadera llamada.
Salí del templo con gran emoción y paz. Y solamente se lo comuniqué a una hermana mía queridísima. Lloramos juntas, pues la separación iba a ser terrible. Me gustaba ser carmelita descalza, pero la CUSTODIA EUCARÍSTICA DE SANTA CLARA me atrajo más, y decidí ser CLARISA DESCALZA.
Entré en el convento un lunes de Pentecostés, en el mes de la Virgen. He recordado aquel paso de mi vida, de mi propia historia: la entrada en el Convento tan emocionante y tan impresionante, por el “arrancón” de la familia y de todo lo que se ama. Recuerdo las lágrimas de los míos, de mi queridísima madre y hermanas (mi padre murió cuando yo tenía 14 años); y luego se cerraron las grandes puertas y quedé dentro, el duelo de las muchas jóvenes que me acompañaron en mi entrada, y que en el locutorio siguieron llorando interminablemente.
Realmente era como una muerte anticipada pues todos pensaban que me habían perdido para siempre.
No era así: en mi oración iban a estar siempre presentes. Con mi oración podía abarcar el mundo entero y atraerlo al Reino de Cristo. Pues en la vida contemplativa yo buscaba ciertamente a Jesús, vivir en su casa. Su amor esponsal era lo que me atraía, pero también su Reino: que Él sea conocido y amado por todo el mundo. Porque para mí la vida es Cristo; sólo su amor indiviso y total es el que me atrae y llena plenamente. Él es el Bien supremo, la Felicidad total: este conocimiento de Cristo es el que hay que transmitir a las almas.
Ciertamente ¡qué amor tan hondo, tan indescriptible ha suscitado Cristo en sus escogidas! Ved, que cada una de estas entradas, cada consagración a Él, es una historia de amor apasionado que no se escribirá nunca en este mundo, pero que tendrá su culmen en el Cielo, en el Reino definitivo, cuando la muchedumbre incontable de vírgenes y bienaventurados, canten en pos de Cristo el “Cántico nuevo”, exultantes de júbilo por toda la eternidad.
¡Verdaderamente es admirable e incomparable este gozo y este Amor único!
Sor Mª Teresa de la Inmaculada
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QUE BUEN TESTIMONIO...MUCHAS GRACIAS ME AYUDA BASTANTE ..........DIOS TE PAGUE
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