AURORA DE ESPERANZA
Era el alba rosada de un día primaveral. Un matrimonio hebreo caminaba con su hija adolescente en peregrinación hacia Jerusalén, la ciudad santa del Pueblo de Dios. Después de largo camino entraron en la ciudad luminosa, que despertaba a la vida. Se encaminaron al Templo del Señor y subieron la majestuosa escalinata, penetrando en las amplias estancias revestidas de oro y mármoles orientales.
Allí, tras un aviso, esperaron la aparición del Rabino, gran maestro del Templo que los recibió cordialmente. Después de los saludos rituales el padre de la niña (Joaquín) expuso así el motivo de su visita:
-Hemos venido a presentar al Señor a nuestra hija y queremos que la conozcas porque te la vamos a confiar el tiempo oportuno para su instrucción. Aquí ha de aprender en los Libros Santos todo lo referente a nuestras santas leyes y los Profetas; las hermosas tradiciones de nuestros antepasados, profecías y demás cosas de nuestra Historia Sagrada. Que se instruya en las melodías de los himnos y de los salmos u oraciones, pues es una niña que quiere ser "toda de Dios", así nos los ha dicho ella misma, y nosotros estamos muy conformes con su voluntad.
- Os felicito por vuestra hija, -dijo el Rabino- es una niña preciosa. Su rostro es un trozo de cielo.
La niña sonrió apareciendo aún más bella.
- No es porque sea nuestra hija -dijo entonces Ana, su madre-; pero si os decimos la verdad, no es un trozo de cielo, ¡es todo un cielo!, es el mayor regalo que nos ha hecho nuestro buen Dios y Señor.
-Me parece, mujer, -dijo el Rabino- que tienes toda la razón. ¡Que el Señor os siga otorgando su bendición amorosa!
Los esposos entraron en el Templo con su hija. ¿Qué sentimientos tuvo esta preciosa criatura ante su Dios? Quizás le ofreciera lo que podía ser más preciado para ella en esos momentos: su virginidad. En aquella época todas las jóvenes hebreas tenían el anhelo de ser madres, por tener la posibilidad de ser alguna la escogida para ser la madre del esperado Mesías de Dios...
Esta encantadora adolescente, en su profundísima humildad no tenía más aspiración que ser "toda de Dios"; esto quería solamente. Por lo que todo su ser se lo ofrecería ya entonces al Señor para siempre.
Allí, tras un aviso, esperaron la aparición del Rabino, gran maestro del Templo que los recibió cordialmente. Después de los saludos rituales el padre de la niña (Joaquín) expuso así el motivo de su visita:
-Hemos venido a presentar al Señor a nuestra hija y queremos que la conozcas porque te la vamos a confiar el tiempo oportuno para su instrucción. Aquí ha de aprender en los Libros Santos todo lo referente a nuestras santas leyes y los Profetas; las hermosas tradiciones de nuestros antepasados, profecías y demás cosas de nuestra Historia Sagrada. Que se instruya en las melodías de los himnos y de los salmos u oraciones, pues es una niña que quiere ser "toda de Dios", así nos los ha dicho ella misma, y nosotros estamos muy conformes con su voluntad.
- Os felicito por vuestra hija, -dijo el Rabino- es una niña preciosa. Su rostro es un trozo de cielo.
La niña sonrió apareciendo aún más bella.
- No es porque sea nuestra hija -dijo entonces Ana, su madre-; pero si os decimos la verdad, no es un trozo de cielo, ¡es todo un cielo!, es el mayor regalo que nos ha hecho nuestro buen Dios y Señor.
-Me parece, mujer, -dijo el Rabino- que tienes toda la razón. ¡Que el Señor os siga otorgando su bendición amorosa!
Los esposos entraron en el Templo con su hija. ¿Qué sentimientos tuvo esta preciosa criatura ante su Dios? Quizás le ofreciera lo que podía ser más preciado para ella en esos momentos: su virginidad. En aquella época todas las jóvenes hebreas tenían el anhelo de ser madres, por tener la posibilidad de ser alguna la escogida para ser la madre del esperado Mesías de Dios...
Esta encantadora adolescente, en su profundísima humildad no tenía más aspiración que ser "toda de Dios"; esto quería solamente. Por lo que todo su ser se lo ofrecería ya entonces al Señor para siempre.
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