GRATITUD DE LA PREDESTINADA
La joven María está estremecida e inundada de gozo. En su propio asombro y estupor de lo que el Señor ha obrado en Ella, se siente la más dichosa de las criaturas, aún reconociendo su pequeñez.
Con la noticia que recibió del Mensajero celestial referente al estado en que se encuentra su pariente Isabel, ya anciana, pensó en seguida en ir a visitarla y ofrecerla sus servicios. El viaje era largo pero ella debía de cumplir este deber de caridad y lo hizo con la mayor diligencia.
Cuando llegó a Ain Karem se encontró con una gran sorpresa. Se sentía llena de Dios y del gozo inmenso de esa presencia divina; pero no podía comunicar a nadie su secreto mientras el Señor no lo relevara. Está inmersa en el mar sin fondo del misterio de Dios y tiene que guardar silencio abismada en Él.
María entra en la casa de su pariente, el sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, y saludó a Isabel con gran cordialidad. Y ¡cuál sería su sorpresa! cuando Isabel al escuchar la voz de María, llena del Espíritu Santo dijo a grandes voces:
- "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque así que tu saludo sonó en mis oídos, saltó de alegría el niño en mi seno. Y ¡feliz tú que has creído! que se cumplirán las cosas que se han dicho de parte del Señor" (Lc 1, 41-46)
María entonces, expansionando su alma, entonó, en un éxtasis de alegría un precioso himno de gratitud a Dios:
-"Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en Dios mi Salvador. Porque se ha fijado en la pequeñez de su sierva. Por eso desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mí. Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación..." (Lc 1, 47-50)
Es un canto que refleja el alma humilde, el alma de pobre de María, que se anonada ante el Señor que la ha colmado de alegría y de consuelo.
Es un canto de alabanza y de gratitud de quien siente que no merece gracia tan insigne, cuya grandeza rebasa cuantos dones se puedan recibir.
María se siente llena de Dios y no tiene suficientes palabras para alabarle y bendecirle, por tanta gratuidad y generosidad como ha tenido su Dios con ella, hasta hacerla ¡su Madre!.
Con la noticia que recibió del Mensajero celestial referente al estado en que se encuentra su pariente Isabel, ya anciana, pensó en seguida en ir a visitarla y ofrecerla sus servicios. El viaje era largo pero ella debía de cumplir este deber de caridad y lo hizo con la mayor diligencia.
Cuando llegó a Ain Karem se encontró con una gran sorpresa. Se sentía llena de Dios y del gozo inmenso de esa presencia divina; pero no podía comunicar a nadie su secreto mientras el Señor no lo relevara. Está inmersa en el mar sin fondo del misterio de Dios y tiene que guardar silencio abismada en Él.
María entra en la casa de su pariente, el sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, y saludó a Isabel con gran cordialidad. Y ¡cuál sería su sorpresa! cuando Isabel al escuchar la voz de María, llena del Espíritu Santo dijo a grandes voces:
- "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque así que tu saludo sonó en mis oídos, saltó de alegría el niño en mi seno. Y ¡feliz tú que has creído! que se cumplirán las cosas que se han dicho de parte del Señor" (Lc 1, 41-46)
María entonces, expansionando su alma, entonó, en un éxtasis de alegría un precioso himno de gratitud a Dios:
-"Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en Dios mi Salvador. Porque se ha fijado en la pequeñez de su sierva. Por eso desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mí. Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación..." (Lc 1, 47-50)
Es un canto que refleja el alma humilde, el alma de pobre de María, que se anonada ante el Señor que la ha colmado de alegría y de consuelo.
Es un canto de alabanza y de gratitud de quien siente que no merece gracia tan insigne, cuya grandeza rebasa cuantos dones se puedan recibir.
María se siente llena de Dios y no tiene suficientes palabras para alabarle y bendecirle, por tanta gratuidad y generosidad como ha tenido su Dios con ella, hasta hacerla ¡su Madre!.
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