Era el amanecer del día convenido para la marcha. Los caminos de Galilea se han poblado de grupos de viajeros que van a cumplir con lo ordenado por el Edicto del emperador.
María y José se han unido al grupo que va hacia Belén. Ellos hacen jornadas de peregrinación, rezando y cantando los preciosos salmos que desde tiempo inmemorial, este pueblo tan fino y piadoso, orante por excelencia, había dedicado a su Dios por inspiración divina. El mismo rey David, ascendiente de José, era el autor de muchas de estas composiciones tan hermosas.
"Levantemos nuestros ojos a los montes y collados: ¿dónde hallaremos auxilio si estamos abandonados? Nuestro auxilio es el Señor, que vela con gran cuidado, de su pueblo que lo invoca con confianza, confiado".
"Alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor... de la salida del sol hasta su ocaso alabado sea el nombre del Señor"
"El Señor guarda tus entradas y salidas... No permitirá que resbale tu pie. Tu Guardián no duerme; no duerme ni reposa el Guardián de Israel. El Señor te guarda de todo mal, Él guarda tu alma, ahora y por siempre".
" Cuando cambió la suerte de Sión nos parecía soñar... la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares... El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando llevando la semilla; al volver vuelve cantando trayendo sus gavillas".
Así aunque el camino se hacía penoso, lleno de dificultades, y tenían que hacer "altos" en él, todo se llevaba mejor con la ayuda del Todopoderoso al que iban invocando. Lo peor eran las noches, sin acomodo especial, eran interminables. José se preocupaba sobre todo de su esposa y la procuraba todas las atenciones posibles, haciéndola descansar aunque, a veces, se distanciaran del grupo.
Por fin, después de varias jornadas de camino, descubren a lo lejos el poblado de Belén.
-¡Gracias, Señor! -exclamaron con alegría-
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