EL ENVIADO SE ACERCA
María después de ver nacido al niño Juan y terminada su misión cerca de Isabel, volvió a su casa en Nazaret.
Allí la esperaba José para formalizar sus desposorios. La saludó cordialmente y siguió diciendo:
- Tenía ya grandes deseos de verte aquí porque tenemos pendiente lo de nuestro desposorio.
- También yo, José, deseaba volver pero nuestros parientes de Ain Karem me necesitaban; Isabel a pesar de su ancianidad ha tenido un niño, que Dios por una gracia especial se lo había comunicado a Zacarías, su esposo. Están ambos contentísimos por haber recibido este regalo de Dios.
- Bendito sea nuestro Dios -dijo José-; ahora ya sabes que nosotros tenemos que formalizar nuestro desposorio con el testimonio del sacerdote y las firmas del contrato.
- Pues sí, lo haremos cuando quieras José.
- Quiero tenerlo todo hecho pues ya tenemos nuestra casa, con el taller de carpintería para mi trabajo. Con él espero que podremos vivir bien; María, no quiero que te falte nada, con la bendición de nuestro Dios yo seré tu apoyo y tu defensa para todo lo que suceda en la vida; y tú serás mi ayuda indispensable y la alegría de nuestro hogar.
-Gracias José por tus palabras tan amables. No dudo que cumplirás cuanto has dicho, con la bendición de nuestro Dios y Señor. ¡Eres muy bueno! Te lo agradezco mucho.
Pasó algún tiempo y José se dio cuenta de que en su esposa aparecían, cada vez más evidentes, las señales de un estado que él ignoraba.
Él estaba tan sorprendido que no podía creer lo que veía. Pensaba: "¿Cómo es posible que siendo ella tan buena haya sido infiel a su Dios y a su esposo? No lo puedo creer. ¡Oh Dios mío... ten piedad de tu siervo! ¡La quiero tanto!... no quiero denunciarla, pero ¿habré de despedirla en secreto?..." José lloraba.
María le veía triste y sombrío, sin apenas atreverse a hablar. Ella comprendió su gran amargura... ella tenía el mismo sufrimiento, pero no se atrevía a comunicar a su esposo lo que sólo Dios debía y sabía revelar. Y así sufría y oraba con lágrimas intensamente por José.
Aquella noche él se retiró a su aposento más atormentado que nunca, no podía controlar sus pensamientos. No quería de ningún modo hacer daño a María ¡era su esposa! ¿qué hacía? Le invadió una angustia mortal... Perdió el sentido del tiempo y quedó dormido... ¿Soñaba? ¡No! Se iluminó la estancia con un resplandor celestial, mientras un mensajero celeste, un ángel del Señor se dirigía hacia él y le llamaba por su nombre diciéndole:
- "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer; pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo al que llamarás "Jesús" porque él salvará a su pueblo de los pecados; es Emmanuel, que significa Dios con nosotros". Y recuerda la profecía de Isaías que se ha cumplido.
José se levantó pronto, observó en su cuerpo y en su alma que había desaparecido todo temor. Le invadió una gran alegría, como descargado de un peso insoportable.
Fue inmediatamente en busca de María y, arrebatado por el gozo la dio el ósculo y el abrazo de paz más deseado contándola lo sucedido.
- Perdóname María, cuánto te he hecho sufrir. Esta noche estando yo invadido de la más cruel angustia, sin poder descifrar el misterio que me obsesionaba, me sentía morir en un abismo de tinieblas: cuando de repente se llenó mi aposento de luz y, como en un sueño, un mensajero celestial me habló y me dio la más grande de las noticias y la más dichosa que podía escuchar: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, pues lo que ella ha concebido es del Espíritu Santo... él salvará a su pueblo de los pecados, por eso le llamáras Jesús".
Inmediatamente abrí el Libro Santo y leí la profecía de Isaías. Ya he comprendido tu misterio, ¡María, qué grande eres esposa mía!, ¡no soy digno de ti pero te amo tanto...! y el ángel me dijo que eres "mi mujer" y al Niño que esperamos le he de llamar Jesús. ¿Cómo he sido yo el escogido para esta suerte incomparable? ¿Quién soy yo para que nuestro Dios Altísimo se fijara en mí para esta grandeza ¡ocupar en la tierra el lugar de "Dios-Padre"! Me abruma... me sobrepasa.
María le tranquilizó y consoló con palabras llenas de sabiduría:
- José, tú has sido el elegido precisamente porque brilló en tu frente la virginidad. Tú eres el hombre más justo y bueno que hay en la Tierra. El único llamado por el Señor para cuidar de mí y después... de nuestro Hijo. Tú y yo, pobres criaturas estamos inmersos en el misterio de Dios, y tenemos que adorar sus planes e ir descubriendo constantemente su santísima voluntad, sin saber a punto fijo sus designios.
-¡Gracias, María! Es verdad que el mismo Señor me designó para que me fijara en ti y fuera tu esposo siendo virgen como tú misma. El mismo Señor me señaló y me reveló ahora el misterio oculto por los siglos.
- Por eso, tenemos que levantar el espíritu a Dios, José, y dándole gracias de todo corazón, decirle que estamos en sus manos divinas, y que esperamos de Él, de su misericordia y de su amor toda luz para emprender nuestro nuevo camino, ahora totalmente desconocido para nosotros. ¡Guiados por la fe!
Allí la esperaba José para formalizar sus desposorios. La saludó cordialmente y siguió diciendo:
- Tenía ya grandes deseos de verte aquí porque tenemos pendiente lo de nuestro desposorio.
- También yo, José, deseaba volver pero nuestros parientes de Ain Karem me necesitaban; Isabel a pesar de su ancianidad ha tenido un niño, que Dios por una gracia especial se lo había comunicado a Zacarías, su esposo. Están ambos contentísimos por haber recibido este regalo de Dios.
- Bendito sea nuestro Dios -dijo José-; ahora ya sabes que nosotros tenemos que formalizar nuestro desposorio con el testimonio del sacerdote y las firmas del contrato.
- Pues sí, lo haremos cuando quieras José.
- Quiero tenerlo todo hecho pues ya tenemos nuestra casa, con el taller de carpintería para mi trabajo. Con él espero que podremos vivir bien; María, no quiero que te falte nada, con la bendición de nuestro Dios yo seré tu apoyo y tu defensa para todo lo que suceda en la vida; y tú serás mi ayuda indispensable y la alegría de nuestro hogar.
-Gracias José por tus palabras tan amables. No dudo que cumplirás cuanto has dicho, con la bendición de nuestro Dios y Señor. ¡Eres muy bueno! Te lo agradezco mucho.
Pasó algún tiempo y José se dio cuenta de que en su esposa aparecían, cada vez más evidentes, las señales de un estado que él ignoraba.
Él estaba tan sorprendido que no podía creer lo que veía. Pensaba: "¿Cómo es posible que siendo ella tan buena haya sido infiel a su Dios y a su esposo? No lo puedo creer. ¡Oh Dios mío... ten piedad de tu siervo! ¡La quiero tanto!... no quiero denunciarla, pero ¿habré de despedirla en secreto?..." José lloraba.
María le veía triste y sombrío, sin apenas atreverse a hablar. Ella comprendió su gran amargura... ella tenía el mismo sufrimiento, pero no se atrevía a comunicar a su esposo lo que sólo Dios debía y sabía revelar. Y así sufría y oraba con lágrimas intensamente por José.
Aquella noche él se retiró a su aposento más atormentado que nunca, no podía controlar sus pensamientos. No quería de ningún modo hacer daño a María ¡era su esposa! ¿qué hacía? Le invadió una angustia mortal... Perdió el sentido del tiempo y quedó dormido... ¿Soñaba? ¡No! Se iluminó la estancia con un resplandor celestial, mientras un mensajero celeste, un ángel del Señor se dirigía hacia él y le llamaba por su nombre diciéndole:
- "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer; pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo al que llamarás "Jesús" porque él salvará a su pueblo de los pecados; es Emmanuel, que significa Dios con nosotros". Y recuerda la profecía de Isaías que se ha cumplido.
José se levantó pronto, observó en su cuerpo y en su alma que había desaparecido todo temor. Le invadió una gran alegría, como descargado de un peso insoportable.
Fue inmediatamente en busca de María y, arrebatado por el gozo la dio el ósculo y el abrazo de paz más deseado contándola lo sucedido.
- Perdóname María, cuánto te he hecho sufrir. Esta noche estando yo invadido de la más cruel angustia, sin poder descifrar el misterio que me obsesionaba, me sentía morir en un abismo de tinieblas: cuando de repente se llenó mi aposento de luz y, como en un sueño, un mensajero celestial me habló y me dio la más grande de las noticias y la más dichosa que podía escuchar: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, pues lo que ella ha concebido es del Espíritu Santo... él salvará a su pueblo de los pecados, por eso le llamáras Jesús".
Inmediatamente abrí el Libro Santo y leí la profecía de Isaías. Ya he comprendido tu misterio, ¡María, qué grande eres esposa mía!, ¡no soy digno de ti pero te amo tanto...! y el ángel me dijo que eres "mi mujer" y al Niño que esperamos le he de llamar Jesús. ¿Cómo he sido yo el escogido para esta suerte incomparable? ¿Quién soy yo para que nuestro Dios Altísimo se fijara en mí para esta grandeza ¡ocupar en la tierra el lugar de "Dios-Padre"! Me abruma... me sobrepasa.
María le tranquilizó y consoló con palabras llenas de sabiduría:
- José, tú has sido el elegido precisamente porque brilló en tu frente la virginidad. Tú eres el hombre más justo y bueno que hay en la Tierra. El único llamado por el Señor para cuidar de mí y después... de nuestro Hijo. Tú y yo, pobres criaturas estamos inmersos en el misterio de Dios, y tenemos que adorar sus planes e ir descubriendo constantemente su santísima voluntad, sin saber a punto fijo sus designios.
-¡Gracias, María! Es verdad que el mismo Señor me designó para que me fijara en ti y fuera tu esposo siendo virgen como tú misma. El mismo Señor me señaló y me reveló ahora el misterio oculto por los siglos.
- Por eso, tenemos que levantar el espíritu a Dios, José, y dándole gracias de todo corazón, decirle que estamos en sus manos divinas, y que esperamos de Él, de su misericordia y de su amor toda luz para emprender nuestro nuevo camino, ahora totalmente desconocido para nosotros. ¡Guiados por la fe!
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