LA TIERRA DEL SEÑOR
En el pequeño territorio de una franja de tierra situada en un extremo de un continente que era el que ocupaba el Pueblo de Dios, del que antes se habló, el pueblo judío, se tenía presente la idea del verdadero Dios y se esperaba la llegada del Mesías prometido por tantas generaciones. Pero ahora no había signos ni prodigios como los que contaban sus antepasados, que hacía el Señor con ellos. Ahora no había tampoco profetas, y su tierra invadida por el último imperio muy poderoso, el imperio romano, se sentía una vez más, dominada, cautiva de extranjeros y paganos. Roma parecía adueñarse de toda la Tierra.
Jerusalén era la ciudad santa, la capital del Pueblo de Dios, la ciudad del gran rey, ciudad emblemática, cantada por sus mejores poetas y místicos: "ciudad dichosa, vértice del cielo, visión de paz", donde se asentaba el gran Templo dedicado al Dios-Yavé, que era la gloria de este pueblo:
"¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor! ¡ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén! Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta; allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor". (Salmo 121)
"¡Alégrate, Jerusalén, porque en ti serán congregados todos los pueblos...
Una luz esplendente iluminará a todas las regiones de la tierra. Vendrán a ti de lejos muchos pueblos; y los habitantes del confín de la tierra vendrán a visitar al Señor, tu Dios con ofrendas para el Rey del cielo.
Generaciones sin fin cantarán vítores en tu recinto, y el nombre de la Elegida durará para siempre. Saldrás entonces con júbilo al encuentro del pueblo justo, porque todos se reunirán para bendecir al Señor del mundo.
¡Dichosos los que te aman! ¡dichosos los que te desean la paz!" (Cántico de Tobías)
Así seguían haciendo año tras año los buenos israelitas, según sus leyes, visitando la ciudad santa con su majestuoso Templo que guardaba los Libros Santos y las mejores tradiciones de este pueblo privilegiado de Dios.
En esta época de la que hablamos, el culto que se tenía se iba deteriorando mucho por causa de los sumos sacerdotes y dirigentes del mismo pueblo escogido que habían dejado debilitar su fe y se encontraba en una situación de decadencia. Quizá el orgullo les estaba cegando, y también la situación política que les era tan opuesta a sus costumbres.
Roma se imponía con sus leyes y su autoridad, con la que iba conquistando el mundo. Sin embargo seguían circulando profecías maravillosas:
"Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él reposará el Espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría; espíritu de consejo y valentía; espíritu de ciencia y temor del Señor". (Isaías)
"Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate, Jerusalén: el Señor será el Rey en medio de ti" (Sofonías)
Jerusalén era la ciudad santa, la capital del Pueblo de Dios, la ciudad del gran rey, ciudad emblemática, cantada por sus mejores poetas y místicos: "ciudad dichosa, vértice del cielo, visión de paz", donde se asentaba el gran Templo dedicado al Dios-Yavé, que era la gloria de este pueblo:
"¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor! ¡ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén! Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta; allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor". (Salmo 121)
"¡Alégrate, Jerusalén, porque en ti serán congregados todos los pueblos...
Una luz esplendente iluminará a todas las regiones de la tierra. Vendrán a ti de lejos muchos pueblos; y los habitantes del confín de la tierra vendrán a visitar al Señor, tu Dios con ofrendas para el Rey del cielo.
Generaciones sin fin cantarán vítores en tu recinto, y el nombre de la Elegida durará para siempre. Saldrás entonces con júbilo al encuentro del pueblo justo, porque todos se reunirán para bendecir al Señor del mundo.
¡Dichosos los que te aman! ¡dichosos los que te desean la paz!" (Cántico de Tobías)
Así seguían haciendo año tras año los buenos israelitas, según sus leyes, visitando la ciudad santa con su majestuoso Templo que guardaba los Libros Santos y las mejores tradiciones de este pueblo privilegiado de Dios.
En esta época de la que hablamos, el culto que se tenía se iba deteriorando mucho por causa de los sumos sacerdotes y dirigentes del mismo pueblo escogido que habían dejado debilitar su fe y se encontraba en una situación de decadencia. Quizá el orgullo les estaba cegando, y también la situación política que les era tan opuesta a sus costumbres.
Roma se imponía con sus leyes y su autoridad, con la que iba conquistando el mundo. Sin embargo seguían circulando profecías maravillosas:
"Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él reposará el Espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría; espíritu de consejo y valentía; espíritu de ciencia y temor del Señor". (Isaías)
"Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate, Jerusalén: el Señor será el Rey en medio de ti" (Sofonías)
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