Entre salmos y canciones, han llegado a la ciudad de Belén. Al entrar en Belén, María y José sienten que una oleada de emoción especial les llena el alma. Recuerdan la profecía de Miqueas:
"Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un Jefe que apancetará a mi pueblo, Israel" (Miqueas, 5)
Y ambos reflexionan y adoran los inescrutables designios de Dios. Ven su mano providente que les ha guiado para que al fin se pueda cumplir lo profetizado hace tantos siglos. ¡Misterio admirable!
Ellos, María y José, en medio del gran desamparo en que se encuentran en estos momentos, sin casa ni hogar, sin saber a dónde dirigirse, se sienten a la vez con gran confianza y alegría interior, sabiendo que pronto experimentarán en sí mismos, las maravillas de Dios, viendo la gloria del Nacimiento que esperan. Entonces José se decide a indicar a su esposa:
- Si te parece, María, podemos buscar algún alojamiento en Belén, pues está atardeciendo ya y la noche se nos echa encima. Iremos antes de nada a casa de nuestros parientes.
- Sí, José, ciertamente es tarde y necesitamos una posada para esta noche.
Visitaron a los parientes, pero lo tenían todo ocupado ya, por los hermanos llegados a Belén por el mismo motivo, y no pudieron alojarlos.
Se dirigen entonces al mesón público, donde tampoco tenían ya habitaciones. Tendrían que quedarse en los patios, que por cierto, también estaban llenos de gente.
María dijo a su esposo:
- José, prefiero salir de aquí cuanto antes. Busquemos en el campo, en las afueras, algún lugar solitario para pasar la noche. Quizá algún refugio de pastores abandonado... es posible que estemos mejor. Nos conviene estar juntos y solos esta noche. ¿No te parece, José?
- Sí, esposa mía, te comprendo.
En efecto. Caminaron hacia las afueras de la ciudad. Sobre los montes cercanos de Belén va cayendo la noche. Allí encontraron una choza o un portal o establo vacío, que a María la pareció muy bien. Pero José se puso muy triste por no poder encontrar un hospedaje digno para su amadísima esposa. Sin embargo, sin perder tiempo se puso inmediatamente a limpiar el lugar y después de atar al asnillo junto a un pesebre donde había abundante paja, encendió un buen fuego en una hornacina que encontró dentro, muy apropiada, pues había allí hierba seca y madera, leña que José dispuso sobre las llamas para calentar el recinto. Y estando ya limpio y caliente se sintieron bien en aquella soledad.
Habían encontrado el lugar adecuado y elegido por la voluntad de Dios. Siguen guiados por la fe.
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