Carta del Ministro general OFM, Fr. José Rodríguez Carballo,
con motivo de la renuncia del papa Benedicto XVI
El día 11 de este mes, encontrándome de visita en la Provincia de Michoacán (México), sobre las 04 de la madrugada, a través de una llamada de mi Secretario personal, me enteraba de la renuncia de Benedicto XVI a Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro. Os confieso que la noticia me causó profunda tristeza. Hoy, a distancia de dos días, y ya de regreso en Roma, acojo esa decisión con respeto y con mucha admiración. ¡Cuánta humildad, libertad, sentido de responsabilidad! ¡Cuánto amor a la Iglesia! ¡GRACIAS, BEATÍSIMO PADRE!
En este momento considero importante dirigirme, queridos hermanos, a todos vosotros con esta breve carta. Y lo hago en primer lugar para manifestar, en nombre propio y en el de toda la Orden, mi gratitud a Su Santidad Benedicto XVI por tantas muestras de cercanía y de cariño hacia mi persona y hacia la Orden. Con él me encontré muchas veces con motivo de los cuatro sínodos en los que participé, en los dos encuentros que tuvo con el Consejo Ejecutivo de la Unión de Superiores Generales, en la V Conferencia de Obispos de América Latina, en las canonizaciones de santos franciscanos, y en algunas Visitas Pastorales en las que participé por invitación personal. Muy vivas están en mí las tres audiencias privadas que me concedió y en las que pude compartir temas de interés para la Orden. En todas ellas percibí en Benedicto XVI una persona humilde y con gran capacidad de escucha y de comprensión, así como su gran amor hacia nuestra Orden y su profundo conocimiento de nuestra espiritualidad.
Frescas están en mi memoria las visitas del Papa a Tierra Santa y a Asís. En Tierra Santa fue para mí una gracia poder recibirle en el Monte Nebo, en Nazaret, en el Cenáculo y en el Santo Sepulcro; y en Asís poder acogerlo también en la Porciúncula y en San Damián. De su peregrinación a Tierra Santa recuerdo con particular gratitud las palabras de aprecio por el servicio que la Orden presta en la "perla de las misiones", manifestado particularmente en el Monte Nebo, en el Cenáculo y en las palabras improvisadas en el comedor de Nazaret. De Asís recordaré siempre las palabras de admiración por san Francisco. Todos sabemos que estaba programada su visita al Santuario del Monte Alverna. No pudo llevarse a cabo por las inclemencias meteorológicas. Sé cuánto le costó tener que renunciar a ello. De todos modos en aquella ocasión nos dejó un hermoso mensaje del que todavía hoy seguimos haciendo tesoro. Por todos estos gestos de paterna solicitud: ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
En otras muchas ocasiones Benedicto XVI ha puesto de manifiesto su amor por el franciscanismo y su no menor conocimiento de nuestra tradición. En estos años nos deja muchos textos que merecen ser releídos y meditados con atención. Además de numerosas referencias a nuestra Forma de Vida hechas en diversas ocasiones, nos deja sus Catequesis sobre san Francisco, santa Clara, san Antonio, san Buenaventura, el beato Juan Duns Escoto y otros autores de la Escuela Franciscana. Por el magisterio franciscano que nos deja: ¡GRACIAS, SANTIDAD!
La última vez que le encontré fue el día 2 de este mes, con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada. Después de concelebrar con él, tuve la dicha de saludarle personalmente. Tan pronto como me vio me reconoció y dijo: "¡El Ministro general de la Orden de los Frailes Menores!". Y añadió: "San Francisco, ¡qué gran santo y qué actual, como actual es su carisma!". Después le pedí Su bendición apostólica para mí y para todos los Hermanos y él benignamente accedió. Hoy, mis queridos hermanos, os trasmito esa bendición. Lo hago lleno de gratitud hacia el Sucesor de Pedro. En mi mente y en mi corazón quedará impresa la imagen de un hombre en cuyo rostro y caminar se ven las huellas de un trabajo sin descanso por la Iglesia y por el Evangelio, en cuyas manos se palpa el paso de los años, y en cuya mirada, tímida, profunda y penetrante, se entrevé el corazón de un padre que ama de verdad y sin fingimientos. Así lo recuerdo yo y así os pido que lo recordéis también vosotros, mis queridos hermanos, más allá de tantos "retratos" que de él nos presentaron los medios de comunicación y que, cuando menos, están muy lejos de la realidad.
Haciendo un balance de estos años en que le conocí y durante los cuales le traté, puedo deciros, mis queridos hermanos, que el Señor nos ha bendecido con el regalo de Benedicto XVI, y que las relaciones con la Orden han sido excelentes. ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
Querido Santo Padre: Cuando Su Pontificado toca a su fin por un gesto que yo considero profético y valiente, fruto de la oración, de una gran lucidez, humildad, y de Su amor a la Iglesia, en nombre propio y de toda la Orden: ¡GRACIAS! Gracias por confirmarnos en la fe con su Magisterio lleno de sabiduría, claridad y firmeza evangélica. Gracias por habernos acercado a Cristo a través de Su palabra sencilla y profunda a la vez; y por medio de sus escritos, siempre oportunos y clarificadores. Gracias por su mirada atenta al mundo y a la sociedad actual, como se muestra en sus Encíclicas y en múltiples discursos. Gracias por su amor a la Iglesia, lo que le ha llevado a buscar su purificación y a pedir perdón por el pecado de sus miembros. Gracias por su amor a la vida consagrada y por manifestarlo en tantas ocasiones, no por último al presidir la última Jornada de la Vida Consagrada, el pasado día 2 de febrero. Gracias por el gesto de Su renuncia. Lo recibimos con tristeza y al mismo tiempo con admiración. Al inicio de su Pontificado nos dijo que se consideraba un sencillo, humilde trabajador en la viña del Señor. Si la humildad es la medida de la grandeza de una persona, la confesión pública que nos hizo el pasado día 11 de febrero confirma la verdad de aquellas palabras y Su grandeza, Santidad. Gracias por habernos enseñado, desde la cátedra de la vida, que la autoridad en la Iglesia es servicio. Gracias por el hermoso regalo que nos deja con el Año de la fe. ¡GRACIAS, SANTO PADRE!, por todo ello.
Queridos hermanos: En estos momentos acojamos con fe esta decisión del Santo Padre. Oremos por Benedicto XVI para que pueda seguir sirviendo a la Santa Iglesia con todo el corazón, con una vida dedicada a la oración, como es su deseo. Además de la oración por Su persona, nuestro mejor homenaje a este hombre de Dios y gran Pontífice, será hacer tesoro de su alto Magisterio, a través del estudio, la reflexión y la oración de sus escritos. Oremos también por la Iglesia y para que el Espíritu del Señor ilumine el corazón y las mentes de los electores del nuevo sucesor de San Pedro.
Vuestro hermano, Ministro y siervo
En este momento considero importante dirigirme, queridos hermanos, a todos vosotros con esta breve carta. Y lo hago en primer lugar para manifestar, en nombre propio y en el de toda la Orden, mi gratitud a Su Santidad Benedicto XVI por tantas muestras de cercanía y de cariño hacia mi persona y hacia la Orden. Con él me encontré muchas veces con motivo de los cuatro sínodos en los que participé, en los dos encuentros que tuvo con el Consejo Ejecutivo de la Unión de Superiores Generales, en la V Conferencia de Obispos de América Latina, en las canonizaciones de santos franciscanos, y en algunas Visitas Pastorales en las que participé por invitación personal. Muy vivas están en mí las tres audiencias privadas que me concedió y en las que pude compartir temas de interés para la Orden. En todas ellas percibí en Benedicto XVI una persona humilde y con gran capacidad de escucha y de comprensión, así como su gran amor hacia nuestra Orden y su profundo conocimiento de nuestra espiritualidad.
Frescas están en mi memoria las visitas del Papa a Tierra Santa y a Asís. En Tierra Santa fue para mí una gracia poder recibirle en el Monte Nebo, en Nazaret, en el Cenáculo y en el Santo Sepulcro; y en Asís poder acogerlo también en la Porciúncula y en San Damián. De su peregrinación a Tierra Santa recuerdo con particular gratitud las palabras de aprecio por el servicio que la Orden presta en la "perla de las misiones", manifestado particularmente en el Monte Nebo, en el Cenáculo y en las palabras improvisadas en el comedor de Nazaret. De Asís recordaré siempre las palabras de admiración por san Francisco. Todos sabemos que estaba programada su visita al Santuario del Monte Alverna. No pudo llevarse a cabo por las inclemencias meteorológicas. Sé cuánto le costó tener que renunciar a ello. De todos modos en aquella ocasión nos dejó un hermoso mensaje del que todavía hoy seguimos haciendo tesoro. Por todos estos gestos de paterna solicitud: ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
En otras muchas ocasiones Benedicto XVI ha puesto de manifiesto su amor por el franciscanismo y su no menor conocimiento de nuestra tradición. En estos años nos deja muchos textos que merecen ser releídos y meditados con atención. Además de numerosas referencias a nuestra Forma de Vida hechas en diversas ocasiones, nos deja sus Catequesis sobre san Francisco, santa Clara, san Antonio, san Buenaventura, el beato Juan Duns Escoto y otros autores de la Escuela Franciscana. Por el magisterio franciscano que nos deja: ¡GRACIAS, SANTIDAD!
La última vez que le encontré fue el día 2 de este mes, con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada. Después de concelebrar con él, tuve la dicha de saludarle personalmente. Tan pronto como me vio me reconoció y dijo: "¡El Ministro general de la Orden de los Frailes Menores!". Y añadió: "San Francisco, ¡qué gran santo y qué actual, como actual es su carisma!". Después le pedí Su bendición apostólica para mí y para todos los Hermanos y él benignamente accedió. Hoy, mis queridos hermanos, os trasmito esa bendición. Lo hago lleno de gratitud hacia el Sucesor de Pedro. En mi mente y en mi corazón quedará impresa la imagen de un hombre en cuyo rostro y caminar se ven las huellas de un trabajo sin descanso por la Iglesia y por el Evangelio, en cuyas manos se palpa el paso de los años, y en cuya mirada, tímida, profunda y penetrante, se entrevé el corazón de un padre que ama de verdad y sin fingimientos. Así lo recuerdo yo y así os pido que lo recordéis también vosotros, mis queridos hermanos, más allá de tantos "retratos" que de él nos presentaron los medios de comunicación y que, cuando menos, están muy lejos de la realidad.
Haciendo un balance de estos años en que le conocí y durante los cuales le traté, puedo deciros, mis queridos hermanos, que el Señor nos ha bendecido con el regalo de Benedicto XVI, y que las relaciones con la Orden han sido excelentes. ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
Querido Santo Padre: Cuando Su Pontificado toca a su fin por un gesto que yo considero profético y valiente, fruto de la oración, de una gran lucidez, humildad, y de Su amor a la Iglesia, en nombre propio y de toda la Orden: ¡GRACIAS! Gracias por confirmarnos en la fe con su Magisterio lleno de sabiduría, claridad y firmeza evangélica. Gracias por habernos acercado a Cristo a través de Su palabra sencilla y profunda a la vez; y por medio de sus escritos, siempre oportunos y clarificadores. Gracias por su mirada atenta al mundo y a la sociedad actual, como se muestra en sus Encíclicas y en múltiples discursos. Gracias por su amor a la Iglesia, lo que le ha llevado a buscar su purificación y a pedir perdón por el pecado de sus miembros. Gracias por su amor a la vida consagrada y por manifestarlo en tantas ocasiones, no por último al presidir la última Jornada de la Vida Consagrada, el pasado día 2 de febrero. Gracias por el gesto de Su renuncia. Lo recibimos con tristeza y al mismo tiempo con admiración. Al inicio de su Pontificado nos dijo que se consideraba un sencillo, humilde trabajador en la viña del Señor. Si la humildad es la medida de la grandeza de una persona, la confesión pública que nos hizo el pasado día 11 de febrero confirma la verdad de aquellas palabras y Su grandeza, Santidad. Gracias por habernos enseñado, desde la cátedra de la vida, que la autoridad en la Iglesia es servicio. Gracias por el hermoso regalo que nos deja con el Año de la fe. ¡GRACIAS, SANTO PADRE!, por todo ello.
Queridos hermanos: En estos momentos acojamos con fe esta decisión del Santo Padre. Oremos por Benedicto XVI para que pueda seguir sirviendo a la Santa Iglesia con todo el corazón, con una vida dedicada a la oración, como es su deseo. Además de la oración por Su persona, nuestro mejor homenaje a este hombre de Dios y gran Pontífice, será hacer tesoro de su alto Magisterio, a través del estudio, la reflexión y la oración de sus escritos. Oremos también por la Iglesia y para que el Espíritu del Señor ilumine el corazón y las mentes de los electores del nuevo sucesor de San Pedro.
Vuestro hermano, Ministro y siervo
Roma, 13 de febrero de 2013, miércoles de ceniza.
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general, OFM