jueves, 30 de septiembre de 2021
miércoles, 29 de septiembre de 2021
martes, 28 de septiembre de 2021
lunes, 27 de septiembre de 2021
domingo, 26 de septiembre de 2021
¡FELIZ DOMINGO! 26º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN MARCOS 9, 38-42. 44. 46-47.
"En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
*** *** ***
Como Josué (Núm 11,28), los discípulos sienten celos de un bien no protagonizado por ellos; Jesús, como Moisés (Núm 11, 29) invita a la apertura de espíritu para reconocerlo y acogerlo sin actitudes sectarias. El bien sólo tiene un origen: el Sumo bien. No hay que temer al bien hecho en nombre de Jesús; sí, a usar en vano su nombre Y si no ha de obstaculizarse el camino a “los que no son de los nuestros”, cuanto menos a los que lo son (“los pequeños que creen en mí”). Pablo reiterará este criterio (Rom 14; 15, 1-2; 1 Cor 8, 7-13). El rigor ha de reservarse para uno mismo. Con expresiones tan radicales no se está haciendo una llamada a la mutilación física, sino a jerarquizar la vida según las prioridades de la fe, que no es compatible con cualquier actitud. Los mejores manuscritos suprimen los vv 44 y 46 (Vulg.), simples repeticiones del v. 48.
REFLEXIÓN PASTORAL
Impresionantes las palabras de Jesús del texto de san Marcos, que hay que comprender correctamente, porque no son una invitación al suicidio ni a la amputación de órganos.
A nosotros, que nos gusta tender la mano a todos los frutos, recorrer todos los caminos, contemplarlo todo…, Jesús nos dice que hay frutos prohibidos, porque no son buenos y no sacian el hambre del hombre; que hay caminos que no conducen a ninguna parte, porque no conducen a Dios; que hay ojos y miradas pecadores, porque ensucian lo que contemplan o se ensucian con lo que ven… Que hay actitudes y comportamientos incompatibles con el Evangelio, con la voluntad de Dios… Que no se puede servir a dos señores a un tiempo, vivir con una vela encendida a Dios y otra al diablo…, y que si surge el conflicto, y tiene que surgir, hay que optar por Dios, aunque esta opción llegue a ser sangrante.
Es curioso y triste que a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos desangramos por lo caduco; nos esforzamos en vivir para la muerte, como dice Santiago en su carta, mientras que rehuimos cualquier renuncia en aras de la fidelidad al Evangelio.
El camino cristiano es arduo, tanto que en ocasiones deja de ser camino para convertirse en áspera y vertiginosa senda. Las cimas a las que llama Jesús no son las domesticadas y colonizadas para un turismo fácil y cómodo, sino aquellas que, vírgenes aún, estimulan el alpinismo más puro y arriesgado.
Jesús no vino a reseñalizar caminos ya existentes, sino a perfilar un camino nuevo, que no dudó en calificar de “angosto” (Mt 7,14) y que, para ser transitado exige grandes dosis de sensatez (Lc 14,28-29) y audacia (Lc 14,25-27). Es la primera lección del evangelio de hoy: ¡Fuera ambigüedades y vaguedades! ¡Hay que sincronizar, armonizar, la fe y la vida!
Pero hay otros mensajes, también importantes en este evangelio: la apertura de espíritu para saber reconocer y acoger, sin sectarismos, el bien, venga de donde viniera, aunque no venga de nosotros. ¡Pues las fronteras del bien son más amplias que las nuestras! Moisés y Jesús nos dan hoy un ejemplo. Sigue siendo válida para nuestro momento la advertencia de san Pablo: “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), venga de donde viniere. Y el dicho de san Francisco: “Dichoso quien no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro”. Estamos llamados a promover y reconocer el bien y a no obstaculizar, a no escandalizar con actitudes egoístas, el camino de los que buscan a Dios.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy tolerante o indiferente?
.- ¿Qué riesgos estoy dispuesto a asumir por el Evangelio?
.- ¿Sé reconocer el bien, venga de donde viniere?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
domingo, 19 de septiembre de 2021
¡FELIZ DOMINGO! 25º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN MARCOS 9, 30-37
Cristo: tu vocación, tu destino, tu camino.
Cada domingo, en la celebración eucarística, la Iglesia se encuentra con Cristo el Señor, escucha su palabra y se hace una sola cosa con él en la comunión.
La Iglesia sabe que su vocación es Cristo, y que su destino es el de aquel a quien ella escucha y con quien comulga.
El Hijo de Dios se hizo hombre, la Palabra eterna habitó entre nosotros, para vivir, encarnada, lo que nosotros vivimos, sentir la debilidad que sentimos, llorar nuestras lágrimas, suplicar desde nuestras pobrezas, gritar de esperanza desde nuestros caminos sin salida.
Ésta es la oración de tu domingo: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder”.
Son palabras que suben desde el corazón del justo perseguido, desde la soledad de Cristo, desde tu propia vida de comunidad creyente.
Considera y admira el misterio de tu comunión con Cristo en la oración:
Tú y él pronunciáis las palabras del mismo salmo, compartís la misma fe, lleváis en el alma la misma esperanza.
Tú y él experimentáis la misma salvación, hacéis la misma ofrenda voluntaria y expresáis el mismo agradecimiento.
Tú y él hacéis la misma confesión y vais repitiendo con la sabiduría de la fe: “El Señor sostiene mi vida”.
Considera y admira el misterio de tu comunión con Cristo en la muerte:
Tú y él entregados en manos de los hombres, sometidos a la prueba de la afrenta y la tortura, condenados a muerte ignominiosa.
No es tu vocación la arrogancia de los poderosos ni el poder de los arrogantes.
Tú, como tu Señor, conocerás la prueba a la que será sometida tu moderación y tu paciencia. Pues de muchas maneras, Cristo en nosotros, y nosotros en Cristo, hemos de morir: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”.
Nuestra comunión con Cristo en la muerte se ilumina desde la comunión con Cristo en la oración. Por eso nosotros y él guardamos en el corazón y vamos repitiendo las mismas palabras de fe: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”.
Considera finalmente y admira, Iglesia santa, el misterio de tu comunión con Cristo en el servicio a los demás, pues del camino que ha seguido Cristo, cabeza de la Iglesia, no ha de apartarse la Iglesia, cuerpo de Cristo: Él, el primero en todo, se hizo el último de todos; él, el Señor de todos, se hizo siervo de todos.
Él es nuestra vocación, nuestro destino, nuestro camino.
Hoy, Iglesia santa, cuerpo de Cristo, nos encontramos con él, le escuchamos a él, comulgamos con él.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
domingo, 12 de septiembre de 2021
¡FELIZ DOMINGO! 24º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN MARCOS 8, 27-35
“En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de
Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy
yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los
profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda
claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de
cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú
piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
En comunión con Cristo y con los pobres
La palabra de Dios nos acerca hoy al misterio de la muerte de Jesús.
Llevo grabada en la mente la imagen del Crucificado: Jesús, los pobres, hombres, mujeres y niños que a miles mueren de hambre y de olvido cada día de nuestra vida…
Olvida si quieres, Iglesia cuerpo de Cristo, las razones con que a sí mismos se justifican quienes los crucifican; serán siempre las mismas; para ellos, Jesús, los hambrientos, los emigrantes, representan sólo una amenaza.
El hecho es que son un peligro: son portadores de un mandato de amor que a todos nos expropia, un mandato que, si aceptado, lleva consigo la destrucción del sistema de valores que rige la vida de nuestra sociedad.
Olvida las razones del poder y, en el evangelio de este domingo, fíjate en lo que de sí mismo dice Jesús. Fíjate, porque lo podemos entender dicho también de los pobres: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado… ser ejecutado y resucitar a los tres días”.
Dice: “tiene que”, pero no es un destino, no es una fatalidad.
La suerte de Jesús, la de los pobres, es la consecuencia natural a la que llevan las razones del ídolo, la servidumbre del dinero.
Jesús y los pobres tienen que padecer mucho, tienen que ser condenados… ser ejecutados… y sólo la fe se atreve a decir que el poder no podrá someterlos a la muerte: sólo la fe puede ver que, con Jesús, los pobres han recorrido el camino que lleva a la vida.
Él y ellos, llevados siempre como ovejas al matadero, siempre excluidos, olvidados, expoliados, humillados, esclavizados…
He oído la oración de Jesús: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y la hice oración de todos los crucificados, de todos los hijos de Dios, de todas las víctimas de nuestra arrogancia, de nuestra prepotencia, de nuestro egoísmo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
En este mundo hipócrita y cínico, los pobres tendrían que lamentar no haber nacido animal doméstico, especie protegida o animal de compañía; tendrían que pedir ser tratados al menos como animales de matanza, trasladados al matadero bajo la protección de leyes que obligan a respetarlos, y sacrificados de forma que se les ahorren sufrimientos.
En nuestro mundo, la vida de Jesús, la de los emigrantes pobres, no vale la de una mascota.
Me pregunto quién ha asignado ese destino a Cristo y a su cuerpo pobre. Y aunque el corazón se vuelva al cielo reclamando justicia, se vuelve necesariamente al suelo, al hombre, señalando a quien los condena, a quien los tortura, a quien se burla de ellos, a quien los mata.
El Señor continúa preguntándome: ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está mi Hijo? ¿Qué hiciste de mis hijos?
Y vuelvo a fijarme en Jesús para vislumbrar una promesa de vida en esta muerte de la que los pobres no pueden apartarse: él aprendió, sufriendo, a obedecer; él, que siempre nos amó, llevó ese amor hasta el extremo; él, en su cuerpo, abrió caminos a la esperanza. Y empiezo a creer que, obedeciendo y amando, también estas víctimas están salvando a sus verdugos.
Hoy mi comunión es con Cristo y con su cuerpo pobre, con Cristo resucitado y con su cuerpo sufriente, olvidado, ignorado, despreciado en los pobres, por si con ellos se me concede aprender obediencia y amor.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
jueves, 9 de septiembre de 2021
martes, 7 de septiembre de 2021
domingo, 5 de septiembre de 2021
¡FELIZ DOMINGO! 23º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN MARCOS 7, 31-37
“En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Effetah: Ábrete
«Effetah» es el nombre que lleva en Tánger una escuela de educación especial para niños sordos, que como consecuencia de la sordera, de alguna manera son también mudos.
«Effetah» fue la palabra que Jesús pronunció antes de que al sordo que le habían presentado “se le abriesen los oídos y se le soltase la traba de la lengua”.
Y ése, «Effetah», es el nombre que lleva en la celebración del bautismo cristiano un rito que recuerda y actualiza lo que Jesús hizo cuando curó a aquel sordo que tenía dificultad para hablar; en el día de tu bautismo, el ministro celebrante, tocando con el dedo pulgar tus oídos y tu boca, dijo: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”.
«Effetah» es palabra clave en la liturgia eucarística de este domingo: palabra que el Señor pronuncia hoy para todos, y que tiene para cada uno de nosotros una resonancia personal.
Intuyes que algo así como ¡«Effetah»!, fue la palabra que dijo el Señor cuando el mar se abrió para el paso de los esclavos hacia la libertad.
Tu voz, oh Dios, resonó en el desierto: ¡«Effetah»!, para que el cielo diese su pan y la roca diese su agua.
¡«Effetah»!, dijiste, y abriste como un cuchillo las aguas del Jordán, que se hicieron puerta por la que entraron tus hijos a la tierra de tus promesas.
¡«Effetah»!, dijo Dios, y se abrieron los cielos sobre el bautismo de Jesús y sobre la humildad de tu bautismo, Iglesia cuerpo de Cristo.
¡«Effetah»!, dijo Dios, y se abrió el paraíso sobre la cruz de Jesús, el paraíso quedó a merced de los ladrones, se abrieron los sepulcros, y a la muerte se le huyeron los vencidos que ella mantenía prisioneros.
No digas ya: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán”, porque la palabra se ha cumplido, la profecía ya es evangelio, la promesa se ha hecho realidad, y ahora, con Cristo el Señor, en comunión con Cristo resucitado, tú que estabas muerto, ves y oyes y entras con él por las puertas abiertas de Dios.
“Alaba, alma mía, al Señor”.
¡«Effetah»! Ábrete.
Necesitamos oír tu palabra, Jesús.
Necesitamos creer y abrir caminos de futuro a los pobres.
Necesitamos oír el grito de los pobres.
Pedimos ser como tú, Jesús: abiertos para el Padre y para todos; abiertos y expropiados; abiertos y heridos; abiertos y perdidos.
Nos hemos inventado una fe al margen de la vida, una moral al margen del amor, un Dios indiferente ante el dolor humano, y nos hemos quedado sordos para escuchar su palabra, su grito de auxilio, los estertores de su agonía.
¡«Effetah»! Ábrete.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger