SAN LUCAS 9, 51-62
“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al
cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no
lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con
ellos? El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de
camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas. Jesús le respondió: Las zorras
tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde
reclinar la cabeza.
A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame primero
ir a enterrar a mi padre. Le contestó: Deja que los muertos entierren a sus
muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero
despedirme de mi familia. Jesús le contestó: El que echa mano al arado y sigue
mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
*** *** ***
Jesús decide orientar sus pasos hacia Jerusalén. Ha de
atravesar Samaría, y envía a algunos para buscar alojamiento. En una aldea no
fue aceptado por su condición de judío (“los judíos no se tratan con los
samaritanos” Jn 4,9). El mismo Jesús en un primer momento advertirá a los
discípulos de no entrar en los poblados de samaritanos (Mt 10,5). La reacción
de Santiago y Juan es desechada por el Maestro. Que no ha venido a abrirse
camino a sangre y fuego, sino a abrir camino entregando su propia sangre.
En ese camino aparecen tres personas; la primera pide
ser admitida en su compañía. Jesús le responde con realismo, haciéndole ver
cómo acababan de negarle un techo para hospedarse. La segunda es invitada por
Jesús al seguimiento. Pero ésta pide un tiempo de demora. “Ir a enterrar a mi
padre” equivale a: “lo haré cuando haya fallecido mi padre” (no es que su padre
ya hubiera muerto y fuera inminente la sepultura). La tercera, se ofrece, pero
pone unas condiciones que, en principio, parecen lógicas. Sin embargo Jesús
radicaliza el seguimiento. El seguimiento de Jesús supera al de Eliseo respecto
de Elías.
REFLEXIÓN
PASTORAL
El evangelio de este domingo nos habla del seguimiento
de Cristo. Lo hace con expresiones chocantes a nuestros oídos, demasiado
contemporizadores. Jesús no fue un rompe-familias, ni un ser sin entrañas, al
contrario. Entonces, ¿qué nos quiere decir con estas expresiones?
Que en la vida, y en la vida de fe también, hay que
priorizar. Que nada, ni nadie, deben impedir la respuesta fiel a la llamada del
Señor. En eso consiste la libertad cristiana de la que nos habla la segunda
lectura: una liberación de todo, hasta de uno mismo -de los amores y los
temores- para seguir a Jesús. En eso consiste la verdadera “practica”
religiosa; no en un cumplimiento superficial de normas, sino en la introducción
de Cristo en el corazón, hasta convertirlo en nuestro criterio y norma de vida.
El conocimiento de Cristo es gracia, decíamos el
pasado domingo, pero, además, implica, su seguimiento; significa no perderle
nunca de vista. “Corramos con constancia en la carrera que nos toca, fijos los
ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús” (Heb 12,1-2). ¡Una
advertencia muy oportuna! El cristiano nunca debe perder de vista a Jesucristo
como referencia primordial de la vida, so pena de despistarse, adentrándose por
caminos equivocados y estériles: caminos que no conducen a “ninguna parte”.
Y este seguimiento no es cuestión de intuiciones
personales más o menos bienintencionadas, discontinuas e intermitentes. Se trata de “conocerlo a él” (Flp 3,10), de
“ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp 3,8-9), de personalizar “los
sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5), de “caminar como él caminó” (I
Jn 2,6)... y eso no se improvisa.
Al “seguimiento cristiano” le es imprescindible un
talante contemplativo e interiorizador de la persona de Jesús, hasta el punto
de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3,12)
inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 8,8). “De oídas” podrá iniciarse
el seguimiento, pero no puede mantenerse; tiene que resolverse en el encuentro
y conocimiento personales. Cristiano es el hombre que ha descubierto a Cristo
como el sentido de su vida; es aquél para quien Cristo es norma y camino, con
todo lo que esto tiene de configurante y decisivo.
¡No perderle de vista! Y esto significa descubrirle
como inspirador permanente de las opciones de vida concreta.
Quizá lo prosaico de nuestra vida, la carencia de
profundidad en nuestros compromisos..., todo eso que en momentos de sinceridad
calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia, a que no hemos
descubierto de verdad a ese Jesús a quien religarnos, y por eso nos cuesta
tanto desligarnos de tantas cosas que lastran nuestra vida.
Un seguimiento que implica asumir el “estilo” de
Jesús: su radicalidad, generosidad y decisión. Y también el no ser acogidos en
ciertos espacios o foros desafectos a su causa, como le ocurrió en esa aldea de
Samaría, porque Jesús es alternativo y portador de alternativas. ¿Demasiado,
verdad? Sí, para nuestra debilidad congénita; pero posible si nos alimentamos
con el pan eucarístico: pan de fortaleza para los débiles, luz para nuestras
oscuridades y esperanza para nuestros desalientos.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué priorizo en mi vida?
.-
¿Es Jesús el referente de mi vida?
.-
¿Vivo en la libertad de los hijos de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.