SAN MATEO 13, 44-52
"En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El
Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que
tiene y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a
un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a
vender todo lo que tiene y la compra.
El Reino de los Cielos se parece también a
la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la
arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos
los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será
el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto? Ellos
contestaron: Sí. Él les dijo: ya veis, un letrado que entiende del Reino de los
Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo
antiguo."
*** *** *** ***
Estas
parábolas son propias del evangelio de Mateo. El Reino de Dios es una realidad
preciosa, sorprendente, por la que hay que apostar decididamente y con alegría.
La parábola de la red apunta a una ulterior realidad: la postura que se adopte
ante el Reino de Dios no será irrelevante, pues habrá un juicio, una evaluación
final. Dios no excluye, pero puede haber quienes le excluyan a él y se autoexcluyan.
Sin embargo, el juicio, la selección queda en las manos del Dios de la
misericordia, capaz de revertir ese juicio en la oferta definitiva de su amor
infinito.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Vivir la fe como “un tesoro
escondido” (Mt 13,44), como “una perla de gran valor” (Mt 13,46), no
parece ser la experiencia de la mayoría de los cristianos o, al menos, no es esa
la sensación que transmitimos; más bien sucede lo contrario, la de sentirla
como una carga pesada que nos obliga y fatiga o, en todo caso, algo que no nos
motiva excesivamente.
Nos cuesta visibilizar la dimensión gozosa
de la fe. Parece que, como diría el profeta, “la alegría ha huido de nuestra
tierra” (Is 24,11). Llamamos “celebración” a la eucaristía, aspecto
difícilmente reconocible por nadie ajeno que entrase en nuestras iglesias.
Hemos formalizado y ritualizado todo tanto, que cuesta fatiga descubrir y vivir
esa dimensión gozosa de la fe. Y vivir el seguimiento de Jesús como una gracia
y no como una pena es el secreto para vivirlo de verdad.
San Pablo, en la carta a los Romanos nos
habla de la maravilla y de la excelencia de haber sido encontrados, elegidos y
amados por Dios. Él lo vivió así, y lo agradeció de todo corazón.
En el Evangelio, en esas dos miniparábolas,
la del tesoro y la de la perla, Jesús nos dice que la opción por él, por el
Reino de Dios, es la opción más inteligente y con más futuro, aunque nos
cueste. Porque esta es la otra lección: Jesús y el Reino de Dios son un regalo,
pero no son una baratija.
Hay que “venderlo todo”. Jesús no
lo ocultó nunca: “Quien quiera seguirme…” (Mc 8,34). Se lo dijo a los
discípulos, que lo dejaron todo, y a otros
que se retiraron porque eran muy ricos (Mc 10,22).
“Venderlo todo” no es una invitación a la frustración, sino a la realización; no es una llamada al empobrecimiento sino al enriquecimiento; un enriquecimiento paradójico, porque “el que ama su vida, la perderá…” (Lc 9,24). Invitación a invertir en valores de futuro, perennes, a los que no afecta la devaluación, “ni la polilla los corroe” (Lc 12,33).
“Venderlo todo” no es una invitación a la frustración, sino a la realización; no es una llamada al empobrecimiento sino al enriquecimiento; un enriquecimiento paradójico, porque “el que ama su vida, la perderá…” (Lc 9,24). Invitación a invertir en valores de futuro, perennes, a los que no afecta la devaluación, “ni la polilla los corroe” (Lc 12,33).
No se trata tanto de enajenar nuestros
“bienes” cuanto de enajenar nuestros “males”, los que obstaculiza el
seguimiento de Jesús. Y hacerlo “con
alegría”.
Para ello necesitaremos como Salomón (1ª
lectura) que Dios nos de el discernimiento para hacer esa lectura correcta de
las experiencias de la vida, y que configure nuestro corazón a su imagen y
semejanza, para buscar y vivir su voluntad. Porque no es posible intentar “servir
a dos señores” (Lc 16,13), viviendo fracturados, con referencias opuestas.
Convertir al Señor en nuestra porción (Sal 119,57), en nuestra opción, es la
decisión mejor y la más inteligente.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Manifiesto el gozo de haber sido encontrado por Dios?
.-
¿Apuesto con alegría por el Reino de Dios?
.-
¿Cuáles son os contenidos de mi oración?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.