En aquel tiempo, dijo uno del público a
Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha
nombrado juez o árbitro entre vosotros?”.
Y dijo a la gente: “Mirad:
guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes”.
Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y
empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se
dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes,
y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí
mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe
y date buena vida´. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la
vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?´”. Así será el que amasa riquezas
para sí y no es rico ante Dios.
*** *** *** ***
Ante la demanda puntual de uno que quería
convertir a Jesús en mediador en asuntos de herencia, él aprovecha para
instruir sobre algo que afecta a la “herencia” fundamental: la salvación. El
hombre no debe equivocarse (pero puede hacerlo); en él hay dimensiones que no
se sacian con productos efímeros.
El hombre puede ser dueño de muchas cosas,
pero no es el dueño de su vida. Jesús vino a salvar la vida, no a devaluarla,
rescatándola de afanes “intrascendentes”, abriéndola a horizontes y valores
nuevos. “Atesorad tesoros en el cielo…”
(Mt 6,19-20). La carta de Santiago (5,1-4) y la primera de Timoteo (6,9-10)
pueden servir de comentario a la
parábola de Jesús. San Pablo muestra el sentido de los afanes del cristiano: “Si vivimos, vivimos para el Señor” (Rom
14,8), que es el señor de la vida y “amigo
de la vida” (Sab 11,26).
REFLEXIÓN PASTORAL
“Por ser criatura, el hombre experimenta
múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y
llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que
elegir y renunciar… Por ello siente en sí mismo la división… Son muchos los
que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de
la clara percepción de tan dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria,
no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo
humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el
convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará
plenamente todos sus deseos. Y no falta, por otra parte, quienes, desesperando
de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes
piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan
por darle un sentido puramente subjetivo.
Sin embargo, ante la actual evolución del
mundo, son cada día más numerosos los que se plantean con mayor profundidad las
cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor,
del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, subsiste todavía? ¿Qué
valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad?
¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?...
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y
resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo
para que pueda responder a su máxima vocación… Igualmente cree que la clave, el
centro y el fin de toda la historia humana se halla en el Señor. Afirma además
la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes,
que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo hoy, ayer y
siempre”. Son todas expresiones del Concilio Vaticano II tomadas de la
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual que acogen y responden a la temática sugerida
por las lecturas bíblicas de este domingo: El sentido del quehacer humano,
cuando se le despoja de su referencia trascendente (primera lectura); la
urgencia de interiorizar nuestra vida y nuestra acción hasta cristificarlas
(segunda lectura); la convicción de que
la grandeza del hombre no depende de sus bienes (3ª lectura).
Un mensaje de gran actualidad para una
sociedad como la nuestra, distorsionada y confundida, que explica y define al
hombre en términos de consumidor y productor, ahogando dimensiones más
profundas y humanas. Una sociedad que ha elevado a la categoría de meta el
bienestar, sacrificando en ese altar todo tipo de víctimas, incluso humanas.
No se trata de contraponer, de establecer
divisiones irreconciliables, sino de saber reconocer la verdad de las cosas
-son criaturas, no ídolos- y la verdad del hombre, que no ha sido hecho para
las cosas ni a su medida, sino para Dios y a su imagen. “Nos hiciste, Señor,
para ti…”. Ésta es la vocación del hombre, su meta, y cualquier otra cosa
es “vaciedad sin sentido, todo
vaciedad”. Pues los espacios que Dios no llena terminan por quedar vacíos. Y de
ese vacío puede surgir la desesperación. En cambio, “quien a Dios tiene, nada
le falta; sólo Dios basta”.
La invitación a buscar “los bienes de allá
arriba” no es una invitación a la huída o a la evasión, sino a inyectar esos
“bienes” (la paz, la verdad, la justicia…) en la tierra, para renovar su
rostro.
Con la parábola Jesús invita a la
sensatez: llama la atención a la necesidad de saber mantener siempre el control
sobre las cosas y de no ser controlados por ellas, porque ahí reside la
libertad.
El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser él quien disponía de sus bienes, sino sus bienes los que disponían de él. Los bienes no son ni buenos ni malos, todo depende de quién “lleve” a quién, de quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. Y a esa falta de discernimiento Jesús la llama necedad: “Necio, esta noche te van exigir la vida”.
El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser él quien disponía de sus bienes, sino sus bienes los que disponían de él. Los bienes no son ni buenos ni malos, todo depende de quién “lleve” a quién, de quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. Y a esa falta de discernimiento Jesús la llama necedad: “Necio, esta noche te van exigir la vida”.
Sí, la palabra de Dios nos invita a la
sensatez. Aquel hombre pudo haber tomado otras decisiones, por ejemplo,
repartir la producción con los más necesitados, y así haber ganado la vida.
Pero la codicia le volvió insensato.
¿Y qué pasa entre nosotros? ¿No estamos hundidos en esta crisis, que
parece ahogarnos, por nuestra insensatez, por la codicia, por creer que la vida
depende del dios dinero, poder y placer?
La salida a esta situación será, seguramente, difícil, lenta y larga, y solo será posible si todos, a nuestro nivel, adoptamos una gran dosis de sensatez para no distorsionar los valores de la vida.
La salida a esta situación será, seguramente, difícil, lenta y larga, y solo será posible si todos, a nuestro nivel, adoptamos una gran dosis de sensatez para no distorsionar los valores de la vida.
“Buscad los bienes de arriba… Dad muerte a todo lo terreno que hay en
vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que
es una idolatría… Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo”.
“Donde está tu tesoro, allí estará tu
corazón” (Mt 6,21) dice Jesús. Pero también es verdad que donde está tu
corazón, allí está tu tesoro. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Cuál es nuestro
tesoro?
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son los valores que dan sentido a mi
vida?
.- ¿Es Dios el “ante todo” de mi vida?
.- ¿Cómo invierto mi vida?, ¿en el interés
personal o en la gratuidad?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap.