domingo, 31 de marzo de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 4º DE CUARESMA

SAN LUCAS 15, 1-3. 11-32

  "En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los escribas y los fariseos murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
    Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de lo que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.
    No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
    Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
    Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
    Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
    Pero el Padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mí estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
    Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
    Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
    El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado."
                            ***             ***             ***
     Esta parábola forma parte de la trilogía conocida como “parábolas de la misericordia” que configuran el cap. 15 del evangelio de Lucas. Y son respuesta a la crítica de escribas y fariseos sobre la praxis abierta y misericordiosa de Jesús. Amenazada por una escucha/lectura rutinaria, la parábola exige una relectura desde claves profundas. En ella Jesús advierte de la equivocación de confundir a Dios Padre con un dios patrón, de buscar la realización personal lejos de la casa del Padre. También alerta de presencias que, en realidad, son ausencias (es el caso del hermano mayor).
     Desde ella somos invitados a identificar al Dios en quien creemos (¿es un Dios meramente remunerador, o es un Dios salvador?), y a identificarnos ante él. ¿Qué experiencia tenemos de Dios y qué experiencia tenemos del hermano? Los paradigmas filiales de la parábola no son, en manera alguna, ejemplares. Pero hay otro Hijo, el parabolista, que es con quien hemos de procurar identificarnos, apropiándonos sus sentimientos (Flp 2,5), aprendiendo de él (Mt 11,29). Es el hermano que no “se entristece”, sino que se goza con el regreso del hermano perdido. Es el verdadero narrador del Padre, a quien conoce por dentro.
   
REFLEXIÓN PASTORAL
     Escribía Charles Peguy: “Todas las parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con esta, millares y millares de hombres han llorado”.
      Muchas veces comentada, esta parábola resulta, sin embargo, inagotable en su capacidad de sugerencias. No basta la explicación exegética. Solo se comprende desde la oración. Es una parábola para ser “orada”. Nos revela el núcleo de Dios, que no está pidiendo cuentas de los pecados (2 Cor 5,17-21); no es un Dios al acecho. Es Padre misericordioso. Esta parábola es, además, una invitación a examinar nuestra experiencia de filiación y de fraternidad.   
     Un hombre tenía dos hijos. Un día el más pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de sus sueños a la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería experiencias nuevas... y pidió la parte de su herencia. No sin dolor el padre  accedió. Y es que el respeto de Dios por la libertad del hombre es casi escandaloso.
      Abandonó la casa, se entregó a la evasión..., y se arruinó. Abandonado de todos, no le abandonó un recuerdo, el de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía el hambre no el amor. Pero lo importante es que la luz entró en su alma, aunque fuera por aquella  ventana. Decide volver, con un discurso preparado: “Padre, he pecado, no merezco llamarme hijo tuyo...” ¡No conocía a su padre! Quien desde que marchó no hizo otra cosa que esperarlo, saliendo todos los días al camino. Y, a pesar de la edad, quizá con la vista cansada, le reconoció de lejos, porque se ve de verdad cuando se mira con el corazón. Nadie que no hubiera sido su padre le habría reconocido.
      Se había marchado bien vestido, y volvía envuelto en harapos. Pero su padre le conoció, le presintió de lejos. Y corrió a él; no supo esperar. Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento, la misericordia de Dios corre veloz. Manifiesta más necesidad el padre de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre volverá a poder dormir.
      El padre no pregunta los porqués de la marcha ni del regreso. Eso se sabrá luego, o nunca. Lo que importa es que ha vuelto. Y comienza la fiesta.
      Pero había otro hermano, el que se había quedado en casa. Al regresar del campo le sorprende la fiesta. No adivina que tal alegría solo puede tener un motivo: el regreso de su hermano. Tuvo que preguntar, y al enterarse, se indignó. ¡No podía ser! ¡Aquello no era justo! Si llega a saber esto, también él hubiera hecho lo mismo...Y no quería entrar. Por lo que también a este hijo tiene el padre que salir a buscarlo. 
Amargado pasa factura a su padre: “Tanto tiempo que te sirvo…”; y lo que es peor, se desmarca de su hermano: “Cuando ha venido ese hijo tuyo...”. Fue lo que más debió doler al Padre, que no supiera o no pudiera llamar hermano a su hermano. Pero no se desalentó; también para este hijo mayor era la fiesta.  Hijo, deberías alegrarte”. Porque haber estado siempre en casa del padre no es para lamentarlo.
       No deja de ser triste la situación de este padre. Es el único que ama en la parábola. El hijo menor regresa más por hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender. Se había quedado en casa por interés, no por amor. ¿Es que es imposible amar desinteresadamente, sin prefijos?  DIOS AMA ASÍ, y ASÍ HEMOS DE AMAR.
   El Dios que nos revela Jesús y que se revela en él es un Dios de puertas abiertas y de corazón abierto. Un Dios Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que solo sabe ser y ejercer de Padre misericordioso. Es su estilo, que debe ser el nuestro. Ahí está la novedad cristiana.
     Una historia de amor bella y dramática. Una historia que todos hemos de leer, contemplar y guardar esta foto del Padre en la cartera, cerca del corazón, para ver si al contacto con ella nuestro corazón comienza a latir al compás del suyo. Una lección importante para este cuarto domingo de Cuaresma.

REFLEXIÓN PASTORAL
.- ¿De qué modelo de hijo estoy más cerca?
.- ¿Siento a Dios como “Padre” o como “patrón”?
.- ¿Me alegra el bien del otro?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 24 de marzo de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 3º DE CUARESMA

  SAN LUCAS 13, 1-9
                                  
  "En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
    Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar frutos en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, al año que viene la cortarás."
                                                 ***             ***             ***
    El tema central del fragmento evangélico es la llamada a la conversión. En dos momentos, la lectura de dos acontecimientos luctuosos y la propuesta de la parábola de la higuera infecunda, Jesús destaca la urgencia de la conversión. Dios no estaba detrás de la mano homicida de Pilato ni removiendo las bases de la torre de Siloé. Está en ese viñador que, inaccesible al desaliento, se esfuerza por dar oportunidades a la higuera, cavando alrededor y estercolándola, esperando que dé fruto. Y ese viñador es Jesucristo.

REFLEXIÓN PASTORAL
     Entre los judíos estaba muy extendida la creencia de que las desgracias personales, las catástrofes o las enfermedades eran castigos de Dios por pecados cometidos. Jesús aprovecha la noticia de dos desgraciados acontecimientos recientes para hacer ver a sus contemporáneos que tales desgracias son totalmente ajenas a la voluntad de Dios, y explicables por otras razones: la intolerancia política de Pilato o el derrumbamiento casual de la torre de Siloé.
         Empequeñecemos a Dios proyectando sobre él nuestros limitados modos de pensar y existir. Arrojamos balones fuera, cuando responsabilizamos o atribuimos a Dios lo que deberíamos asumir e interpretar desde nuestras responsabilidades o limitaciones. Y, además, actuamos injustamente, al convertirnos en jueces inmisericordes del dolor ajeno, interpretando las desgracias como castigos divinos.
         Dios no hace sufrir, aunque esté presente en el sufrimiento y lo permita. Él no es causante del sufrimiento, sino confidente del que sufre. Más bien Él es vulnerable, sensible al dolor del hombre. “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos” (1ª lectura). Así se presenta Dios; que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Eso es lo que quiere Dios: que el hombre viva.
Jesús vino para eso: para que tuviéramos vida “y una vida abundante” (Jn 10,10), de calidad.  Y para eso es necesaria la conversión.
         El tiempo litúrgico de la Cuaresma quiere ser una memoria viva y permanente de esa necesidad. Que no es reductible a una serie de prácticas superficiales y aisladas, sino que exige una decisión fundamental y preferencial por Él. Y todos necesitamos encontrar y entrar en ese camino, en esa dinámica, pues “si no os convertís, todos igualmente pereceréis” (Evangelio). Por tanto, concluye S. Pablo: “el que se cree seguro, ¡cuidado! No caiga” (2ª lectura).
         Y no se trata de atemorizar, sino de una llamada para que despertemos a este maravilloso tiempo de gracia, de amor, de perdón y reconciliación que Dios nos otorga. Es lo que quiere decirnos la parábola de la higuera infecunda: Dios es inaccesible al desaliento, siempre mantiene una expectativa; es un pertinaz creyente en el hombre, al que ama apasionadamente.
         Frente a nuestras impaciencias -nos gustaría arrancar, cortar …, en el fondo desesperando de la regeneración propia y ajena-, la estrategia de Dios, el viñador, es abonar, cuidar y esperar un año más, no para crear falsas esperanzas sino para que de una vez nos decidamos a dar fruto. “No es que el Señor se retrase, como algunos creen, en cumplir su promesa; lo que ocurre es que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que se pierda alguno, sino que todos se conviertan. Pero el día del Señor llegará” (2 Pe 3,9-10).
     Dios es un Dios dador de oportunidades. La historia humana, nos dice la Biblia, se abrió con una gran oportunidad de Dios al hombre para que se realizara en plenitud: el paraíso. Y el hombre la perdió (Gén 2,4b-3,24). Pero no fue esa la única ni la última. Dios siguió empeñado en dar nuevas oportunidades. El arca de Noé, la alianza mosaica, la tierra prometida, la palabra profética…, fueron otras tantas oportunidades. “¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo?” (Is 5,4). Pero el rechazo contumaz del hombre no bloqueó la iniciativa divina
Llegada la plenitud de los tiempos llegó la oportunidad definitiva: Jesucristo; él es la gran oportunidad en la que regenerarnos y regenerar nuestra vida. Con sus actitudes, hechos y parábolas intentó abrirnos los ojos (Mc 4,26-29; Mt 13,24-30.36-43; Lc 15,11-32). Pero tampoco fue escuchado en su momento: “¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no habéis querido!” (Mt 27,37).
         Y cuando parecía que todas las puertas se cerraban, la resurrección de Cristo las abrió definitivamente. El hombre tiene abierta la posibilidad de vivir en la órbita de Dios. La oportunidad sigue abierta: la conversión al Evangelio. Un año más Dios ha venido a buscar fruto…; no le decepcionemos.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué lectura hago de la vida?
.- ¿Doy oportunidades para la recuperación de situaciones aparentemente perdidas?
.- ¿Exijo ser lo que yo no soy?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 17 de marzo de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 2º DE CUARESMA

  SAN LUCAS 9,  28b-36

    En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
    Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo.
    Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
                                                 ***             ***              ***
     Transmitido por los tres evangelios sinópticos, sin embargo cada uno destaca aspectos propios en el llamado relato de la Transfiguración. Lucas subraya la finalidad de la subida al monte y el contexto en que ocurre la revelación: la oración; el tema de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías: su pascua; falta la alusión al sueño de los discípulos y la orden de silencio impuesta por Jesús al final de la escena (cf. Mt 17,9 y Mc 9,9). Todo el relato gira en torno a la revelación de Cristo como el Hijo de Dios, y a la invitación a escucharlo. En el camino cuaresmal es necesario este alto en el monte de la luz para subir con esperanza al monte de la cruz.

REFLEXIÓN PASTORAL
         Se acerca a Jerusalén, donde van a tener lugar los dramáticos acontecimientos que le conducirán a la muerte y, para que los discípulos no se vean desbordados por esos sucesos, para que puedan superar el terrible escándalo de la Cruz, Jesús escoge a Pedro, a Santiago y a Juan -los mismos que más tarde serán testigos de su agonía en el huerto de Getsemaní- para revelarles su auténtica dimensión: el hombre que sudará sangre por la tensión de lo que se avecina; el hombre que verán como rechazado y maldito, es el Hijo de Dios, el amado, el predilecto. El hombre a quien el pueblo elegido no sabrá reconocer, es reconocido, sin embargo, por las grandes figuras históricas de ese pueblo: Moisés, autor de la Ley, y Elías, el gran profeta.
¿Por qué este evangelio de la transfiguración en este domingo de Cuaresma? ¿No contrastan el blanco deslumbrador del Señor transfigurado con el morado del tiempo litúrgico? ¿Por qué este evangelio aquí? Porque la Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de colocarnos en la ruta de Jesús, de reorientar nuestros pasos por su camino, ya que “mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8), de abrir nuestro corazón a su evangelio (“Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15), y esto exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo.
Un camino que sólo podremos recorrer, y un ritmo que sólo podremos mantener, iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor. Por esto nos pone la Iglesia este relato evangélico, luminoso y esperanzador, en el tiempo de Cuaresma.
Pero hay algo más. El evangelio nos recuerda que Jesús no solo se transfigura en gloria, en luz; hay otra transfiguración más dura y difícil: “Tuve hambre, estuve desnudo, estuve enfermo y en la cárcel... ¿Cuándo te vimos…?” (Mt 25,31-45).
  La transfiguración gloriosa tuvo lugar en un monte...; la transfiguración humilde, en un valle, que solemos llamar de lágrimas. Ambas transfiguraciones no son opuestas, y no podemos oponerlas. Los discípulos quedaron deslumbrados, nosotros quedamos confundidos y hasta molestos por esta segunda transfiguración del Señor en la debilidad...
         La Transfiguración es, pues, reveladora de la verdad más íntima de Cristo; pero además es una llamada a la transformación personal, a que Cristo brille en nuestras vidas, y una denuncia de nuestra opacidad, de nuestra dificultad para traslucir al Señor.
         El evangelio de hoy nos invita a situarnos en la ruta de Jesús, a caminar a su ritmo, a escucharlo. El evangelio de hoy ilumina la Cuaresma, descubriendo su auténtico sentido: la meta de la conversión cristiana no es la mortificación, sino la transformación, pero esta pasa necesariamente por la etapa de la Cruz  -¿o también somos nosotros de los que vivimos como enemigos de la Cruz de Cristo? (Flp 3,18)- .
         Como a Abrán, también a nosotros el Señor nos invita a salir de nuestras reducidas “casillas”, de nuestras “tiendas” y a mirar al cielo  con la esperanza formulada por san Pablo en la segunda lectura: “Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”...
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Experimento en mí la energía transformadora del Evangelio?
.- ¿Qué transfiguraciones del Señor me interpelan?
.- ¿Vivo como seguidor o como enemigo de la cruz de Cristo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 3 de marzo de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 8º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 6, 39-45

                                                   
    "En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
    ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?  ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota de tu ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
    No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
    El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa el corazón, lo habla la boca."
                                         ***             ***             ***
    La perícopa evangélica seleccionada concluye el  llamado “sermón de la llanura”, dirigido a los discípulos, y es una pieza de claro tono sapiencial, que nos revela un rasgo fundamental de la enseñanza del Maestro. Consta de dos momentos. En el primero, Jesús pone en evidencia la actitud equivocada, y frecuente, de pretender guiar a otros sin claridad personal en el propio interior. Querer iluminar desde la propia ceguera. Y también desactiva la pretensión hipócrita de corregir sin tener limpia la propia vida. Destaca la necesidad de cuidar el propio interior, porque el interior es la fragua de la verdad y de la bondad del hombre. La calidad de los frutos se nutre de la raíz.
   El segundo momento es una clara advertencia a no confundirse, pretendiendo sustituir o suplantar al maestro. En este caso Jesús es el Maestro de quien el cristiano -el guía cristiano- ha de aprender. 

REFLEXIÓN PASTORAL
    Se continúa y se concluye este domingo el llamado “sermón de la llanura” del evangelio de san Lucas, dirigido a los discípulos y centrado en dos grandes temas: el amor y la misericordia.
    Jesús quiere enseñar a vivir, a manejar las situaciones reales de la vida. Sabe que en la comunidad de los discípulos será necesario practicar el discernimiento, la corrección fraterna, que serán necesarios guías… Son unas enseñanzas válidas para todo discípulo, y de particular aplicación para los guías de la comunidad.
     La pregunta es drástica: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”. ¿Puede pretender un discípulo ser más que su Maestro? Porque aquí el maestro de referencia es el mismo Jesús. El guía ha de ser clarividente y fiel seguidor del Maestro, a quien ha de recrear, aunque sea a pequeña escala.
     Y, a semejanza del Maestro, no se arrogará el derecho de juzgar ni condenar precipitadamente a los otros, porque el “Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), y además “¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?” (Sant 4,12). “No juzguéis y no seréis juzgados…” (Mt 7,1).
     No apelará a su dignidad para ser servido, porque “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28).
     De su interior no brotará el veneno de la envidia y la soberbia (cf. Mt 15,19) sino, a imagen del corazón del Maestro, la mansedumbre y la humildad (Mt 11,29).
     De sus labios no saldrán palabras homicidas sino salvadoras… “Venid a mí y  aprended de mí” (Mt 11,28-29).
     Los textos de la Palabra de Dios que hoy iluminan la celebración eucarística son una llamada para cultivar una humanidad sana, auténtica, no hipócrita. Cargada de realismo y espiritualidad, es la invitación a una lectura crítica, generosa, paciente y no precipitada de la vida, pues “el horno prueba la vasija del alfarero, el fruto muestra el cultivo del árbol, porque “no hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que de fruto sano. Cada árbol se conoce por sus frutos”. Y porque “el hombre se prueba en su razonar, no alabes a nadie antes de que razone (1ª lectura)…, porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.
      Desde esta convicción, Pablo (2ª lectura) remite al momento final, “cuando esto corruptible se vista de incorrupción” para emitir los juicios definitivos. Mientras, todos estamos viviendo el tiempo de la misericordia de Dios; un tiempo que no hemos de desaprovechar, rechazando todo planteamiento hipócrita.
     Un signo de la misión de Jesús era: “los ciegos ven” (Lc 7,22). Él vino a abrir los ojos del hombre para que este viera por sus propios ojos; pero vino, además, a dar profundidad, horizonte y luminosidad a su mirada. No se trataba sólo de ver más, sino de ver mejor. Y todos necesitamos de esa clarificación, de esa profundidad y limpieza en nuestra mirada. Es necesario recuperar la mirada de Jesús, su perspectiva, su ángulo de visión. “Dios no ve como el hombre, pues el hombre mira la apariencia, pero Dios mira al corazón” (1 Sm 16,7). Y ése, el corazón, fue también el punto de mira de Jesús.
         Miró al corazón de la pecadora pública..., y descubrió mucho amor (Lc 7,44-47).
         Miró al corazón del publicano..., y descubrió un sincero arrepentimiento (Lc 18,9-14).
         Miró al corazón de la hemorroísa..., y descubrió un mar de esperanza (Mc 5,25-34).
         Miró al corazón de la samaritana..., y descubrió una gran sed de verdad (Jn 4,1-38).
         Miró al corazón del centurión (Mt 8,5-10) y de la mujer cananea (Mt 15,21-28) y descubrió una gran fe.
         Miró al corazón de los fariseos, y tras la cosmética de sus observancias rituales, descubrió la podredumbre del egoísmo, la autosuficiencia, la hipocresía... (Mt 23,13-31).
Esa mirada cordial no es, sin embargo, una mirada  ingenua, sino generosa. La advertencia de la “paja y de la viga” no es una invitación  a desentenderse, a pasar por alto y de largo ante lo que no está bien; sino una llamada a ser críticos desde la autocrítica.  El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue  Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Pero era una mirada salvadora.
         Lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo (tu interior) está sano, todo tu cuerpo (la realidad) estará luminosa; pero si tu ojo (tu interior) está malo, todo tu cuerpo (la realidad) estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6,22-23).      
         Purifiquemos la mirada hasta ver con el corazón. Dios mira al corazón, porque allí es donde se fragua la verdad del hombre (Mt 15,19). Pero, además, solo el hombre limpio de corazón podrá mirar a Dios (Mt 5,8).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Mi mirada ofrece oportunidad o solo denuncia?
.- ¿Cultivo las raíces de la vida?
.- ¿Son precipitados mis juicios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.