domingo, 29 de septiembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 26º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 16, 19-31

         
"En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron.
Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."
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Jesús era un maestro que visualizaba sus mensajes. Esta parábola es una muestra. La enseñanza se percibe inmediatamente. Las riquezas ciegan (impiden ver) y aíslan (impiden oír). El rico vivía aislado en sí mismo y en sus cosas. Cuando se le abrieron los ojos, ya era tarde. El rico de la parábola no tiene nombre propio, porque no representa a un individuo sino a una tipología. El pobre tiene nombre propio -Lázaro, “el ayudado de Dios”-, porque ningún pobre es anónimo ante Dios, y siempre tiene a Dios de su parte: por eso es “bienaventurado”.
Jesús invita a hacer una lectura correcta de la vida desde una escucha atenta de la Palabra de Dios –Moisés y los profetas-. La parábola no pretende ilustrar sobre el más allá -descrito desde un escenografía propia de aquel tiempo-, sino iluminar el más acá para salvar la propia vida y ayudar a salvar vidas.
REFLEXIÓN PASTORAL

Podríamos pensar en un drama en dos actos. Acto primero: un rico malvado en medio de su prosperidad y un pobre hundido en  su desgracia… Acto segundo: el rico ha caído en desgracia -muere y va al infierno-  y el pobre muere y es recogido por los ángeles. A san Lucas le gustan estos contrates y, como se muestra muy crítico con las riquezas por los peligros que encierran, ha afilado su pluma y llevado su estilo hasta una concisión sublime.
Pero no es solo eso. Jesús con esta parábola quiere advertirnos. Él no habla de rico “malvado”, sino simplemente de “un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día”, y hasta de seis hombres ricos -él, el que murió, y sus cinco hermanos-. Y mostrándonos hasta qué punto vivían cegados y sordos antes las carencias humanas, Jesús nos advierte: “No aguardéis a la muerte para abrir un poco los ojos a la vida”.
El rico no “veía” a Lázaro, “echado en su puerta, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. No le echó de su puerta porque no le molestaba, ni siquiera lo “veía”. ¡Terrible ceguera! Hoy muere una anciana abandonada y los vecinos dicen: “No sabíamos nada”. La ignorancia genera indiferencia, y la indiferencia, ignorancia.
La gente bien acomodada, los ricos, no son necesariamente de corazón duro ni despiadados, pero no “ven”: viven encerrados en su mundo, en sus intereses. Si viesen de cerca el sufrimiento ajeno que existe a su alrededor, muchos se mostrarían fraternales; les entrarían ganas de compartir y compadecer y se salvarían. ¡Porque al final todos veremos!
Aquel rico también vio, pero ya fue tarde. Vio, finalmente, a Lázaro y lo que le costó haber sido rico en dinero y pobre en amor; pero esa ciencia, ese conocimiento ya no le sirvió. Y como no era tan malo y seguía queriendo a su familia quiere advertir a sus hermanos para que no continúen en su equivocado proceder. “Padre, le dice a Abrahán, te ruego que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que con su testimonio, evites que vengan ellos también a este lugar de tormento”.
Ya tienen la palabra de Dios -Moisés y los profetas- le responde Abrahán, que la escuchen. Pero el rico se muestra escéptico. También él la tuvo, pero, por experiencia sabe que hay que golpear más fuerte para convertir a los hombres.
Abrahán replica: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Y es que nada hay tan fuerte para convertirnos a Dios como la escucha de su palabra. Y esta es la lección que quiere darnos Jesús: el testimonio de la Palabra de Dios es más fuerte y digno de crédito que el testimonio de un muerto resucitado. ¿Por qué? Porque Dios merece más crédito que un difunto.
Aunque nosotros podamos distanciarnos del rico de la parábola, nos damos cuenta de que también nosotros somos ciegos respecto de los hermanos necesitados, y sordos respecto de la palabra de Dios. No estamos plenamente decididos a seguir a Jesús con todas sus implicaciones. ¡Si nos ocurriera algo extraordinario, una revelación, una aparición…, entonces sí! Nada hay tan extraordinario, nos dice Jesús como la palabra de Dios. Esa que en la segunda lectura nos recuerda que la fe no es solo una aceptación pasiva y teórica de un credo, sino la llamada a la práctica de “la justicia, de la religión, del amor, la paciencia y la delicadeza”; es decir, un compromiso por humanizar la vida desde la coherencia de la fe. A eso lo llama san Pablo combatir “el buen combate de la fe”, que lleva a la “vida eterna”.
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tengo activados mis sentidos, y sobre todo el corazón, para percibir al necesitado?
.- ¿Revalido con la vida mi profesión de fe?
.-  ¿Es la palabra de Dios revulsivo y criterio de vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano capuchino.

viernes, 27 de septiembre de 2019

jueves, 26 de septiembre de 2019

sábado, 21 de septiembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 25º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 16, 1-13

                                           

"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la noticia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido´. El administrador se puso a echar sus cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa´. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ‘¿Cuánto debe a mi amo?´. Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite´. Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta´. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?´. Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo´. Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta´. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había  hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quien os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos; porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
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El fragmento seleccionado consta de dos partes: 1) la parábola sobre el administrador astuto y 2)  una serie de advertencias sobre la confianza, la fidelidad y el dinero.
1) La parábola es exclusiva del evangelio de san Lucas y, con ella, Jesús invita a los discípulos a saber gestionar con habilidad las situaciones complicadas. No alaba las malas artes del administrador sino su capacidad para sobreponerse a la situación adversa que tiene enfrente. La conclusión del v 8 ofrece la clave interpretativa; pero desde ahí denuncia el “pasivismo”  frente a los retos que hay que asumir por el Reino de Dios.
2) En las “advertencias” se subrayan varios temas: a) la importancia de convertir en “instrumentos” de salvación incluso las realidades aparentemente más adversas (v 9). El calificativo de “injustas” dado a las riquezas puede obedecer no solo a que puedan ser adquiridas injustamente, sino a que toda propiedad “discriminante” en los derechos es una injusticia.  b) La fidelidad se manifiesta en el cuidado de los detalles (vv 10-12) y c) la incompatibilidad entre Dios y el Dinero. Temas muy queridos en la enseñanza de Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL

El Evangelio es palabra de esperanza y salvación. Pero es también luz a la que no debemos sustraer nuestras vidas.  Todos nosotros nos confesamos cristianos, pero no podemos contentarnos con la exterioridad de esa denominación. Hemos de ir al fondo y examinar qué acogida damos en nosotros al mensaje de salvación; qué espacio real damos a la fe en nuestra vida; hasta qué punto esa fe que profesamos es capaz de transformar nuestra persona.
Jesús nos quiso responsables y profundos, por eso no dudó en ser claro y exigente. No vivió preocupado porque le siguieran muchos, sino porque el seguimiento fuera auténtico. Y es que existen dos modos fundamentales de interpretar la vida: siguiendo a Cristo, o de espaldas a Él. “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc 11,23); y clarifica aún más el sentido de ese “estar con” - “estar contra”: “No podéis servir a Dios y al dinero”. No podéis convertir a Dios en dinero y al dinero en dios; no podéis convertir los medios en fines...
Sí; el ídolo, el falso dios más peligroso es el dinero, no por sí mismo sino por todo lo que significa de autosuficiencia (al tenerlo), injusticia (por obtenerlo) y desesperación (por no tenerlo).  Por eso S. Pablo afirmaba que la avaricia es una forma de idolatría (Col 3,5). ¡Qué difícil resulta a un rico salvarse! (Lc 18,24)  ¡A los que depositan su confianza en las riquezas!   “¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6,20).
Escuchar estas palabras de Jesús en unos tiempos como los nuestros, en una sociedad montada y organizada sobre el poder del dinero, resulta chocante. ¿Por qué  esta actitud tan tajante de Jesús?
Porque la riqueza engendra autosuficiencia; es el terreno lleno de maleza en el que la semilla de la Palabra de Dios no puede crecer, asfixiada por las preocupaciones y las ambiciones... Porque  cree que el Reino de los cielos es una mercancía más a su alcance... Porque coloca al hombre en una situación peligrosa: la de instrumentalizar a los más débiles, convirtiéndolos  en peldaños de su escalada... Porque produce la desesperación en el necesitado... Porque rompe la comunicación necesaria que debe existir entre los que llaman a Dios Padre. Como decía esta semana el Papa Francisco: “El dinero enferma el pensamiento (y el corazón).
Por supuesto que nosotros creemos en el Dios con mayúscula, teóricamente. Pero, seamos sinceros: ¿cuántos sacrificios nos imponemos para elevar nuestro nivel económico? y ¿cuántos nos imponemos para vivir coherentemente nuestra fe? ¿Qué supeditamos a qué? ¿Somos tan creativos y sagaces para conseguir los bienes imperecederos como para los perecederos y caducos?
Constantemente somos llamados a la conversión; todos: “El que se cree seguro que mire, no caiga” (I Co 12,10). Si escuchamos hoy la llamada de Dios no nos hagamos sordos; y pidámosle la fuerza para no dividir nuestro corazón, sino que siempre sirvamos y amemos al único Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la vida, porque así nos ha servido y amado él en Jesucristo. “Corazones partidos yo no los quiero, que cuando doy el mío lo doy entero”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Por qué apuesto en la vida, por “tener” o por “ser”?
.- ¿Sé reconocer el brillo de lo pequeño?
.- ¿Acojo con solidaridad el clamor del pobre?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino

domingo, 15 de septiembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 24º DEL TIEMPO ORDINARIO Y ¡FELIZ SOLEMNIDAD EN LEÓN DE LA VIRGEN DEL CAMINO!

  SAN LUCAS  15, 1-32
                                                             
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los escribas y los fariseos murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ello”.
Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa reúne a los amigos y a los vecinos pare decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido´. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra. Y cuando la encuentra, reúne  a las amigas y a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido´. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
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Dos aspectos destacan en este fragmento: 1º) Las amistades de Jesús eran amistades “peligrosas” -pecadores- y “escandalosas” -“los fariseos murmuraban”-.
2º) Jesús da razón de su comportamiento: está traduciendo a Dios y su opción por lo perdido. A un padre no le interesan “muchos” hijos, le interesan “todos” los hijos, por eso mientras falte uno hay que inventar estrategias de salvación. Él ha venido para que no se pierda ninguno, para recuperar a todos, también a los que murmuraban y se escandalizaban de su comportamiento.

REFLEXIÓN PASTORAL
Si el Evangelio es siempre buena noticia, hoy podemos decir que, escuchando y meditando estas lecturas, recibimos una inyección de optimismo. Dios no está siempre enojado: “es lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 86,15). “¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta…? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Is 49,15). ¿Acaso quiero yo en la muerte del malvado, y no que se convierta de su conducta y que viva?” (Ez 18,23).  “Venid… Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve…” (Is 1,18). Pues, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Y para eso envió a su Hijo, “nacido de una mujer” (Gál 4,4), “para tener misericordia de todos” (Rom 11,32) y redimirnos del pecado.
Y se presentó como médico en busca de enfermos -“no son los sanos sino los enfermos…” (Mt 9,12)-, como buen pastor que busca la oveja perdida y que, una vez recobrada, no la castiga sino que la carga sobre los hombros, reintegrándola gozoso al redil. Vino a destruir el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14) y a descubrirnos el gozo del arrepentimiento y el perdón.
No vino a repartir reprobaciones, sino a salvar y hacer posibles las condiciones de salvación. Por eso, afirma san Pablo: “Podéis fiaros y aceptar sin reservas lo que os digo: que Cristo ha venido al mundo para salvar a los pecadores” (2ª lectura).
El enfrentamiento de Jesús con los fariseos obedeció a un solo factor: obstaculizaban la conversión; no eran capaces de comprender que Dios está abierto a todo el que le busca con sinceridad, aunque la historia pasada haya estado llena de equivocaciones.
Conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida, es decir que en nosotros está gestándose una criatura nueva de convertidos a Dios, si experimentamos el gozo de perdonar y de hacer posible el encuentro de los hombres con Dios (cf. 1 Jn 3,14).
Encuentro que puede realizarse a distintos niveles y de diversas maneras. Pero existe una expresamente querida por Jesús: el sacramento de la reconciliación. Sí; hoy no tiene muy buena prensa -ni siquiera tiene prensa-,  ni es muy estimado ni celebrado, porque es una celebración, la del perdón de Dios, sin embargo, viene de Él.
Algunos dicen: ¿por qué he de confesarme? Yo me confieso con Dios directamente. Él conoce la verdad. Y es verdad, pero soy yo quien debo reconocerla. Se olvida que la salvación se ha realizado vía encarnación; y que Dios ha querido encarnar su perdón, para evitar fáciles fugas sentimentalistas, en un sacramento en el que por medio de hombres los hombres volvemos a Dios y Dios viene a nosotros.
Deberíamos reflexionar sobre esta dimensión del amor redentor de Dios que nos invita y urge a la conversión; alegrarnos de que Dios mantenga su llamada sobre nosotros y de que, con la llamada, nos haya dado la capacidad de responder; y pedirle que nunca, con nuestra rigidez y dureza, seamos obstáculos que impidan a los hombres el encuentro con Dios.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento que Cristo protagoniza mi vida?
.- ¿Me alegra la “recuperación” espiritual de un hermano?
.- ¿Qué experiencia tengo del sacramento de la reconciliación?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.

domingo, 8 de septiembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 23º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 14, 25-33.

"En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso así mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no  lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.
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A los que le siguen Jesús les formula con claridad hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es alto. Por eso invita a un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce a eso, porque abre a horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc 10,29-30),  y la persona se enriquece con un tesoro escondido (Mt 13,44).
Se trata de poner a Jesús en el centro: de “tomar conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él” (Flp 3, 9), de personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa.
Al seguimiento cristiano le es imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).
“De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento personal -“venid y lo veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-. Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...”  (Mc 8, 34).
El proyecto de “seguir”, de “vivir como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay que vivir “en seguimiento”.
REFLEXIÓN PASTORAL

No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico; Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.
A una multitud que le seguía de una manera bastante folklórica  e incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje clarificador. Y creo que debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así, propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos. Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.
Porque Él no vino a anular la revelación de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt 19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).
Entonces, ¿qué quiere decir con estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?
Jesús no ha venido a destruir los amores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice “amaos como yo os he amado” (Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque nadie ama más que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). Desde el amor a Cristo, el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a  uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica.
Jesús nos dice que hay que amar cristianamente. El amor total a Cristo, a Dios, no puede  nunca convertirse  en pretexto o excusa para no amar al prójimo; el amor a Dios no "apaga" ni devalúa el amor humano, pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a Dios.
Y lo mismo podemos decir de la renuncia a los bienes: Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a las cosas, “pues la vida del hombre no depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestro prójimo.
Jesús no está invitando tanto a odios y renuncias cuanto a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.
Estas palabras de Jesús deben darnos que pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me defino como “seguidor” de Jesús?
.- ¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a mi vida?
.- ¿Siento inquietud por dar a conocer a Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano – Capuchino.

domingo, 1 de septiembre de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 22º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 14, 1. 7-14

                                         

"Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ‘Cédele el puesto a este ´. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba ´. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Y dijo al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
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La escena presenta a Jesús como “Maestro” de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje sería muy poco. Jesús no está diseñando solo una táctica para “ascender” a los puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp 2, 6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde de corazón” (Mt 11,29).
REFLEXIÓN PASTORAL

En una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés- en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar algo a alguien se garantiza la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin esperar la devolución, el principio de la ruina…
Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en la primera lectura -“En tus asuntos procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así no vamos a ninguna parte!
Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.
Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.
Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas zancadillas y empujones para encabezar una lista!
¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.
Pero hay algo más; con estas palabras Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
Al venir a nuestro encuentro, Dios no ocupó posiciones de privilegio. “Siendo de condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que se humilla será ensalzado”.
Jesús tenía autoridad para darnos esta lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp 2,1).
El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de encuentro.
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿A qué puesto aspiro en la vida?
.- Si humildad es andar en verdad, ¿por dónde ando yo?
.- ¿Me encuentro a gusto entre los humildes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano – Capuchino.