domingo, 29 de agosto de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 22º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

SAN MARCOS 7, 1-8. 14-15. 21-23


         

    “En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)

            Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: « ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»

Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»”

 

24 de agosto de 2021

Una embarcación con al menos 70 migrantes a bordo naufragó frente a la costa de Libia, y se cree que por lo menos 17 personas perdieron la vida, informó el lunes un funcionario de migración de las Naciones Unidas. Se trata del más reciente desastre en el mar Mediterráneo en el que hay involucrados migrantes que buscan una mejor vida en Europa.

Durante años, grupos defensores de derechos y empleados de agencias de la ONU que trabajan con migrantes y refugiados han citado testimonios de sobrevivientes sobre un abuso sistemático en los campamentos de detención en Libia. Esos testimonios incluyen acusaciones sobre trabajo forzado, golpizas, violaciones y tortura. Los maltratos suelen estar acompañados de intentos por extorsionar a familiares antes de que se les permita a los migrantes salir de Libia en barcos de traficantes.

“A mí me lo hicisteis”:

Lo sabemos desde que hemos sido llamados a la fe: nuestro Dios, aunque siempre escondido, aunque siempre misterio, está siempre cerca de nosotros, tan cerca como lo están de nuestro corazón los mandatos y decretos que nos mandó cumplir, la palabra de la Sagrada Escritura que escuchamos, el Pan de la Eucaristía que recibimos, los pobres con los que nos encontramos.

Dios se nos mostró cercano, bondadoso, pródigo, asombroso, sobrecogedor, en esta tierra que nos confió para que la cuidásemos y la trabajásemos.

Dios se nos hizo cercano como madre y padre que sube a sus hijos sobre sus rodillas, y les enseña a hablar, a discernir lo que lleva a la vida y lo que lleva a la muerte: Dios se nos reveló madre y padre que, con palabras humanas, con lazos humanos, nos ha enseñado a vivir.

Y al llegar a su plenitud los tiempos de la revelación, sin que nadie lo pudiera sospechar, sin que ningún profeta lo hubiese podido intuir, sin que ninguna razón lo pudiese prever, Dios se nos hizo tan cercano que “su Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”: en Cristo, Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; en Cristo, Dios se vació de sí mismo, “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos”, y así, como uno cualquiera de nosotros, bajó con nosotros incluso a la muerte y a una muerte de cruz.

Entonces supimos que, en Cristo Jesús, Dios estaba tan cerca de nosotros como lo están los hermanos con quienes convivimos, como lo está la comunidad eclesial a la que pertenecemos, como lo están los necesitados que encontramos, como lo está el pan de la Eucaristía con que Cristo Jesús nos alimenta.

Y si alguien nos preguntase qué hay detrás de esa historia de Dios con nosotros, le diríamos que sólo hay amor, que la razón de todo es el amor, que todo viene del amor y todo lleva al amor, y sólo el amor puede honrar a Dios como Dios quiere ser honrado.

Si no lo honramos con la cercanía del corazón, amándolo allí donde él se nos hace cercano, a Dios sólo lo honraremos con los labios, que es una manera sarcástica de deshonrarlo.

Lo deshonra quien deja a un lado el mandamiento de Dios y se aferra a latines, a vestiduras, a genuflexiones, a sacralidades que son sólo tradiciones humanas.

Lo deshonramos adornando templos y olvidando a los pobres.

Lo deshonramos pidiendo que atienda nuestras oraciones y desoyendo su lamento en los oprimidos.

Lo deshonramos fingiendo recibirlo con respeto en la eucaristía y cubriéndolo de heridas y de injurias y de suciedad en los emigrantes.

Lo deshonramos apropiándonos de lo que fue creado para todos, destruyendo lo que los pobres necesitan para comer, y reduciendo la creación a un basurero.

Y en ese ejercicio blasfemo de honrar a Dios con los labios y dejarlo fuera del corazón, lamentablemente hemos sido pioneros y somos maestros los pueblos que nos decimos de «tradición cristiana».

Si queremos saber qué lugar ocupa Dios en nuestra vida, antes de preguntarnos cuántas veces comulgamos en la eucaristía, habremos de preguntarnos qué lugar ocupan los pobres en nuestro corazón.

Mañana, cuando todo llegue a su fin, todos hemos de escuchar la única verdad que vale la pena reconocer ahora, porque en ello nos va la vida: “A mí me lo hicisteis”.

Feliz encuentro con los pobres en la eucaristía. Feliz encuentro con Cristo resucitado.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 22 de agosto de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 21º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


SAN JUAN 6, 60-69

       “En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»

     Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»

     Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

       Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»

     Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»”

 

Creer: entrar en un mundo nuevo

Si la fe no se reduce a mero ejercicio de prácticas religiosas, llega un momento en que se nos pide la adhesión personal a Dios: “Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quién servir”. Entonces en nuestro interior resonará la pregunta de Jesús a sus discípulos: “¿También vosotros queréis marcharos?”

El evangelio de este domingo describe una situación dramática: Las gentes a las que habíamos visto salir en busca de Jesús y que querían nombrarlo rey como si tuviesen fe, se apartan ahora de él decepcionadas. Muchos de los que hasta aquella hora habían sido sus discípulos “se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Incluso a los Doce, a los íntimos, Jesús ha de preguntar si quieren marcharse.

¿Qué había de escandaloso en lo que Jesús les había dicho? Lo escandaloso en las palabras de Jesús sobre el pan de vida eran vida y muerte de quien decía proceder del cielo y se presentaba como enviado de Dios para dar vida del mundo. Lo inaceptable era el Cuerpo repartido del Mesías Jesús y su sangre entregada.

El hombre religioso no puede creer en un Dios así, no puede comer ni beber esa dura realidad, pues ese Dios se aparta demasiado de las ilusiones que alimenta nuestra religiosidad.

Todos estaríamos dispuesto a seguir a un Dios que reparte gratis pan sabroso y abundante, pero damos la espalda a un Dios que se parte y se reparte como un pan para que comamos, y que nos pide hacer de nuestra vida un pan para que todos coman.

Si queremos comprender en profundidad el escándalo que suscita el proyecto de Dios en el corazón del hombre, si queremos acercarnos al misterio de la soledad en que dejamos a Jesús, hemos de alejarnos de la sinagoga de Cafarnaún y acercarnos al monte de la crucifixión. Allí no sólo enemigos, indiferentes o curiosos, sino también los Doce, los íntimos, abandonan a Jesús.

Si la Eucaristía que celebramos nos deja tranquilos en nuestra religiosidad, es de temer que todavía no hemos empezado a vivirla como memoria de la vida entregada de Jesús, como sacramento del escándalo de la cruz, como epifanía del mundo nuevo que empieza con la resurrección del Señor.

Para un cristiano, creer y comulgar significa reconocer como Señor a un Dios que se nos da para que demos la vida con él, a un Dios que se pierde a sí  mismo por todos para que nos perdamos como él, a un Dios que, amándonos hasta el extremo, crea un mundo nuevo, un mundo unificado, un mundo de hermanos, y nos lo confía para que, amándonos, lo trabajemos, lo cuidemos.

Un mundo de hermanos, un mundo unificado, un mundo nuevo: ése es el don que se nos hace; ésa es la tarea que se nos confía.

Feliz comunión con Cristo Jesús.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 15 de agosto de 2021

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

CONTEMPLA Y ESCUCHA
“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”. Así empieza la misa de este día en que la Iglesia celebra la Asunción de la Virgen María. Más que dirigidas a la mente para introducirnos en la liturgia festiva, las palabras de la antífona parecen dirigidas a la mirada interior del corazón para llevarnos a la contemplación del misterio que celebramos. La figura que aparece en la visión es una mujer encinta: le ha llegado su hora y grita entre los espasmos del parto. Y mujer encinta es también la del relato evangélico, la que visita a Isabel en la montaña de Judea, en casa de Zacarías. En la visión se desvela el misterio de un tiempo de parto y de desierto, de lucha y de victoria, de humildad y de bendición, un tiempo de salvación que llega con un saludo, de alegría que se exhibe en la danza de un niño, de promesas que se cumplen porque tú has creído y porque tu Dios es fiel. En aquella figura de mujer se te ha concedido admirar, Iglesia santa, ese portento de gracia y santidad que es la Madre del Señor, la Asunta al cielo, y asomarte al mismo tiempo a la hondura insondable de tu propio misterio. “Escucha, hija, inclina el oído” –te dice el salmista-, “escucha”, porque la voz escuchada guiará tu mirada para que puedas penetrar en el corazón de la verdad. En la contemplación de la figura celeste, te ves mujer, frágil en tu preñez y amenazada en tu parto; en la escucha de la palabra, el salmista te recuerda que eres reina, que eres hermosa, y que Dios se ha enamorado de ti: “Prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu Señor”. En la contemplación, te ves fugitiva en el desierto, como ejército que se esconde derrotado; en la escucha, una voz que llega desde el cielo anuncia a tus hijos la victoria: “Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías”. En la contemplación, te ves esclava del Señor y sierva de sus siervos; en la escucha, el Espíritu, a voz en grito, te saluda: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Contempla, escucha y proclama con la Virgen María la grandeza del Señor “porque ha mirado la humillación de su esclava”. Llevando a Cristo en tu seno por la comunión, contempla, escucha y proclama: “Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Reconociendo que la Virgen, Madre de Dios, asunta al cielo, es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada, admira en ella lo que esperas para ti, goza contemplando en ella lo que un día serás, y por ella y por ti, alégrate hoy con los ángeles y alaba al Hijo de Dios.

domingo, 8 de agosto de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 19º DEL TIEMPO ORDINARIO Y FIESTA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

 

SAN JUAN  6, 41-51

        « En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»

       Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
        Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

 

Tu vida es pan del que todos pueden comer

 

El pan y el agua que Elías, derrotado y abatido, vio a su cabecera, fueron para él signos de la cercanía de Dios a su profeta.

Con la fuerza de aquel alimento misterioso, Elías “caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios”.

De Dios era el pan que el ángel ofreció a Elías.

De Dios es el pan que se ofrece a los reunidos en la sinagoga de Cafarnaún: “Yo soy el pan bajado del cielo… Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”.

El escándalo está en que quien dice “yo soy el pan del cielo, el pan que Dios os da”, es Jesús de Nazaret, el hijo de José, y todos conocen a su padre y a su madre, todos saben de dónde viene, todos tienen razones para criticarlo.

Elías en el desierto vio y comió.

Los de la sinagoga de Cafarnaún murmuraron –que es una forma de no ver-, y no comieron.

El cielo les ofrecía pan de vida, medicina de inmortalidad, y ellos sólo vieron al vecino insignificante.

Tú, que quieres ver y comer, considera el canto de María de Nazaret, la mujer que escuchando creyó, y creyendo comió: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”.

Ella, que ha acogido la palabra de Dios, ha comido el pan de Dios, lo lleva en su seno; ella, humilde y enaltecida, pobre y llena de gracia, hambrienta y bendecida con toda clase de bienes espirituales y celestiales, es imagen de la Iglesia discípula de Dios, que aprende a creer y a recibir el pan que Dios le da.

Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él”. Tú lo dices porque has creído y has comido el pan de la vida que es Cristo Jesús.

Ahora también tu vida es pan del que todos pueden comer, y por el que todos podrán decir: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

      Y ¡Muchas Felicidades! a nuestros hermanos y hermanas de la Orden de Santo Domingo, y a todos los que llevan este nombre.

 

 

lunes, 2 de agosto de 2021

DÍA 2 DE AGOSTO: NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES




EL PERDÓN DE ASÍS O INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA.

La Porciúncula de Asís, Italia, fue el hogar de San Francisco y la primitiva fraternidad de los Hermanos Menores. Allí San Francisco pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Allí murió el santo. Más tarde se construyó la gran Basílica de Santa María de los Ángeles para cobijar a la pequeña iglesita de la Porciúncula.
“El Poverello sabía que la gracia divina podía ser concedida a los elegidos de Dios en cualquier parte; de igual modo, había experimentado que el lugar de Santa María de la Porciúncula rebosaba de una gracia copiosa, y solía decir a los frailes: “Este lugar es santo, es la morada de Cristo y de la Virgen, su Madre”». La humilde y pobre iglesita se había convertido para Francisco en el icono de María santísima, la «Virgen hecha Iglesia», humilde y «pequeña porción del mundo», pero indispensable al Hijo de Dios para hacerse hombre. Por eso el santo invocaba a María como tabernáculo, casa, vestidura, esclava y Madre de Dios.
Precisamente en la capilla de la Porciúncula, que había restaurado con sus propias manos, Francisco, iluminado por las palabras del capítulo décimo del evangelio según san Mateo, decidió abandonar su precedente y breve experiencia de eremita para dedicarse a la predicación en medio de la gente, «con la sencillez de su palabra y la magnificencia de su corazón».
La Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo, no sólo muy entrañable para la orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas, reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más enraizada y a un amor más auténtico La Porciúncula, tienda del encuentro de Dios con los hombres, es casa de oración. «Aquí, quien rece con devoción, obtendrá lo que pida», solía repetir Francisco después de haberlo experimentado personalmente..
El hombre nuevo Francisco, en ese edificio sagrado restaurado con sus manos, escuchó la invitación de Jesús a modelar su vida «según la forma del santo Evangelio y a recorrer los caminos de los hombres, anunciando el reino de Dios y la conversión, con pobreza y alegría. De este modo, ese lugar santo se había convertido para san Francisco en «tienda del encuentro» con Cristo mismo, Palabra viva de salvación” (Juan Pablo II).

CÓMO SAN FRANCISCO PIDIÓ Y OBTUVO LA INDULGENCIA DEL PERDÓN

Una noche del año 1216, Francisco estaba en oración y contemplación en la iglesita de la Porciúncula, cuando de improviso el recinto se llenó de una vivísima luz, y Francisco vio sobre el altar a Cristo revestido de luz y a su derecha a su Madre Santísima, rodeados de una multitud de Ángeles. Francisco con el rostro en tierra adoró a su Señor en silencio.
Ellos le preguntaron entonces qué deseaba para la salvación de las almas. La respuesta de Francisco fue inmediata: “Santísimo Padre, aunque yo soy un pobre pecador, te ruego que a todos los que, arrepentidos de sus pecados y confesados, vengan a visitar esta iglesia, les concedas amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas”.
“Lo que pides, Hermano Francisco, es grande -le dijo el Señor -, pero de mayores cosas eres digno, y mayores tendrás. Por lo tanto, accedo a tu petición, pero con la condición de que pidas de mi parte a mi vicario en la tierra esta indulgencia”. Y Francisco se presentó de inmediato al Pontífice Honorio III que en aquellos días se encontraba en Perusa, y con candor le contó la visión que había tenido.
El Papa lo escuchó con atención y después de algunas objeciones, le dio su aprobación. Luego dijo: “¿Cuántos años de indulgencia quieres?”. Francisco al punto le respondió: “Padre Santo, no pido años, sino almas!”. Y se dirigió feliz hacia la puerta, pero el Pontífice lo llamó de nuevo: “Cómo, ¿no quieres ningún documento?”. Y Francisco le dijo: “¡Santo Padre, me basta su palabra!”.
“Si esta indulgencia es obra de Dios, Él verá cómo dar a conocer su obra; yo no necesito ningún documento; el papel debe ser la Santísima Virgen María, Cristo el notario y los Ángeles los testigos”. Y algunos días después, junto con los Obispos de la Umbría, dijo con lágrimas al pueblo reunido en la Porciúncula: “¡Hermanos míos, quiero mandaros a todos al Paraíso!”

LA INDULGENCIA

Los pecados no sólo destruyen o lastiman la comunión con Dios, sino que también comprometen el equilibrio interior de la persona y su ordenada relación con las criaturas.
Para una curación total no sólo se necesita el arrepentimiento y el perdón de las culpas, sino también una reparación del desorden provocado, que normalmente sigue existiendo. En este empeño de purificación el penitente no está solo. Se encuentra inserto en un misterio de solidaridad en virtud del cual la santidad de Cristo y de los santos le ayuda también a él. Dios le comunica las gracias merecidas por otros con el inmenso valor de su existencia, a fin de hacer más rápida y eficaz su reparación.
La Iglesia siempre ha exhortado a los fieles a ofrecer oraciones, buenas obras y sufrimientos como intercesión por los pecadores y sufragio por los difuntos. En los primeros siglos los obispos reducían a los penitentes la duración y el rigor de la penitencia pública por la intercesión de los testigos de la fe que sobrevivían a los suplicios. Progresivamente se ha acrecentado la conciencia de que el poder de atar y desatar recibido del Señor incluye la facultad de librar a los penitentes también de los residuos dejados por los pecados ya perdonados, aplicándoles los méritos de Cristo y de los santos, de modo que obtengan lograda de una ferviente caridad. Los pastores conceden tal beneficio a quien tiene las debidas disposiciones interiores y cumple algunos actos prescritos. Su intervención en el camino penitencial es la concesión de la indulgencia.

LAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA GANAR LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA SON LAS SIGUIENTES:

1. Visita a una iglesia franciscana, rezando un Padre Nuestro y un Credo.

2. La recepción del sacramento de la Penitencia, la Comunión eucarística y una oración por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Esta indulgencia sólo se puede ganar una vez.

domingo, 1 de agosto de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 18º DEL TIEMPO ORDINARIO


 
SAN JUAN 6,24-35


      “En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.

      Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»

        Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
          Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
      Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."»

         Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»

        Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»

       Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»”

 

DIOS SABE A PAN

 “El que viene a mí, no pasará hambre; y el que cree en mí, no pasará sed”.

Cuando hablamos de fe, hablamos de relación personal con Jesús de Nazaret.

Y si decimos: “relación personal”, hablamos de algo que acontece sólo entre Jesús y nosotros, entre Jesús y quien “va a Jesús”, entre Jesús y quien “cree en Jesús”.

Y algo nos dice que “creer en Jesús” es lo mismo que “ir a Jesús”; y que el único modo que tenemos de “ir a Jesús” es “creer en Jesús”.

Si al decir fe, decimos relación personal con Cristo Jesús, relación personal con Dios en Cristo Jesús, bueno será que nos preguntemos por el significado de esa relación.

¿Qué hay al otro lado de la fe?

 Para muchos, al otro lado de la fe hay sólo una idea, sólo ven una divinidad, sólo atisban la existencia de un algo.

Para ti, al otro lado de tu fe hay una historia, hay un nombre cargado de recuerdos, sea que lo llames Dios, lo llames Señor, lo llames Padre, lo llames Hijo, lo llames Espíritu Santo.

Al otro lado de tu fe hay un Credo, que es relato de una asombrosa relación de amor: el Amor que es Padre creó el cielo y la tierra –él es tu creador-; el Amor que es Hijo nació de mujer, padeció, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos –él es tu redentor-; el Amor que es Espíritu Santo congregó a la Iglesia, y es fuente de comunión, de perdón, de resurrección –él es el que te santifica-.

Puede que, por demasiado familiar, el Credo te resulte poco significativo.

Si fuere así, deja que te ayuden a entrar en su significado los sacramentos con los que Dios se ha hecho cercano a la vida de su pueblo.

Verás que al otro lado de tu fe hay un Dios que te ha acompañado como nube y como luz, nube que protege de los ardores del sol durante el día, luz que ilumina la oscuridad de la noche.

Al otro lado de tu fe hay un Dios que se te ha revelado como palabra que da vida, como roca que fundamenta, como agua que apaga la sed, como promesa que da esperanza…

Al otro lado de tu fe hay un Dios que es “trigo celeste”, un Dios que es “maná”, un Dios que es “pan”.

Hoy la liturgia de la palabra te invita a entrar en el misterio de ese pan.

También tú habrás de preguntarte: “¿Qué es esto?”

Y ya no lo haces mientras recoges el pan del desierto, sino mientras te acercas a Cristo Jesús, mientras celebras tu eucaristía, mientras haces tu comunión: “¿Quién es éste?”

Escucha las palabras de su revelación: “Yo soy el pan de vida. El que vine a mí, no pasará hambre; y el que cree en mí, nunca pasará sed”.

Si escuchas y crees, si crees y vas a Jesús, se te llenan de significado nuevo las palabras del viejo salmo: “Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo… Y el hombre comió pan de ángeles”.

“Dio orden a las altas nubes”, y “las nubes llovieron al justo”. Se alzaron las antiguas compuertas, y vino a nosotros el rey de la gloria.

El que cree en Jesús, ése es el que come el verdadero pan del cielo.

Al otro lado de tu fe está un Dios que en Jesús se te hizo pan para el camino, pan para tu vida, pan medicina de inmortalidad.

Si en Jesús Dios sabe a pan, a pan ha de saber en la Iglesia, a pan ha de saber en nosotros.

Que los pobres nos encuentren en su mesa.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger