domingo, 25 de abril de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 4º DE PASCUA, DOMINGO DEL BUEN PASTOR

 


SAN JUAN  10, 11-18.

    "En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

    Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas

    Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

    Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre."

                                      ***             ***             ***

    Con la imagen del buen Pastor, Jesús desvela uno de sus rostros más entrañables. Como buen Pastor da vida a las ovejas, da su vida por las ovejas, las conoce a cada una por su nombre… Y no es un Pastor de horizontes recortados. Quiere ser Pastor de todas las ovejas. Con la adopción de este título, Jesús plantea una reivindicación mesiánica, y se identifica con la figura profética de Dios como Pastor (Ez 34,11-31), al tiempo que denuncia a los falsos pastores.

 REFLEXIÓN PASTORAL

     Los textos bíblicos de este domingo nos recuerdan afirmaciones impresionantes y consoladoras a un tiempo.

     San Juan, en su carta, nos abre a la inimaginable sorpresa de la fuerza del amor de Dios que nos hace sus hijos -“pues, ¡lo somos!”-. Y eso solo es un anticipo, una primicia. La filiación divina nos abre a horizontes insospechados. ¿Es posible vivir crepuscularmente cuando la aurora de Dios nos invita a un amanecer esperanzador?

     Pedro, por su parte, nos habla de Jesús como la piedra angular, clave y quicio de toda posible edificación… Piedra que fue rechazada, y que aún hoy es rechazada. Y no solo por los de afuera, porque, ¿es Jesús la piedra angular, la primera piedra del edificio de nuestra vida personal, familiar o social? ¿O estamos construyendo sobre otros fundamentos? ¿Sobre qué construimos? ¿Nuestro edificio no se está resquebrajando y agrietando por falta de fundamentación?

     Si el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1). “Mire casa cuál cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento  fuera del ya puesto, que es Jesucristo… Y si uno construye sobre el cimiento con oro, plata…, madera, hierba o paja, la obra de cada cual quedará patente. Y el fuego comprobará la calidad de la obra de cada cual. Si la obra que uno ha construido resiste, recibirá el salario” (1 Cor 3,10b-14). 

     Y continúa san Pedro en su discurso: “No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”.

   ¿Creemos que solo Jesús puede salvarnos? ¿O tenemos otras alternativas? ¿Le concedemos a Él toda la credibilidad? ¿O se la concedemos a otros y a otras siglas?

      Hoy abundan ofertas de salvación a corto plazo y a bajo precio, evangelios intranscendentes, que pretenden suplantar y desplazar al evangelio de Jesús, incluso sirviéndose materialmente de sus mismas palabras.

     Ante la precariedad en que vivimos puede que renunciemos a plantearnos las cuestiones de fondo. Es el mayor fraude: entretener al hombre con lo inmediato para que no se ocupe de lo importante; obsesionarle con el bienestar para que deje de buscar la Verdad. No hay mejor modo de reducir al hombre que reducir sus horizontes…

     Jesús vino a ampliarnos el horizonte de nuestra visión y de nuestra misión, a sacarnos de nuestras casillas, reducidas y miopes, para descubrirnos que somos hijos de Dios con un futuro insospechado. Algo que el mundo no conoce, porque tampoco lo conoce a Él. Y, sin embargo, solo Él es la alternativa: la piedra fundamental, el único que puede salvar, el buen Pastor.

     En una sociedad de mercenarios y asalariados, Jesús es el buen Pastor y el modelo de los pastores. Y esto tenemos que decirlo, aunque muchos no lo crean, pero sobre todo, tenemos que creerlo, aunque muchos no lo digan.

    Hoy la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Y, ante planteamientos como este, existe el peligro de reducirlo todo a unas  cuantas peticiones estereotipadas e incomprometidas.

     Hay que orar, porque así lo mandó el Señor –“Orad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,38)-, pero con una oración responsable, que parta de la conciencia y de la vivencia de la propia vocación cristiana, que es de donde surgen y para quien surgen las vocaciones específicas a la Vida consagrada y al ministerio sacerdotal. Estas son el termómetro, el indicador de la vitalidad religiosa de una comunidad. Por eso, la carencia de vocaciones en la Iglesia no es una fatalidad, que traen los tiempos, sino una irresponsabilidad falta de responsabilidad cristiana.

     Hay que orar desde la apertura -“¿Qué debo hacer, Señor?” (Hch 22,10)-; desde la pasión -“Señor, enséñame tus camino” (Sal 25,4)-; desde la disponibilidad -“Aquí estoy, mándame” (Is 6,8)-.

     Hemos de orar, en primer lugar, por nuestra vocación cristiana, para agradecerla, celebrarla y testimoniarla; y hemos de orar para que no nos falte la sensibilidad necesaria para acoger en nuestra vida y en nuestra familia la llamada del Señor a dejarlo todo por Él, por su causa, que es, también, la del hombre.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es Jesús la piedra angular de mi vida?

.- ¿Siento el gozo y la gratitud de la filiación divina?

.- ¿Oro por la vocaciones y oro por mi vocación cristiana?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 18 de abril de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 3º DE PASCUA

 


SAN LUCAS 24, 35-48. 

    “En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: Paz a vosotros.

    Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.

    Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis algo de comer?

     Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse.

     Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.”

 

CONTINUAMOS RECHAZANDO A CRISTO  ¡Y COMULGANDO!

Apenas se nos ha ido un invierno, y ya contamos por decenas los muertos en las fronteras que nos separan de África.

Al escuchar hoy las palabras del Apóstol, a la fe se le hace imposible establecer separación entre Jesús de Nazaret y esos jóvenes africanos a los que la indiferencia de los satisfechos y la codicia de los poderosos están entregando a la desesperación y a la muerte: “Rechazasteis al santo, al justo… matasteis al autor de la vida”... Rechazamos a los pequeños, a los últimos, a los hambrientos, a los emigrantes en los que el santo, el justo, el autor de la vida nos pidió que lo acudiésemos. Continuamos rechazando a Cristo.

Continuamos ignorando la angustia de los pobres, pisoteando su dignidad, destruyendo su vida; continuamos crucificando en ellos a Cristo Jesús.

Me pregunto si en la comunidad cristiana hay alguien que desconozca ese calvario en el que es atormentada, vejada, humillada, escarnecida, condenada y clavada en la desgracia una multitud innumerable de hombres, mujeres y niños.

Y si conocemos el calvario, me pregunto cómo podemos verlo y callar, verlo y pasar de largo, verlo y continuar con nuestras rutinas, verlo como si nada hubiésemos visto, verlo y no gritar de dolor y de rabia, verlo y comulgar.

Quiere ello decir que en ese calvario no hemos visto a otro, no hemos visto a alguien: ¡y es que parece que allí no hubiésemos visto a nadie!

No hemos caído en la cuenta de que es nuestro calvario, de que allí nos están crucificando a nosotros, que aquella carne herida es nuestra propia carne, que allí se desangra nuestro propio yo.

No hemos caído en la cuenta de que en ese calvario de nuestros días continúa crucificado Cristo Jesús a quien se supone que amamos, en quien decimos que creemos, por quien se diría que estamos dispuestos a dar la vida.

¡Todavía no hemos caído en la cuenta!

De esa ignorancia, el Apóstol parece hacer una ocasión de disculpa, de excusa, de escapatoria para nuestro crimen; pero bueno será, yo diría que es del todo necesario, que nos hagamos cargo de nuestra responsabilidad por cada cruz que se levanta en el calvario de los pobres; bueno será, del todo necesario, el arrepentimiento y la conversión, para que se borren nuestros pecados, para que la indiferencia deje paso a la responsabilidad, al compromiso, a la solidaridad.

Es hora de que veamos a Cristo y nos veamos a nosotros mismos en la agonía de los pobres.

Es hora de que empecemos a confesar que crucificamos a Cristo –nunca lo he confesado y nunca lo he oído en confesión-.

Es hora de que empecemos a confesar que ahogamos a Cristo en el Mediterráneo, en el Estrecho de Gibraltar, en el Atlántico; que martirizamos a Cristo en la vida de los pobres, que lo esclavizamos, lo prostituimos, lo vendemos, lo llevamos a empujones a la muerte.

Es hora de que, comulgando con Cristo y con los pobres, hagamos nuestro el grito humano y creyente de los hijos de Dios, del Hijo de Dios: “Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío”.

Sólo si se cura la ceguera de nuestra fe, podremos reconocer en los pobres a Jesucristo el Justo, que intercede por nosotros ante el Padre.

Sólo si reconocemos en los pobres a Cristo, en los pobres Cristo nos dará su paz, en los pobres nos llenará de alegría, en los pobres se quedará con nosotros, en los pobres se nos hará compañero de camino, en los pobres se sentará a la mesa con nosotros.

Feliz comunión con Cristo resucitado. Feliz encuentro con Cristo en la Eucaristía y en los pobres.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 11 de abril de 2021

¡FELIZ DOMINGO! DE LA DIVINA MISERICORDIA

 


SAN JUAN 20, 19-31.

    “Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

    Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.  Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

     Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

     A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros.

    Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métala en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!

    Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

    Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.”

 Si crees, creas

Nos lo decía el corazón: Si Cristo ha resucitado, el mundo es nuevo, hay una nueva creación.

Nos lo decía, a su manera, el prefacio de esta Pascua, en la que el verdadero Cordero, “muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida”.

Pero, también a su manera, nos lo dice la palabra que escuchamos en la Eucaristía de este domingo.

Si lo propio del mundo envejecido era la confusión, la división, la falta de entendimiento, la discordia, las fronteras, el miedo, escucha ahora la novedad: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo”.

Si moradores regulares del mundo envejecido eran la apropiación, la violencia, la muerte, ahora, en el mundo nuevo, “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”.

Es como si ese mundo estuviese recién salido de las manos de Dios, recién creado, recién nacido, como si Dios lo mirase por primera vez y “viese que era bueno”: “Dios los miraba a todos con mucho agrado”.

En realidad, ése es el mundo que Dios ha puesto en tus manos de creyente, un mundo que sólo puede nacer de la fe: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.

Lo que hace del mundo viejo un mundo nuevo, es nuestra fe.

Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, sólo ése sale del mundo viejo para entrar en un mundo nuevo.

Ahora considera el drama de Tomás.

Es el hombre que no puede creer, que necesita ver.

No puede creer, o lo que es lo mismo, se expone a quedar fuera de la unidad, fuera de la comunión, fuera de la novedad, fuera de la resurrección, fuera del Resucitado.

Aunque no pueda creer, no nos es difícil imaginar a Tomás ansioso por creer, deseoso de constatar que era verdad lo que los otros creían.

Si llega a la fe, el mundo de Tomás se derrumbará y también para él nacerá el mundo de Cristo resucitado, el mundo de aquel que ya para siempre será su Señor y su Dios.

Cuando empiece a creer, Tomás se perderá para sí mismo y empezará a ser de Cristo: “¡Señor mío y Dios mío!”

¡Paradojas de la fe! ¡Te pierdes y te encuentras!

Decimos: “¡Señor mío y Dios mío!”; y lo que queremos decir es: “De mi Señor, de mi Dios”.

Si crees, esperas. Si crees, unes. Si crees, acoges. Si crees, pacificas. Si crees, amas.

El que cree, todo lo hace nuevo.

Fija tu mirada en Cristo resucitado: Él es la misericordia de Dios que te visita, la gracia de Dios que te hermosea, la fuerza de Dios que te recrea, el amor de Dios que te abraza, la vida de Dios que se apodera de ti.

Fíjate en Cristo resucitado, y te reconocerás en él, Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia resucitada con Cristo.

En comunión de fe con Cristo resucitado, empieza tu tarea de cada día: la de hacer visible el mundo nuevo que con Cristo ha comenzado.

Si Cristo ha resucitado, el mundo ya sólo puede ser un mundo de hermanos.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 4 de abril de 2021

¡FELIZ DOMINGO DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR!

 


SAN JUAN  20, 1-9.

    “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

No está aquí. Ha resucitado

Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea”.

¡El Señor ha resucitado! No se aparte de él la mirada de la fe.

El Espíritu de Dios ha removido en la noche la piedra que cerraba la sepultura, la de Jesús y la nuestra, y sobre el mundo, sometido hasta aquella hora a la esclavitud de la muerte, amanece, con Cristo resucitado, la luz de la vida.

Mira a tu Señor, asómbrate de su luz, alégrate de su vida, ama al que tanto te amó, al que por ti se entregó, al que abrió delante de ti el camino de la esperanza.

Mira, alégrate, ama: “Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto… Éste es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia… Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al recinto eterno… Él es la Pascua de nuestra salvación” (Melitón de Sardes).

Mira, alégrate, ama: Verás con cuánto amor te buscó, oveja perdida, el buen Pastor de quien te habías ausentado. Verás con cuánta humildad se puso a tus pies y te lavó el que te preparaba para que tuvieses parte con él. Verás con qué mansedumbre se dejó sacrificar por ti este Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que “marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre” (Melitón de Sardes).

Mira, alégrate, ama, Iglesia cuerpo de Cristo, pues la misericordia del Señor ha llenado tu tierra, él te escogió como heredad suya, él se fijó en tu sufrimiento, en tu esclavitud, en tu llanto, y vino a ti, humilde, para salvarte.

Mira, alégrate, ama, Iglesia mártir de la fe, Iglesia perseguida, Iglesia humillada, Iglesia de los que tienen hambre, Iglesia de los arrancados por la injusticia a su tierra, a su familia, a su vida, Iglesia de los enfermos, de los abandonados, de los marginados, de los empobrecidos, mira, alégrate y ama, pues a ti, atada como Isaac sobre el altar de la muerte, tu Dios, en su Hijo muerto y resucitado, te ha abierto el sendero de la vida.

Mira, alégrate, ama. Une tu voz a la de Cristo en la hora de su resurrección, y que resuene en el cielo el eco de vuestro canto: “El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación”.

Resuene en la tierra y en el cielo el Aleluya pascual, pues “hoy nuestro Salvador destruyó las puertas y las cerraduras del imperio de la muerte, destruyó la cárcel del abismo y arruinó el poder del enemigo”.

¡Cristo ha resucitado! 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger