sábado, 23 de abril de 2022

¡FELIZ DOMINGO! DE LA DIVINA MISERICORDIA

 


SAN JUAN 20, 19-31.

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

   Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo.

  A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás contestó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!

   Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.

 

ENVIADOS CON EL EVANGELIO DE LA PAZ:

Es domingo, el día en que Jesús resucitado se manifestó a la comunidad de sus discípulos.

Lo que aconteció en aquel tiempo, el primer día de la semana y ocho días después, nos revela lo que acontece cada domingo en la asamblea litúrgica de la comunidad cristiana: hoy somos nosotros quienes nos encontramos con el Señor y recibimos de él su evangelio de paz: “Paz a vosotros”.

Es la paz que habíamos visto entrar como un río de misericordia y perdón, de salvación y de gracia, en el cuerpo de enfermos y endemoniados, en casa de Zaqueo el publicano, en el corazón de una prostituta rica de pecados y de lágrimas, en la vida de un ladrón a las puertas de la muerte.

Quien, resucitado, nos saluda hoy con la paz, es el mismo Jesús que, crucificado, nos dio entonces su perdón y nos miró con misericordia.

Es Pascua: Cristo resucitado ofrece la paz a la comunidad de sus discípulos, y no hay comunidad de discípulos sin paz de Cristo recibida y comunicada.

Podemos decir con verdad: como el Padre ha enviado a Jesús para que fuese nuestra paz, así Jesús nos envía, para llevar su paz a todos los hombres: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.

La comunidad cristiana, comunidad animada y guiada por el Espíritu de Jesús para ser entre los hombres presencia viva del Señor, recorre, como Cristo, los caminos de la humanidad, y va curando enfermos, liberando cautivos, reconciliando enemigos, consolando a quien llora, acogiendo a quien anda necesitado de reconciliación y de ternura.

Sólo una comunidad fiel a su vocación de curar, liberar, reconciliar, perdonar y acoger, puede iluminar el camino de los que buscan a Dios, pues en la vida de esa comunidad todos podrán conocer las maravillas que el amor de Dios realiza.

Dichosa la comunidad que, enviada al mundo con el evangelio de la paz, sea por la vida de sus fieles un signo de que Cristo vive.

Feliz domingo.

 

P.S.: Matar, destruir, justificar la muerte y la destrucción, y hacer la señal de la cruz para vestir de piedad esos crímenes, es negar a Dios, es hacer escarnio  de Jesús, es profanar la cruz de salvación, es blasfemia.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 17 de abril de 2022

¡FELIZ DOMINGO! DE PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 



SAN JUAN 20, 1-9.

    “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

 

DIOS NOS ESPERA EN LA TIERRA DEL HOMBRE:

 

“Ha sido inmolada la víctima pascual: Cristo Jesús”.

En ese Hijo, que lo es de Dios y de mujer, Dios se nos ha manifestado como amor desmedido, amor tan humano como nuestra propia carne, amor tan nuestro como nuestra propia debilidad.

Es Pascua: Es la consumación del misterio de la entrega de Dios a la humanidad, de la entrada de la humanidad en la vida de Dios.

Es Pascua: Cristo ha resucitado; resucitemos con él.

Éste es el corazón de nuestra fe: Que Dios nos dio a su Hijo Unigénito, y que este Hijo nos habló y nos curó y nos amó hasta el extremo, hasta morir y resucitar por nosotros para que vivamos con él, hasta entregarse por nosotros para darnos su espíritu, para hacer de nosotros hijos de Dios.

Confesamos que en darnos a su Unigénito, Dios Padre nos ha dado la medida sin medida de su amor, que no tiene ya otro modo de decirnos que nos ama, no tiene ya otro modo de decirnos que somos su alegría, no tiene ya otro modo de decirnos nada más. En darnos a su Unigénito, Dios  Padre nos ha revelado su predilección por los pequeños, su debilidad por los enfermos, su pasión por nosotros pecadores.

Confesamos al mismo tiempo nuestros pecados, pues todavía no hemos empezado a creer lo que Dios nos ha revelado de sí mismo y de nosotros en la Pascua de su Hijo.

Confesamos que al hombre a quien Dios ama, al hombre por quien Jesucristo el Señor entregó su vida, al hombre en quien Dios ha puesto su Espíritu, al hombre a quien el Padre divinizó en Cristo Jesús, lo despreciamos, lo humillamos, lo perseguimos, lo maltratamos, lo ultrajamos, lo explotamos, lo esclavizamos, lo asesinamos.

Con razón y con indignación identificamos y señalamos al terrorista que sacrifica hijos de Dios en el altar de una ideología con pretensiones de valor universal. Con razón y con indignación identificamos y señalamos al poderoso que, imitando deidades monstruosas, decide sobre la vida y la muerte de innumerables inocentes. Pero puede que utilicemos esas figuras sanguinarias para olvidarnos de nosotros mismos, puede que ocultemos detrás de su crueldad manifiesta la vergüenza de nuestros pecados contra el hombre y contra Dios.

El hecho es que adoramos ídolos que ocupan en nuestras vidas el lugar sagrado que Dios ha querido que estuviese reservado para el hermano, para el pobre, para el otro.

Ofendemos gravemente a Dios –negamos a Cristo muerto y resucitado- quienes usamos el nombre de Cristo para discriminar en las fronteras refugiado de refugiado, africano y ucraniano, negro y blando, musulmán y cristiano, como si Cristo hubiese muerto y resucitado para que en el mundo hubiese hombres y mujeres privilegiados, y no para enviar hombres y mujeres ungidos para evangelizar a los pobres.

Ofendemos gravemente a Dios –negamos a Cristo muerto y resucitado- quienes sacrificamos a los hijos de Dios sobre la mesa del poder político, del prestigio social, del beneficio económico; lo ofendemos gravemente quienes dejamos de servir al hombre para servir al dinero.

Es Pascua. Es la revelación plena del compromiso de Dios con el hombre.

Es pascua. Es hora de que hagamos nuestra la lucha de Dios por el hombre, de que nos pongamos con Dios en busca del hombre, de que salgamos con Cristo al encuentro del hombre.

Dios nos espera en la tierra del hombre.

Feliz Pascua.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

domingo, 10 de abril de 2022

¡FELIZ DOMINGO! DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 


SAN LUCAS 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén.

Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:

—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", contestadle: "El Señor lo necesita"».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desatáis el borrico?».

Ellos contestaron:

—«El Señor lo necesita».

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto».

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».

El replicó:

—«Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

 

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

 

En aquel tiempo Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza”.

El de Jesús es un camino que sólo podrán recorrer con ramos de fiesta quienes hayan visto las obras de Dios: Los discípulos de Jesús “se pusieron a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto”.

Jesús marcha a la cabeza, va delante, y los discípulos, en aquel hombre que los precede, ven, asombrosa y entera, una historia de gracia de la que han sido testigos, un tiempo de gozos inesperados: de luz en ojos ciegos, de palabras en lenguas trabadas, de sonidos estrenados en oídos cerrados, de pureza en la lepra, de mesa de Dios para hijos perdidos y pecadores perdonados.

Los discípulos dicen: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!”; lo dicen mirando a quien los precede; lo dicen recordando lo que han vivido con él.

Hoy también tú, comunidad creyente, te sumas a la comitiva de los discípulos, aclamas con ellos a tu Señor, gozas mirando al que te precede, porque recuerdas lo que has vivido con él: recuerdas la claridad de su luz en los ojos de tus hijos el día de su bautismo, el milagro de la palabra haciéndose revelación en tus oídos, bendición en tu lengua, jubileo en tu corazón; recuerdas la abundancia de la mesa a la que fuiste invitada por él, y en la que comiste con el Señor el pan de la vida, el vino de la salvación; recuerdas su vida entregada para tu vida, recuerdas su resurrección gloriosa, que es fundamento y certeza de tu resurrección; recuerdas y aclamas: ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!

Tú sabes, Iglesia amada del Señor, que no recuerdas cosas que pertenecen al pasado, sino realidades que forman parte de presente. Hoy celebras la eucaristía; hoy escuchas palabras que llegan como un fuego a lo más hondo de ti misma: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía… Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”. Hoy contemplas al que te precede y recibes su cuerpo entregado y entras en la Alianza sellada con su sangre. Y mientras recibes al que se te da y entras en la dicha de la Alianza nueva y eterna, contemplas el misterio de la cruz de tu Señor, en la que todo se consuma, todo se perfecciona, todo se hace definitivo.

¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!

“¡Señor mío y Dios mío!”

Feliz domingo.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 3 de abril de 2022

¡FELIZ DOMINGO! 5º DE CUARESMA

 


SAN JUAN 8, 1-11.

    En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

    Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?

    Le preguntaban esto para ponerlo a prueba. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.

    Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?

    Ella contestó: Ninguno, Señor.

    Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

NO DEJES DE SER ÉL

No sé si vas a cantarlas, no sé siquiera si van a resonar leídas en tu asamblea dominical; se trata de unas antífonas que han sido escogidas para que nos guíen a la hondura del misterio de la celebración.

La de entrada dice así: “Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa, contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector”.

Esas palabras, Iglesia cuerpo de Cristo, llevan dentro tu aflicción, tus gemidos, tu necesidad de salvación, tu fe, tu esperanza, tu hambre de Dios, tu sed de justicia.

En este domingo, esas palabras llevan dentro el silencio de aquella mujer que, sorprendida en adulterio, la ley condenaba a morir. Pero tú oyes también que resuena en ellas el grito de Jesús crucificado, la congoja de todos los excluidos, de todos los amenazados, humillados y sacrificados de la humanidad.

No podrás decir sola, Iglesia-Cristo, las palabras de tu canto, ya que el sufrimiento las hizo apropiadas para todos los empobrecidos de la tierra. Sube, pues, a tus labios la oración del desahuciado, del abandonado, del enfermo, del emigrante, del excluido; haz tuya la súplica del que no tiene trabajo, del que no tiene pan… Si de todos y tuyas son las lágrimas, de todos y tuya ha de ser la voz con la que clamas al Señor.

Tú clamas, y el Señor te responde: “Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

La comunión en el dolor con los crucificados, te ha dispuesto para que comulgues en la justicia con Cristo resucitado.

Lo escuchaste en el evangelio: Aquel día, a Jesús “le traen una mujer sorprendida en adulterio” y “la colocan en medio”. Aquel día todos sabían lo que la ley decía sobre las adúlteras, pero querían oír lo que decía Jesús, y no porque quisieran aprender de él, sino porque querían comprometerlo y acusarlo. Aquel día “quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante”. Aquel día, aquella mujer, de labios de Jesús, escuchó las palabras de tu antífona:

“Mujer, ¿ninguno te ha condenado? ... Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Necesito que recuerdes el evangelio, porque hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, hoy eres tú esa mujer y son para ti las palabras del Señor.

Advierte, sin embargo, la novedad del misterio: puedes decir que hoy el Señor “quedó solo contigo”; pero no podrás decir de ti misma lo que se dice de la mujer -“que seguía allí delante”-, pues habiendo hecho comunión con el Señor, no estás ya “delante de él” sino “en él”, y es “en él” donde te alcanza la gracia, el perdón, la reconciliación, es “en él” donde se sacia tu hambre de Dios, donde se apaga tu sed de justicia, donde se remedia tu necesidad de salvación.

“Anda, y en adelante no peques más”: no te separes jamás de él, no dejes de ser “su cuerpo”, no dejes de ser “en él”, no dejes de ser él.

Feliz comunión con los pobres. Feliz comunión con Cristo. Feliz domingo.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger