LUCAS 6, 39-45.
“En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota de tu ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa el corazón, lo habla la boca.”
ABUNDOSOS DE CRISTO JESÚS
“Fruto”: ésa es la palabra que en la liturgia de este domingo reclama una y otra vez la atención de la comunidad eclesial.
“El fruto muestra el cultivo de un árbol”.
“El justo… en la vejez seguirá dando fruto”.
“Cada árbol se conoce por su fruto”.
Recordáis las palabras de Jesús: “Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador. Todo sarmiento mío que no da fruto, lo corta; los que dan fruto los limpia para que den más”.
El Padre de Jesús, el Dios escondido, es un Dios creador, un Dios trabajador, un Dios agricultor.
Jesús y nosotros somos hechura de Dios, labranza de Dios, plantación de Dios.
¡Problema!: La palabra de Dios y la liturgia del día nos hablan de árboles y de frutos… En su palabra, Dios continúa campesino… y el mundo se le ha vuelto urbano… Y el hombre urbano, si busca fruta, ya no busca en el árbol sino en los estantes de un mercado cualquiera…
Pero Dios continúa buscándola en el árbol.
¿Qué esperas de mí, Dios jardinero?
La fe me dice que en el árbol de mi vida Dios busca sabiduría, prudencia, justicia, santidad, mansedumbre, paz…
La fe me dice que a Dios se le van los ojos por la compasión, por el amor al prójimo, por la delicadeza con los pobres, con el huérfano, con la viuda, con el emigrante…
Y desde que su gracia nos ha injertado en la vid verdadera, en el cuerpo de Cristo Jesús, la fe me dice que Dios busca en nosotros la imagen de su Hijo, el Espíritu de su Hijo, los sentimientos de su Hijo.
Jesús fue evangelio para los pobres, luz para los ciegos, libertad para los oprimidos, perdón para los pecadores.
Hoy, Dios espera que Jesús continúe siendo en nosotros evangelio y luz y libertad y perdón.
Cuando el Señor encuentra en nuestra vida ese fruto de la fe que es Cristo Jesús, entonces también de nosotros se podrá decir con verdad: “Brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir”.
Y lo que se puede decir de cada uno, con más propiedad se ha de entender dicho de la comunidad eclesial. Eso está llamada a ser la Iglesia que formamos: una luz en el camino de la humanidad; una buena razón para vivir.
Fuimos injertados para ser en Cristo, para escuchar su palabra, recibir su Espíritu, comulgar su cuerpo.
Fuimos plantados para que nuestro fruto sea Cristo.
Nadie lo encontrará en los estantes de un súper: a los hambrientos, ese fruto de vida que es Cristo Jesús sólo se les hará cercano si lo ven en nosotros.
“¡El fruto muestra el cultivo de un árbol!”: Que todos encuentren el nuestro abundoso de Cristo Jesús.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger