domingo, 29 de enero de 2023

¡FELIZ DOMINGO! 4º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


 SAN MATEO 5, 1-12A.

    “En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:

    Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos.

    Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

    Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

    Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.

    Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

    Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

    Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”.

    Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

    Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

 

Dichosos los pobres”: Lo dice un testigo

 

Lo vas a oír repetido en esta celebración: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

La primera vez serás tú mismo quien lo digas y lo vuelvas a decir, confirmando con tu estribillo el canto del salmista. Él va cantado sus locuras: “El Señor hace justicia a los oprimidos”… “El Señor da pan a los hambrientos”… “El Señor liberta a los cautivos”… Y tú lo secundas con la tuya: “Dichosos los pobres”…

Después lo escucharás dicho por Jesús, en una letanía de dichosos inesperados, de bienaventurados sorprendentes, de vecinos extraños en el barrio de la felicidad: “Los pobres, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre”…

Y aún lo escucharás cantado a la hora de tu comunión con Cristo Jesús: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Y entonces, a un tiempo, se te harán luminosas la celebración y la vida, pues para la fe, esa hora es también de comunión de Cristo Jesús con tu pobreza.

Pero, si en vez de preguntar a tu fe preguntas a tus ojos, se diría que dichosos no son precisamente los pobres, los que tienen dificultad para llegar sin sobresaltos al fin de mes, los que pertenecen a la humanidad desnutrida, los de la humanidad explotada, los de la humanidad arrojada y abandonada al borde del camino…

Si preguntas a los ojos, te dirán que los pobres, los de pedir, se quedan fuera de la iglesia, y mendigan a la puerta migas de la mesa de los fieles, sin que ese intercambio de migas deje ver ninguna dicha, ni en quien da ni en quien recibe.

Me pregunto si pertenezco a una comunidad de pobres en los que Dios se ha fijado y de los que Dios se ha hecho servidor, o somos más bien un grupo de hombres y mujeres piadosos, que se reúne cada domingo para cumplir con sus deberes religiosos.

Me pregunto si, al decir: “Dichosos los pobres”, pienso en la comunidad reunida para la eucaristía para la eucaristía.

Me pregunto si, al decir: “Dichosos los pobres”, la mente y el corazón van a Jesús de Nazaret, a la Palabra de Dios hecha pobre, a la Palabra de Dios entre los pobres.

Me pregunto si, al decir: “Dichosos los pobres”, pienso en nuestra comunión con Cristo Jesús, en la dicha de ser pobre con él, en la dicha de saberlo pobre conmigo.

Me pregunto si, al decir: “Dichosos los pobres”, me siento en comunión con todos los pobres de la tierra.

Me pregunto si yo mismo y la comunidad eucarística a la que pertenezco, podemos dar testimonio, porque lo hemos visto, porque lo hemos experimentado, de que son verdaderas las palabras de Jesús: “Dichosos los pobres”.

Me pregunto si soy pobre y dichoso.

Me pregunto si soy cristiano.

La fe nos lleva a preguntarnos por nuestra comunión con Cristo Jesús. Él da testimonio de que Dios ama a los pobres; él es la evidencia de que Dios está con los pobres; él se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.

Si ser cristiano es estar en comunión con Cristo Jesús, entonces la vida de la comunidad eclesial, la vida de cada uno de nosotros, como la de Jesús, ha de dar testimonio de que nuestro Dios es Dios de los pobres, es bienaventuranza de los pobres, es todo de los pobres: “Sustenta al huérfano y a la viuda… ama a los justos… guarda a los peregrinos”.

Feliz comunión con Cristo Jesús y con los pobres.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 22 de enero de 2023

¡FELIZ DOMINGO! 3º DEL TIEMPO ORDINARIO


 

SAN MATEO 4, 12-23.

    “Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:

    “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombras de muerte, una luz les brilló”.  Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos porque está cerca el reino de los cielos.

    Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

    Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

    Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo.” 

 

QUE BRILLE TU LUZ

 

Es domingo: Día de Cristo resucitado, día de la nueva creación, día de la vida, día de la luz.

Es domingo, y el pueblo de la nueva alianza se reúne para celebrar el memorial de la pasión salvadora de Cristo Jesús, de su admirable resurrección y ascensión al cielo.

Es domingo: Formando en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu, anunciamos la muerte del Señor, proclamamos su resurrección, esperamos su venida gloriosa.

Es domingo: Día de la Iglesia, comunidad de hombres y mujeres resucitados con Cristo, santificados en Cristo, enviados de Cristo.

Es domingo: Los hijos de la Iglesia, los hijos de la resurrección, nos reunimos en el nombre del Señor, escuchamos su palabra, recibimos su Espíritu y su paz, nos hacemos uno con él y con los hermanos, nos ofrecemos con él y con los hermanos.

Es domingo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”; en Jesús y en su Iglesia la luz de Dios se acercó –se acerca- a los necesitados de salvación.

Es domingo: El corazón se llena de esperanza, porque Dios nos ama, porque Jesús vive para nosotros, porque Jesús vive en nosotros, porque somos su cuerpo, porque nos amamos.

Es domingo, y todos nos sabemos portadores de la luz que ha iluminado nuestra tierra.

Es domingo para la comunidad reunida en torno a Cristo Jesús; es domingo para los pobres que esperan la buena noticia que es Cristo Jesús; es domingo para la creación entera que espera su liberación en Cristo Jesús; es domingo para cada uno de nosotros, que caminamos hacia la plena manifestación del reino de Dios.

Es domingo: Cristo Jesús llena con su presencia nuestra celebración. Ninguno de nosotros le preguntará quién es, porque sabemos bien que es el Señor. Él se acercará y nos ofrecerá su comida, se nos ofrecerá, y nos iluminará porque él es la luz del mundo.

En verdad, Señor, “has estado grande con nosotros”, “acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia como gozan al segar”.

En verdad, “el Señor es mi luz y mi salvación… el Señor es la defensa de mi vida”.

Si nos ha iluminado la luz que es Cristo Jesús, no habrá lugar en la comunidad para la división, la facción, el enfrentamiento; sólo cabe “estar bien unidos con un mismo pensar y sentir”; sólo cabe “mantenerse unánimes y concordes con un mismo amor”.

Si nos ha envuelto y penetrado la claridad del domingo, seremos luz del mundo, lámpara encendida para que alumbre a todos los de la casa.

Que brille tu luz, Iglesia cuerpo de Cristo; que el Reino de Dios vaya a donde tú vas, a donde van tus hijos; que los pobres den fe de que Dios los ama porque se lo ha manifestado el amor con que tú te acercas a ellos.

Que brille tu luz, Iglesia samaritana, Iglesia enfermera, Iglesia evangelio, Iglesia madre.

Que los pobres den testimonio de que te ha iluminado la luz del domingo, de que has comulgado la luz que es Cristo Jesús.

Que brille tu luz.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 15 de enero de 2023

¡FELIZ DOMINGO! 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


SAN JUAN 1, 29-34.

    “En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quién yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.

    Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

SIERVOS DE DIOS PARA EL MUNDO

Son muchos los que lo piensan: Dios se ha olvidado del mundo.

En su día, el teólogo, que no el incrédulo, se preguntaba por la fe en Dios después de Auschwitz.

Hoy es difícil no ver un horroroso, cruel y programado campo de exterminio en los territorios del hambre, en los caminos de la emigración clandestina, en el abismo sin fondo de la explotación del hombre por el hombre.

Conozco a muchos hombres y mujeres que dicen haberse apartado de Dios porque fue injusto con ellos: porque les ha quitado sin razón lo que más amaban, porque les ha puesto en la vida vallas insalvables, porque es cruel, despiadado, castigador.

En ese mundo de dolores evitables, es inevitable preguntar si Dios entiende de economía, si a Dios le interesan esos millones de niños que mueren cada año por desnutrición, si sabe de pateras y de mafias, si ha dejado el gobierno del mundo a los Gobiernos del mundo.

Y el teólogo vuelve a preguntar con el incrédulo si aún es posible la fe en Dios.

Sobre ese mundo de preguntas acerca de Dios caen las palabras de revelación que escuchamos en la eucaristía de este domingo: “El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso… Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Es así de sencillo: El “siervo” que el Señor formó desde el vientre para que fuese suyo, él es la evidencia de que Dios continúa ocupándose de todos amorosamente.

No importa el nombre que a ese siervo le des. Son muchos los que le convienen. Puede ser “el profeta”; puede ser “el resto de mi pueblo”. Juan lo señaló así: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Tú lo puedes llamar “Jesús”, “porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Sea cual fuere el nombre que le des, ese nombre indica siempre que Dios anda atareado en los caminos del mundo, y que lo hace siempre por medio del hombre, lo hace siempre con recursos humanos. En las cosas de Dios, no hay magia: sólo es poderosa la fe, es decir, la disponibilidad del “siervo  para la misión que Dios le confía.

Esa disponibilidad necesaria la encontramos expresada en el salmo, cuando decimos: “Aquí estoy. Como está escrito en ni mi libro: «Para hacer tu voluntad»”. Recuerdas con qué palabras manifestó su disponibilidad María de Nazaret: “Hágase en mí según tu palabra”.  Recuerdas cómo lo dijo en la noche el niño Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Recuerdas cómo lo dijo el Mesías Jesús entrando en el mundo: “Aquí estoy yo para realizar tu designio”.

No ofendas a Dios reclamándole magia.

Ofrécete a ser en el mundo el corazón con que él ama, las manos con que él trabaja, sostiene, acaricia, los ojos por los que él mira y se compadece, el siervo en quien él se hace evangelio para los pobres.

Ofrécete a ser en el mundo una presencia viva de Cristo Jesús.

No podrás ser él, pero podrás ser en él, podrás ser como él, podrás ser suyo.

No podrás ser él, pero podrás comulgar con él, de modo que a donde tú vayas, él irá, y a donde él vaya, tú irás.

No podrás ser él, pero podrás hacer tuya su palabra, tuyos sus sentimientos, tuya su misión, tuyo su destino.

No podrás ser él, pero todo en ti estará hablando de él.

No podrás ser él, ¿o tal vez sí? Sólo el Espíritu de Dios sabe a dónde nos está llevando.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 8 de enero de 2023

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

SAN MATEO 3, 13-17.

     “En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?

     Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere".

     Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

 

Siervos de Dios, siervos de todos

En los escritos del Nuevo Testamento, la palabra “bautismo” aparece asociada a la muerte del Señor.

El día del bautismo de Jesús todas las miradas se vuelven a él, todas las palabras hablan de él.

Si nos fijamos en él, esto es lo que vemos: Vemos a un hombre, aún joven, que ha venido “de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara”; vemos a un bautizado, uno más entre los muchos pecadores que, en aquel tiempo, se preparaban con la penitencia para la llegada del Mesías.

Se diría que has visto a un hombre cualquiera, a un pecador cualquiera, a un penitente cualquiera.

Y eso que ahora vemos en el Jordán es apenas sombra de lo que veremos el día en que a ese mismo hombre lo bauticen en la muerte. Entonces lo verás bajar hasta lo hondo, hasta lo último, hasta el abismo de la condición humana, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Eso es lo que vemos, porque eso es lo que él vivió: La verdad del hombre.

Aquel hombre, que se llamaba Jesús, lloró como tú, tuvo hambre como tú, se fatigó como tú, amó como tú, sufrió como tú.

Y de esa verdad dio testimonio el Gobernador romano Poncio Pilato cuando, en un día de pasión, señalando a Jesús coronado de espinas y cubierto con un manto color púrpura que se le pegaba a las brechas de la flagelación, dijo: “Aquí tenéis al hombre”.

Aquel hombre murió también como tú.

Ahora considera lo que el día de su bautismo se le reveló a Jesús y se te reveló a ti. Será algo así como ver las mismas cosas, pero desde los ojos de Dios: “Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto”.

Esas palabras las oímos pronunciadas cuando Jesús, bautizado, salió del agua; pero puedes oírlas también mientras el Gobernador señala a Jesús, y dice: “Aquí tenéis al hombre”; y no te equivocarás si las escuchas pronunciadas al pie de la cruz donde Jesús moría, o dentro del sepulcro donde apresuradamente lo habían enterrado: “Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto”.

De ese Hijo habla el profeta cuando dice: “Mirad a mi siervo… mi elegido… Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”.

Asombrosamente, misteriosamente, mientras se ilumina la vida de Jesús, se llena de luz también la nuestra: Porque Jesús viene para todos, ha sido elegido para todos, “para que traiga el derecho a las naciones… para que promueva fielmente el derecho… para que implante el derecho en la tierra”.

El siervo de Dios es al mismo tiempo el siervo de todos.

Pero aún has de considerar otro misterio, y es el de tu comunión por la fe con ese Hijo, con ese siervo. Recuerda las palabras del Apóstol: “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo… nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia”.

En Cristo eres hijo. En Cristo eres amado. En Cristo eres predilecto. En Cristo eres luz. En Cristo has sido llamado con justicia a promover el derecho.

En Cristo somos siervos de Dios, siervos de todos.

Feliz bautismo con Cristo Jesús.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 1 de enero de 2023

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

LIBRO DE LOS NÚMEROS 6,22-27
El Señor habló a Moisés: - Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré. 
 
CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GALATAS 4, 4-7 
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "¡Abba!" (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.  
 
SAN LUCAS 2, 16-21 
 En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que había visto y oído; todo como les había dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. 
 

ABRE TU CORAZÓN AL SEÑOR:
ABRE TU CORAZÓN A LA PAZ.

 

    La pregunta: Nos cuesta ver a Dios en el sufrimiento, y no sabemos conjugar las voces de la paz con tiempos de dolor. Quien sufre, pregunta por el sentido de su sufrimiento; quien sufre y cree, pregunta por el sentido que tiene creer en un Dios que no puede evitarnos el sufrimiento. Esa pregunta se hacía en una de las felicitaciones de Navidad que he recibido: “Cuando vemos la injusticia, la corrupción, la especulación financiera, el abuso de poder… nos preguntamos: ¿dónde está Dios? Cuando vemos a ese hombre, a esa mujer, que han perdido su puesto de trabajo y no tienen nada que llevar al hogar, nos preguntamos: ¿dónde está Dios? Cuando vemos a esa familia que ha sido desalojada de su casa hipotecada… nos preguntamos: ¿dónde está Dios?... Si vemos el mundo por los ojos de los que sufren en Siria, en Egipto, en Somalia, en Nigeria, en los caminos de los emigrantes, en el infierno del hambre, nos preguntaremos: ¿dónde está Dios? 
    Vosotros, que a Dios lo lleváis en el corazón y lo veis en los pobres, desearías que todos se hiciesen esa pregunta, pues sería indicio seguro de preocupación sentida por el pobre, y no tardarían los pobres en experimentar que Dios les estaba cerca porque se les habría acercado el hombre. Aquella pregunta viene de Dios, aunque sugiera implícita la respuesta, «Dios no está, Dios no puede estar donde están la injusticia y el mal». Aquella pregunta viene de Dios y viene de nuestra imagen deformada de Dios, pues para nosotros, hombres de poca fe, Dios sólo puede ser omnipotencia del bien contra prepotencia del mal; Dios sólo puede ser poder contra poder.         Cuando la realidad desmiente a la ilusión, entonces el dolor puede volverse espesa tiniebla en la que Dios no es Dios. Ausente Dios, de tu noche se habrá ausentado también la paz. Pero tú sabes que la del poder no es la única respuesta posible a la pregunta sobre Dios. La fe te responde: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Tú preguntas: ¿dónde está Dios? Y él te dice: Aquí estoy, junto a ti, contigo, en ti. 
    El misterio que celebras en la Navidad, es el misterio de la opción de Dios por ti. La felicitación en la que se hacían las preguntas, se hacía eco de una voz que respondía: “Dios está ahí, en ese niño débil, pobre, nacido en Belén”. Tú preguntas: ¿dónde está Dios? Y tu hermano de sufrimiento te responde: que el Señor esté contigo, que esté contigo la paz. La paz: La bendición que se daba en el tiempo de las promesas divinas, decía: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. En esa bendición la gracia que se pide última es la paz; pero no es última por olvido, tampoco por menosprecio, sino porque contiene todas las gracias que la preceden.
     La bendición que se da en el tiempo del evangelio, la alegría que el cielo anuncia para todo el pueblo, es un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. A esta bendición le pusieron por nombre Jesús. En ese niño se nos ha revelado la salvación que viene de Dios. Por ese niño, los ángeles alaban a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. La paz de Dios, como tu servicio, Iglesia amada del Señor, no se impone con la violencia del fuerte, no nace de la arrogancia del poderoso, no se viste con el fasto de la soberbia. La paz de Dios, como tú misma, es un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. La paz de Dios, la que recibes y la que ofreces, es un pobre, un nacido de mujer: no intimida sino que atrae; no viene con poder sino en debilidad; no viene en densa nube sino en leve humanidad. Paz en la pobreza: Si en Jesús la paz se desposó con la pobreza, también en ti la fe consagra y bendice ese desposorio. No hay otro estado de vida para la paz. En Jesús, paz y pobreza se abrazaron desde los pañales en que su Madre lo envolvió, hasta la desnudez de la cruz en que murió. Paz y pobreza de Jesús se quedaron en nosotros desde el día de nuestro bautismo. Por eso, los que hemos conocido la paz soñamos un reino de paz para todos los pobres de la tierra, y no podemos dejar de trabajar para que a todos los alcance. 
    Los ángeles cantaron en la noche lo que Dios a todos ofrece. Nosotros nos apropiamos de su canto para hacer de él un programa de vida: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Paz a los niños de la guerra, paz a los niños del basurero, paz a las víctimas del hambre, de la esclavitud, del miedo, paz a hombres y mujeres sin trabajo, sin techo, sin papeles, sin derechos… La paz de los pobres es la misión que nos ha confiado Cristo Jesús. Paz dentro de ti: La paz que viene de Dios no queda fuera de nosotros sino que nos habita, pues no queda fuera de nosotros el Salvador que nos la trae. Te habita tu Salvador: quien a ti te ama lo ama a él, quien a ti te recibe lo recibe a él, quien a ti te persigue lo persigue a él, quien a ti te ignora lo ignora a él. Te habita el Espíritu de tu Redentor. En Ti, pequeño y pobre como Cristo Jesús, humilde y crucificado como él, en ti habita la paz, porque en ti habita tu Dios: Dios es tu paz. Como si fueses su madre: Si encuentras dificultad para ver a Dios en el que sufre, si no le hubieses reconocido aún dentro de ti, si a tu desierto se acerca aún para seducirte la tentación del poder, fíjate en María la Madre del Señor. De ella se dijo: “Bendita tú entre las mujeres… Dichosa tú, que has creído”. Y ella dijo de Dios: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. De ella la fe te enseña que es mujer, que dio a luz en pobreza, que huyó con su hijo a una tierra extraña, que vivió en la oscuridad y el silencio, que aprendió soledad en Nazaret y que la vivió consumada al lado de una cruz en la que, ajusticiado como criminal, moría su único hijo. Ella, “mujer de dolores”, es Madre de Cristo, madre de la paz. Sólo ella lo fue con el cuerpo. Tú lo eres sólo por la fe, pero tú como ella lo eres de verdad. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, porque son hermanos, hermanas y madres del Señor. Dichosos los que trabajan por la paz, pues ellos son hermanos, hermanas y madres de la paz. Bendición: En Cristo, Dios nuestro Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Que nadie deje de acoger a Cristo, para que nadie quede fuera de la paz. Dejad que el Espíritu de Cristo os renueve, para que, transformados en imagen viva de vuestro Señor, llevéis a todos su paz. Dichosos vosotros que amáis la paz y trabajáis por ella, pues Dios os reconocerá como hijos suyos. 
 
 + Fr. Santiago Agrelo Martínez 
Arzobispo emérito de Tánger