" Los padres de Jesús solían ir cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a
la fiesta, según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que
estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los
parientes y conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca. A
los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban
sombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron
atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados.
Él les contestó: ¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería
decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre
conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y los hombres."
*** *** ***
La escena evangélica merece ser leída con
detenimiento: nos habla de la familia de Nazaret como una familia religiosa
practicante; de la actitud de Jesús: una actitud de libertad, de madurez; de la
búsqueda angustiosa de unos padres, que
aceptan pero no entienden… Todo se recompuso felizmente. Jesús volvió a
Nazaret, y allí, en el espacio familiar, aprendió a hacerse y a crecer como
hombre. Su madre aparece como el sagrario de las palabras de Jesús, esperando
el momento de su plena comprensión y comunicación.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Si algo propician las fiestas navideñas
es el encuentro familiar. Y no es esta una aportación irrelevante. Pero en la
familia cristiana hay que ir más allá: hay que encontrar a la Sagrada Familia.
Los llamados “cambios de paradigma”
afectan también -¡y cómo!- a la familia. No es el momento de describir sus
múltiples rostros, pero sí de advertir de sus enormes riesgos.
La familia hoy necesita ser
“resdescubierta”, “liberada” y hasta “redimida”. No se puede asistir impasibles
a su desmoronamiento ni a su tergiversación. Es cierto que los tiempos nuevos
demandan formas nuevas, lenguajes nuevos pero no hasta el punto de convertir esa
novedad en una alteración radical.
La familia humana, en general, es una
realidad “tentada” por distintos proyectos de configuración, y ha estar alerta
para no apartarse de su perfil original. Este puede ser el gran servicio de la
familia cristiana: contribuir a esa “renovación” de la familia. Pero, para
ello, ella debe vivir en ese estado de “renovación”, pues “si la sal se vuelve sosa…” (Lc 14,34).
“La familia es escuela del más rico
humanismo” afirmó el Concilio Vaticano II, subrayando que “el bienestar de la
persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la
prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS nn. 52. 47).
Los textos de la palabra de Dios
iluminan el tema, arrojando chorros de luz sobre el mismo. Con un lenguaje muy
tradicional, el Eclesiástico comenta los deberes inherentes al cuarto
mandamiento: amor, respeto, comprensión con los padres, especialmente cuando la
debilidad menoscabe sus vidas. Los padres no deben ser desplazados ni
ignorados: son la memoria viva, con sus luces y sombras, del arco del arco de
la vida. Los padres ancianos tienen el derecho a ser despedidos con la misma
ternura con que ellos nos acogieron al nacer.
La carta a los Colosenses amplía el
horizonte familiar a la comunidad eclesial, en la que deben reproducirse los
sentimientos de una verdadera fraternidad, que se identifica como “familia de Dios” (Ef 2,19).
Y el evangelio nos ofrece el testimonio
de la familia de Nazaret. Un espacio de crecimiento en el respeto, la libertad,
y el amor.
La familia necesita confrontarse con
modelos sólidos, dignificadores y regeneradores. La familia de Nazaret ofrece
ese modelo: en su escuela podemos aprender las lecciones humanas y divinas para
que el hombre viva en plenitud el designio familiar de Dios. “Que Nazaret nos
enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera
belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su
pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social”
(Pablo VI, Alocución en Nazaret, 1964).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me siento
miembro de la familia de Dios?
.- ¿Cómo vivo a la
Iglesia?
.- ¿Cómo vivo a mi
familia de carne y sangre?
DOMINGO J. MONTERO
CARRIÓN, OFMCap.