lunes, 29 de junio de 2015
domingo, 28 de junio de 2015
DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
TE ENSALZARÉ, SEÑOR, PORQUE ME HAS LIBRADO.
SAN MARCOS 5, 21-43
"En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la
otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto
al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al
verlo se echo a sus pies, rogándole con insistencia:
-- Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con le acompañado de mucha gente
que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde
hacia doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de
tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de
mejorar se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y acercándose por
detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle
el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias
y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que había salido una fuerza de él, se volvió enseguida en medio de la gente, preguntando:
-- ¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
--Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”
Él seguía mirando alrededor, para ver quién
había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo
que había pasado, se le echo a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
-- Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
-- Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
-- No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie, más que
Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe
de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se
lamentaban. Entró y les dijo:
-- ¿Qué estrépito y que lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a
todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró
donde estaba la niña, la cogió de la mano, y le dijo:
-- Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
La niña se puso en pie inmediatamente y echo a
andar --tenía doce años--. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió
en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña."
NOS VAMOS DE PASCUA:
Para adentrarnos en el misterio de este
domingo, nos dejaremos guiar por las palabras del Salmista: “Te ensalzaré,
Señor, porque me has librado”. Son las palabras de nuestra oración
responsorial.
Son del Salmista porque él oró mientras
las buscaba a la luz de la fe para componer su poema, y porque oró cuando las
encontró para bendecir con ellas a Dios.
Y son nuestras, porque la Iglesia las ha
hecho suyas para que en nuestra Eucaristía cantemos las misericordias del
Señor: la gracia de su palabra, el amor de sus designios, la grandeza de su
creación, la belleza de sus obras, su victoria sobre la muerte.
A nuestro canto se unirá aquel jefe de
la sinagoga que tenía a su niña en la últimas, y que acudió a Jesús en busca de
curación y de vida. Y con nosotros estará también aquella mujer de los muchos
años enferma y de los muchos médicos que no habían podido curarla, aquella que
tuvo fe para robarle fuerza a Jesús. Todos unidos en la confesión de lo que
hemos vivido: “Cambiaste mi luto en danzas, Señor Dios mío”.
Pero aún no te hablé de él, del que ora
con nosotros, del que ora en nosotros, del que ora por nosotros; aún no te
hablé de Cristo Jesús, aunque en él llegasen a su cumplimiento las palabras del
Salmista, aunque de él fuesen evidente figura aquella mujer enferma y aquella
niña muerta.
Cristo Jesús es la verdad de las
palabras de nuestra oración; él es su sentido pleno.
Cuando nuestra oración confiesa lo que
hemos conocido de Dios, en verdad confiesa lo que, por la fe y los sacramentos,
hemos vivido y vivimos en comunión con Cristo Jesús.
Nosotros decimos: “Te ensalzaré Dios
mío, porque me has librado”, pero no es lo mismo decirlo sólo con el Salmista
que decirlo en Cristo Jesús.
No eres tú quien lo dice, sino Cristo en
ti y tú en él: “Señor, sacaste mi vida del abismo y me hiciste revivir cuando
bajaba a la fosa”. No eres tú quien agradece, sino Cristo en ti y tú en Cristo:
“Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo”.
Y porque estás en comunión con él, esta
es tu Pascua, Iglesia cuerpo de Cristo, este es tu salmo de resurrección, éste
es el misterio que recuerdas orando y que vives celebrando: Hoy te acercas a
Cristo para robarle tu curación y tu vida; hoy Cristo Jesús te toma de la mano
y te dice: contigo hablo, levántate, resucita; hoy tu vida queda escondida con
Cristo en Dios.
Hoy, cuando comulgues, con Cristo y con
los pobres suban al cielo las palabras de tu canto: “Te daré gracias por
siempre”. Lo cual indica que tienes intención de robarle también el cielo.
Feliz domingo, feliz encuentro con la
vida en Cristo Jesús.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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jueves, 25 de junio de 2015
domingo, 21 de junio de 2015
XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO: MARCOS 4,35-40
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra
orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas
lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca
hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo
despertaron diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se
puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento cesó y vino una gran calma.
Él
les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a
otros: ¿Pero, quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
*** *** *** ***
La revelación
de Dios en Jesús se hace “a través de
hechos y palabras intrínsecamente
ligados”. Comienzan ahora en el Evangelio de Marcos (4, 35 - 5, 43) los hechos
prodigiosos de Jesús, manifestando su dominio sobre las fuerzas de la
naturaleza (4,35-41), del mal (5, 1-20) y de la misma muerte (5, 21-43),
superando toda limitación geográfica (5, 1-20) o ritual (5, 24-34) .
En
la primera salida de Jesús al extranjero, atravesando el lago de Galilea, surge una tempestad que pone en
peligro la vida de los navegantes. Él interviene con su autoridad para serenar la
situación, provocando el estupor de los discípulos, a quienes recrimina su poca
fe. Además del valor histórico del relato, el evangelista pretende subrayar el
aspecto cristológico (serenando el mar, Jesús se revela como Dios: Sal 89,10;
65,8; 107,23-30; Jb 38,8-11) y eclesiológico (en toda travesía o salida la
Iglesia deberá afrontar
y asumir riesgos, “tormentas”, con serenidad y fe, consciente de la
presencia del Señor).
REFLEXIÓN PASTORAL
Dios siempre está con nosotros: se llama
Enmanuel. Vivir esta verdad es muy importante.
Pero hoy es no solo importante sino urgente caer en la cuenta de ello.
Cuando el papa Benedicto XVI en su visita a
Polonia se acercó al lugar del holocausto nazi, Auswitz, se preguntó “¿Dónde
estaba Dios? ¿Por qué se calló? ¿Cómo pudo tolerar este triunfo del mal?”. Y
todos los medios de comunicación se hicieron eco de la pregunta, para después
entregarse cada uno a aventurar una respuesta a su medida.
Preguntas que ya formulaba en apasionada
oración el creyente israelita: “¡Despierta,
Señor!, ¿por qué duermes? ¿Por qué nos escondes tu rotros, y olvidas nuestra
desgracia y opresión?” (Sal 44, 24-25), y que no rehuyó formular el mismo
Jesús en la cruz: “¿Por qué me has
abandonado?” (Mc 15,34).
Las preguntas del Papa no eran unas preguntas dubitativas, sino
sorprendidas. Preguntas surgidas desde la fe en un Dios Bueno. Porque ¡Dios
estaba allí!, en el sufrimiento, y estaba sufriéndolo; expulsado del corazón de
los verdugos y refugiado en el corazón de las víctimas. Y desde allí gritaba,
con “llantos y lágrimas” (Heb 5,7): “lo que hicisteis con uno de estos, conmigo
lo hicisteis” (Mt 25, 40)… Otra cosa es que se escuchara su lenguaje. Y eso
era lo que precisamente escuchaba allí Benedicto XVI, ese lenguaje de
Dios. Y una solidaridad tan profunda de
Dios es, ciertamente, sorprendente.
Hoy la primera lectura nos presenta la
respuesta de Dios a un Job aturdido y desesperado en su tragedia personal,
desde la que pretendía impugnar la justicia del plan de Dios e incluso la
existencia de que Dios tuviera un plan. Y Dios le abre a un misterio todavía
mayor, el de la creación…, pero, sobre todo, Dios le responde… Y Job acabará
diciendo: “Te conocía de oídas, ahora te
han visto mis ojos” (Job 42,5).
Esta es la diferencia: vivir de oídas o
desde un conocimiento personal. ¿Dónde estamos nosotros? De oídas se puede
iniciar el camino, pero no se puede mantener, porque la meta es el encuentro
con Dios.
El relato evangélico, por su parte, nos
habla, también, de una situación difícil unida a la sensación de la soledad.
Son muchos los elementos a considerar: la travesía, la tempestad, el miedo de
los discípulos, el sueño de Jesús, su autoridad sobre el mar y, sobre todo, la pregunta: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.
Por la reacción, parece que los discípulos a Jesús, a quien consideraban
ausente, “dormido”, todavía solo le conocían de oídas -“¿Pero, quién es este?”-. Porque Él siempre está. Se llama también
“Enmanuel” (Mt 1,23).
Sin caer en acomodaciones apresuradas, no
es difícil descubrir que, como entonces, hoy la travesía de la barca de la
Iglesia se realiza por aguas difíciles, azotadas por fuertes oleajes. Y muchos
se preguntan o nos preguntamos: ¿Dónde está el Señor? ¿Duerme? ¿No le importa
que nos hundamos?...
“¿Por
qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Estas palabras no pretenden restar
importancia a la gravedad del momento. Con ellas se invita al creyente, en
primer lugar, a caer en la cuenta de que Jesús no prometió cruceros de placer a
sus seguidores, sino que les propuso “su cruz”. Y, sobre todo, esas palabras
dicen que Jesús ni está ausente ni dormido. Estaba “a popa”, dejando que los
discípulos condujesen la nave; pero “estaba”, y cuando fue necesario “acalló”
la fuerza del huracán y “encendió” la fe de los discípulos.
Una lección actual y necesaria para
convertirnos en discípulos, como dice san Pablo en la segunda lectura,
“apremiados” solo por el amor de Cristo.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Conozco a Dios de oídas o desde una experiencia personal?
.-
¿De dónde surgen mis miedos y mis dudas?
.-
¿Qué me urge en la vida? ¿El amor de Cristo?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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domingo, 14 de junio de 2015
XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN MARCOS 4, 26-34
"En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
"El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la
semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él
sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va
produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después
los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el
hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha".
Les dijo también: "¿Con qué compararemos el
Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una
semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las
semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los
arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su
sombra".
Y con otras muchas parábolas semejantes les
estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían
entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les
explicaba todo en privado."
A DIOS LE GUSTA LA MOSTAZA:
Entre
los árboles del bosque, Dios escoge y planta una rama tierna. Entre las
semillas, el Reino de Dios se compara con la más pequeña de ellas.
La
pequeñez es el sacramento que evidencia la grandeza de Dios en la historia de
la salvación, en la vida de la Iglesia, en la vida de cada creyente.
La
pequeñez sin apariencia del grano de mostaza se hará enramada tan grande que a
su sombra podrán anidar los pájaros del cielo.
Ese
grano de mostaza, semilla insignificante, ni “atrayente a los ojos” ni
“deseable para lograr inteligencia”, se podría llamar «Belén Efratá»: “Y tú,
Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de
gobernar Israel”. Lo podrías llamar «cabaña de David»: “Aquel día levantaré la cabaña caída de
David, repararé sus brechas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré como antaño”.
Lo puedes llamar «resto de Israel»: “Aquel
día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no volverán a
apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el
Santo de Israel”. Lo puedes llamar «renuevo» y «vástago»: “Se desploma el Líbano con todo su esplendor;
pero brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago”.
El
secreto de la fecundidad asombrosa de lo pequeño es «El Señor»: su voluntad, su
misericordia, su fidelidad, sus promesas.
En
la pequeñez fecunda del grano de mostaza puedes ver representado el misterio de
María de Nazaret, la esclava que Dios ha enaltecido.
En
esa semilla, que ni semilla parece, puedes ver representado el misterio de
Cristo, del Hijo que ha descendido hasta lo hondo de la condición humana y, por
eso, ha recibido de Dios el nombre sobre todo nombre.
En
ese grano de mostaza se puede ver representado el misterio de la comunidad
eclesial, del pequeño rebaño de Cristo Jesús.
Por
eso haces tuyo el himno del salmista: “Es bueno dar gracias al Señor y tocar
para tu nombre, oh Altísimo; proclamar por la mañana tu misericordia y de noche
tu fidelidad”.
Por
eso haces tuyo el cántico de la esclava enaltecida: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado
la humillación de su esclava… el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su
nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación”.
El
Reino de Dios es como un grano de mostaza; es como el Cristo anonadado en la
encarnación, entregado en la Eucaristía; es como tú, Iglesia que caminas con
Cristo en pobreza y humildad.
A
Dios le gusta la mostaza. A Dios se le van los ojos tras su Hijo bautizado en
nuestra nada. Dios enaltece su misericordia y su fidelidad en la pequeñez de la
comunidad eclesial.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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domingo, 7 de junio de 2015
SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
SAN MARCOS 14, 12-16.22-26
El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
--¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
--Id a la ciudad, encontraréis un hombre que
lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle
al dueño: “El maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a
comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el
piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
--Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo:
--Esta es mi sangre, sangre de alianza,
derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
La razón dice
que, en la relación de Dios con el hombre, es Dios el que siempre pierde, pues
siendo él el Bien, el sumo Bien, el todo Bien, nada puede de nosotros recibir
que a él le falte, nada le podemos ofrecer que de él no hayamos recibido.
Aunque en la
relación con Dios no hubiese de considerar el abismo que se abre entre su
santidad y mi pecado, para el asombro bastaría considerar la desproporción que
acepta el Dios de la alianza, cuando dice: “Vosotros seréis mi pueblo, y yo
seré vuestro Dios”.
Lo dice la
razón y lo dice la fe: ¡No hay proporción entre lo que se recibe y lo que se da!
No hay proporción, pues Dios nos recibe a nosotros, y nosotros recibimos a
Dios.
No pienses,
sin embargo, que el amor que te ha buscado en lo hondo de tu miseria, te ha
abandonado donde te halló, pues si Dios bajó hasta ti, fue para subirte hasta
él.
Recuerda,
pues has de agradecerla siempre, la sangre de la alianza que hizo el Señor con
nuestros padres sobre los mandatos de su santa ley. Pero fija la mirada de tu
corazón en la sangre de la nueva alianza, fíjate en el que dice: “Ésta es mi
sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Si consideras las palabras,
son palabras tuyas, palabras de hombre, palabras familiares para una humanidad
que sufre. Si consideras quién las pronuncia, también es uno de los tuyos,
también es hombre, también conoce de cerca lo que quiere decir “sangre
derramada”. Si consideras dónde habla y qué hace, reconoces la mesa, el pan y
el vino de tu cena pascual. Todo es tuyo ¡y todo es de Dios!, pues la sangre
que sella la alianza nueva es la sangre del Hijo, y la alianza la hace Dios, no
ya sobre los mandatos de la antigua ley siempre transgredidos, sino sobre el
amor del Hijo, sobre la fidelidad del amado, sobre la obediencia del
predilecto, sobre el cuerpo entregado de Jesús de Nazaret.
En esta
alianza nueva, a Dios le responde en el hombre el amor mismo Dios.
Éste es,
Iglesia santa, el misterio que hoy puedes contemplar y gustar, pues por la
acción del Espíritu de Dios en ti y en tu eucaristía, comulgas con aquel Hijo,
con el predilecto, con Cristo Jesús. Para esto te ha dejado el Señor el pan y
el vino de su cena, para que, siendo una con Cristo, puedas ser de Dios en él,
puedas amar a Dios con él, puedas obedecer a Dios como él. Te han dejado el pan
y el vino de la Eucaristía para que la gracia anule la desproporción que te impone
la naturaleza, pues también tú, aunque pobre y pecadora, responderás a tu Dios
con la fidelidad de su Hijo, con el amor de su Hijo, con la obediencia de su
Hijo.
Feliz día del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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martes, 2 de junio de 2015
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