domingo, 28 de febrero de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 2º DE CUARESMA


 SAN MARCOS 9, 1-9. 

    “En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.

     Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

    Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo.

    De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

     Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.”

 

                                            ***             ***             ***

 

    El relato de la Transfiguración es un relato de revelación. Muestra la centralidad plenificadora de Jesús -entre Elías, el profeta de los últimos tiempos, y Moisés, el revelador de la Ley-, y su verdad íntima y última: el Hijo amado de Dios. La invitación a “escucharle” es la tarea de quien quiera ser su discípulo. Una escucha cordial, que ha de traducirse en la vida. La “conversación” de Elías y Moisés con Jesús desvela, además, que de él, de Jesús, reciben su luz y su plenitud la Ley y los Profetas (Mt 5,17).

REFLEXIÓN PASTORAL 

     Avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud, era el horizonte que el pasado Domingo nos marcaba la oración colecta de la misa. Y para eso hoy Jesús, junto con Pedro, Santiago y Juan, nos lleva al monte de la Transfiguración. Necesitamos inundar nuestra vida con su luz, para ser “luz del mundo” (Mt 5,14); necesitamos acceder a su verdad más íntima, para ser testigos de la Verdad…

     El escenario que contempla el evangelio de este domingo es radicalmente distinto al del domingo pasado: del desierto inhóspito y  árido, al monte luminoso de la Transfiguración; del Jesús tentado por el diablo, al Jesús glorificado por el Padre; del “Si eres hijo de Dios…”, al  Este es mi Hijo”.    

     La Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de situarnos en la ruta de Jesús, de asumir sus proyectos, ya que “mis planes no son vuestros planes” (Is 55,8), de abrir nuestro corazón a su evangelio -“convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15)-, y esto exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo. Un camino que solo podremos recorrer y un ritmo que solo podremos mantener, iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor.

     De ahí que exclame san Pablo: “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (2ª lectura). Aún las situaciones aparentemente más contradictorias y desesperadas encuentran la perspectiva justa cuando los ilumina la fe. Dios es quien da la auténtica dimensión a las cosas. Sin él todo se desdibuja, se tergiversa…, y el hombre y el mundo quedan desenfocados, sin perspectiva.

     La primera lectura nos ofrece un ejemplo claro de cómo quien se abandona, quien abraza cordialmente el plan de Dios, no queda frustrado. ¡Dios no defrauda, ni merma! ¡Devuelve, enriquecida, nuestra ofrenda!

     A Abrahán se le exige que sacrifique su futuro, su hijo único, al que quiere, a Isaac, y él no pregunta, no se revela, no formula ningún “pero”… ¡Dios proveerá! Se fía de Dios más que de sí mismo… En definitiva, su futuro no estaba en su hijo, su futuro era Dios y estaba en Dios. Y obedeciendo a Dios hasta el final no perdió a su hijo, y ganó el futuro.

    Por el contrario, nosotros ¡cuántas veces nos desestabilizamos ante cualquier dificultad e impugnamos el proceder de Dios, haciéndole responsable de nuestra irresponsabilidad! ¡Cuántos porqués dirigidos a Dios, deberíamos responderlos nosotros mismos!

     Nos cuesta aceptar la limitación inherente a nuestro ser de criaturas; nos cuesta abrazar cordialmente las exigencias de la conversión cristiana; nos cuesta desprendernos de nuestros esquemas de vida para acoger los del Señor; nos cuesta todo tanto, hasta parecernos imposible; nos falta clarividencia para descubrir la auténtica verdad, más allá de la aparente verdad de las cosas…, porque nos falta la experiencia de Dios, de su cercanía, de su presencia. Y un creyente sin experiencia de Dios es una contradicción. Sin sentir esa presencia íntima, esa fuerza de Dios, la vida cristiana es imposible. No es una aventura sino una locura.

     Profundicemos en el mensaje de la palabra de Dios, que nos invita a situarnos en la ruta de Jesús, a caminar a su ritmo; a hacer un camino que, gracias a Dios, pasará por la etapa del monte Calvario, pero que tiene su meta definitiva en el de la Transfiguración. Una ruta que, contra toda apariencia, tiene sentido, porque es Dios quien la da el sentido, ya que “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31)

      El evangelio de hoy ilumina la Cuaresma, descubriendo su auténtico sentido: la meta de la conversión cristiana no es la mortificación, sino la transfiguración

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me fío y confío en el Señor?

.- ¿Hasta dónde permito que Dios “invada” mi vida?

.- ¿Es la luz y la verdad de Dios las que iluminan mis pasos?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

domingo, 21 de febrero de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 1º DE CUARESMA

 


SAN MARCOS 1, 12-15.

   " En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva."

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Jesús es Mesías e Hijo de Dios, pero en la debilidad de la condición humana: la tentación (cf. Flp 2,6-8). También él tiene que vivir la prueba y el desierto. Marcos, desde el principio, quiere evitar una visión equivocada de la persona  y misión de Jesús. Por otra parte, la alusión a la convivencia con las fieras y al servicio de los ángeles sugiere la realidad de Jesús como el  “último Adán”, el hombre verdadero. 

 

REFLEXIÓN PASTORAL

     El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma.  Tiempo favorable” (2 Cor 6,2,) porque nos invita a “avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y a vivirlo en su plenitud Cristo” (oración colecta).  En la ceremonia de la imposición de la ceniza se nos dijo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y es que solo así podremos alcanzar el objetivo de la Cuaresma. Los textos bíblicos de este primer domingo ofrecen puntos luminosos para entregarnos a este quehacer.

     La vida hay que vivirla con esperanza porque, más allá de los avatares puntuales de la historia, está garantizada por Dios, que ha empeñado su palabra en un pacto gratuito e incondicional (1ª lectura), renovado en la sangre de la Nueva Alianza (2ª lectura).

     Dios es nuestro aliado, está a nuestro lado, está de nuestra parte, aunque en ocasiones tengamos la sensación de estar solos y abandonados. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Y esta es una convicción necesaria para atravesar los desiertos de la vida, sembrados de tentaciones y dificultades.

      El evangelio nos presenta a Jesús empujado por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y acogedor a un tiempo; “archivo histórico” y “espacio penitencial” y “esponsal” para la memoria de Israel. La experiencia de Jesús en el desierto, como la experiencia de Israel, fue una experiencia guiada por Dios. Dios conduce al desierto para darse a conocer sin filtros y para conocer sin máscaras.

      Y allí pasó Jesús 40 días, como Moisés en el Sinaí (Éx 34,28), como Elías en el Horeb (1 Re 19,1-8). Y “se dejó tentar”. Con este pasivo san Marcos apunta a que la tentación no se le impuso, sino que la permitió él, mostrando así su voluntad de hacerse semejante a los hombres (Flp 2, 8), y de enseñarnos a ser hombres en la tentación.

     Sin embargo, a diferencia de los otros evangelistas (Mt y Lc), san Marcos no detalla las tentaciones ni habla de ayunos, pero subraya algo que silencian los otros: “Vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Procediendo así, por una parte muestra la realidad humana concreta de Jesús en un discernimiento personal, en una búsqueda del sentido de su vida, y por otra, presenta su figura como el nuevo Adán, en armonía con los animales en el Paraíso. Pero con una diferencia, Jesús no sucumbió a la tentación, como sucumbió Adán.

         Y clarificada su vocación, Jesús se entrega a la misión. La enseñanza es clara: antes de cualquier misión se requiere una clarificación; pero una vez alcanzada ésta, se impone la misión.

         Transitemos por este “tiempo oportuno” y de “oportunidades” que es la Cuaresma. ¡Ojalá en él escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos el corazón.

 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la Cuaresma?

.- ¿Cuáles son mis tentaciones?

.- ¿Cuáles son mis obras de conversión?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 14 de febrero de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 6º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


SAN MARCOS 1, 40-45. 

    "En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes."

 

Leprosos… amados:

 

Estaba en el lugar que me asignaba la ley. No era siquiera un pecador: era simplemente un leproso, un excluido, un señalado, una amenaza, un peligro… un divorciado, un emigrante.

Harapiento, despeinado, con la barba rapada y gritando: «¡Impuro, impuro!», para que los puros no se contaminen… fuera de la comunidad, fuera de la comunión… un divorciado, un emigrante.

Allí me habían dejado solo la ley y sus intérpretes, el bienestar de los escogidos y su futuro, la ortodoxia y el sentido común. Y allí me hubiese quedado hasta que la muerte amiga viniese a quedarse con mi impureza y mi soledad, con mi enfermedad y mi pecado, con mis miedos y mi desesperanza.

Pero Jesús salió del campamento, vino a mi encuentro… Aquel hombre decía palabras que traspasaban de esperanza el corazón: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a justos sino a pecadores”.

Olvidada la ley que me excluía y la ortodoxia que me señalaba, buscando pureza en aquel sacramento de misericordia, me acerqué a él, y de rodillas, dejé que le hablasen la fe y la esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Entonces me abrazó su compasión, él extendió su mano –aunque todavía no era la hora de la cruz-, me tocó, y me dijo: “Quiero: queda limpio”.

Aquella mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor; pero él, Jesús, se quedó con mi lepra, y se quedó fuera, en lugares solitarios –aunque todavía no era la hora de que lo sacasen fuera de la ciudad, al lugar donde, para destruir la lepra y manifestar la pureza, extendió sus brazos en la cruz-.

“Dichoso el que está absuelto de su culpa”; dichosos los leprosos, a los que se les ha contagiado la pureza de Dios: que se alegren con su Señor; que lo aclamen todos los días de la vida.

En este domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”; y eres tú quien escucha la palabra de la verdad: “Quiero: queda limpio”.

Ya no podrás olvidar este encuentro, pues en él se te han revelado misterios que sobrepasan todo conocimiento: el misterio del amor de Dios, el misterio de la vulnerabilidad de Dios, el misterio de tu comunión con él en el amor y en la vulnerabilidad.

Si no olvidas el misterio en que has entrado, tampoco olvidarás tu salmo de alabanza por lo que has conocido de Dios: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación”.

Feliz domingo a todos los amados de Dios.

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 7 de febrero de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 5º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


SAN MARCOS 1, 29-39.

     “En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

    Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca.

    Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

    Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.”

                                      ***    ***    ***                 

    Tres momentos destacan en este relato: 1) la curación de la suegra de Pedro (que muestra el talante natural de Jesús, atento a los detalles. 2) Un sumario que globaliza su actividad sanadora y regeneradora de la vida. 3) La indivisible unión entre oración y misión. Marcos subraya que Jesús no se deja hipotecar por la popularidad; no se detiene a rentabilizar el éxito; su tarea es evangelizar, pasar por la vida haciendo el bien, gratuitamente.

REFLEXIÓN PASTORAL

           Jesús es un centro, un foco de salud y de vida. Entra en la historia anunciando y realizando el Reino de Dios, es decir, anunciando y realizando la presencia salvadora de Dios, a todos los niveles y en todos los lugares.

            Nos cuenta hoy el evangelista Marcos que, al salir de la sinagoga de Cafarnaún, donde acababa de curar a un enfermo, Jesús se dirige con los primeros cuatro discípulos a la casa de Simón y de Andrés. Al entrar, se entera de que la suegra de Simón está enferma, inmediatamente se acerca a ella, interesándose por su estado; le toma de la mano y le devuelve la salud, incorporándose ella a los quehaceres de la casa. Se trata casi de una anécdota intranscendente, que nos habla, sin embargo, elocuentemente de la sensibilidad de Jesús. Para él nada ni nadie es irrelevante. Tampoco nosotros. “Confiad vuestras preocupaciones a Dios, que él se interesa por vosotros” (1 Pe 5,7). “Él sana los corazones destrozados”  aclamamos en el salmo responsorial.

          Al atardecer, pasado el sábado, la casa de Simón y de Andrés se ve rodeada de enfermos que buscan ser curados. Y Jesús, nos dice el evangelista, devuelve a muchos la salud. Pero no termina ahí su quehacer.

         Cuando todos duermen, él sale a un lugar solitario a orar. La oración es un aspecto fundamental de su acción evangelizadora. A Jesús no le bastaba estar con los hombres, ni siquiera morir por los hombres; necesitaba momentos de absoluto, de comunicación y comunión íntima con el Padre Dios. Jesús necesita verificar al Padre en su vida y verificar su vida ante el Padre. Ese es el sentido más profundo de su oración.

           Y esto es importante destacarlo, porque aquí suele residir el fallo de no pocos proyectos de evangelización y de no pocos evangelizadores: la falta de la oración. Evangelizar no es solo transformar el mundo, sino transformarlo según el designio de Dios. Para eso hay que contemplar a Dios. Y eso no se improvisa. ¿Cuánto tiempo dedicamos a programar? ¿Y a orar? ¿Oramos nuestras programaciones? ¿Oramos nuestra pastoral? ¿Oramos nuestra vida?

         Advertida su ausencia, los discípulos le buscan nerviosos. “Todo el mundo te busca”, le dicen al encontrarle, en un intento de hacerlo regresar al fervor de la multitud entusiasmada. Pero Jesús no se deja monopolizar ni marear por los aplausos. (¡Otra tentación de la evangelización y del evangelizador!) Su misión es hacer el bien, sin detenerse a rentabilizarlo; por eso les dice. “Vamos a otra parte…, que para eso he salido”.

         Y es que Jesús todavía es necesario, y “todos le buscan”. Todos los que como Job, en la primera lectura, buscan el sentido de la vida. Para ese hombre, descrito como jornalero, resignado, muchas veces sin horizontes ni perspectivas, agotado, desasosegado, “con el corazón destrozado” (salmo responsorial), para ese hombre debe seguir resonando y actualizándose el evangelio de Jesús. Y ¿cómo? A través de hombres que sientan en lo más hondo de su ser la urgencia de prestar ese servicio.

           ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”, exclama san Pablo en la segunda lectura. Y para eso no duda en hacerse “débil con los débiles…, y todo a todos”. Sabiendo que en ese deshacerse por el Evangelio está construyendo su futuro personal, y un futuro mejor para los demás.

          Hoy se nos hace una llamada a salir de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre que es, paradójicamente, el alimento diario de millones de hombres.

           La palabra de Dios nos invita hoy a dirigir la mirada a Jesús, fuente de vida y de salud, modelo de evangelizador con la acción y la oración;  a dirigir la mirada al hombre para ofrecerle, desde la propia vivencia, el mensaje sanador y esperanzador de la caridad del Evangelio como alternativa a una vida que se consume sin esperanza (y muchas veces hasta sin pan); y a dirigir la mirada a Dios, para pedirle la audacia que, como a Pablo, nos lleve a servir con generosidad la causa del Evangelio, que muchas veces es la causa de los menos favorecidos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento la urgencia de anunciar y hacer presente el Evangelio de Jesús?

.- ¿Se consume mi vida en una atonía existencial?

.- ¿Busco de verdad a Jesús?

 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.