SALMO 15
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien."
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa
mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a su derecha.
El Señor, mi bien:
El hermano Francisco de Asís
había llegado al final de su proceso de conversión. El Señor lo había visitado
en el monte Alverna, y en su cuerpo quedaron llagas evidencia de una
crucifixión. Entonces, de su puño y
letra, Francisco escribió un cántico al amor de caridad que lo había crucificado:
“Tú eres el santo Señor Dios único, el que haces maravillas… tú eres el
bien, el todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero…”.
Francisco, crucificado, ya puede decir con verdad: “Mi Dios, mi todo”.
Teresa de Jesús dijo lo mismo con
una rima para grabar en el alma: “… Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo
Dios basta”.
Es ésta la plenitud que nosotros
aprendemos mientras oramos con las palabras del salmista: “Yo digo al Señor:
«Tú eres mi bien». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte
está en tu mano”.
Este salmo bien pudiera ser la
oración de un levita en el día de su dedicación, o la de un sacerdote en el día
de su consagración. Para ellos, que no heredarán en la tierra prometida, “el
Señor será su heredad”, su único bien, todo su bien.
El salmista anticipa en la vieja
alianza, como figura profética, la relación de Cristo Jesús con el Padre del
cielo. Francisco y Teresa imitan en la alianza nueva lo que en Cristo Jesús han
visto cumplido. Sólo en Jesús de Nazaret el hombre llega a decir a Dios con
toda verdad: “No tengo bien fuera de ti”.
Esta experiencia de Dios como
plenitud del hombre es la que hace posible en el creyente –en el salmista, en
Jesús, en los discípulos de Jesús- la disponibilidad necesaria para ponerse en
camino, asumir la propia misión, aceptar en libertad la llamada de Dios.
Si Dios es mi todo, lo demás resultará
espiritualmente indiferente. Si Dios es mi todo, y el amor de Dios se me ha
hecho fuente de libertad, lo podré aceptar todo con tal de hacer en mi vida la
voluntad de Dios.
Queridos: Sólo en el Altísimo
Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, Dios lo es todo para el hombre y el
hombre se adhiere en todo a la voluntad de Dios. Nosotros, pecadores, somos por
gracia hambrientos de plenitud y de fidelidad, sedientos de amor y de libertad.
Propio de pecadores que buscan a Dos es la súplica humilde, porque la caridad
divina lleve a término en nosotros lo que ella misma comenzó. Desde lo hondo del
corazón, suba hoy hasta el cielo, con palabras del hermano Francisco, la oración
de nuestra pobreza: “Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios,
concédenos por ti mismo a nosotros, míseros, hacer lo que sabemos que quieres y
querer siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purificados,
iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos
seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar,
por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad
vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de
los siglos”.
Sólo el Hijo amado de Dios
recorre con fidelidad el camino que lleva al Padre. Nosotros deseamos seguir
sus huellas, seguirlas de cerca, tan de cerca que, en realidad, lo que deseamos
es llegar a la plena comunión con él, a ser uno con él.
El cielo se asombrará, hermano
mío, hermana mía, cuando en él resuenen hoy las palabras de tu salmo: “Yo
digo al Señor: «Tú eres mi bien»”. En una sola voz, el Padre oirá la del
Hijo y la de la Iglesia,
la de Cristo Jesús y la tuya.
Feliz domingo, Iglesia amada del
Señor.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger