lunes, 26 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL


A modo de EPÍLOGO 

La noticia de la muerte de Inés, con fama de alta santidad, conmovió a la ciudad de Asís y todos sus contornos, por lo que acudió muchísima gente. 
Ante su cadáver, que todos querían ver (pues era una virgen bellísima) se realizaron ya prodigiosos milagros que atestiguaban su santidad: curaciones repentinas de varias personas que invocaron su ayuda. 
Por este motivo, todo el pueblo de Asís allí reunido y tanta gente de sus contornos, la proclamaron “Santa”. 
Después, sabiendo la gente, que concedía el Señor, por intercesión de su sierva Inés, tantas gracias de todo género, creció mucho la devoción de encomendarse a ella, sobre todo en enfermedades incurables, que quedaban al punto, sanos. 
Así lo cuentan ciertas crónicas antiguas, y verdaderos milagros hechos por la santa, que se aparecía, llena de gloria, a las personas sufrientes (en varias ocasiones a diferentes enfermos) que ponían en manos de Inés la curación deseada, y se efectuaba en el momento. 
Con estos signos tan notables de santidad, se pasaron años… y hasta siglos… 
El pueblo, (sobre todo en Italia) seguía llamándola “santa” de generación en generación, y la gente recibiendo gracias muy grandes por su intercesión poderosa... 
Aunque fue sepultada en el Convento de San Damián, fue después “trasladado el cuerpo de este sagrado Convento al convento de San Jorge de Asís.” 
“Y porque esta gloriosa heroína, ha tenido cerca de quinientos años perenne culto en todo el ducado de Espoleto, Asís, Florencia y otras importantes poblaciones de Italia, se dignó la Santidad del Beatísimo Padre Benedicto XIV en el año 1752 expedir el decreto de su canonización, con extensión de culto a todo el orbe católico, y concesión de Misa y rezo a toda la Orden Seráfica del Padre San Francisco” (7) 

(7) Apunte tomado de un tratado antíguo publicado en MADRID, 1852

domingo, 25 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo XII)


EL VIAJE FINAL: ¡HACIA EL PARAÍSO! 

Han pasado varios años 
 e Inés, lejos de su hermana 
oye alarmantes noticias 
de la enfermedad de Clara. 
Inés sufre tanto más 
cuanto no viendo a la hermana 
se imagina los dolores 
y más tristeza la embarga. 
 La dicen que el Santo Padre 
fue al Convento a visitarla 
y quedó muy conmovido 
a la vista de la Santa.. 

Al fin, Dios a Inés la premia: 
Ha querido consolarla,
 llevándola a San Damián 
con su amadísima Clara. 
Son momentos de aflicción,
 pero de consuelo y gracia 
pues llegará bien a tiempo, 
 ya que va a morir su hermana. 
Cuando se extingue la vida 
de la “plantita seráfica” 
Inés recoge a su lado 
 con ansiedad sus palabras: 

- “¡Inés, dulce hermana mía! 
 ¡qué gozo, qué gran consuelo
 poder tenerte a mi lado 
en mis últimos momentos! 
Porque me voy de la tierra, 
no te aflijas, hija amada 
 que el cielo es nuestro destino,
 nuestra verdadera patria”.

 Inés exclamó llorando: 
 -”No te vayas, madre mía…! 
espera un poco de tiempo… 
¡No podré vivir sin ti! 
¡Dios mío…! ¡qué desconsuelo!”

 - “¡No llores, Inés querida! 
¿ves? se acaba mi destierro…
 ¡Morir de amor… es tan dulce!”

 - “¡Pues morir contigo quiero!”
E Inés siguió sollozando,
 y dijo con ese acento:
 - “No me dejes… quedo sola… 
hundida en mar de aflicción… 
¡el corazón desgarrado…! 
¡Llévame, Clara, al Señor!” 

-”Sí; pronto me seguirás… 
¡Ten la lámpara encendida, 
pues el Esposo se acerca, 
y en breve será tu dicha!” 

 -”¡Qué feliz me haces hermana 
con tan dulce profecía! 
pues morir quiero de amor 
como tú, hermana querida.”

 - “¡Oh! ¡Cuán dulce es el morir! 
¡Veo a la Virgen María… 
y los ángeles que entonan 
suavísimas melodías…!” 

Y Clara seguía diciendo 
hablando consigo misma: 
- “Parte segura, alma mía: 
que el Dios que te redimió, 
va a recibirte en sus brazos
 para ser tu eterno amor!... 
Muero… ya veo otra luz… 
¡Pronto! ¡Ven…! ¡Señor Jesús! 

Después de haber presenciado 
 Inés y demás hermanas, 
una muerte tan preciosa, 
han quedado emocionadas. 
Entre lágrimas y cantos 
y visiones celestiales 
 se había dormido Clara 
en los brazos de Dios Padre. 
Ahora Inés quedó viviendo
 más que en vida natural 
con esperanzas y anhelos 
de la Patria celestial. 
Se pasó muy pronto el tiempo 
e Inés enfermó de muerte: 
 ella esperaba reunirse 
en breve a su Hermana ausente. 
El otoño con sus vientos 
 y sus hojas amarillas, 
 con su emigración de pájaros 
y ausencia de florecillas, 
invitaba a recogerse 
en silenciosa oración: 
En San Damián, las Hermanas 
lo hacían con emoción, 
pues Inés seguía grave 
en el lecho del dolor. 
Y en efecto, a los tres meses 
de haber muerto Santa Clara 
con muerte igual de envidiable 
 la seguiría su hermana. 
Y se acerca ya la muerte; 
son momentos inefables 
 en que se palpa el misterio: 
¡Dios presente! ¡inexplicable! 
Y así, en los brazos de Cristo, 
 el Esposo tan amado, 
 entra Inés en su reposo 
en aquel gozo añorado. 
Sí; ella entraba gozosa 
en el cielo entre los santos, 
con la Virgen y con Clara, 
y con un canto en los labios. 
¡Qué dulce morir de amor!
 ¡qué feliz, morir cantando! 
abrasada en ese amor, 
¡en el amor del Amado! 
Al entrar al Paraíso 
esta humilde y nueva santa 
tuvieron que resonar 
 armonías sobrehumanas:
¡El cántico de las vírgenes 
que seguían al Cordero; 
de sin igual hermosura 
siempre antiguo y siempre nuevo! 

En la paz de aquella tarde 
una gran melancolía, 
se posó sobre el ambiente: 
 las Hermanas se arrodillan 
y lloran por esta pérdida 
de la Hermana tan querida. 
Una luz esplendorosa 
extingue el anochecer. 
Una nueva Estrella al cielo 
le acababa de nacer. (6) 

Fue Inés al igual que Clara 
ferviente contemplativa,
primicia en la Orden de Hermanas 
y la siguiente “plantita”, 
que extendió con celo ardiente 
 su evangélico carisma.

Invoquémosla con fe 
pues está canonizada: 
Es ya SANTA INÉS de ASÍS 
hermana de SANTA CLARA. 
Celebremos su heroísmo 
con ilusión y alegría: 
19 de Noviembre 
¡es su fiesta! ¡es su día! 

(6) Autorizó su culto el Papa Benedicto XIV en 1752

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


SAN JUAN 18, 33b– 37

 En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús: 
- ¿Eres tú el rey de los judíos? 
 Jesús le contestó: 
- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? 
Pilatos replicó: 
- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has hecho? 
Jesús le contestó: 
- Mi reino no es de este mundo. Si me reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. 
Pilatos le dijo: 
- Conque, ¿tú eres rey? 
Jesús le contestó: 
- Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y por eso he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
En la eucaristía y en los pobres nos visita… ¡El Rey! 

A un pobre, juzgado por sanedrines teocráticos y magistrados imperiales, condenado por todos, ajusticiado como blasfemo, como esclavo y criminal, y sellado en un sepulcro para enterrar allí con su cuerpo también su memoria, a ese pobre los cristianos lo celebramos en la liturgia de cada día, que es lo mismo que decir, lo recordamos con agradecimiento y con fiesta, y lo declaramos, no sólo nuestro Rey, sino El Rey del universo, ¡El Rey! 
Interrogado por el procurador romano: ¿Eres tú el rey de los judíos?, Jesús de Nazaret, un hombre despojado de todo poder, un acusado a quien todos podían escupir y despreciar, humillar y atormentar, responde: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. 
Ese hombre, Jesús, con su púrpura de burla, su corona de espinas, su trono de crucificado, ése es el Rey ante quien nosotros nos inclinamos, henchidos de luz los ojos, henchido de gozo el corazón; ése es el Rey a quien hoy aclamamos diciendo: El Señor reina, vestido de majestad. 
 En ese hombre, en ese pobre, en su abandono, en su debilidad, reconocemos el amor que da consistencia al universo, la fuerza que lo mueve; en ese retoño sin aspecto que pudiéramos apreciar, en ese desecho de hombre, reconocemos al Hijo más amado, en quien el Padre quiso fundar todas las cosas: Así está firme el orbe y no vacila. 
En ese crucificado reconocemos a Aquel que nos amó y nos liberó de nuestros pecados y nos ha convertido en un reino, y nos ha hecho sacerdotes de Dios. De ese hombre nos fiamos. A ese Rey le abrimos de par en par las puertas de nuestra vida 
Sea que lo recibamos resucitado y humilde en la divina eucaristía, sea que lo recibamos herido y necesitado en el cuerpo de sus pobres, es siempre el Rey quien entra en nuestra vida, es el Señor quien se sienta como rey eterno, es el Señor quien bendice a su pueblo con la paz. 
Pero éstas son sólo cosas de la fe, misterios que la fe revela, alegría que ella pone en el corazón, luz que ella enciende en la mirada. El milagro de la fe nos permite ver al Rey, recibirlo y abrazarlo en la Eucaristía y en los pobres. 

 Feliz día de Cristo Rey.

Siempre en el corazón Cristo. 
+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

sábado, 24 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo XI)


PROGRESO EN LA VIRTUD 

Corría el tiempo y se pasaba, 
 en la vida conventual, 
que fundara Hermana Inés 
como un nuevo San Damián. 
Ella con fervor creciente 
sigue animando a las almas 
 para que crezca su amor 
y sea como ardiente llama. 
Mas, otra cosa importante 
del carisma franciscano, 
es la altísima pobreza, 
y ella solía explicarlo. 

¿Qué decir de la pobreza?... 
 - Pues que Clara y San Francisco
 la adoptaron como vida 
 porque la vieron en Cristo. 
Y así podía decir 
San Francisco a sus hermanos 
que sólo conocía “a Cristo, 
desnudo y crucificado”. 
De ahí, nuestra Hermana Clara 
ama tanto la pobreza, 
pues la ha visto reflejada 
 en Jesús, su vida entera: 
“Las aves tienen sus nidos;
 las raposas, madrigueras; 
 mas, Nuestro Señor no tuvo 
dónde apoyar la cabeza” 
Así, hermanas amadas, 
 esta pobreza total, 
se extiende a todas las cosas 
y aún al mismo desear. 
“No queráis, pues, tener nada; 
nada os deleite ni agrade; 
nada bajo el sol os llene, 
si no sólo Dios, Bien grande; 
¡Bien excelso en infinito, 
 Bien cumplido y todo amable!”(4) 
“¡Solas con Dios! ¡oh Riqueza!
 ¡Él es Tesoro inefable! 
¡Solas!, sin nada que aliente, 
¡Solas, sin dulce amistad… 
como Cristo en la Cruz solo, 
y muriendo en soledad!”... (5) 
Así oraba San Francisco, 
 diciendo en pocas palabras: 
 “Dios mío y todas mis cosas, 
¡oh Riqueza soberana!” 
Y que Clara repetía, 
con ternura al pronunciarlas.
 Inés, al tener ahora 
que recordar estas cosas,
 las ha vuelto a revivir 
con intensidad más honda. 
Y su alma tan hermosa 
se ha llenado de nostalgias, 
de recuerdos imborrables, 
de ternura y de lágrimas… 
Pero así iba modelando 
y enseñando a las Hermanas
 la belleza del carisma 
de la vida franciscana. 

Que en esencia es solamente 
vivir el Santo Evangelio, 
que Cristo Jesús nos diera, 
¡con su luz, y sus consejos! 

Ahora ya nada la arredra,
 pues ha hecho de su vida 
un holocausto de amor, 
 y está firme y persuadida; 
de que este amor es un fuego 
que nadie podrá apagar, 
ni los ríos caudalosos, 
ni las tormentas del mar… 
Su amor no tiene fronteras 
ni su celo por las almas;
 intercede por el mundo 
porque ese fuego la abrasa. 
Y no es ya sólo en Florencia; 
que hubo de fundar más casas. 
Una tradición existe 
de que hay bastantes conventos 
que hoy se tienen por fundados 
por Santa Inés, en su tiempo. 
Así ella ha modelado 
y enseñado a sus Hermanas 
 toda la vida espiritual 
porque de verdad las ama. 
 Y a la Virgen Madre nuestra 
ella nombra sin cesar; 
la Señora de los Ángeles 
la ayudó en todo lugar. 
Es con Cristo –las decía– 
advocación franciscana, 
que vio nacer nuestra Orden: 
¡Es nuestro amor y esperanza! 
Y cumpliendo su deber c
on total abnegación, 
llegó a ser una abadesa 
modelo de perfección. 

(4) Pensamientos de los Escritos de San Francisco.
(5) El grito de Jesús en la Cruz más impresionante: "Dios mío, Dios mío ..."

viernes, 23 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo X)


SEMEJANTE A SAN DAMIÁN 

Con estos hondos anhelos 
de servicio a las Hermanas, 
comienza Inés la tarea 
de organizar la jornada. 
La oración será en principio 
 lo que más han de cuidar; 
pues siendo contemplativas 
es siempre lo principal. 
 Otra cosa muy importante 
 son las instrucciones santas; 
 el estudio, la doctrina 
son siempre muy necesarias. 
Trabajarán en común 
en santa fraternidad, 
y mientras trabajan, oran 
como se hace en San Damián. 
 Igualmente han de tener 
 tiempo de santa expansión 
donde concordes, unidas, 
se alegren en el amor. 
Así, Inés, sigue el trabajo 
 animando a las Hermanas: 
 las instruye, las enseña 
con sus consejos y pláticas. 
Con empeño, con desvelo, 
a todas ama y alienta, 
ante las dificultades 
que más o menos se encuentran, 
en la vida de oración… 
en la altísima pobreza... 

De la oración, por ejemplo, 
les diría con confianza 
que la vida de oración 
es respiración del alma: 
¡Por eso es tan importante! 
y siempre hay que practicarla. 

¿Qué es, pues, la oración entonces?

- La oración es nuestro encuentro 
con nuestro Dios y Señor; 
con nuestro divino Amado, 
que nos llamó a su mansión. 
Aquí hemos de ofrendarle 
nuestra vida por entero; 
contemplar siempre su Rostro 
Rostro de Cristo ¡tan bello! 
Y esto nos repite Clara: 
¡Que Cristo, y Crucificado 
es la imagen del amor 
más sublime y consumado. 
Y si lo consideramos 
en la Santa Eucaristía, 
el amor que nos demuestra 
nos embarga de alegría, 
 por su presencia constante 
y amorosa cercanía. 
De la Santa Eucaristía 
es, según piensa la Iglesia, 
de la que hemos de vivir: 
Ella es nuestra vida entera. 
Nuestro Padre San Francisco 
ha escrito de este misterio 
enseñanzas admirables 
que con frecuencia leemos. 
Él nos dice que tengamos 
a Jesucristo por Centro 
 y que hemos de recordar 
¡que en el altar está entero! 
 Con su Cuerpo y con su Sangre 
Él está en la Eucaristía: 
¿cómo se podría soñar 
 tenerlo en tan cercanía? 
¡Es un prodigio sublime, 
sin término y sin medida! 
Así nuestra Madre Clara, 
de siempre se ha preocupado, 
de que su culto sea digno 
esté todo limpio y santo. 
Y así poder adorarlo 
sin cansancio, noche y día: 
 ¡está ahí el Esposo Amado! 
¡El que es toda nuestra vida! 
De ellos, de Clara y Francisco 
 tenemos alta enseñanza: 
esto exige nuestra vida 
contemplativa, abnegada.

jueves, 22 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo IX)


EN FLORENCIA 

Inés llegó al monasterio 
de Monticelli asignado; 
pero se siente muy sola 
 para su misión y encargo. 
En este nuevo convento 
ella se ha de organizar, 
su vida y su convivencia
semejante a San Damián. 
Para eso fue enviada 
 y cumplirá con su encargo 
 respecto de sus Hermanas, 
de su bien, de su cuidado. 
Ahora ha de transmitir 
 todo lo que ella ha vivido; 
y su celo por las almas, 
en lo que se ha distinguido. 
 Pues, tiene Inés tal concepto 
de su vocación seráfica, 
que a toda la humanidad 
 la quisiera ver cristiana. 
Porque tiene muy en cuenta 
aquello que dice Clara: 
“Hemos de ser en la Iglesia 
apoyo para las almas; 
tenemos que sostener 
 con nuestro ruego y plegarias 
a las almas vacilantes; 
y a las que caen, levantarlas. 
Seamos, sí, cooperadoras 
del mismo Dios que nos salva; 
y en cuyo poder Él quiere
implicarnos por su gracia”. 

Sabe Inés, que su oración 
es el medio poderoso 
de mover los corazones 
y llevarlos al Esposo. 
Sin embargo, echa de menos 
a su Hermana la Abadesa;
 le parece muy difícil 
poder ya vivir sin ella. 
Lo que fue para la santa, 
esta cruel separación 
 nos lo revela una carta 
que al poco tiempo escribió. 
 En ella se desahoga 
de la pena que la embarga, 
que es tan grande, tan intensa 
que ella no puede expresarla. 
 ¡Lejos de su Conventillo! 
¡Lejos de su hermana Clara! 
¡Lejos de Asís, de su entorno!
 ¡Lejos de cuanto ella ama! 
Y se encuentra pobre y sola 
sin conocer ni a una hermana; 
 y así demuestra su agobio 
en esta carta que manda. (3) 

Refleja ser muy humilde 
muy sensible, muy sincera; 
 muy humana y amorosa,
y por demás, noble y buena. 
Cualidades muy hermosas 
que se destacan en ella 
“Mínima sierva de Cristo”, 
 pide luego, y con lágrimas, 
la ayuda de la oración 
confiada en sus Hermanas. 
Después pasa a ponderar 
sus nuevas hijas del alma, 
que por ella se desviven 
 y a las que ya tanto, ama. 
Por eso las encomienda 
a su carísima Hermana:
 ¡a Clara en quien ella tiene 
todo su amor, su esperanza! 
Ahora, procura adaptarse 
 a esta su nueva misión 
que se le ha encomendado 
con confianza y con amor. 
También la Comunidad 
de este nuevo Monasterio 
la recibieron con gozo, 
y con muy vivos afectos. 
 Las Hermanas muy unidas, 
 y con rendida obediencia, 
se han mostrado muy felices 
con tan insigne abadesa. 
Y así, Inés, ya consolada, 
tan fraternal y tan buena,
 les dedicó a estas Hermanas 
el servicio, vida entera. 

(3) El texto de la carta puede verse en "Liturgia de las Horas" de la Orden, 19 de Noviembre.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo VIII)


LA PRUEBA: SEPARACIÓN 

En el pobre San Damián, 
sigue la vida tranquila 
y muy feliz para Inés 
 junto a su hermana querida. 
Pero la llega la hora 
de la prueba más amarga 
que a la virgen asisiense 
dejará en la cruz clavada. 
 El Superior decidió 
 enviar a Hermana Inés (2) 
a una nueva fundación, 
 pues la conoce muy bien. 
Conoce su gran virtud 
 y que el ideal de Clara, 
y lo grande de su amor 
está plasmado en su hermana. 
 Seguro que allá en Florencia 
 ella podría plantar 
 el espíritu seráfico 
y de pobreza total 
que, como en ninguna parte 
florece hoy en San Damián. 

Era una tarde de sol, 
 primaveral, deliciosa, 
cuando fueron al jardín 
las dos hermanas dichosas. 
Los jazmines y los lirios, 
 las azucenas y rosas 
 revestían el vergel 
de colores y de aromas. 
 En el ribazo entre flores, 
se sentaron en silencio: 
pero en Clara se veía 
preocupación, sufrimiento. 
Oigamos, pues, ahora el diálogo 
de las dos santas hermanas 
de intensa y grande emoción, 
todo cuajado de lágrimas. 

Clara comienza a decirle 
con suma delicadeza 
a su querida hermanita, 
 la noticia, aunque le cuesta.
 - Inés, hermana querida, 
debo decirte una nueva 
que quizá pueda llenarte 
de inquietud y de tristeza. 

- ¿Pues, qué es, hermana mía?
 - Que es preciso que fundemos
 un convento algo lejano 
y tú has de ser portadora 
 del espíritu seráfico. 

Inés (que se ha conmovido) 
ha seguido preguntando:
 - ¿Quieres decirme que tengo 
 que separarme de ti? 

- Bueno, Inés mía… algo así… 
- ¡Oh! ¡Jamás! -exclamó Inés-: 
Me prometiste aquel día 
que así permaneceríamos 
 para siempre igual de unidas. 
 ¡Desde entonces hemos estado 
 unidas en una suerte; 
y así debemos de estar
 unidas hasta la muerte! 
 - Sí, esto te prometí;
 -le contestó humilde Clara-; 
 y es que el lazo del amor
 no lo rompen las distancias, 
ni tampoco el ideal, 
 pues es lazo de las almas. 

Pero Inés continuó: 
 - ¡No me digas eso, hermana! 
¿cómo voy a separarme 
de la mitad de mi alma? 
Clara contestó: - ¡Hija mía!
 ¡Mi corazón también sangra…! 
Pero ¡por Jesús, hijita…! 
lo podremos por su gracia. 
 ¡Oh! yo sé que el sacrificio 
es heroico, lo comprendo;
 mas, la obediencia lo pide 
y hemos de aceptarlo entero. 
¡Inés, hermana querida
 ¿te tengo que recordar 
que la cruz y el sacrificio 
es siempre lo que hay que amar?... 

- ¡Ah! Clara, ya lo comprendo. 
Sin embargo, hermana mía 
me parece un imposible;… 
 ¡me parece muy deprisa! 
Clara comprende a su hermana; 
 y amorosa y compasiva, 
sigue por ello animándola 
con sus palabras de vida:
 - Pues la cruz y el sacrificio 
serán como una locura;
 pero ¡locura de amor! 
que se convierte en dulzura. 
Contemplemos “el Espejo
 sin mancha”, Jesús amado; 
su inefable caridad, 
que en la Cruz nos la ha mostrado. 
 Él muere por nuestro amor 
entre atroces sufrimientos… 
y ¿no amaremos la Cruz, 
teniendo así parte en ellos?...

 Inés se había conmovido 
hondamente, hasta las lágrimas, 
que también ella había visto 
en los ojos de su hermana. 
Y así dijo dulcemente: 
 - Sabes que tus pensamientos 
 son ciertamente los míos; 
 y contigo al recordarlos, 
 todo eso lo he sentido: 
Por la Cruz, hermana mía,
 ¡todo es posible! es muy cierto. 
Por Jesús y por su amor, 
Clara dijo aún entre lágrimas: 
 - Hija mía, hermana amada: 
 ¡esto esperaba de ti! 
Has demostrado el coraje 
que siempre te conocí: 
Siempre sensible al amor, 
siempre fuerte y decidida. 
¡El amor es invencible! 
¡el amor es lo que anima! 

Se abrazaron, se fundieron 
en abrazo fraternal… 
Se abrazaron a la Cruz, 
ambas en el ideal. 
Y sintieron que la Cruz 
de Jesús, creída locura, 
se les cambió ciertamente 
en oleada de dulzura. 

 Inés hubo de partir
 para su nueva morada. 
Clara quedó en San Damián 
sin su santa y dulce hermana…
 Se separaron los cuerpos: 
 ¡unidas quedan las almas! 

(2) Se supone que fue enviada a Monticelli de Florencia en 1231

martes, 20 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo VII)


LAS TRES CORONAS 

Se van pasando los años,
 e Inés en su corazón 
 sigue su vida entregada 
siempre al querer del Señor. 
Su contemplación avanza 
y su comunicación 
con el Señor, se ha mostrado 
 a veces, al exterior. 

 Estos dones tan visibles 
son para ella un sufrimiento; 
pues se siente anonadada,
 indigna, en todo momento. 
Su vida sacrificada, 
siempre humilde y escondida,
 puede llamar la atención; 
y esto la hiere y la humilla. 
Entregada a las Hermanas 
disponible para todo, 
pasar desapercibida 
 es su deseo, tan solo. 
Porque por Jesús lo ofrece; 
por Jesús lo pasa todo; 
por Él y para Él es su vida, 
entregada, siempre y solo. 

 Pero Dios una vez más 
va de nuevo a visitarla; 
quiere premiar a su sierva 
tan niña, y siempre tan grata. 

Así una tarde fue Inés 
a orar, como acostumbraba 
 y al punto se sintió envuelta 
en gran luz tornasolada. 
 El misterio de lo santo
 la llena de turbación, 
postrándose humildemente 
ante su Dios y Señor. 
En su éxtasis contempla 
una hermosa aparición 
que la llena de sorpresa 
y de gran admiración: 
Un ángel azul, bellísimo 
que traía entre sus manos
 tres coronas para ella 
enviadas por su Amado, 
contemplado entre las nubes 
como un Niño sonrosado. 
Inés recibe extasiada 
 la noticia y el regalo; 
y con gratitud inmensa 
 hacia su Esposo adorado,
 le repite: ¡Gracias! ¡Gracias
 porque me has amado tanto! 
Podemos pensar ahora 
un poco en las tres coronas 
que llamaremos de flores, 
aunque con piedras preciosas. 
Fijemos, pues, la atención 
en tan brillantes regalos 
con que a Inés la adorna el ángel 
de los cielos enviado.
 Ellas nos pueden hablar 
de virtudes de la Santa 
para conocer mejor e
n lo que ella destaca. 

El ángel pone en su frente 
una corona de nardos 
cuyo perfume la embriaga: 
es premio a su amor seráfico. 
Sí; el amor más puro ardiente 
va marcando su existencia, 
 con anhelos fascinantes 
de fuego vivo, que quema… 
y que en medio del cauterio 
causa un gozo que enajena… 

Otra corona le trae 
de claveles rojo vivo, 
premio a su vida entregada 
 en pobreza y sacrificio. 
Se despojó de las honras, 
y de todas las riquezas. 
Y se abrazó a Cristo pobre 
¡y en la Cruz! fue su riqueza. 
La pobreza del pesebre,
 la pobreza de la Cruz 
resplandece en su camino: 
¡sacrificio en plenitud! 

Y la tercera corona 
es de rosas, rojas, blancas… 
corona que iba a premiar 
su gran celo por las almas. 
Esta intención ha tenido 
desde su entrega al Señor: 
la salvación de las almas 
 con su vida de oración. 
Preocupación por el Reino 
de Cristo y de su doctrina: 
que llegue a todos los hombres 
esa paz, esa alegría. 
Su oración abarca el mundo 
y a su Iglesia tan querida: 
 “a sus miembros vacilantes”, 
 a todos su ayuda brinda. 
¡Oh! ¡Qué visión tan divina
 tan dulce y consoladora! 
que a Inés , humildísima virgen, 
dejó confusa; y ahora 
agradece a su Señor
 tal gracia maravillosa; 
que no merece por cierto 
pero que estima y adora. 

Así hemos conocido 
la oración de gran altura 
de esta mística, en su tiempo, 
de gran belleza y dulzura. 
Y así transcurrió su vida, 
mansamente en el silencio 
de aquel pobrecillo claustro 
que tan dichosa la ha hecho.