SAN MATEO, 16, 21-27.
“En aquel tiempo, empezó Jesús a
explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por
parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó a parte y se puso a
increparlo: ¡No lo permita Dios! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios.
Entonces dijo a sus discípulos:
El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga. Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por
mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si
malogra su vida? ¿O qué podrá dar para
recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria
de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”
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La escena es dura: quien poco antes ha sido
“beatificado” como portavoz del pensamiento del Padre (Mt 16,17) ahora es
denunciado por pensar como los hombres no como Dios; quien poco antes ha sido
calificado como “dichoso”, ahora es presentado como Satanás… La
comprensión de Jesús por parte de sus discípulos no fue fácil: rebasaba sus
expectativas. ¿Y no ocurre algo parecido hoy? Jesús no impone, expone las
exigencias del seguimiento, por eso invita a una decisión ponderada. El
seguimiento es imposible sin la ayuda de Jesús (Jn 15,5), pero él no es nuestro
suplente sino nuestro acompañante y guía. El cristiano ha de planificar, pero
según las pautas marcadas por Jesús, no según los criterios del mundo.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Los textos de este domingo nos confrontan con unas preguntas y unos
planteamientos nada equívocos: los planteamientos de Dios. Planteamientos que
frecuentemente rehuimos, quizá porque otros, más inmediatos, son los que nos ocupan; o porque,
vamos perdiendo la conciencia de la propia identidad, convirtiéndonos en contemporizadores
y posibilistas.
Contra estas posturas nos alerta hoy el Señor. Su palabra no es fácil
-nunca lo fue-. Pedro, al principio, no la entendió, porque pensaba “como
los hombres” (Mt 16,23). Sin embargo, quien la acoge como criterio en su
vida, experimenta la sensación de Jeremías. Su fidelidad le supuso enormes
problemas, pero también encontró en ella la fortaleza para la lucha, y el consuelo que produce su
fidelidad.
Quien solo aclama la palabra de Dios, no la ha entendido. Porque es
espada de doble filo, que penetra hasta el fondo del alma, dejando al
descubierto lo más profundo del hombre (cf. Heb 4,12). Y esa Palabra se encarnó
en Jesucristo que, ya desde su infancia, fue presentado como una bandera
discutida (Lc 2,24). Y en su predicación nos dijo: “El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo…” (Mt 16,24ss).
No es una llamada no a la resignación. Jesús no murió en la cruz por
resignarse, sino por todo lo contrario, por rebelarse y denunciar el pecado de
su tiempo. Es una llamada a la madurez de juicio, para discernir, desde la fe
personalizada, la voluntad de Dios. Una llamada a vivir la fe, no solo ritual
sino realmente, convirtiendo en ofrenda a Dios nuestro ser y quehacer (Rom
12,1). Una llamada a tomar posturas críticas: “No os ajustéis a este
mundo” (Rom 12,2). Como creyentes no podemos perder de vista nuestra
referencia principal, Dios. Por todo ello, es necesaria esa renovación interior
a la que alude san Pablo: “Transformaos por la renovación de la mente”
(Rom 12,2).
Dios, por medio de su Palabra, nos sitúa en una alternativa de libertad
y de responsabilidad (Mt 16,24). Pero desde la decisión de seguirle, no
deberían quedar espacios para la duda ni la ambigüedad; pues, por encima de
todo, nos guía una certeza, que viene de Dios: “Si uno quiere salvar su
vida, la perderá; pero el que la pierda por mí (es decir, la consume en
opciones de entrega y amor) la encontrará” (Mt 16,25). Son los
planteamientos de Dios.
El profeta Jeremías abre una pista, desde la que todo puede ser mejor
asumido: la seducción. Dios, Cristo, la
Palabra de Dios ¿nos seducen? ¿Los que entramos en las iglesias para celebrar
la eucaristía entramos seducidos y, sobre todo, salimos seducidos? Sin esta
experiencia, creer en el Evangelio y la evangelización es imposible.
REFLEXIÓN PERSONAL.
.- ¿Qué conocimiento y qué vivencia tengo de la palabra de Dios?
.- ¿Desde dónde hago los discernimiento en la vida?
.- ¿Según qué prioridades planifico mi vida?
Domingo J.
Montero Carrión, franciscano capuchino.