SAN JUAN 1, 35-42.
“En aquel
tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba,
dijo: Este es el cordero de Dios.
Los dos
discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver
que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?
Ellos le
contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
Venid y lo veréis.
Entonces
fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro
de la tarde.
Andrés,
hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a
Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al
Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y
le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa
Pedro).”
*** *** ***
El IV
Evangelio tiene un modo peculiar de presentar la llamada de Jesús a sus
primeros discípulos. Más que de “llamada” de Jesús parece tratarse de un
“descubrimiento” de los discípulos. Algo que parece inverosímil en este primer
momento -no sabían ni donde vivía-. El evangelista, seguramente, traslada a
este primer encuentro lo que a la luz de la Pascua y del Espíritu los
discípulos fueron descubriendo en Jesús: el Maestro y el Mesías. La pregunta de
Jesús sigue abierta -¿Qué buscáis?-,
también la pregunta de los discípulos -¿Dónde
vives?-, así como la respuesta de Jesús -Venid y lo veréis-. Esta escena muestra el tránsito de Juan a
Jesús, de la Voz a la Palabra, de la Ley y los Profetas al Evangelio. El
descubrimiento de Jesús se convierte en urgencia de testimonio.
REFLEXIÓN
PASTORAL
A una
sociedad y a un mundo como el nuestro, cada vez menos sensibilizados para oír
otras voces que no sean las propias; bombardeados por mensajes utilitaristas,
hedonistas y hasta belicistas; cada vez menos habituados a oír hablar de Dios
y, sobre todo, cada vez menos habituados a oír hablar a Dios y a hablar con Él;
a una sociedad y a un mundo así, puede resultarle sorprendente y hasta ingenua
la frescura y diafanidad de un relato como el de la primera lectura: ese ir de
acá para allá del pequeño Samuel, buscando, sin identificar bien, la voz que le
hablaba.
Como también
a una sociedad y a un mundo como el nuestro pueden sorprenderles las
reflexiones que san Pablo hace sobre el cuerpo humano y su dignidad (dada la
visión distorsionada que hoy se tiene de esa realidad) y sobre la fidelidad
matrimonial (dado el transfuguismo existente en esa materia).
A nosotros
creyentes, no deberían sorprendernos. Aunque, a lo peor, también nos
sorprenden, porque hemos perdido sensibilidad cristiana para percibir la voz de
Dios en la vida y para valorar cristianamente la realidad.
Es
necesario sintonizar con Dios para captar su voz, sin interferencias. Porque
hay interferencias. Pero Dios habla; es personalmente la Palabra, hecha
lenguaje humano en la Sagrada Escritura, hecha hombre en Jesucristo, hecha vida
en los sacramentos, hecha urgencia y clamor en las necesidades humanas... ¡Dios
habla desde las diversas situaciones de la vida!
Dios sigue
saliendo en búsqueda del hombre, haciéndose el encontradizo en sus caminos,
para preguntar, como Jesús en el evangelio de hoy, “¿Qué buscáis?”. En la vida, en la familia, en el trabajo, en la
iglesia... “¿Qué buscáis?”.
Una
pregunta dirigida también a los que nos reunimos para celebrar la eucaristía;
una pregunta que puede ayudarnos a examinar los motivos de nuestra vida y de nuestros
afanes.
Quizá,
nunca como hoy, el hombre ha desarrollado y potenciado tanto la investigación y
la búsqueda. Las cantidades y energías destinadas a este fin son enormes.
Aunque un detenido examen de esas partidas nos llevaría a la triste conclusión
de que es la capacidad destructiva, el armamento, la que más dinero y energías
acapara.
También el
hombre es objeto de investigación y de búsqueda por parte de la ciencia y de la
técnica... Pero la realidad, la verdad del hombre no se ilumina solo desde ahí.
En él hay una porción divina, imagen y semejanza de Dios, que es el fundamento
de su dignidad y grandeza.
“¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo?”. Toda agresión al hombre, desde la manipulación genética
hasta la distorsión erótica, toda injusticia y olvido del hombre es un pecado
contra el Espíritu Santo, es una violación de ese templo.
“¿Qué buscáis?... Venid y lo veréis”.
Solo en la ruta y en la compañía de Jesús encontraremos una respuesta
salvadora. Él es el Camino, la Verdad, la Vida (Jn 14,6).
Pero el
encuentro con Jesús no es el final del camino, sino el inicio de un nuevo
camino: el del testimonio. El descubrimiento de Cristo, el encuentro con
Cristo, hay que compartirlo, hay que comunicarlo. Es lo que hizo Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”.
¿Por qué
nos falta a muchos creyentes el testimonio gozoso de nuestra fe? ¿Por qué no
vivimos nuestra fe con gozo?
La
espiritualidad bíblica es esencialmente “auditiva” y “contemplativa”. “Escucha…” (Dt 6,4); “escuchad”
(Mt 13,18) es una de las advertencias más frecuentes.
¿Y qué es escuchar? Es más que el mero ejercicio
físico de oír. Escuchar es un ejercicio del alma; hay que abrir sus puertas
para acoger e interiorizar la palabra. La escucha implica el hospedaje de la
palabra de Dios, alojarla en el corazón; por eso es un acto de amor. Lo dijo
Jesús: “El que me ama guardará mi palabra”(Jn
14,23). No solo cumplirla, sino convertirla en criterio interior, en memoria
perpetua.
Hay
oyentes periféricos y olvidadizos. Los identifica la carta de Santiago
(1,19-25), y Jesús les equipara a constructores de inconsistencias, que
edifican sobre arena (Mt 7, 26-27).
Escuchar
requiere mantener bien orientadas las antenas del espíritu para percibir los
mensajes, muchas veces cifrados, que Dios envía (Mt 25,37ss).
Dos preguntas: -¿Qué buscáis? ¿Dónde
vives?- , y una respuesta: “Venid y lo veréis” Y ¿dónde vive hoy Jesús? No voy
yo a dar la respuesta. Hemos de buscarla cada uno. Pero él nos ha dejado
pistas.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué busco yo en la vida?
.- ¿Tengo conciencia de ser templo del Espíritu Santo?
.- ¿Sé percibir los mensajes cifrados que Dios me
envía?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.