SAN JUAN 9,1-41
"En aquel tiempo, al pasar Jesús
vio a un hombre ciego de nacimiento…, escupió en la tierra, hizo barro con la
saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina
de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó y volvió con
vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir? Unos
decían: No es él, pero se le parece. El respondía: Soy yo…
Llevaron ante los fariseos al
que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y se le abrió los
ojos) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les
contestó: Me puso barro en los ojos, me lavó y veo.
Algunos de los fariseos
comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros
replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle
al ciego: Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Él contestó: Que es
un profeta…
Le replicaron: Empecatado
naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo: Lo estás viendo:
el que te está hablando ése es.
Él le dijo: Creo, Señor. Y se
postró ante él."
*** *** ***
Jesús es la Luz que brilla en la
oscuridad (cf. Jn 1,5; 8,12). El texto evangélico está construido con elementos
múltiples y teológicamente densos. Hay una comprensión nueva de las
limitaciones humanas -la ceguera-; aparece el enfrentamiento entre la Luz y las
tinieblas, personificadas en Jesús y los dirigentes religiosos; existe una
clara simbología bautismal (la piscina de Siloé evoca la fuente bautismal, la
pregunta de Jesús –“¿Crees en el Hijo del
Hombre?”- y la respuesta del ciego –“Creo,
Señor”- recuerdan las preguntas bautismales…)…
Jesús produce un doble efecto:
es Luz para los que reconocen su oscuridad, la necesidad que tienen de ser
iluminados; es oscuridad para los que creen bastarse a sí mismos para aclararlo
todo, incluso el misterio de su propia oscuridad. Los ciegos comienzan a ver,
los que creen ver se quedan cegados. La luz es la gran oferta de Dios en
Jesucristo, pero esa luz se expone, no se impone.
REFLEXIÓN PASTORAL
Junto al pozo
de Sicar, Jesús se reveló como el agua viva. Hoy se nos presenta bajo otra
imagen, también fundamental: la luz
(Jn 8,12).
Nosotros
estamos un tanto incapacitados para vibrar ante estas imágenes. Casi desconocemos
el hecho de la sed física -saturados de marcas de bebidas-, y respecto de la
luz puede que ocurra lo mismo: basta apretar un botón y la luz se hace en torno
nuestro… Pero hay ciertos tipos de sed y ciertas oscuridades y penumbras de la
vida que no se sacian con cualquier agua ni se disipan con cualquier luz. Solo
Jesús es el agua viva y la luz capaz de alcanzar esas zonas de la existencia. Y
si el agua se hizo sed para provocar la sed de aquella mujer, hoy la luz brilla
en un ciego de nacimiento. Agua y sed, luz y tiniebla, esa es la relación de
Jesús con nosotros.
Y comienza el
proceso clarificador de Jesús deshaciendo un maleficio que durante mucho tiempo
se esgrimió contra los “desgraciados”, la identificación desgracia y pecado. “¿Quién pecó éste o sus padres para que
naciera así?” (Jn 9,2).
El sufrimiento
humano no es reprobación ni lejanía de Dios. En la cruz de Cristo, y en toda
cruz, Dios se revela particularmente como Enmanuel. “Ni pecó este ni sus padres, sino para que se manifieste en él la obra
de Dios” (Jn 9,3). El dolor humano es un misterio con muchos responsables;
solo uno no es responsable, aunque no sea ajeno a él, Dios. Jesús vino a abrir
los ojos, también sobre esto.
Pero no fue un
quehacer fácil: la curación de estos ciegos y cegados dejaba en evidencia a sus guías, más
interesados en seguir haciendo de guías que en devolverles la vista para que
pudieran caminar por sí mismos. También, es verdad, hay quienes prefieren ser
guiados -a costa de seguir siendo ciegos- a asumir los riesgos de hacer
personalmente la propia andadura. Ambas actitudes las descalifica Jesús.
Jesús vino a
abrir los ojos del hombre para que viera por sus propios ojos, pero vino,
además, a dar profundidad y horizonte a su mirada. Vino a que el hombre
recuperara el punto de vista de Dios y su mirada, que no es como la del hombre,
“pues el hombre mira las apariencias,
pero el Señor mira al corazón” (1ª lectura). Y a que caminara por la vida
luminosamente, como hijo de la Luz (2ª lectura).
Nuestra vista
frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo. De tanto mirar
egoístamente para nosotros, hemos terminado por perder la justa perspectiva de
la realidad; hemos terminado por no saber mirar a Dios y a los otros o, lo que
es peor aún, los hemos confundido con nosotros mismos. Jesús nos enseña que
para ver bien, hay que purificar el corazón -“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”
(Mt 5,8)-. Y él es la Luz que ilumina el corazón y la vida.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Brilla Jesús en mi vida? ¿Con qué
intensidad?
.- ¿Cuál es mi punto de mira: La apariencia o
el corazón?
.- ¿Aporto luz a la vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.