miércoles, 28 de septiembre de 2022
NOVENA PEREGRINACIÓN A ASÍS (DÍA 3º)
martes, 27 de septiembre de 2022
NOVENA-PEREGRINACIÓN A ASÍS (2º DÍA)
lunes, 26 de septiembre de 2022
NOVENA PEREGRINACIÓN A ASÍS
domingo, 25 de septiembre de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 26º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 16, 19-31.
“En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”
Sacramentos de la compasión de Dios
“¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión!”: ¡Ay de los que se fían de los bienes que creen poseer! ¡Ay de los que confían en lo que han acumulado! ¡Ay de los que a sí mismos se extravían imitando una dicha que jamás poseerán!
Ese “¡ay!” es presagio de desdicha, anuncia días funestos, y resuena preñado de amarguras para quienes ignoran la soledad de los excluidos, para quienes cierran los ojos ante el sufrimiento de los pobres, no se afligen por la suerte de los que yacen enfermos y heridos a la puerta de sus casas, pasan de largo ante los abandonados medio muertos al borde del camino.
El profeta denunciaba así al que atrae sobre sí mismo la desdicha presagiada en aquel ¡ay!: “Os acostáis en lecho de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo”. Por su parte, el evangelio lo presenta como “un hombre rico, que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente cada día”.
En la intimidad del corazón, todos ellos han hecho suyo el pensamiento de aquel otro rico: “Tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea”…
Para todos es la amonestación del Señor: Imaginabas haber atesorado para ti, y no sabes para quién será lo que considerabas tuyo: ¡sólo has sido un necio! Peor aún: con lo que habrías podido labrar tu dicha, has labrado tu desdicha, y has hecho de ti un “sediento sin remedio”, un atormentado sin remedio, un necio sin remedio.
Pero tú, Iglesia cuerpo de Cristo que, despierta y sobrecogida, has escuchado la enseñanza y aceptado la amonestación profética, no olvidas tampoco lo que eres, no olvidas el misterio de tu comunión con aquel hombre pobre llamado Lázaro, no olvidas tu comunión con emigrantes y refugiados, no olvidas tu comunión con Cristo cubierto de llagas y echado junto a tu portal, no olvidas que el Espíritu del Señor te ha transformado en Cristo Jesús, y, como Cristo Jesús, esperas y confías y te abandonas al amor del Padre.
La fe te ha permitido ver a tu Señor en los que tienen hambre, en los que tienen sed, en el emigrante, en el refugiado, en el que no tiene con qué cubrirse, en el enfermo, en el encarcelado; la fe te ha permitido reconocerlo, escucharlo, recibirlo, curarlo, sentarlo a tu mesa, amarlo. La fe ha hecho de ti un sacramento de la compasión de Dios con los que sufren.
Ahora escucha el mandato: “Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”… “Guarda el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Pero no te limites a escuchar: practica lo que has escuchado, y serás entre los pobres presencia real de tu Padre del cielo, pues en ti, como en Cristo Jesús, él estará haciendo justicia a los oprimidos, él con tus manos dará pan a los hambrientos, con tu corazón amará a los justos, en tu compasión guardará a los peregrinos. Tú serás la despensa de tu Dios para sustentar al huérfano y a la viuda.
Tú, como Jesús, serás pan de Dios para que los pobres vivan.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
domingo, 18 de septiembre de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 25º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 16, 1-13.
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la noticia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido´. El administrador se puso a echar sus cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya se lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa´. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?´. Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite´. Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta´. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?´. Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo´. Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta´. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quien os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos; porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
Aunque digas “Dios”, entiende “pobres”.
Me pregunto en qué se sustenta la confesión del salmista, cuando de su Dios, después de decir que “se eleva sobre todos los pueblos”, y que “su gloria se eleva sobre los cielos”, añade: “Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”. Y he de pensar que esa palabra se pronuncia desde la memoria de la Pascua, memoria de una liberación y una alianza, memoria de un Dios que ve la aflicción de su pueblo y baja a liberarlo.
La de hoy es palabra que, proclamada en la serenidad de nuestras asambleas litúrgicas, ha de ser escuchada como si resonara en espacios de opresión, en tierra de hambrunas, en desiertos donde agonizan y son abandonados innumerables clandestinos, en aguas de frontera donde se ahogan innumerables esperanzas.
“Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”: En nuestras asambleas la palabra suena normal. En los espacios sagrados de los pobres, esa misma palabra escandaliza, sacude, alarma, hiere.
El Dios del salmista se había manifestado como Dios de oprimidos, Dios de esclavos que él había liberado, Dios de exprimidos a los que él había llevado a una tierra de libertad. El salmista era testigo de ello, pues él, con todo el pueblo de Dios, gozaba de libertad y abundancia en la tierra que Dios les había dado.
Pero en esa misma tierra, entre los liberados por Dios, continuaba el escándalo de los que eran excluidos de abundancia y libertad. Así lo denuncia el profeta: “Compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias”.
En Cristo Jesús, Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
En Cristo Jesús, Iglesia de pobres que han sido enaltecidos, comunidad de esclavos que han sido redimidos, tu Dios se te ha manifestado como Dios de pequeños, de últimos, Dios de crucificados, Dios de abandonados al borde de los caminos.
Pero también en esta tierra a la que el amor de Dios nos ha llevado, también en ella persiste el escándalo de los que son condenados a muerte por nuestra codicia, por nuestro culto al dinero y nuestro menosprecio de Dios.
Jesús lo dijo así: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Pero nuestra religiosidad, por extraño que pueda parecer, nos ha permitido conjugar sin escándalo dinero y Dios, culto al dinero y culto a Dios. Hemos llegado incluso a ver en la riqueza una evidencia del favor divino.
Habrá que recordar que allí donde Jesús dijo: “no podéis servir a Dios y al dinero”, los equívocos desaparecerán si entendemos que no se puede servir a los pobres y al dinero. Si amas el dinero, aborrecerás al pobre. Si sirves al dinero, no harás caso de los pobres. Si tu dios es el dinero, en su altar sacrificarás a los pobres.
Así que, cuando leas, aunque siempre digas: “Dios”, entiende siempre: “pobres”.
Y, si entre pobres y dinero, escoges servir a los pobres, descubrirás –en el día de la justicia se te manifestará- que en los pobres a quienes has amado, has estado sirviendo a tu Dios y Señor, a Cristo Jesús.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
viernes, 16 de septiembre de 2022
domingo, 11 de septiembre de 2022
¡FELIZ DOMINGO! 24º DEL TIEMPO ORDINARIO
SAN LUCAS 15, 1-32.
“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los escribas y los fariseos murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ello”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa reúne a los amigos y a los vecinos pare decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido´. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra. Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido´. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
También les dijo: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de lo que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el Padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mí estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Entra y come:
Lo que acontece en el corazón de aquel hijo que derrochó su parte de la herencia, nos lo deja intuir la decisión que toma: “Me pondré en camino adonde está mi padre”. Aún llama “padre” a aquel del que se alejó; la decisión de volver, más parece tomada desde la nostalgia de un pan que desde la nostalgia de un padre; aún así, le queda una certeza íntima de que su padre no lo dejará sin el pan que necesita.
Lo que acontece en el corazón de aquel padre que había visto marchar de casa al menor de sus hijos, Jesús lo describió así: “Cuando todavía el hijo estaba lejos, el padre lo vio y se le conmovieron las entrañas, y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos”.
El hijo vuelve a casa, impuro, impresentable, en estado lamentable, vuelve por egoísmo que no por amor, vuelve para pedir pan como jornalero: ni siquiera se le ocurre pensar que la vayan a preparar un banquete como al hijo más esperado.
En la parábola, el hijo menor representa a los publicanos y los pecadores que en la realidad “solían acercarse a Jesús”.
A su vez, el padre representa al Dios de Jesús, el Dios Padre de Jesús, el Dios a quien Jesús imita, el Dios de quien Jesús es imagen visible, un Dios que añora ver de nuevo en casa a los impresentables, a los impuros, a los que se le han ido a un país lejano, a los que todo lo han derrochado viviendo disolutamente.
Y porque el Dios de Jesús los añora, Jesús los busca.
Ahora, si consideras lo que el hijo hambriento se dispone a pedir, verás que sólo piensa en un pan de jornalero, pues es consciente de que no tiene razón alguna para que aún se le trate como a un hijo.
Pero no será pan de jornalero lo que encuentre, sino la alegría de una fiesta que la vuelta del hijo perdido ha hecho estallar en el corazón de su padre. Y habrá un abrazo con el que el padre ha soñado desde que el hijo se le fue de casa; y habrá una cobija de besos, como si en un instante aquel padre quisiera dar a su hijo todos los besos que no pudo darle en los días de su ausencia; y habrá el mejor traje y anillo en la mano y sandalias en los pies, y un banquete y una fiesta, porque a su hijo perdido lo ha recobrado.
El Dios de Jesús hace fiesta por los hijos que vuelven a casa. La fiesta es evidencia de la alegría de Dios el día en que los perdidos se le presentan en casa, descalzos, andrajosos y hambrientos, pero vivos.
Los que critican a Jesús porque “acoge a los pecadores y come con ellos”, no han caído en la cuenta de que Jesús sólo está multiplicando los días de fiesta en la casa de Dios.
Con Jesús y con el Padre, suplica tú también para que el hermano mayor entre en la fiesta, de modo que todos en la casa se alegren con la alegría de Dios. Ese hermano representa a escribas y fariseos que murmuraban de Jesús. Ellos han de escoger si entran o quedan fuera.
La eucaristía que celebramos es siempre el banquete de fiesta que el Padre mandó preparar para los hijos que “estábamos muertos y hemos revivido”, para los que “estábamos perdidos y nos han encontrado”. Teníamos hambre y se nos ofrece un banquete sagrado, en el que se recibe a Cristo, alimento de eternidad, medicina de inmortalidad, bendición en la que somos bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Entra y come. Entra y alégrate. Entra y asómbrate de la fiesta con que te recibe el amor que siempre te ha esperado. Entra y acógete a la sombra de las alas de Dios.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger