miércoles, 27 de mayo de 2015

JORNADA PRO-ORÁNTIBUS

¡Quedáis todos invitados 
a acompañarnos bien física o espiritualmente!

domingo, 17 de mayo de 2015

DOMINGO VII DE PASCUA: SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR



Marcos 16,15-20
                                              
 
      "En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.  A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
    El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
    Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban."

                                                ***                 ***                  ***

     La manifestación de Jesús vivo a los discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a toda la creación (cf. Col 1,23).  Con un mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento (cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus consecuencias.
   El mensaje irá acompañado de signos identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once sino   para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).
     Se narran cinco signos, que son en definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad es llamada e introducida en una era de renovación.
    Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia indefectible del Resucitado.
           
REFLEXIÓN PASTORAL
     La fiesta de la Ascensión del Señor frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera reductiva. Resaltamos la exaltación / glorificación personal de Cristo, que, sin duda lo es, olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y que no conviene descuidar.
     Jesús vuelve a casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28). Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas muy importantes. 
    Jesús no regresó al Padre como había salido: regresó marcado con unas señales, las pruebas del amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos señalada una tarea: la de inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de ascensionar la realidad, transformándola con las semillas del Evangelio.
     La Ascensión de Jesús es una llamada de fidelidad a la Tierra, que con “dolores de parto” (Rom 8,22) ansía alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios, como casa de todos sus hijos, donde reine la justicia y la paz.
     La Ascensión, pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivar y llevar a feliz término su vocación original. La Ascensión supone el reconocimiento de la “mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia.
      Es uno de los aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (1ª lectura). La Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Evangelio). 
      ¿Qué es evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a esta pregunta; sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que hasta lo que parece ser claro, se complica inevitablemente.
       Evangelizar es hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el Reino de Dios, por la predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder nunca de vista ni a Él (Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora.
      Evangelizar es anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom 5,6ss), concreto y personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc 4,16ss; Mt 11,2-5) y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en Cristo. Es configurar el mundo según el proyecto de Dios manifestado por Jesucristo (Ef 1).
      “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo (cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef 4,23-24; Col 3,9-10) (EvN 18).

      La segunda lectura habla de la necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón - solo se ve bien cuando se mira con el corazón – para comprender esta nueva realidad que inagura la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.
REFLEXIÓN  PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la Ascensión? ¿Me siento afectado?
.- ¿Qué realidades están clamando por una ascensión liberadora?
.- ¿Qué hago por la Tierra nueva, donde habite la justicia?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 10 de mayo de 2015

VI DOMINGO DE PASCUA

 
 SAN JUAN  15,9-17                   
                                                           
     En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
    Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
     Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
     No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
     Esto os mando: que os améis unos a otros.
                                                    ***                  ***                  ***
    Jesús desvela a los discípulos los secretos de su corazón. Antes de la culminación de su entrega, Jesús les esclarece el motivo: el amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”. Y la permanencia práctica en ese amor será el criterio para saber si somos sus amigos. A la hora de la despedida, en apretada síntesis, Jesús deja su testamento vital: “que os améis unos a otros”. Este será el fruto verdadero y duradero.
REFLEXIÓN PASTORAL
      Los textos que iluminan la celebración de este domingo están transidos por un tema: el amor de Dios, como fuente y origen del ser y del quehacer del hombre.
     “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado…”.
     Antes de decidirnos por Dios, Dios ya se ha decidido por nosotros. Y esta es la decisión que nos salva. Antes de elegir a Dios, Dios ya nos ha elegido a nosotros. Y esta es la elección que nos salva. Antes de creer en Dios, Dios ya ha creído en nosotros. Y esta es la fe que nos salva.
     Pero, sobre todo, Dios nos precede en el Amor. Dios es Amor. Y en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo”. Y este es el amor que nos salva.
     Por mucho que aceleremos el paso, inevitablemente siempre llegaremos tarde, con retraso, a las citas con Dios. Él siempre tiene la iniciativa; siempre nos precede; él siempre está ya.
       La vocación cristiana es, pues, una manifestación del amor de Dios; por eso, solo puede desarrollarse en esa dimensión: “Permaneced en mi amor”. Pero, ¿qué significa esa permanencia en su amor?
     Significa:
·                  permanecer en la opción de Jesús: el amor radical, sin desviaciones ni tergiversaciones, y “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
·             reconocerle como Hijo de Dios, porque quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios” (1 Jn 4,15).
·          guardar su palabra, porque “el que me ama, guardará mi palabra” (Jn 14,23). No solo escucharla, ni siquiera meditarla, sino guardarla, hasta el punto de interiorizarla y ser interiorizado por ella.
·            caminar en la luz, pues “si decimos que estamos en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos  la verdad” (1 Jn 1,6).
·                   no pecar, pues “todo el que permanece en Él no peca” (1 Jn 3,6).
·             guardar sus mandamientos: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15,10).
·             vivir su vida, pues “quien dice que permanece en Él, debe caminar como Él caminó” (1 Jn 2,6).
·            no pasar de largo ante nadie, porque ese “nadie” tiene un nombre, Dios. “Pues si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17).
     Aquí reside todo el misterio de la vocación cristiana y de la fidelidad a la misma. Cualquier otra ubicación es una equivocación; cualquier otra postura es una impostura.
      Permanecer en el amor no es una invitación sentimental ni al sentimentalismo, sino a recrear los sentimientos de Cristo Jesús. No es una invitación al sedentarismo, sino a estar de camino hacia el Amor, amando en el camino.
     La permanencia en el amor de Dios tiene olor, calor y color humanos. Es una invitación no  a permanecer en cualquier amor, sino en el que hemos sido amados por Dios. No es amar de cualquier manera, sino “como yo os he amado”.
     Como nos recuerda la segunda lectura “el amor es de Dios”, más aún: “Dios es Amor”. Y ese “amor” es la cuna original del cristiano -“el que ama ha nacido de Dios”-. 
     Y “Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”, exclama san Pedro al entrar en casa del centurión Cornelio (1ª lectura).
      El Amor no conoce fronteras. Dios se las ha saltado todas. ¡Cuánto nos cuesta acoger y acogernos a este mensaje! Preferimos ser constructores de fronteras, no solo entre nosotros, sino entre Dios y nosotros… ¿Queremos defender a Dios o defendernos de Él?
REFLEXIÓN PERSONAL
.-  ¿Cuál es mi espacio vital?, ¿el amor de Cristo?
.-  ¿Cómo concreto mi respuesta al amor de Cristo?
.-  ¿Siento sus urgencias?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 3 de mayo de 2015

V DOMINGO DE PASCUA

Evangelio: Juan 15,1-8
                                                                         
    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
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      La imagen de la viña hunde sus raíces en el AT (cf. Is 5,1ss; Jer 2,21). Jesús la emplea en los evangelios sinópticos como parábola del Reino (Mt 20,1-8; 21,28-31. 33-41). Aquí se proclama a sí mismo la verdadera vid, cultivada por el Padre. Con esta imagen no solo se autodefine Jesús como el Dador de la vida; define también al discipulado cristiano como permanencia y vinculación personal con Él. Solamente así será fecundo.  Sin esa vinculación, sin que la sabia de Jesús circule por el sarmiento, este se seca, convirtiéndose en una realidad estéril. Desde la comunión con Cristo, están abiertas las puertas de la vida.
REFLEXIÓN PASTORAL
     El evangelio de este domingo  ilumina una de las dimensiones más importantes y urgentes del cristiano: su dinamismo, su creatividad, su necesidad de dar frutos, de traducir en vida lo que teóricamente profesa.
     Hoy la Iglesia siente la urgencia de estar presente, de responder a los retos de los tiempos, de servir a las necesidades de los hombres, de ser actual y de ser útil como instrumento de salvación. Y no puede sustraerse a este compromiso que le fue encomendado por el Señor, y que le viene recordado por los hombres, como exigencia de fidelidad a su específica misión.
     Pero no puede olvidar que todavía más importante que estar ella presente, es que haga presente a Cristo. La presencia de la Iglesia, su respuesta, no puede situarse a un nivel de táctica más o menos razonable, ni puede diluirse en planteamientos equívocos. Su única fuerza, su única razón, su única verdad, su única alternativa es Cristo; por eso, la única palabra y el único servicio válido que la Iglesia puede prestar al mundo, en general, y al hombre, en particular, es Cristo. Este debe ser su fruto.
     Y para ello, como nos recuerda el evangelio, ha de estar profundamente vinculada a Cristo. Permanecer en Cristo, sin desviaciones ni concesiones, desestimando ofertas más o menos tentadoras.
    ¿No podríamos analizar desde esta afirmación de Jesús la esterilidad de no pocas situaciones en la Iglesia? ¿No ha pretendido, en ocasiones, vincularse a otras fuerzas, a otras razones, a otras vides, olvidando que solo Jesús es la vid verdadera? La Iglesia necesita de una constante interiorización para mantener una conciencia clara de su singular vinculación con Cristo, única posibilidad y razón de su existencia.
     Quizá estas reflexiones nos cueste poco admitirlas, por considerarlas dirigidas a los responsables de la Iglesia. Y aquí está nuestra equivocación. Todos somos la Iglesia, y nadie está privado en ella de responsabilidad, si bien no todos la ejerzamos a los mismos niveles de servicio.
     Para cada uno, va dirigido el mensaje de este evangelio: la urgencia de dar fruto, de no privatizar nuestra fe, de no enterrar el talento recibido…; y, sobre todo, la necesidad de vivir en Cristo, en comunión profunda con Él, y no solo de palabra.
     “Sin mí no podéis hacer nada”. Nuestros proyectos se vendrán abajo si los elaboramos al margen del Señor, porque “Si el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1)
      La unión con Dios es el principio de la omnipotencia del hombre. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará”. Inversamente, el progresivo alejamiento de Dios significará el progresivo empobrecimiento del hombre, el hundimiento en sus propios enigmas y contradicciones.
      En la Eucaristía, en la que tenemos la posibilidad de acceder al Cuerpo y a la Sangre del Señor, la vid verdadera, profundicemos nuestra experiencia de Dios mediante una vinculación más estrecha y responsable con Jesucristo. Pidámosle que nos ayude a superar, a vencer nuestra tibieza, nuestra rutina, para ser sarmientos fecundos, y no ser nunca desgajados de la única Vid y condenados a una esterilidad permanente; porque existe ese riesgo: “Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, y se seca”.
 REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo es mi vinculación a Cristo?
.- ¿Mi amor a Dios y al prójimo es solo de palabra y de boca?
.- ¿Tengo vergüenza de dar testimonio de Jesucristo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.