domingo, 1 de febrero de 2015

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO




SALMO 94
R.- OJALÁ ESCUCHÉIS HOY LA VOZ DEL SEÑOR; NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos en su presencia dándole gracias,
aclamándole con cantos. R.-

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.-

Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras." R.-

SAN MARCOS 1, 21-28
"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la Sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
-- ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios.
Jesús le increpó:
-- Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
-- ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen.
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea."


 

“¡OJALÁ ESCUCHÉIS HOY SU VOZ!”

Se lo dice al salmista el Espíritu que inspiró las palabras de su canto; lo dice a sus hermanos de fe el creyente que en la oración hace suyas las palabras del salmo; lo dice hoy la Iglesia con sus hijos, pues desea que nunca se aparten del camino de la vida: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”
Tú, que amas a Cristo, que caminas con él, que dejas tu vida en manos de su Espíritu para que haga de ti otro Cristo, siguiendo a tu Señor aprendes cada día a escuchar como él, intentas obedecer como él, buscas que el cumplimiento de la voluntad del Padre sea tu alimento como lo fue para él.
Hoy, en la eucaristía, con Cristo y con su Iglesia, unos a otros nos animamos a avanzar por el camino que lleva a la vida, y nos decimos: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”
Esa voz, por ser la de Dios, es la del amor, pues Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios, guarda sus mandatos, cumple su voluntad.
Os lo recuerdo, queridos, aunque ya lo sabéis: ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del amor!, para que no pequéis contra Dios siguiendo otras voces que resuenan siempre engañosas en el corazón del hombre.
Son muchos los hombres que no creen en Dios, pero todos llevan dentro una voz en la que creen, la voz de sus razones, la de sus intereses, la del poder, la del prestigio, la del dinero, la de la ambición, la de la envidia, y todos oyen esa voz, todos la obedecen, todos le rinden culto; para bien o para mal, todos entregan a esa voz la propia vida.
Quien degüella a seres humanos como si fuesen corderos de sacrificio, lo hace en nombre de esa voz. Quien tiraniza a los pobres y les cierra los caminos del pan, lo hace en nombre de esa voz. Quien convierte a los seres humanos en bienes de consumo, lo hace en nombre de esa voz. Quienes destruyen con la especulación la economía de un país, lo hacen en nombre de esa voz. Quienes echan a la basura la vida de los indefensos, lo hacen en nombre de esa voz.
Todos han escuchado esa voz, pero no la de Dios, pues en ninguno de ellos se encuentra lo que es propio de Dios: la vulnerabilidad del amor, la misericordia entrañable, la clemencia compasiva, la fidelidad incondicional, la solidaridad que a Dios lo despojó de sí mismo.
¡No escuchará la voz de Dios quien no escucha la voz de los pobres!
“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”
Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 25 de enero de 2015

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



 

 SAN MARCOS 1, 14-20


"Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
-- Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.
Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo:
-- Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él."

EMPLAZADOS:

Más tarde o más temprano, todos acabamos emplazados.
Las gentes de Nínive lo fueron por la muerte: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”.
Las gentes de Galilea lo fueron por el evangelio: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”.
Las palabras de la revelación, ya fijen plazo a la destrucción, ya nos convoquen a entrar en el Reino de Dios, son sacramentos de la gracia con que Dios visita a los pecadores, son siempre sacramentos de salvación.
La predicación, la del profeta y la de Jesús, es evidencia de la ternura de Dios con sus hijos, es memoria de su misericordia, de su fidelidad, de su bondad y rectitud.
Hoy resuena en nuestra asamblea la palabra que a todos nos emplaza: “Está cerca el Reino de Dios; creed la Buena Noticia”. ¡”Está cerca”!: creed; ¡”está cerca”!: entrad; ¡”está cerca”!: comulgad.
El Señor está cerca, tan cerca como su palabra, tan cerca como su cuerpo eucarístico, tan cerca como su cuerpo eclesial, tan cerca como su cuerpo necesitado, tan cerca como los hermanos, tan cerca como los pobres, tan cerca que puedes oírlo, puedes cuidar de él, puedes abrazarlo, puedes comulgarlo.
Si dejas que la palabra entre en tu corazón, estarás entrando tú en el Reino de Dios.
Si dejas que Cristo viva en ti, estarás haciendo tuya la Buena Noticia que viene con él, la Buena Noticia que es él.
Si un pobre se acerca a tu vida, recuerda siempre que, en el pobre, se estará acercando a ti el Señor a quien escuchas en la palabra y a quien recibes en la Eucaristía.
El plazo está fijado y es ahora: “Está cerca el Reino de Dios: Convertíos”.
Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 18 de enero de 2015

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO






SALMO RESPONSORIAL (39)

R.- AQUÍ ESTOY SEÑOR PARA HACER TU VOLUNTAD

Yo esperaba con ansia al Señor,
El se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios. R.-

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces, yo digo: "Aquí estoy
--como está escrito en mi libro--
para hacer tu voluntad. R.-

Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios;
Señor, tú lo sabes. R.-

 SAN JUAN 1, 35-42
"En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo:
--Este es el cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús, Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les pregunto:
--¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
--Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
--Venid y lo veréis
Entonces fueron, vieron donde vivían y se quedaron aquel día, serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
--Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
-- Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)."

REFLEXIÓN
  Queridos: Empezamos un nuevo ciclo del Tiempo Ordinario de nuestro Año Litúrgico. Todo lo que pido para mí y para vosotros al reemprender este camino de acercamiento a la verdad de nuestra fe y de nuestra vida, es el conocimiento de Cristo Jesús, la comunión con él, que vivamos en él, que él viva en nosotros.

Si lo que deseo es la verdad, lo que temo es el engaño, y más aún la mentira. De ahí la necesidad sentida de escuchar la palabra de Dios y de meditarla desde la sensibilidad de los pobres, desde la oscuridad en la que se mueven los desheredados de la tierra. De Dios haremos un ídolo al servicio de nuestras manías de grandeza si no nos acercamos a él con los pies de los humillados, con las manos de los hambrientos, con las preguntas de los que sufren.
La palabra de Dios sólo se puede escuchar con los oídos de los pobres. La oración sólo es verdadera si brota de un corazón pobre.
Esta mañana me hablaron de una niña –porque no es más que una niña-. Tiene quince años. Tiene chulo, o como dicen por aquí, «patrón». Está encinta de ocho meses, y todavía no la ha visto un médico. Se siente mal. Lo que uno puede prever es que, si no se les acude de inmediato, madre e hijo morirán. Pero el patrón no autoriza la visita.
Ella puede ser el pobre que escucha en nuestros oídos, el pobre que suplica en nuestra oración.
Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. El primer pobre que oró con estas palabras fue un salmista que en la propia vida había conocido el sufrimiento y también la salvación, un creyente que tenía algo que decir de Dios porque llevaba grabado su recuerdo en la memoria, porque había luchado con él en la noche, porque llevaba tocado por él el tendón.
Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. Con palabras semejantes a éstas había orado también un niño que, llamado a ser profeta, aprendía de noche a reconocer y a guardar en las entrañas el sonido del misterio: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”. Las palabras de nuestra oración bien pudieran ser palabras del Siervo del Señor, expresión de su pobreza, de su obediencia, de su confianza: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”.
Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. Ésta fue la oración que hizo el Mesías al entrar en el mundo: “Sacrificios y ofrendas no los quisiste, en vez de eso me has dado un cuerpo; holocaustos y víctimas expiatorias no te agradan; entonces dije: «Aquí estoy yo para realizar tu designio, Dios mío»”. Una oración que alimentará como un pan los días todos de la vida de Jesús de Nazaret: “Mi alimento es cumplir la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra”. Una oración en la que, llegada la hora de apurar la amargura de la muerte, Jesús expresará con palabras nuevas la misma inmutable decisión de la hora en que había entrado en el mundo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”. Pronuncia tu oración, Iglesia santa, cuerpo de Cristo; pronúnciala unida a tu Redentor, a tu Salvador, a tu Señor. No la digas más sin él, y no dejes ya que él la diga sin ti. Entonces, como los dos discípulos de Juan el Bautista,  también tú estarás “siguiendo a Jesús”.
Y si ahora le preguntamos: “Rabí, ¿dónde vives?”, él nos dirá: “Venid y lo veréis”.
Fuimos y vimos: Jesús estaba con el salmista en su canto, con Samuel en el templo, con el Siervo del Señor en su obediencia y en su entrega…
Fuimos y vimos que Jesús estaba en el corazón de una niña que no tenía libertad para dar a luz sin morir.
¡Y nos quedamos con él para siempre!
Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 11 de enero de 2015

BAUTISMO DE JESÚS



 

 MARCOS 1, 7-11

"En aquel tiempo proclamaba Juan:
-- Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero el os bautiza con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
--Tú eres mi hijo amado, mi predilecto."


BAUTIZADOS CON CRISTO:
 Moriré sin aprender el misterio de la cruz; moriré, Señor, sin bajar contigo a las aguas de tu bautismo. Mi día declina sin que acierte a poner los pies en la huella de los tuyos.
La Iglesia, que celebra hoy la fiesta de tu bautismo, la fiesta de tu inocencia bautizada entre pecadores, vuelve los ojos del corazón a tu cuerpo levantado sobre la cruz, al misterio de la santidad de Dios bautizada entre criminales.
No bajaste a las aguas de nuestro río por ocultar tu justicia, sino por hacernos partícipes de ella; no entraste en el abismo sin esperanza de los malhechores para reprocharles lo perdido de sus vidas, sino para darles la ocasión de recuperarlo.
A donde tú bajas, a donde tú entras, a donde tú te bautizas, el cielo se abre, el Espíritu desciende, y la voz del cielo permite reconocer entre pecadores y criminales al Hijo de Dios, a su preferido: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”.
Te bautizaste, Señor, para que el cielo se abriese, para que el Espíritu descendiese, para que los pecadores pudiesen estar contigo en el paraíso.
Hoy tu Iglesia, que en la Eucaristía escucha tu palabra y se alimenta con sacramentos del cielo, unida a ti por la fe se bautiza contigo, se ofrece contigo, y ve por tus ojos que el cielo se abre para ella y que el Espíritu baja para ella. Hoy tu Iglesia, Señor, unida a ti en santa comunión, oye contigo la palabra que el cielo pronuncia sobre ti: “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”.
Pues que comulgo contigo en los divinos misterios, enséñame, Señor, a poner mis pies en la huella de los tuyos, enséñame a bautizarme contigo, enséñame a obedecer contigo, enséñame a tomar la cruz de cada día y seguirte, enséñame para que aprenda tu cruz.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger