domingo, 28 de junio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 13º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 10, 37-42.

     "En aquel tiempo dijo Jesús a sus Apóstoles: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentra su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un baso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro."

                                                            ***                  ***                  ***

     No deja de ser significativo que los destinatarios de estas advertencias tan radicales sean los doce apóstoles, aquellos que ya han decidido dejarlo todo y seguirlo (cf. Mt 19,27). Jesús les recuerda que no es lícito poner la mano al arado y mirar para atrás (cf. Lc 9,62). Él se ha identificado con ellos, por ellos salió del Padre (cf. Jn 16,28), y les pide a ellos que se identifiquen con él, por encima de cualquier otra referencia. Esto no rompe los lazos familiares pero los “resitúa”. Jesús debe ser “priorizado”. Él no es excluyente; la opción por él enriquece la vida. Pero esas palabras no son exclusivas para los doce apóstoles; nos incluyen a todos los que queremos ser sus discípulos.

REFLEXIÓN PERSONAL
     El “Discurso de la misión” continúa inspirando la reflexión de este domingo XIII del Tiempo Ordinario. Son las palabras finales (leerlo).
     Dos ideas  se destacan: la necesidad de priorizar, de privilegiar a Jesucristo como referencia primera y última de la existencia, y la de no idealizar / ideologizar la fe, sino concretarla en el horizonte de la acogida y asistencia fraternas.
      En primer lugar, Jesús no viene a cuestionar, ni mucho menos a romper el amor familiar, sino a fundamentarlo en un amor previo y primero, su amor, desde el que se profundiza y purifica el amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres, el amor conyugal de los esposos y el amor fraterno de los hermanos. No es, pues, un rompefamilias. Pero advierte de que en ocasiones hasta a ese espacio, el de la familia, puede llegar la necesidad de “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Se trata de vivir el amor familiar en el amor de Cristo; vivir el amor en su Amor.
     Tampoco la invitación a tomar la cruz lo es al victimismo ni a la resignación, sino al protagonismo responsable, al seguimiento de la ruta marcada por Cristo. La cruz cristiana debe tener los mismos perfiles que la de Cristo. Quien tome en serio el seguimiento del Señor se adentrará por un camino difícil, estrecho, aunque sea el camino que conduce a la Verdad y a la Vida, o quizá precisamente por eso es así, estrecho y difícil.
      La exigencia del seguimiento llega, incluso, hasta la relativización de uno mismo, la relativización de la propia existencia. S. Pablo lo entendió perfectamente: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; para mí, la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Flp 3,8). La existencia del cristiano debe estar configurada por la de Cristo, con su muerte y su resurrección (2ª lectura). Eso es lo que realiza y ratifica el bautismo. Un sacramento que no puede banalizarse, y ha de ser recuperado de ciertas “celebraciones” que lo distorsionan, haciéndolo irreconocible como sacramento de la iniciación cristiana.
     Junto a estos subrayados o concreciones de la necesidad de priorizar a Cristo como referencia primera y última de la existencia, las palabras finales del Discurso apuntan a la necesidad de no espiritualizar o idealizar demasiado la fe en Cristo. Él ha querido vincularse y vincularla al hombre: “por eso, quien a vosotros recibe, a mí recibe…, y ni un baso de agua fresca dado en mi nombre quedará sin recompensa”.
     Sí; la acogida de Jesús no puede ser meramente intelectual, teórica. Creer en Cristo significa convertir el corazón en casa de acogida cálida y tierna. “Pues, si alguno dice: amo a Dios (creo en Dios) y no ama a su prójimo, miente; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20). “Pues si alguno ve a su hermano pasar necesidad y le cierra el corazón, ¿Cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). ¡Es imposible vivir de frente a Dios y de espaldas al prójimo! Siempre que pretendamos dirigirnos a Dios, diciendo: “Padre nuestro”, Él nos va a preguntar: “¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4,9). 

REFLEXIÓN PASTORAL
.- ¿Priorizo a Cristo en mi vida, o lo compatibilizo y hasta supedito?
.- ¿Qué concreción tiene en mi vida el seguimiento de Jesús?
.- ¿Qué vivencia tengo del bautismo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

domingo, 21 de junio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 12º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 10, 26-33.

    "En aquel tiempo dijo Jesús a sus Apóstoles: No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
    Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.
     No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
     Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo."
                                                      ***                    ***                 ***
   En el “Discurso de la misión”, Jesús no oculta las dificultades inherentes a la tarea evangelizadora, pero les garantiza la presencia providente del Padre. No hay que tener miedo. Los “peligros” de la misión están cubiertos por un seguro de calidad: nuestras vidas están en las manos de Dios. Como dirá Pablo: “En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó…; pues nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,37. 39).
 

REFLEXIÓN PASTORAL.
    No tengáis miedo” (Mt 10,26) es la expresión que más frecuentemente se repite en el Evangelio de este Domingo. Una invitación  no a la temeridad autosuficiente, sino a la audacia asentada en la confianza en la Providencia de Dios, que no crea que nada que no haya amado, y no mantiene en la existencia nada que no ame (cf. Sab 11,24-25).
     El profeta Jeremías (1ª) sintió los miedos del entorno: “Oía el cuchicheo de la gente…” (Jr 20,10), pero sintió también por dentro la fuerza de la presencia del Señor: “El Señor está conmigo” (Jer 20,11).
     Estad prontos a dar razón de vuestra esperanza” nos recuerda la 1ª Carta de san Pedro (3,15). No podemos hurtar a los hombres el testimonio cristiano; aunque, en no pocas ocasiones, revista una modalidad crítica para el que escucha, y autocrítica para los que hemos de dar  ese testimonio.
      El amplio y rápido despliegue de comportamientos y actitudes fundamentalistas e intransigentes en nuestro tiempo es un signo preocupante. Oponer a eso la tolerancia es bueno y necesario. Pero, ¿qué tolerancia? 
     No es infrecuente que, ante ese “fundamentalismo” intransigente, se defienda un “neutralismo” que, en el fondo, no es sino “absentismo” y huída del compromiso por buscar y testimoniar la Verdad.
     La tolerancia debe surgir de la convicción de que la verdad es un horizonte y un quehacer, y de que todos somos peregrinos en esa búsqueda. Nadie la “agota” y nadie está totalmente desprovisto de ella. Sin “agotarla” nadie, pero sin “imponerla” nadie ni a nadie, la verdad se expone y propone, pero no se impone.
     El Evangelio, invitando a ser no solo críticos, sino autocríticos; no  llama a la indiferencia, sino al amor. Y el amor nunca es indiferente frente al prójimo y frente a la Verdad.
      Hoy existe mucha indiferencia camuflada de tolerancia, porque existe poco amor al prójimo y a la Verdad.
     La tolerancia supone un esfuerzo positivo de comprensión, de respeto, de pluralismo, de acogida, aceptando la diferencia no como distancia sino como riqueza. Y, al mismo tiempo, supone un rechazo de cualquier tipo de inhibición, de huída ante las urgencias del prójimo.
            Jesús nos invita a la claridad. Las “oscuridades” de nuestro tiempo, ¿no dependerán, al menos en parte, de la falta de “luminosidad” de muchos cristianos? La falta de Verdad que nos rodea e invade quizá sea una invitación a preguntarnos ¿qué hemos hecho los cristianos de la Verdad?
            El libro de los Hechos nos dice que los discípulos daban testimonio de Jesús públicamente con mucho valor y que la ciudad se “llenó de alegría” (8,8). ¿No seremos responsables, con nuestro silencio sobre Jesús, de la falta de alegría que existe en nuestra ciudad?
   ¡No tengáis miedo!” “¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!” (Juan Pablo II: Homilía en el comienzo de su Pontificado).
    No tengáis miedo”. El Evangelio no puede ser silenciado, aunque no falten los intentos por conseguirlo. Los creyentes no podemos ser cómplices de esa campaña que, so capa de convivencia y de respeto a todas las opciones y opiniones, tiende a devaluar la voz específica del Evangelio.
     No tengáis miedo”, porque Cristo no ha dudado en precedernos en esa ruta de un testimonio radical en favor de la verdad, obteniéndonos “la benevolencia y el don de Dios” (Rom 5,15).
REFLEXIÓN PERSONAL.
.- ¿Cuál es la razón de nuestros miedos?
.- ¿Cuáles son nuestro miedos?
.- ¿Quizá hemos confiado demasiado en nuestros “medios”, y éstos han revelado su inconsistencia y fragilidad?
Domingo J. Montero Carrión, franciscano – capuchino..

domingo, 14 de junio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! DEL CORPUS CHRISTI

  SAN JUAN 6, 51-59.

     "En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
    Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
    Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre."
                                           ***             ***             ***
    Quizá estos versículos encajarían mejor en el contexto de la última cena de Jesús con sus discípulos, tal como la narran los sinópticos. El autor del IV Evangelio los insertó aquí como continuación del discurso sobre el pan de vida (Jn 6,22-71) tras la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15). Como Moisés desveló el sentido del maná (Dt 8,3), Jesús desvela el sentido y la identidad del pan verdadero: el que da la vida eterna que solo el Hijo del Hombre puede dar (Jn 6,27). Él es el verdadero maná (Jn 6,32). Pan de la vida; pan necesario; pan gratuito; pan de comunión. Ese es el pan por el que hemos de esforzarnos (Jn 6,27); porque ese es el pan que sacia de verdad las hambres del hombre.
REFLEXIÓN PASTORAL.
La celebración de esta fiesta debe suscitar una pregunta: ¿Qué es la Eucaristía? Una pregunta necesaria en unos contextos como los nuestros, donde todo se rutinariza, se desdibuja y desfigura con presentaciones “a la carta”. Porque no podemos convertir en rutina irrelevante la herencia más valiosa de Jesús.
La Eucaristía es la mayor audacia de Cristo, de su amor. El colofón de la gran aventura de la encarnación de Dios. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar y, si es preciso, de darse. Pero, además, el amor desea quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor. En la hora del “adiós” se dejan cosas que suplan o amortigüen la ausencia… No importa lo que sea, pero siempre es algo en el que uno pone lo mejor de sí mismo, “para que te acuerdes de mí”, decimos.
La Eucaristía no fue, pues, un hecho aislado ni aislable en la vida de Cristo: se sitúa en la lógica de su vida, una vida para los demás, una vida entregada.  Y de maneras diferentes fue sembrando su vida de alusiones.
Siendo sapientísimo, no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la eucaristía.       
La Eucaristía es presencia real, no única (no excluye otras presencias de Jesús), pero singular y privilegiada. Presencia para adorar y escuchar en la oración y meditación; presencia a celebrar como sacramento de nuestra fe (Lc 22,19); presencia para actualizar apostólicamente “hasta que vuelva” (1 Cor 11,26); presencia cohesionadora de la comunidad cristiana (1 Cor 10,16-17); presencia que nos invita a interpretar eucarísticamente la propia vida, en clave de donación y entrega (Lc 22,19-20) y de acción de gracias (Col 3,15).
         De esto nos habla la Eucaristía, pero no solo nos habla, también nos urge. Esa presencia no es solo evocadora sino provocadora. Cristo hecho presencia nos urge a hacerle presente en nuestra vida, y a estar presentes junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar posiciones cómodas para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien. Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. Es la expresión de la caridad de Dios al hombre y llamada a la caridad del hombre para con el hombre. Comulgar a Jesús supone comulgar con todo lo de Jesús. La comunión eucarística debe ser una “encarnación” de Jesús en nuestra vida y de nuestra vida en Jesús.
Hay otro aspecto, entre muchos y de gran transcendencia, que no conviene olvidar: la Eucaristía es presencia y ausencia de Cristo; certeza y nostalgia. Nos habla de Cristo y nos remite a Cristo. Es memoria de Cristo y  profecía de Cristo. La celebramos mientras esperamos su gloriosa venida (Apo 22,20). Por eso es “el sacramento de nuestra fe”, del amor de Cristo y de la esperanza cristiana.  Solo desde ella estamos capacitados para salir al encuentro de la vida como profetas del Señor (Jn 15,5). La Eucaristía no solo es alimento de vida sino proyecto y modelo de vida.
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Alimento mi vida con la fuerza de la Eucaristía?
.- ¿Cómo me acerco a ella?
.- ¿Cómo la traduzco en mi vida.
Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

sábado, 6 de junio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

  SAN JUAN 3, 16-18.
                                             

    "En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
    El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios."

                              ***                  ***                 ***

    Jesús desvela el proyecto de Dios que él ha venido a llevar a plenitud: un proyecto de amor. No ha venido a condenar; su pastoral fue siempre de integración, de acogida… Y ese estilo no debe perderse. El Evangelio de Jesús es el del amor de Dios, que solo puede proclamarse con amor. Dios nunca condena, es Salvador. La condenación no la gestiona Dios sino el propio hombre, que se coloca de espaldas a su iniciativa amorosa. Pero Él siempre está dispuesto a escribir de nuevo las tablas de su Alianza.
REFLEXIÓN PASTORAL
 
            Celebramos la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su misterio. Y la verdad fundamental del cristiano.  Para unos, este Misterio resulta prácticamente insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros, por una u otra sinrazón, "pasan" de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y distanciado de nuestros núcleos originales? 
En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados; en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
            Hoy se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse  “el silencio de Dios”, y que otros, más audaces, denominaron  “la muerte de Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental (Gen 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
            ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para desentenderse de Él.
             Para nosotros, ¿quién es Dios?  Dios no puede ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas (Jb 42,5)? Estamos expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos "nuestro dios", quizá porque le hemos hecho nosotros, a nuestra medida y que sirve para justificar nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese "dios" es el Dios verdadero.
            "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1 ,18). Jesús es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo, comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios, esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros  más que un misterio, aunque no podemos por menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48; Lc 6,36).
            Porque Dios es Familia, quiere que "todos sean uno,  como Tú y Yo somos uno" (Jn 17,21); porque es  Diálogo, quiere veracidad en nuestras relaciones: "vuestro sí sea sí..." (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de espaldas a las urgencias del hermano: "Tuve hambre..." (Mt 25,35); porque “es  Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos amemos...
             Esto es creer en Dios, vivir a Dios. "Si vivimos, vivimos para Dios" (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. Solo Dios.  Pero no  solos con Dios, por que Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de par en par experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en "casa de acogida". Nuestra fe es en un solo Dios, pero no en un Dios “solo”, porque Dios es comunión, es relación, es Amor.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo de Dios, y qué experiencia transmito?
.- ¿Contemplo al hombre como “espacio” de Dios?
.- ¿Traduzco la comunión con Dios en comunión fraterna?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 31 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO DE PENTECOSTÉS!

  SAN JUAN 20, 19-23.
                        

    "Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
                                                                                                                                        ***    ***    ****
     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.
 
REFLEXIÓN PASTORAL.
     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.
     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.
      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.
       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (I Co 2,11)) -.
       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)
      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre ti" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.
 
REFLEXIÓN PERSONAL.

.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?
.- ¿Sigo su magisterio?
.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano Capuchino.

domingo, 24 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

  SAN MATEO 28, 16-20.

                                             
    "En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
    Acercándose a ellos les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
                                               ***             ***             ***
    Nos hallamos ante el final del Evangelio de san Mateo. Jesús reúne a los Once en Galilea (lugar del inicio de su misión) y en un monte (lugar preferido por Jesús para dictar sus enseñanzas más importantes). Todavía es vacilante la fe de los discípulos. Jesús les descubre su “entidad e identidad” (depositario universal del poder del Padre), y los envía definitivamente a la misión. No estarán solos, Él les acompañará siempre. La misión de la Iglesia es hacer discípulos de Jesús, siguiendo sus enseñanzas, e introduciéndolos por el bautismo en el misterio de la familia de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL
    El triunfo de Cristo gira en torno a tres celebraciones: la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés.  Hoy celebramos la Ascensión.
     La 1ª lectura  narra la Ascensión de una manera plástica y visual; la 2ª lectura y el Evangelio nos hablan de sus implicaciones: lo que supuso para Jesús, y lo que supone para nosotros.
     La Ascensión de Jesús es el primer paso de nuestra ascensión, y un paso seguro, porque lo ha dado El. Ya tenemos un pie en el cielo (Ef 2,6).  Pero  ese primer paso de Jesús hay que seguirlo con nuestros propios pasos, porque se trata de seguirle en esa ascensión personal.
     La obra de Jesús: su vida para los demás, su amor preferencial por los menos favorecidos, su vocación por la verdad..., su ser y su hacer, han sido rubricados por el Padre. Y, cumplida su misión, retorna al Padre, su punto de partida (Jn 16,28). Pero no es un adiós definitivo, sino un hasta luego, porque “voy a prepararos un lugar, para que donde esté Yo estéis también vosotros” (Jn 14,2.3).
     La Ascensión no significa la ausencia de Jesús (Mt 28,20), sino un nuevo modo de presencia entre nosotros. Él continúa presente donde dos o más estén reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20), en la fracción del pan eucarístico (cf. Lc 22,19 y par), en el detalle del  vaso de agua fresca dado en su nombre (cf. Mt 10,42), en la urgencia de cada hombre  (Mt 25,31-46).
      Pero ya no será Él quien multiplique los panes, sino nuestra solidaridad fundamentada en Él. Ya no recorrerá los caminos del mundo para anunciar la buena noticia, sino que hemos de ser nosotros, sus discípulos, los que hemos de ir por el mundo anunciando y, sobre todo, viviendo su Evangelio...
      Desde la Ascensión del Señor, sobre la Iglesia ha caído la responsabilidad de encarnar la presencia y el mensaje de Cristo. Se le ha asignado una tarea inmensa: ¡que no se note la ausencia del Señor! Jesús nos ha encargado ser su rostro: que cuantos  nos vean, le vean. ¿Tenemos esta transparencia? ¡La fe nos hace creyentes; el amor, la vida nos hacen creíbles!
       La fiesta de hoy nos invita a levantar nuestros ojos, a mirar al cielo para recuperar para nuestra vida la dosis de trascendencia y esperanza necesaria para no sucumbir a la tentación de un horizontalismo materialista; para dotar a la existencia de motivos válidos y permanentes más allá de la provisoriedad y el oportunismo utilitarista. 
      Vivir mirando al cielo es no perder nunca de vista la huella del Señor; no es una evasión sino una toma de conciencia crítica. Elevar nuestros ojos a lo alto es reivindicar altura y profundidad para nuestra mirada, para inyectar en la vida la luz y la esperanza que nos vienen de Dios; para “comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en heredad a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros” (Ef 1,18-19).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo asumo la tarea de hacer presente al Señor?
.- ¿Soy consciente de la herencia y la riqueza recibida por la fe en Cristo?
.- ¿Vivo en ascensión o en depresión?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 17 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 6º DE PASCUA

  SAN JUAN 14, 15-21
    "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os de otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni le conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él."
                                             ***             ***             ***
    Continúa “el discurso de despedida” de Jesús, desgranando elementos fundamentales para fortalecer la fe y la esperanza de los discípulos. El gran legado, promotor de todo su dinamismo será el Espíritu, aquí denominado como el Defensor y el Espíritu de la verdad. Un Espíritu desconocido por  el mundo”. Declara que el verdadero amor se manifiesta en la guarda de sus “mandamientos”, y que la identificación con Jesús supone el acceso al corazón del Padre.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os lo pida, Pero con mansedumbre, respeto y buena conciencia” (1 Pe 3,15-16).
     Esta invitación, esta urgencia, no ha desaparecido, y es particularmente necesaria en estos momentos de crisis de valores.
     No a la confrontación, pero, también, no a la inhibición. Así surgió la Iglesia, del testimonio de la esperanza de los discípulos. Un testimonio que “llenó de alegría a la ciudad” (Hch 8,8). La tristeza existencial que nos atenaza, a pesar del barullo reinante, ¿no obedecerá a que hemos silenciado esa esperanza? ¿Tenemos algo que decir? ¿Decimos algo? ¿Cómo lo decimos?
    Primero, hemos de decir una palabra humana y humanizadora. Los cristianos debemos estar presente -no solo no ausentes- con presencia peculiar y propia, en la configuración del proyecto humano. Hay que humanizar, impidiendo que el rostro del hombre se vaya desfigurando con rasgos inhumanos e infrahumanos. No debemos extrañarnos sino entrañarnos en el compromiso humano. Nuestra profesión de fe debe ser humanizadora; debe ayudar a que nazca ese hombre nuevo apuntado en la resurrección de Cristo, habitante de unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde habite la justicia (2 Pe 3,13). Pero antes, y para eso, nuestra vida personal debe humanizarse, y nuestra fe debe humanizarnos. Es la primera palabra: una palabra humana, desde el modelo de hombre que Dios nos reveló en Cristo.
      Y una palabra religiosa. No podemos sustraer, silenciar o camuflar esta palabra (Mt 5,16). Necesaria e inequívoca, creída y creíble. Pues no se trata de “terrenizar” el Evangelio, sino de “evangelizar” la tierra; no se trata tanto de “humanizar” el Evangelio, cuanto de “evangelizar” al hombre. ¿Somos religiosamente inexpresivos? ¿Los que se encuentran con nosotros, con quién se encuentran? ¿Con Dios? ¿A dónde y a quién remitimos con nuestro ser y nuestro obrar? Y esa palabra, humana y religiosa, no es más que una: JESUCRISTO. Y para pronunciarla con verdad y credibilidad necesitamos la asistencia del Espíritu
    El evangelio de hoy nos insta a una adhesión personal, íntima y consecuente a él, a Cristo, a sus “mandamientos”, que se reducen a un mandamiento: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). En esa adhesión hallaremos la experiencia de la filiación divina y de la presencia fortificante del Espíritu de Dios, que es presentado como el “Espíritu de la verdad”. Un Espíritu que nos invita a vivir en la “verdad de Jesús” en medio de una sociedad donde la verdad está siendo desnaturalizada y tergiversada: donde a la explotación se le llama negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia, a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad… Desde esa adhesión a Jesús, a sus mandamientos, y al Espíritu de la verdad, entraremos a formar parte de la “familia de Dios”, y superaremos la sensación de orfandad, desamparo y desconcierto.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Anuncio y vivo el Evangelio de la alegría y con alegría?
.- ¿Con qué actitudes doy razón de mi esperanza en Cristo?
.- ¿Guardo (viviendo) o guardo (ocultando) el mandamiento del Señor?
Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.