martes, 8 de diciembre de 2020

¡FELIZ DÍA, SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA!

 


En el centro del Adviento, aparece esta fiesta como razón y estímulo de esperanza. Una fiesta de grandes resonancias en el pueblo cristiano; una verdad que, antes de ser declarada dogma, fue creída, vivida y celebrada por el pueblo de Dios, y particularmente por el pueblo español, donde ciudades y pueblos asumían como compromiso público la defensa de este privilegio de María. Una verdad que fue fervientemente defendida en el campo del debate teológico y de la práctica devocional por la familia franciscana, enarbolando el título de la Inmaculada como enseña y bandera peculiar de su amor a la Virgen.

         La Inmaculada ha sido una constante fuente de inspiración, no solo religiosa sino estética. Las palabras de los hombres se han potenciado, depurado y estilizado en filigranas de ritmos y rimas para pronunciar su belleza; los pinceles inventaban colores con que traslucir su misterio; la música buscó melodías siempre nuevas para cantar a la “Tota pulcra”, a la Purísima… Sí, María ha sido cantada, pero, ¿ha sido comprendida? Y, sobre todo, ¿ha sido escuchada?

¿Qué celebra la Iglesia en esta solemnidad de la Inmaculada? La realización en ella de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho singular, que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.

         La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.

         Y no fue un hecho discriminante para los demás: el privilegio de María no ofende sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”. Contemplar a una mujer Inmaculada y Purísima es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. María es un avance profético de esa nueva creación. El misterio, el milagro de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. “A esto estábamos destinados por decisión de aquel que hace todo según su voluntad” (Ef 1,11)

         Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos.

         Dios  nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad a ser  sus hijos…” (Ef 1,3.4.5).

         El privilegio de la Inmaculada es nuestra vocación, que a partir del bautismo nos introduce en esa ruta de redención. Pero hay otro aspecto a reseñar. En una sociedad donde aflora el desencanto, y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada.

 Quizá nos falta inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes, vacíos y banales, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.

Que la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en gracia de Dios, para ser nosotros, como nos recuerda hoy san Pablo, “alabanza de su gloria”; para proclamar también nosotros con voz propia, como María, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

 

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 2º DE ADVIENTO

 

SAN MARCOS 1, 1-8.

    Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos.

    Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.   Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo.

                            ***             ***             ***

      La grande, nueva y buena noticia es Jesucristo. Es lo que se propone contar san Marcos. Su Evangelio se abre con una profesión de fe en Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios. Y como figura precursora, legitimada desde el AT,  introduce a Juan el Bautista. Un hombre esencial: en sus vestidos y en su mensaje, porque para anunciar al Esencial, a Jesús, sobran los adornos. Un hombre singular, pero distinto de Jesús en su ser y su hacer. Su mensaje es una invitación a la conversión y al reconocimiento del que viene detrás de él, que es más fuerte que él y es quien ofrece el verdadero Bautismo, el del Espíritu Santo.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Continuamos profundizando en la esperanza. Las lecturas bíblicas nos descubren una dimensión particular de la esperanza: esperar es un quehacer.

     El profeta Isaías (1ª lectura), invitaba a los judíos desterrados en Babilonia, y nos invita a nosotros, a dar profundidad a la mirada para descubrir, en medio de los avatares de la historia, la presencia misteriosa pero cierta del Señor; a rastrear sus signos. Y a hacerlo cordialmente. De la esperanza hay que hablar al corazón y con el corazón.

     Renunciar al catastrofismo social y eclesial es una opción positiva y profética. “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9). Frente a los que solo perciben la oscuridad que envuelve la luz, hay quienes perciben la luz que brilla en la oscuridad. Esperar, como amar, es llevar cuentas del bien, no del mal (cf. 1 Cor 13,5).

     La segunda lectura contiene dos advertencias luminosas. No caer en la tentación de ponerle fechas a Dios, porque su calendario no tiene los ritmos y plazos de  los nuestros. “La paciencia del hombre tiene un límite”; la de Dios es ilimitada: hasta que nos dejemos perdonar; mientras tanto, insiste a tiempo y a destiempo.

     Y que, mientras esperamos y apresuramos la llegada de Día del Señor, nos acreditemos con una vida santa. Porque esperar es trabajar por lo que esperamos. ¿Y qué esperamos? “Unos cielos nuevos y una tierra nueva en los  que habite la justicia”. ¿Esperamos eso? ¿Trabajamos por eso? ¿Ese es el reino que pedimos venga a nosotros? ¿Tenemos de verdad hambre y sed de esa justicia?

    Preparad el camino del Señor”, exhorta el Bautista. ¿Cómo? Acondicionando primero el propio camino: valles de desesperanza y vacío que hay que rellenar de esperanza y sentido; montes de presunción y autosuficiencia que hay que abajar; terrenos sinuosos, de ambigüedades y contradicciones, que hay que rectificar...

     El camino del alejamiento, de la huida, es siempre fácil y rápido; el del retorno, el de la conversión, exige tiempo, esfuerzo... Y a esto es a lo que nos invita el Bautista, a hacer habitables y transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, abriendo oasis de autenticidad y conversión.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué criterios valoro la realidad?

.- ¿Hasta dónde me implico en la preparación del camino del Señor?

.- ¿Se entrever y aportar la Luz en los momentos de oscuridad?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

domingo, 29 de noviembre de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 1º DE ADVIENTO

 

SAN MARCOS 13, 33-37.

    “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados una tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”

                                                 ***          ***             ***

    De varias formas Jesús insistió a sus discípulos sobre la necesidad de vivir despejados, preparados, en vela. El cristiano no debe vivir adormilado ni sobresaltado. La vigilancia a la que invita Jesús está asentada en la esperanza de que el Señor vendrá, advirtiendo del peligro de entregarse a actitudes irresponsables ante la vida. La vigilancia no es solo estar a la espera, mirando al cielo, sino esperar dinámicamente, mirando a la vida y transformándola con la vitalidad del Evangelio, gestionando los talentos recibidos.

REFLEXIÓN PASTORAL

A lo largo de las diversas estaciones -tiempos litúrgicos- de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario, la Iglesia quiere que los cristianos vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, celebrando y meditando sus contenidos y momentos más importantes. No es un volver a empezar, en una especie de “eterno retorno”, sino un continuar hacia adelante en la profundización de la fe y de la vida.

Cada tiempo tiene su “color” y su característica; al  Adviento, le caracteriza el color morado, y la tarea de sensibilizarnos para vivir orientados a Cristo, principio y meta de nuestra esperanza.

Esta es la palabra que recorre y dimensiona las semanas del Adviento: “esperanza”. Es, también, una de las palabras más frecuentes en nuestro lenguaje. La asociamos a la vida; es signo de vida -“Mientras hay vida hay esperanza”-, y causa de vida, porque “mientras hay esperanza hay vida”.

La esperanza es “lo último que se pierde”. Por eso exhortaba el apóstol san Pablo: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no  os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y la primera carta de Pedro advertía a estar “dispuestos siempre  para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).

Se trata de vivir con esperanza y dando esperanza. Pero eso no es fácil. Porque en toda espera se está expuesto a confundir, a tergiversar los datos, bien por la impaciencia de conseguir lo esperado o por la desesperación de no conseguirlo, por eso se requiere la lucidez que Jesús recomienda en el Evangelio. Espera sin esperanza en el corredor de la muerte el condenado la ejecución de la sentencia,  y espera con esperanza la madre el nacimiento del hijo que lleva en su seno. Hay esperas sin esperanza y esperas con esperanza.

Aún el creyente sincero, experimenta el silencio de Dios y la sensación de vacío y abandono “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”. (1ª lectura). “Despierta tu poder y ven a salvarnos”, rezamos en el salmo responsorial.

La esperanza cristiana no surge de una mera expectativa humana, sino de una promesa. Su fuente original es Dios. Y “fiel es Dios, el cual os llamó  a la comunión con su hijo Jesucristo, nuestro Señor” (2ª lectura).

Desde ahí, esperar es:

·                          saber que “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre desde siempre es `nuestro Libertador´” (Is 63,16);

·                          sabernos “nosotros la arcilla  y tú el alfarero…” (Is 64,7);

·                          aceptar que Dios tiene la palabra y reconocérsela;

·                          confiar en Dios y abrirle, de par en par, la puerta de la vida;

·                          dejar que Él guíe nuestra existencia, aún cuando caminemos por cañadas oscuras (Sal 23,4), porque Él es nuestro pastor (Sal 23,1);

·                          mantener alertas las antenas del espíritu, para percibir la presencia del Señor; para desenmascarar las falsas esperanzas.

Esa es la esperanza que nos hace libres y hasta audaces. Si esperamos así, no absolutizaremos lo transitorio; podremos darnos sin esperar recompensas humanas; asumiremos con paz y serenidad las limitaciones, propias y ajenas, el dolor y la misma muerte; trabajaremos generosamente por un mundo mejor y hasta descubriremos el encanto de la dura realidad.

Adviento es el tiempo del hombre, concebido más como proyecto que como producto; y el tiempo de la Iglesia, que celebra todo, mientras espera “la gloriosa venida” del Señor. Es, pues, nuestro tiempo. ¡Vivámoslo! ¡Que el Señor nos conceda la gracia de saber esperar así, y de sembrar esa esperanza entre los hombres! 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo gestiono la esperanza?

.- ¿Mi vida la anima la nostalgia o la esperanza?

.- ¿Soy consciente y valoro la riqueza de ser cristiano?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.