sábado, 2 de marzo de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 3º DE CUARESMA

 


San Juan 2, 13-15.

    “En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?  Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha constado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.

    Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.”

 

Amor y mercadeo

 

Nos lo ha dado todo, y es como si nada nos hubiera dado: no merece siquiera la cortesía de un minuto de nuestra atención.

El testigo lo escribió así: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único… para que no perezca ninguno de los que creen en él”. Eso quiere decir que, no sólo nos ha dado todo lo que nosotros somos, sino también todo lo que él es… Y aun así, continúa siendo como si nada nos hubiera dado…

Nos amó el Señor, nos amó tanto que nos dio su ley, una ley perfecta que es descanso del alma e instruye al ignorante, un mandato que alegra el corazón y da luz a los ojos… Es la ley del Señor un tesoro, es más preciosa que el oro, y la despreciamos… El mandato del Señor es alimento del que lo guarda, más dulce que la miel de un panal que destila, y lo desechamos…

Nos amó el Señor, nos amó tanto nuestro Dios que nos dio a Jesús, ley del Señor hecha carne: Él es descanso del alma; él es la palabra que instruye al ignorante; él es la alegría que entra en la casa de los pobres en forma de evangelio, en forma de salvación; él es la luz que ilumina el mundo; él es la vida que resucita a los muertos… En darnos como nos dio a su Hijo, todo nos lo dio el Padre del cielo… ¡Y continuamos ignorando el don de Dios, el manantial de la gracia, el pan de la vida!... Preferimos nuestros ritos mágicos, nuestro mercadeo religioso, nuestros apaños para controlar a Dios, y nos resulta insoportable la presencia de Jesús… la presencia de la Palabra, de la Luz, de la Vida… tan insoportable que lo crucificamos…

Nos amó el Señor, nos amó tanto que, a Jesús, a quien nosotros habíamos crucificado, nos lo dio resucitado: El amor levantó en tres días lo que nosotros habíamos destruido. Pero hoy como ayer, el mundo está lleno de sabios y entendidos que desprecian ese amor extremo consumado en los brazos de una cruz y resucitado, un amor que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Nos amó el Señor, nos amó tanto que, por Cristo Jesús, nos dio su Espíritu Santo, para hacer presente en el mundo una humanidad nueva, la humanidad del hombre nuevo Cristo Jesús.

Hemos conocido el amor que Dios nos tiene; hemos conocido a Jesús, y ya no podemos no anunciar lo que hemos conocido.

Lo hemos conocido para nuestra salvación, pero no para nosotros: a los que somos de Cristo Jesús, se nos ha hecho herida insanable del corazón la ignorancia y el abandono en que yacen quienes nunca han conocido a Jesús, quienes lo desprecian habiendo oído de él, quienes van por la vida abstraídos y distraídos en lo que no puede salvar, sin conocer el amor que a todos salva.

Claro que he de preguntarme si los cristianos somos testigos de ese amor o somos otra cosa; he de preguntarme si la fe en Jesús, la fe en el amor de Dios revelado en Cristo Jesús, no la he suplantado por ritos mágicos, por mercadeo religioso, por apaños piadosos para controlar a Dios.

He de preguntarme, también yo, si no me resulta insoportable la presencia de Jesús…

“Señor, tú tienes palabras de vida eterna”: Enséñame a amar.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 25 de febrero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 2º DE CUARESMA

 

San Marcos 9, 1-9.

    “En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.

     Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo.

    De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.”

 

Escucha, y vivirás

Así, a locura, suena el mandato del Señor a Abrahán: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y ofrécemelo en sacrificio”.

Y locura nos parece el camino que Abrahán recorre para cumplir el mandato recibido: “Levantó el altar y apiló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña… tomó el cuchillo para degollar a su hijo”.

Ahora considera lo que en esa locura es fuente de bendición: “Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré”. “Porque me has obedecido, todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia”.

No es fuente de bendición la sangre, no lo es el holocausto, no lo es el sacrificio; la bendición nace de la obediencia, de la desapropiación.

Y empiezas a entrar en esa locura mayor, en ese misterio insondable de amor, que es la entrega del Hijo de Dios “por todos nosotros”.

El apóstol se asoma a ese abismo y pregunta: “El que entregó a su Hijo por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?

No se nos dio ese Hijo porque lo hayamos pedido. No se nos dio porque nuestra necesidad fuera grande y universal. Ese Hijo único se nos ha dado porque Dios lo amó a él y nos amó a nosotros.

Y tampoco ahora la bendición vendrá de la sangre, tampoco será su fuente el holocausto, el sacrificio; el Hijo que se nos entrega, será bendición por su desapropiación, por su obediencia: “Por eso, al entrar en el mundo, dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad»”.

De ahí que a los redimidos, a los liberados, a los bendecidos, no se les pida sangre sino obediencia, no se les pida sacrificio sino escucha: “Éste es mi Hijo amado; escuchadlo”.

Es como si toda la ley y los profetas se condensaran en ese único mandato: Escuchad a mi Hijo.

Escucha al Hijo el que escucha sus palabras y las pone en práctica.

Escucha al Hijo y conoce a Dios el que escucha a sus enviados.

Escucha al Hijo y cuida de él el que escucha el clamor de los pobres y cuida de ellos.

Son madre y hermanos de ese Hijo quienes escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Son dichosos, verdaderamente dichosos, los que escuchan la palabra de Dios –la palabra del Hijo, la Palabra que es el Hijo- y la cumplen.

Dichosa aquella María, hermana de Marta, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Dichosos también los muertos, pues con ese Hijo que el amor de Dios nos ha dado, ha llegado la hora en que “los muertos oirán su voz, y los que hayan oído vivirán”.

No hay Iglesia si no hay escucha del Hijo, si no hay escucha de la palabra del Señor, si no hay escucha de los pobres.

Escucha al Hijo, y “caminarás en presencia del Señor en el país de la vida”. Escucha, y vivirás.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

sábado, 17 de febrero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 1º DE CUARESMA

 

San Marcos 1, 12-15.

 “En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.”

 

Feliz camino con Cristo Jesús

 

Nos ponemos en camino con Cristo Jesús hacia la celebración anual de su Pascua, de nuestra Pascua con él, de nuestro paso con él desde la muerte a la vida.

Ese camino sólo existe para la fe: no lo abrimos nosotros; no somos nosotros quienes escogemos el modo de recorrerlo; no somos nosotros quienes señalamos la meta a donde lleva.

En ese camino, todo es de Dios. A nosotros sólo se nos pedirá fe para recorrerlo.

Hoy, en el misterio de ese itinerario pascual entramos de la mano del salmista, y lo hacemos suplicando: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”.

Si pedimos: “enséñame”, “instrúyeme”, no es para saber sobre Dios, tampoco para saber de nosotros mismos. Si decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, no es para presumir de conocimientos sino para caminar como creyentes, para “caminar con lealtad”, “con rectitud”, para seguir “el camino de Dios”.

Los que decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, somos la comunidad convocada para la eucaristía, una comunidad de pobres en busca de lealtad, una comunidad de pecadores en busca de gracia, una comunidad de humildes en busca de rectitud.

Y aquel a quien decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, es el “Dios de mi salvación” –“mi Dios y Salvador”-, y, en nuestra oración, recordamos “su misericordia y lealtad”, “su ternura”, “su bondad”, “su rectitud”…

Pero no olvidamos tampoco que, en ese itinerario de fe para ir a Dios, con nosotros camina también Jesús. Él con nosotros, nosotros con él, decimos al Padre: “Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad”. Y en nuestro interior la fe susurra que Jesús mismo es el camino que lleva al Padre, la senda que el Padre nos muestra, el sacramento de su misericordia, de su ternura, de su lealtad, de su bondad, de su rectitud, de su amor.

En nuestra oración, con el salmista y con Jesús, decimos: “Acuérdate de mí, Señor”. Y la fe trae a la memoria la oración de un experto en hacer camino hacia la Pascua con Jesús. Fíjate de dónde sale ese experto que está crucificado al lado del Camino: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y fíjate a dónde llega en aquel mismo instante: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Vemos que aquí no hay saber sino correr, no hay información sino salvación.

Hoy somos nosotros los que desde nuestro punto de salida decimos: “Acuérdate de mí, con misericordia, por tu bondad, Señor”. Y éste es el punto de llegada del camino en el que entramos –te lo dice la fe-: la vida con Cristo resucitado, la vida en Cristo resucitado, la vida con Cristo en su reino.

La comunidad eucarística dice: “Acuérdate de mí, con misericordia, por tu bondad, Señor”, y la fe recuerda el compromiso de Dios nosotros: “Pongo mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra”.

La comunidad dice: “Acuérdate de mí, Señor”, y la fe recuerda: “Está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. Y es como si dijera: Está cerca el Hijo de Dios, está cerca la efusión de su Espíritu, está cerca el amor con que Dios nos ama, está cerca Jesús, está cerca la señal del pacto de Dios con la humanidad entera, está cerca el cuerpo de “su misericordia y lealtad”, de “su ternura”, de “su bondad”, de “su rectitud”…

Ahora, en comunión con Cristo Jesús, en camino hacia la Pascua, volvemos a entonar nuestro canto de asombro: “Tus sendas, Señor, son todas misericordia y lealtad”. Feliz camino con Cristo Jesús.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 11 de febrero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 6º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

San Marcos 1, 40-45.

 “En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.  Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.”

 

 

Gracias, porque me has amado

 

Más que una forma de vida, la del leproso pareciera una forma de no vida. De él se dice en el libro de la ley: “El que haya sido declarado enfermo de lepra… andará gritando: ¡Impuro, impuro!... vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.

La liturgia de este domingo trae a la memoria de la comunidad el encuentro entre un leproso y Jesús, y nos permite revivir en nuestra eucaristía el misterio de ese encuentro.

Todo en el relato resulta asombroso: los es el leproso que se acerca a Jesús, lo es la mano extendida de Jesús y su contacto con lo impuro, lo es el imperativo divino que lo purifica: “Quiero, queda limpio”.

Es como si en aquella hora del tiempo de la salvación, lepra y limpieza, miseria y gracia, anularan todas las distancias: La miseria se acerca a la misericordia. La misericordia extiende su mano a la miseria y la toca. La misericordia se queda con la miseria. La miseria se sabe enriquecida por la gracia.

Hace muchos años que a mí mismo me reconocí en aquel leproso y me vi como él delante de Jesús, como él tocado por su mano, como él manchado y limpio, pecador y santificado, asombrado, gozoso, agraciado y agradecido.

Y así me veo aún, uno más en medio de una comunidad de leprosos sanados, de pecadores dichosos, una comunidad de hombres y mujeres misionera y festiva porque hemos sido curados, perdonados, agraciados, una comunidad de criaturas visitadas por la infinita misericordia de Dios.

Y así veo la eucaristía que hoy celebramos: un sacramento para el encuentro entre miseria y misericordia, entre necesitados de gracia y la fuente en que han de beberla, entre leprosos y la mano divina que nos toca y nos limpia.

Hemos oído la palabra leprosos; pero en la intimidad del corazón entendimos que se hablaba de pecadores, de nosotros.

Ese paso que va de aquel leproso a este pecador, lo da el salmo con que respondemos a la palabra de Dios. No dice: Dichoso el leproso que se ve limpio de su lepra; sino que dice: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, aquel a quien le han sepultado su pecado; dicho el hombre a quien el Señor no le apunta el delito”. No decimos: Me había contagiado; sino que decimos: “Había pecado, lo reconocí; no te encubrí mi delito”.

La lepra de aquel hombre no es más que figura lejana del pecado de este hombre –de esta comunidad eclesial- que hoy se encuentra con Jesús en la eucaristía.

Encuentro gozoso y agradecido con aquel que nos ha amado, y a sí mismo se entregó por nosotros, para consagrarnos, para purificarnos, “para prepararse una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada semejante, una Iglesia santa e inmaculada”.

Encuentro gozoso y agradecido de la miseria con la luz de Dios, con la gloria de Dios, con la vida de Dios, con la santidad de Dios, con la belleza de Dios, con Cristo resucitado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él”, ninguno de los que creen en él, “sino que tengan vida eterna”.

Somos un milagro del amor de Dios.

Gracias, Dios mío, porque me has amado.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 4 de febrero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 5º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

San Marcos 1, 29-39.

     “En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.”

De leprosos y momias

Así se podría resumir el evangelio de hoy: “Curó a muchos enfermos de diversos males”.

Con esos relatos asombrosos de enfermos curados y endemoniados liberados, el evangelista muestra que, en Cristo Jesús, se está cumpliendo lo dicho por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”.

Considéralo con atención: Jesús no es un mago que nos deslumbra y de paso nos engaña; tampoco es un médico que hace lo que sus conocimientos le permiten hacer por devolver la salud a un enfermo. Jesús es la Palabra de Dios que se hizo carne para hacerse con nuestras dolencias y nuestras enfermedades.

Yo era el leproso, y Jesús se quedó con mi lepra. Yo era el ciego, y Jesús se quedó con mi oscuridad. Yo era el muerto, y Jesús, muriendo y resucitando, tomó consigo mi muerte para que yo me quedase con su vida.

Aquella mujer de la que habla el evangelio –la suegra de Simón-, postrada en cama con fiebre, es figura que bien te representa, Iglesia cuerpo de Cristo: más que a ella, mucho más que a ella, a ti se acercó el Señor; a ti te tomó de la mano el que es tu salvador; a ti te liberó el que por ti se entregó a sí mismo para consagrarte, para purificarte, para que fueses santa e inmaculada; a ti te levantó el que te resucitó.

Y habrás caído en la cuenta de que Jesús es también respuesta de Dios a las quejas de Job, más aún, es la respuesta de Dios al lamento de los humildes, al abandono en que yacen los arrojados a un espacio sin luz y sin esperanza: Con Jesús vuelve la dicha al corazón, la vida se eterniza en esperanza, y ya no preguntamos: “¿cuándo me levantaré?, porque nos sabemos levantados con Cristo, resucitados con él, enaltecidos con él y sentados con él a la derecha de Dios en el cielo.

Hemos dicho que “nos sabemos” levantados con Cristo, resucitados con él. Pero aún hay algo más que hemos de considerar, pues hoy, no sólo recordamos lo que ya “sabemos”, lo que ya hemos recibido, sino que nos encontramos con el que todo nos lo ha dado: hoy escuchamos su palabra; hoy, comulgando, nos hacemos uno con él, y en este admirable sacramento, revivimos el más admirable intercambio que el amor de Dios ha hecho posible: Cristo Jesús viene a nosotros y nosotros vamos a él; el que “tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”, hoy, en la eucaristía, nos hace partícipes de la vida misma de Dios.

Ahora, con Job visitado por la gracia, con la suegra de Simón que ha sido levantada de su postración, con los enfermos que han sido curados, con los poseídos que han sido liberados, hacemos nuestra la oración del Salmista: “Alabad al Señor… Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas… El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados”.

Y el corazón, Iglesia cuerpo de Cristo, intuye que a tu cántico de alabanza se suman todos los humildes del mundo, todos los que fueron abandonados por los bandidos al borde del camino, todos los sacrificados por los idólatras a la crueldad del dinero, todos los ahogados en el mar sin entrañas de la indiferencia.

Con los humildes, con los abandonados, con los sacrificados, con hambrientos y sedientos, cantamos una alabanza que bandidos e idólatras jamás podrán comprender ni gustar: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados”.

Feliz eucaristía.

Feliz encuentro con la dicha: se llama Cristo Jesús.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

P.S.: Lo acabo de leer:

Pateras a la deriva aparecen con emigrantes momificados en Brasil”.

Mientras la ortodoxia pierde el sueño por una bendición, los hijos de Dios, abandonados de todos, ignorados por todos, despreciados por todos, exprimidos por todos, también por el sol y la sal, se momifican en una patera a la deriva. Esos muertos han conocido el dolor de Job y la soledad atroz de los echados fuera del campamento. Esos muertos te necesitan, Jesús, y ya sólo tú puedes convocarlos a la vida. Y aquellos otros hermanos suyos que harán mañana su mismo camino, también ellos te necesitan, y hemos de ser nosotros, tu cuerpo, tu corazón y tus manos, quienes los ayudemos a vivir.

 

domingo, 28 de enero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 4º DEL TIEMPO ORDINARIO


                                                    San Marcos 1, 21-28.


    “Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando al sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le increpó: Cállate y sal de él.  El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.”

 

Aceptar una declaración de amor

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”: eso decimos en nuestra celebración eucarística, animándonos unos a otros a la fidelidad en la relación con el Señor, a la obediencia que es propia de los hijos de Dios, a la responsabilidad gozosa que es propia de la familia de la fe.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón”.

El Dios de nuestra fe, el Dios amor, siendo un eterno donante de amor, es al mismo tiempo un mendigo de amor.

Escuchar hoy la voz del Señor” significa acoger el amor que nos ofrece –el suyo-, y darle el amor que mendiga –el nuestro -: intercambio asombroso, y se diría que siempre ruinoso para nuestro Dios y Señor, como lo son todos los que ha hecho y hace con nosotros.

Y si preguntáramos dónde nos ofrece ese amor nuestro Dios, dónde se nos declara, dónde podemos acogerlo, la fe nos invitaría a vislumbrar en la hermosura de las criaturas la presencia del amado, a leer como cartas suyas de amor las páginas de la Escritura santa, a recibir como suyas las palabras de sus profetas, a acoger en nuestra casa su Palabra hecha carne, a creer en su nombre para ser hijos de Dios.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”.

Ahora, en Cristo Jesús, puedes reconocer el lugar de la salvación que te viene de Dios, el cuerpo del amor que Dios te tiene, la palabra humana con la que asomarte al misterio de un amor inefable por divino, la medida humana con la que aventurarte en el misterio de un amor insondable por divino, la luz con la que vislumbrar la belleza del amor de un Dios escondido, un amor que ilumina siempre aunque es de noche.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”: Dios pequeño, Dios humilde, Dios pobre, Dios necesitado, Dios ignorado, Dios rechazado, Dios crucificado… Todo se te ha dado en ese Hijo, todo se te ha dado en ese Único, en ese solo don, todo se te ha declarado tu Dios en esa sola Palabra suya. ¡Todo!

Pero no dejamos de oír tampoco la advertencia con que nos amonesta el salmista, la misma con que hoy unos a otros nos amonestamos en nuestra oración: “No endurezcáis vuestro corazón”. Porque ésa es la realidad: podemos “endurecer el corazón”, podemos no escuchar la voz del Señor, podemos no leer su mensaje, podemos leerlo e ignorarlo, podemos leerlo y despreciarlo, ¡podemos no creer!

A la vista de todos está que podemos prostituir la creación, mensajera obstinada de la belleza de Dios; podemos menospreciar, por su apariencia humilde, la palabra inspirada; podemos cerrar la puerta de nuestra vida a la evidente pobreza de la Palabra encarnada; podemos quedarnos sin acoger un amor infinito, sólo porque Dios no se nos ha presentado como pretendíamos que fuese.

Puede suceder todo eso también en nuestra comunidad, pero no queremos que suceda: Hoy en nuestra Eucaristía escucharemos y comeremos la Palabra, celebraremos el amor con que Dios nos ama, haremos fiesta por la salvación que se nos ofrece, nos asombraremos por el misterio de gracia que se abre ante nuestros ojos.

Hoy comulgamos con Cristo Jesús, con el que “enseña con autoridad”, con el que “manda a los espíritus inmundos y le obedecen”, con el que, luchando contra el mal del hombre, nos revela el compromiso de Dios con las víctimas del mal.

Y no olvidamos que la comunión con Cristo Jesús en la Eucaristía no será verdadera si no es verdadera nuestra comunión con él en los pobres: “Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre”. Habremos acudido al Señor –lo habremos amado- si hemos amado a nuestro hermano pobre.

«No endurezcáis el corazón»: Escucha la voz del Señor, la voz de los pobres.

Los verás sólo a ellos, pero es Él.

         Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger