1.- LA SANTA UNIDAD
De la contemplación y amor tan ardiente de Santa Clara a Cristo Jesús se deriva su amor a la Iglesia, que era muy grande, y también el cúmulo de todas las virtudes que la adornaron.
Clara vive en fraternidad, vive con las hermanas “la santa unidad” y tiene la experiencia de lo que dice el salmo: “Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos” (Salmo 132).
Tiene muy en cuenta las palabras de Jesús en el Evangelio sobre el mandato muevo del amor:
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado… Padre Santo… que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros…. Que sean completamente uno.”
¡Con qué insistencia suplica Jesús al Padre, para que los suyos estén unidos! Y se lo pide en la última hora de su vida, como una especie de garantía para que todos perseveren en su amor.
San Gregorio de Nisa comenta así este precioso pasaje evangélico:
“El Señor aseguró a los discípulos que así ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, si no que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el sólo y único Bien. De este modo, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu… Este es el principio y el cúlmen de todos los bienes”
Son ideas muy afines a las de Santa Clara que insertó en su Regla este consejo:
“Sean solícitas las hermanas de guardar unas con otras la unidad del mutuo amor que es vínculo de perfección”
Ella, viviendo tan hondamente el Evangelio dio siempre una importancia extraordinaria a la “Santa unidad” de las hermanas, y la practicó con el mayor esmero.
En este punto podemos considerar el amor de nuestra Madre hacia el misterio de la Santísima Trinidad, en su esencia de Dios único en TRES Personas: es el modelo acabado de Santa Unidad ¡Dios-Amor!
Así para Santa Clara, cada hermana que recibe en el convento es una gracia del Señor, y en todas ve reflejada la belleza y la bondad de Dios, procurando ser para todas ellas como un mensaje de amor, de sencillez y de alegría. Forman una comunidad evangélica: juntas oran; juntas trabajan; juntas sufren; juntas se recrean oportunamente… Clara precede en todo a sus hijas y con sus ejemplos las arrastra.
Tengamos, por último, en cuenta sus consejos de inapreciable valor, que nos dejó, en este sentido de la “santa unidad”.
En su Testamento, que es uno de los documentos más importantes para nosotras, dice así la Santa Madre:
“Amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, mostrad exteriormente lo que interiormente tenéis, a fin de que estimuladas las Hermanas con este ejemplo crezcan siempre en el amor de Dios y en la recíproca caridad.”
2.- LA CARIDAD FRATERNA
Santa Clara se desvivió siempre por las Hermanas.
Fue diligentísima en la exhortación y cuidado espiritual de las Hermanas, manifestándose ante ellas con alegría constante. Nunca estaba alterada, si no con mucha mansedumbre y benevolencia las reprendía con amor. Era admirable la humildad, la afabilidad y la dulce paciencia con que las trataba, según el testimonio de las hermanas que convivieron con ella.
Deseaba ver a todas con alegría y paz, pues “amaba a las Hermanas como a sí misma” y quería imitar en lo posible, que sintieran angustia, soledad o desamparo, pues consideraba que la tristeza y el desánimo eran tan perniciosos para las Hermanas que no quería que ninguna se sintiera bajo su influencia. Por eso, las animaba con estas palabras:
“ ¡Alegraos siempre en el Señor, hijas carísimas! Y no permitáis que nuble vuestro corazón sombra alguna de tristeza”.
Y así se hallaba cercana a todas ellas para animarlas y consolarlas en cualquier pena o amargura, pues: “Era ella la que confortando los corazones de las Hermanas, los reanimaba amorosamente con el antídoto de un consuelo ininterrumpido”.
Por otra parte, su vida estuvo sembrada de prodigios y milagros, también en favor de sus mismas hijas, como ellas mismas han testificado en el proceso de canonización.
Así en una ocasión multiplicó el aceite, e igualmente multiplicó el pan; se mostraba con gran cariño y alegría al hacerlas cualquier servicio, como lavarles los pies, o cubrirlas por la noche en el lecho, visitándolas para que descansaran sin pasar frío. Ella misma las despertaba a media noche para el Oficio de Maitines, y también al amanecer para la oración de la alabanza.
Cuando caían enfermas, Clara apenas tiene medicinas, pero tiene para sus hijas del alma, su amor y su fe: la señal de la cruz salvadora que trazaba sobre ellas, y las curaba de sus dolencias. Recordemos algunos ejemplos:
Sor Pacífica declaró que en una ocasión curó haciendo sobre ellas la señal de la Cruz a cinco Hermanas enfermas, entre ellas a ella misma. Sor Bienvenida dijo que habiendo ella perdido la voz hasta no poder apenas hablar, la visitó la Santa Madre, y haciendo sobre su garganta la señal de la Cruz quedó curada, recobrando la voz completamente. Sor Amada recordó que estando ella gravemente enferma de hidropesía, fiebre y tos, con dolor de un costado, vino Santa Clara e hizo con su mano sobre la enferma la señal de la Cruz e inmediatamente se sintió curada. Preguntada sobre las palabras que decía la santa, respondió que, habiéndola puesto encima la mano rogó a Dios la librase de aquella enfermedad, si era mejor para su alma. Y así de repente, quedó curada.
Son muchísimos los ejemplos de este tipo de curaciones (cfr. Proceso de canonización).
La fama de santidad de Clara era tan grande que se había extendido también fuera de los muros de San Damián; acudían a ella enfermos de todos los contornos de Asís, para ser curados por la santa. Ella llena de compasión y misericordia hacia los pobres enfermos, curaba sus dolencias con el signo bendito de la cruz.
La señal de la Cruz para Santa Clara es el signo de su amor, y ve en ella el signo de victoria de su Dios Crucificado y Resucitado, e hizo mediante este signo incontables milagros. Considera la Cruz no como señal de muerte y de derrota, sino como anuncio de vida y de salvación: señal amorosa, bienhechora, protectora, triunfadora; señal cristológica y trinitaria por la que se alcanza todos los bienes. Ella podía exclamar:
¡Ave, oh Cruz, esperanza única! ¡Árbol de la vida! ¡Iris de paz!
Veamos ahora además otro milagro de Santa Clara con la Cruz, que narra la siguiente encantadora “Florecilla”:
“Cruces y panes de Santa Clara”
“Santa Clara, devotísima discípula de la Cruz y preciosa plantita del bienaventurado Francisco, había llegado a tanta santidad, que no sólo los obispos y cardenales, sino también el Sumo Pontífice deseaba con grande afecto verla y oírla, y muchas veces la visitaba personalmente. Sucedió una vez que el Papa vino al monasterio de Santa Clara para escuchar la conversación celestial y divina de la que era sagrario del Espíritu Santo. Y mientras hablaban ambos largamente de la salvación del alma y de la alabanza divina, Santa Clara mandó preparar panes para las hermanas en todas las mesas, con la intención de guardar aquellos panes una vez que los hubiese bendecido el Vicario de Cristo.
En efecto, terminada la plática santísima, la santa se arrodilló con gran reverencia y rogó al Sumo Pontífice se dignase bendecir los panes preparados. Pero el Papa le respondió: - “Hermana Clara fidelísima, yo quiero que seas tú la que bendiga esos panes haciendo sobre ellos la bendición de Cristo, a quien te has entregado por completo como precioso sacrificio”.
-“ Perdonadme Santísimo Padre -repuso ella,- pero sería digna de muy grande reprensión si delante del Vicario de Cristo me atreviese a dar semejante bendición yo, que soy una vil mujercilla”.
- “Para que no pueda atribuirse a presunción -insistió el Papa- y hasta que te sea de mérito, te mando por santa obediencia que hagas la señal de la Cruz sobre estos panes y los bendigas en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Entonces ella, como verdadera hija de obediencia, bendijo devotísimamente los panes con la señal de la Cruz. ¡Cosa admirable! Al instante apareció una bellísima cruz sobre todos los panes. De estos panes algunos los comieron entonces con gran devoción y otros los guardaron por milagrosos. El Papa, maravillado por la prodigiosa cruz hecha por la esposa de Cristo dio primero gracias a Dios y luego bendijo a la bienaventurada Clara con palabras de consuelo.”
2.- FRATERNIDAD UNIVERSAL
Se ha destacado ya la caridad de Clara con sus hermanas y demás personas que acudían a ella. Debemos recordar también su vivencia grande y espléndida de fraternidad universal. Su amor se extendía a todos los seres, viendo en ellos un reflejo de la belleza, la misericordia, el amor infinito de Dios, creador de tantas maravillas.
Admiraba la belleza de la creación, los amaneceres dorados, las noches estrelladas, las montañas y valles de su tierra umbra… las flores de las praderas y los pájaros que llenaban el cielo de trinos.
Todas las criaturas le hablaban de Dios y por todas le glorificaba ella, que era la “plantita” de Francisco, el cantor admirable de la creación:
“Loado seas mi Señor por el hermano sol, y por todas las criaturas….”
“Tú eres la hermosura, Tú eres el gozo… Tú eres la quietud y la paz… Tú eres caridad y amor, Tú eres sabiduría, Tú eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero”.
Entre todas las criaturas es el hombre en el que más se ha centrado el amor de Dios. Él es su criatura predilecta, para salvar la cual dice el Evangelio que “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único” (San Juan).
Y así concluye viendo Santa Clara más claramente la obra de Dios y su supremo amor a los hombres, en éste mismo Cristo entregado en la Cruz y en la Eucaristía: la Cruz y la Eucaristía fueron los misterios que subyugaron a Santa Clara.
Por eso se ha podido decir que fue su vida cristocéntrica y eucarística, que al fin es igual.
Clara vive en fraternidad, vive con las hermanas “la santa unidad” y tiene la experiencia de lo que dice el salmo: “Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos” (Salmo 132).
Tiene muy en cuenta las palabras de Jesús en el Evangelio sobre el mandato muevo del amor:
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado… Padre Santo… que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros…. Que sean completamente uno.”
¡Con qué insistencia suplica Jesús al Padre, para que los suyos estén unidos! Y se lo pide en la última hora de su vida, como una especie de garantía para que todos perseveren en su amor.
San Gregorio de Nisa comenta así este precioso pasaje evangélico:
“El Señor aseguró a los discípulos que así ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, si no que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el sólo y único Bien. De este modo, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu… Este es el principio y el cúlmen de todos los bienes”
Son ideas muy afines a las de Santa Clara que insertó en su Regla este consejo:
“Sean solícitas las hermanas de guardar unas con otras la unidad del mutuo amor que es vínculo de perfección”
Ella, viviendo tan hondamente el Evangelio dio siempre una importancia extraordinaria a la “Santa unidad” de las hermanas, y la practicó con el mayor esmero.
En este punto podemos considerar el amor de nuestra Madre hacia el misterio de la Santísima Trinidad, en su esencia de Dios único en TRES Personas: es el modelo acabado de Santa Unidad ¡Dios-Amor!
Así para Santa Clara, cada hermana que recibe en el convento es una gracia del Señor, y en todas ve reflejada la belleza y la bondad de Dios, procurando ser para todas ellas como un mensaje de amor, de sencillez y de alegría. Forman una comunidad evangélica: juntas oran; juntas trabajan; juntas sufren; juntas se recrean oportunamente… Clara precede en todo a sus hijas y con sus ejemplos las arrastra.
Tengamos, por último, en cuenta sus consejos de inapreciable valor, que nos dejó, en este sentido de la “santa unidad”.
En su Testamento, que es uno de los documentos más importantes para nosotras, dice así la Santa Madre:
“Amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, mostrad exteriormente lo que interiormente tenéis, a fin de que estimuladas las Hermanas con este ejemplo crezcan siempre en el amor de Dios y en la recíproca caridad.”
2.- LA CARIDAD FRATERNA
Santa Clara se desvivió siempre por las Hermanas.
Fue diligentísima en la exhortación y cuidado espiritual de las Hermanas, manifestándose ante ellas con alegría constante. Nunca estaba alterada, si no con mucha mansedumbre y benevolencia las reprendía con amor. Era admirable la humildad, la afabilidad y la dulce paciencia con que las trataba, según el testimonio de las hermanas que convivieron con ella.
Deseaba ver a todas con alegría y paz, pues “amaba a las Hermanas como a sí misma” y quería imitar en lo posible, que sintieran angustia, soledad o desamparo, pues consideraba que la tristeza y el desánimo eran tan perniciosos para las Hermanas que no quería que ninguna se sintiera bajo su influencia. Por eso, las animaba con estas palabras:
“ ¡Alegraos siempre en el Señor, hijas carísimas! Y no permitáis que nuble vuestro corazón sombra alguna de tristeza”.
Y así se hallaba cercana a todas ellas para animarlas y consolarlas en cualquier pena o amargura, pues: “Era ella la que confortando los corazones de las Hermanas, los reanimaba amorosamente con el antídoto de un consuelo ininterrumpido”.
Por otra parte, su vida estuvo sembrada de prodigios y milagros, también en favor de sus mismas hijas, como ellas mismas han testificado en el proceso de canonización.
Así en una ocasión multiplicó el aceite, e igualmente multiplicó el pan; se mostraba con gran cariño y alegría al hacerlas cualquier servicio, como lavarles los pies, o cubrirlas por la noche en el lecho, visitándolas para que descansaran sin pasar frío. Ella misma las despertaba a media noche para el Oficio de Maitines, y también al amanecer para la oración de la alabanza.
Cuando caían enfermas, Clara apenas tiene medicinas, pero tiene para sus hijas del alma, su amor y su fe: la señal de la cruz salvadora que trazaba sobre ellas, y las curaba de sus dolencias. Recordemos algunos ejemplos:
Sor Pacífica declaró que en una ocasión curó haciendo sobre ellas la señal de la Cruz a cinco Hermanas enfermas, entre ellas a ella misma. Sor Bienvenida dijo que habiendo ella perdido la voz hasta no poder apenas hablar, la visitó la Santa Madre, y haciendo sobre su garganta la señal de la Cruz quedó curada, recobrando la voz completamente. Sor Amada recordó que estando ella gravemente enferma de hidropesía, fiebre y tos, con dolor de un costado, vino Santa Clara e hizo con su mano sobre la enferma la señal de la Cruz e inmediatamente se sintió curada. Preguntada sobre las palabras que decía la santa, respondió que, habiéndola puesto encima la mano rogó a Dios la librase de aquella enfermedad, si era mejor para su alma. Y así de repente, quedó curada.
Son muchísimos los ejemplos de este tipo de curaciones (cfr. Proceso de canonización).
La fama de santidad de Clara era tan grande que se había extendido también fuera de los muros de San Damián; acudían a ella enfermos de todos los contornos de Asís, para ser curados por la santa. Ella llena de compasión y misericordia hacia los pobres enfermos, curaba sus dolencias con el signo bendito de la cruz.
La señal de la Cruz para Santa Clara es el signo de su amor, y ve en ella el signo de victoria de su Dios Crucificado y Resucitado, e hizo mediante este signo incontables milagros. Considera la Cruz no como señal de muerte y de derrota, sino como anuncio de vida y de salvación: señal amorosa, bienhechora, protectora, triunfadora; señal cristológica y trinitaria por la que se alcanza todos los bienes. Ella podía exclamar:
¡Ave, oh Cruz, esperanza única! ¡Árbol de la vida! ¡Iris de paz!
Veamos ahora además otro milagro de Santa Clara con la Cruz, que narra la siguiente encantadora “Florecilla”:
“Cruces y panes de Santa Clara”
“Santa Clara, devotísima discípula de la Cruz y preciosa plantita del bienaventurado Francisco, había llegado a tanta santidad, que no sólo los obispos y cardenales, sino también el Sumo Pontífice deseaba con grande afecto verla y oírla, y muchas veces la visitaba personalmente. Sucedió una vez que el Papa vino al monasterio de Santa Clara para escuchar la conversación celestial y divina de la que era sagrario del Espíritu Santo. Y mientras hablaban ambos largamente de la salvación del alma y de la alabanza divina, Santa Clara mandó preparar panes para las hermanas en todas las mesas, con la intención de guardar aquellos panes una vez que los hubiese bendecido el Vicario de Cristo.
En efecto, terminada la plática santísima, la santa se arrodilló con gran reverencia y rogó al Sumo Pontífice se dignase bendecir los panes preparados. Pero el Papa le respondió: - “Hermana Clara fidelísima, yo quiero que seas tú la que bendiga esos panes haciendo sobre ellos la bendición de Cristo, a quien te has entregado por completo como precioso sacrificio”.
-“ Perdonadme Santísimo Padre -repuso ella,- pero sería digna de muy grande reprensión si delante del Vicario de Cristo me atreviese a dar semejante bendición yo, que soy una vil mujercilla”.
- “Para que no pueda atribuirse a presunción -insistió el Papa- y hasta que te sea de mérito, te mando por santa obediencia que hagas la señal de la Cruz sobre estos panes y los bendigas en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Entonces ella, como verdadera hija de obediencia, bendijo devotísimamente los panes con la señal de la Cruz. ¡Cosa admirable! Al instante apareció una bellísima cruz sobre todos los panes. De estos panes algunos los comieron entonces con gran devoción y otros los guardaron por milagrosos. El Papa, maravillado por la prodigiosa cruz hecha por la esposa de Cristo dio primero gracias a Dios y luego bendijo a la bienaventurada Clara con palabras de consuelo.”
2.- FRATERNIDAD UNIVERSAL
Se ha destacado ya la caridad de Clara con sus hermanas y demás personas que acudían a ella. Debemos recordar también su vivencia grande y espléndida de fraternidad universal. Su amor se extendía a todos los seres, viendo en ellos un reflejo de la belleza, la misericordia, el amor infinito de Dios, creador de tantas maravillas.
Admiraba la belleza de la creación, los amaneceres dorados, las noches estrelladas, las montañas y valles de su tierra umbra… las flores de las praderas y los pájaros que llenaban el cielo de trinos.
Todas las criaturas le hablaban de Dios y por todas le glorificaba ella, que era la “plantita” de Francisco, el cantor admirable de la creación:
“Loado seas mi Señor por el hermano sol, y por todas las criaturas….”
“Tú eres la hermosura, Tú eres el gozo… Tú eres la quietud y la paz… Tú eres caridad y amor, Tú eres sabiduría, Tú eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero”.
Entre todas las criaturas es el hombre en el que más se ha centrado el amor de Dios. Él es su criatura predilecta, para salvar la cual dice el Evangelio que “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único” (San Juan).
Y así concluye viendo Santa Clara más claramente la obra de Dios y su supremo amor a los hombres, en éste mismo Cristo entregado en la Cruz y en la Eucaristía: la Cruz y la Eucaristía fueron los misterios que subyugaron a Santa Clara.
Por eso se ha podido decir que fue su vida cristocéntrica y eucarística, que al fin es igual.
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