SAN JUAN 20, 19-23
"Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
En este día último del Tiempo Pascual la Iglesia celebra el misterio de Pentecostés: Cristo glorificado envía su Espíritu a la Iglesia.
Hoy, al comenzar tu celebración eucarística, cantarás tu Aleluya por la admirable belleza de la obra de Dios en ti, Iglesia santa, nueva y admirable creación del poder de su gracia. Hoy cantarás tu Aleluya asombrada de lo que contemplas: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros”.
No me han hecho cristiano unos vestidos, no lo soy por los ritos que practico, no me identifica como cristiano el código moral que regula mi conducta, no me acreditan como de Cristo las verdades que sobre él puedo aceptar y profesar. Todo eso puede quedar reducido a engañosa apariencia de vida cristiana. Donde hay un cristiano, hay una nueva humanidad. “¡Circuncisión o no circuncisión, qué más da! Lo que importa es una nueva humanidad”, humanidad habitada por el Espíritu Santo y animada por el amor de Dios.
Necesitamos discernir a la luz de la fe la verdad de nuestra condición, a qué mundo pertenecemos.
Conocemos de cerca la vieja creación, fácilmente identificable por sus estructuras de pecado y sus divisiones: judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres… progresistas y conservadores, adoradores de novedades y adoradores de tradiciones, izquierdas y derechas, blancos y negros, ricos y pobres, justos e injustos…
Conocemos esa vieja creación, pues de muchas maneras le pertenecemos: nacimos en ella, y hemos interiorizado el mal que la aflige. Pero buscamos con toda el alma pertenecer a otro mundo, a una humanidad nueva, al pueblo de los “bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”.
Bautizados, ungidos, para ser de Cristo, para ser Iglesia, para ser cuerpo de Cristo.
Humanidad nueva, nacida del amor, nacida para amar. Bautizados, ungidos, para ser enviados por el mismo que nos bautiza: “Jesús repitió: _Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo”.
No dejes de cantar tu Aleluya, Iglesia amada de Dios, pues de Cristo recibes el Espíritu que te habita, que te unge, que te envía para que lleves la buena noticia a los pobres y hables a todos de las maravillas que Dios ha realizado contigo.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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