En
el nombre del Señor…
Hermanos,
el cumplimiento de los prefectos del Señor es
un sacrificio saludable, dice el Eclesiástico. Pidamos, pues, al Señor
que nos haga comprender bien la importancia y el valor de la obediencia.
Oremos
Oh Dios, que para librar a los
hombres de la esclavitud del pecado enviaste a tu divino Hijo, hecho obediente
hasta la muerte y una muerte de cruz, haz que su ejemplo cure en nosotros la
plaga del orgullo, que nos hace insufribles al yugo de la obediencia. Por
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Escuchamos la Palabra de Dios
Del
Evangelio según San Juan 4, 31-36
Reflexión
Hablar de obediencia hoy no es
fácil. Con el aurea de libertad que sopla en la mentalidad actual, por una
parte, y por otra con la realidad de los innumerables abusos que en nombre de
la obediencia o de la ley se han realizado o se realizan con daño de pueblos,
de personas y de la misma dignidad humana, hoy también el término “obediencia”
está comprometido y malamente tolerado.
Y sin embargo, la obediencia además
de ser virtud cristiana, es el fundamento del vivir civil y social, sin ella
acabarían en nada las leyes, el orden, la autoridad, la disciplina y la misma
vida comunitaria, a la que está totalmente ligado el progreso de la humanidad.
No pretendemos hacer aquí el elogio
de la obediencia. Nosotros creemos ya en el valor fundamental e insustituible de
esta virtud. Sabemos que la obediencia en cuanto adhesión libre y espontánea a
la voluntad de Dios, nos eleva a un orden sobrenatural y nos hace partícipes
del misterio divino de la salvación.
El voto de obediencia pues es un don
de amor, un ofrecimiento que hacemos a Dios, para unir más íntimamente nuestra
voluntad a la suya, para imitar a Jesús que nos dice: “Mi comida es hacer la
voluntad de Aquel que me ha enviado”. Mi comida ¿entendéis? Porque si el hombre
animal vive de pan, Cristo vive de esta voluntad divina. “Él por nosotros se ha
hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”.
Esta
espiritualidad evangélica de la obediencia guió toda la vida y obra de Santa
Clara, obediencia a Dios ante todo, obediencia al Evangelio pero también
obediencia a la Iglesia, al Papa, a la jerarquía, y obediencia también a
Francisco, a aquel que le había dado el Señor como el maestro en la forma de
vida evangélica.
A sus hermanas la Santa Madre no
olvidó jamás de recordar “que por amor de Dios habían renunciado a su propia
voluntad”: un motivo que sólo puede bastar para dar alas al espíritu y hacer
pronta y alegre nuestra obediencia. También a las abadesas Santa Clara las
recuerda que “el Hijo del Hombre no ha venido
“para ser servido sino para servir y dar su vida para la salvación de
muchos… y quien entre vosotros quiera ser el mayor, que se haga vuestro siervo”
“Porque así debe ser –dice Santa Clara– que la abadesa sea la sierva de todas
las hermanas”.
A estas normas ajustó la Santa Madre
todo su comportamiento. Su obediencia no tuvo límites; su completa donación a
Dios y a su voluntad fue sin medida.
Modelada sobre el ejemplo de Cristo su obediencia fue plenitud de caridad,
expresión de inconmensurable amor a Dios y a las almas.
Caridad que transforma en servicio
como el arropar con sus propias manos a las hermanas por las noches para que
las hermanas no cogieran frío. O aquella materna indulgencia hacia las hermanas
que veía menos adelantadas en virtud; o como aquel postrarse ante sus hermanas
enfermas o afligidas para aliviarlas en
el dolor. Y animada por su experiencia personal nos escribe en la Regla, y
luego repetirá en su Testamento: “Ruego a aquella que tenga el gobierno de las
hermanas que se preocupe de preceder a las otras más con la virtud y la santidad
de vida, que por la diligencia, para que animadas por su ejemplo, las hermanas
le obedezcan no tanto por deber cuanto por amor.
Obedecer en espíritu de fe y por
amor a Dios, de hecho es señal de verdadera madurez y libertad de
espíritu. Y con esta libertad también la
paz. “Obediencia y paz” una fórmula tan querida por el beato, el Papa Juan
XXIII, terciario franciscano, o para decirla con Dante: “en su voluntad está
nuestra paz”.
Plegaria comunitaria
Hermanos, el
ejemplo de la obediencia de Jesús y de los Santos nos anima a imitarlos para
que el Señor nos enseñe a hacer su santa voluntad
Oremos
juntos diciendo:
R.
Escúchanos, Señor
·
Para
que la Iglesia en el cumplimiento de la misión que Cristo le encomendó, siga el
mismo camino que Él, el de la pobreza y de la obediencia, el del servicio y del
sacrificio. Oremos. R.
·
Para
que todos los hombres se convenzan de que el progreso, la justicia y paz
dependen de la fiel observancia de las leyes divinas. Oremos. R.
·
Para
que los cristianos con su obediencia al Evangelio contribuyamos eficazmente a
la solución de los problemas que afligen a la sociedad humana. Oremos. R.
·
Para
que nosotros, los aquí reunidos, cumplamos siempre por amor y con amor cuanto
hemos prometido a Dios conformándonos en todo a su santa voluntad. Oremos. R.
Ahora en silencio, pidamos al Señor
por intercesión de Santa Clara, las gracias que deseamos alcanzar en esta
Novena. (Petición)
Padrenuestro, Ave María y Gloria
Oremos
Oh
Jesús, que por la gloria del Padre y por nuestro ejemplo, te hiciste obediente
hasta la muerte y una muerte de cruz, haz que con los mismos sentimientos de
humildad, de obediencia y de amor, también nosotros sirvamos a Dios todos los
días de nuestra vida. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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