Evangelio: Juan 1,1-18
En el principio ya
existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La
Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo
todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió…
La Palabra era la
luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad….
*** *** ***
En el prólogo del IV
Evangelio halla su plenitud la reflexión sapiencial sobre la Sabiduría de Dios.
Hasta donde no llegó el pensamiento humano, porque no podía llegar, llegó la
iniciativa del amor de Dios. En el nacimiento de Jesucristo se ha manifestado
en plenitud la revelación de la Bendición de Dios. Jesús es el HOY exhaustivo
de Dios (cf. Heb 1,1-2). Y en su nacimiento, hemos nacido como hijos de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL
Además
y por encima de la escenografía tradicional de reyes y pastores, ángeles y
estrellas, la Navidad tiene un contenido muy preciso: el misterio, que es buena
nueva, de la presencia de Dios entre los hombres, para los hombres y por los
hombres.
La formulación del misterio de la Navidad
en el NT es muy plural. Estamos habituados y solemos privilegiar las
formulaciones “narrativas” de los evangelios de san Mateo y de san Lucas, pero no son las únicas. Hay
otras, que podríamos calificar de “kerigmáticas”, de gran densidad teológica,
que no pueden ser ignoradas.
Una de ellas es la que presenta el
evangelio de este domingo segundo de Navidad: el Prólogo del Evangelio de san
Juan. Pero no es el único testimonio. También en los escritos paulinos se
encuentran referencias y ecos del misterio navideño. Así, en la carta a los
Gálatas Pablo define a la Navidad como “plenitud
de los tiempos”, además de hablar de la “mujer” de la Navidad (Gál 4,4). Y
en el himno de la carta a los Filipenses se encuentra una emocionada evocación
navideña, al celebrar la decisión del Hijo de Dios de hacerse hombre (Flp
2,6-11).
Por su parte, en la carta a los Hebreos se
apunta al “hoy” de Dios, presentando a la Navidad como el inicio de ese “hoy”
en el que Dios “nos ha hablado por medio
del Hijo” (Heb 1,2). Incluso en el libro del Apocalipsis se habla de una
navidad eclesial, tipificada en la Mujer encinta “que dio a luz un Hijo varón, que ha de regir a todas las naciones”
(Ap 12,1-6). De una lectura meditada de estos y otros testimonios se desprende una
comprensión enriquecida y enriquecedora de este misterio.
La Navidad nos habla de “presencia”
salvadora (Jn 1,14)); de “entrega” redentora (Flp 2,6ss); de “bendición”
universal (Ef 1,3); de “luz” que brilla en la oscuridad (Jn 1,5); de plenitud de
la verdad y de la vida (Jn 1,9; de palabra definitiva de Dios (Heb 1,2); de
alumbramiento exhaustivo del amor divino (Jn 3,17).
Y nos recuerda que todo eso no ha sido
porque sí, sino por nosotros. De ahí que al celebrar la Navidad debemos
sentirnos implicados en esa aventura de Dios. El “nacimiento” del hijo de Dios
es para que nosotros renazcamos como hijos de Dios. La Navidad no puede
aislarse. La celebración navideña debe ayudarnos a redescubrir, cada vez con
mayor profundidad nuestra condición de hijos de Dios, que ha derramado sobre
nosotros el Espíritu de su Hijo para que podamos decir con verdad ¡Padre! (Gál
4,6)
Este es el gran contenido de la Navidad:
Saber y sentir a Dios con nosotros y por nosotros. Sentirle Padre y sentirnos
hijos. Y la gran pregunta es: Si Dios está con nosotros, ¿nosotros con quien
estamos? Si Dios es nuestro Padre, ¿nos vivimos como hermanos? Lo sabremos si
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias provoca en mí
el nacimiento del Hijo de Dios?
.- ¿Me lleva a profundizar mi
filiación divina y mi fraternidad humana?
.- ¿Me acerca a Dios y me hace
sentirle cerca?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario