Marcos 16,15-20
"En
aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se
salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos
signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán
serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño.
Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El
Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de
Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban."
*** *** ***
La manifestación de Jesús vivo a los
discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a
toda la creación (cf. Col 1,23). Con un
mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la
decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que
se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar
sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre
evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento
(cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus
consecuencias.
El mensaje irá acompañado de signos
identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once
sino para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).
Se narran cinco signos, que son en
definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad
es llamada e introducida en una era de renovación.
Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo
del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra
del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador
excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras
palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia
indefectible del Resucitado.
REFLEXIÓN PASTORAL
La fiesta de la
Ascensión del Señor frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera
reductiva. Resaltamos la exaltación / glorificación personal de Cristo, que,
sin duda lo es, olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y
que no conviene descuidar.
Jesús vuelve a
casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y
he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28).
Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas muy importantes.
Jesús no regresó
al Padre como había salido: regresó marcado con unas señales, las pruebas del
amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos señalada una tarea: la de
inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de ascensionar la realidad,
transformándola con las semillas del Evangelio.
La Ascensión de Jesús es una llamada de
fidelidad a la Tierra, que con “dolores
de parto” (Rom 8,22) ansía alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios,
como casa de todos sus hijos, donde reine la justicia y la paz.
La Ascensión,
pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivar y llevar a feliz
término su vocación original. La Ascensión supone el reconocimiento de la
“mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia.
Es uno de los
aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (1ª lectura). La
Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
a toda la creación” (Evangelio).
¿Qué es
evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a esta pregunta;
sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que hasta lo que
parece ser claro, se complica inevitablemente.
Evangelizar es
hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el Reino de Dios, por la
predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder nunca de vista ni a Él
(Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora.
Evangelizar es
anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom 5,6ss), concreto y
personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc 4,16ss; Mt 11,2-5)
y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en Cristo. Es configurar el
mundo según el proyecto de Dios manifestado por Jesucristo (Ef 1).
“Evangelizar
significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad:
“Mira, hago nuevas todas las cosas”
(Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad
nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo
(cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef 4,23-24; Col 3,9-10) (EvN
18).
La segunda
lectura habla de la necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón -
solo se ve bien cuando se mira con el corazón – para comprender esta nueva
realidad que inagura la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la Ascensión? ¿Me siento afectado?
.- ¿Qué realidades están clamando por una ascensión liberadora?
.- ¿Qué hago por la Tierra nueva, donde habite la justicia?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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