SAN MARCOS 13,24-32
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará
tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
ejércitos celestes temblarán.
Entonces verán venir al Hijo del Hombre
sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a
sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del
cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera:
Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera
está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a
las puertas. Os aseguro esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y
la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni
los ángeles ni el Hijo, solo el Padre."
*** *** *** ***
El texto de S. Marcos se apoya en referencias
veterotestamentarias (Is 13, 9-10 y 34,4). Los prodigios cósmicos sirven en el
lenguaje de los profetas para describir las intervenciones poderosas de Dios en
la historia; aquí, en concreto, se quieren subrayar dos aspectos: una
novedad-renovación radical, que implica la desaparición de lo antiguo (cf 2 Pe
3,13) y la transitoriedad de la realidad presente, sin entrar a describir el
cómo, ni a determinar el cuándo. El centro de esta pequeña unidad recae en la
afirmación de la venida del Hijo del hombre. Para S. Marcos se trata de la
venida de Jesús; pero de una venida peculiar: lo sugiere la referencia a la
nube (que es signo del mundo divino) y la afirmación "con gran poder y gloria". La imagen está inspirada en Dn
7,13-14, con la que se anunciaba el restablecimiento del reino mesiánico. Aunque
no se afirma expresamente la finalidad de esa venida, los contextos literarios
sugieren que es para juzgar. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para
reunir a los elegidos. Reunir a todos los hijos de Dios dispersos era el gran
sueño de Israel (Zac 2,10; Dt 30, 4). Ninguno se perderá. La venida del Hijo
del hombre pondrá fín a la dispersión originada por la gran tribulación. El
final, pues, no será catástrofico, sino salvador.
Con la parábola de la higuera, Jesús invita
al discernimiento correcto de los signos de los tiempos.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Nos encontramos en las postrimerías del
año litúrgico, y los textos de la palabra de Dios nos invitan a reflexionar
sobre un hecho inevitable: el fin de “este” mundo. Más de uno podrá haber
quedado impresionado por el lenguaje de estos textos, especialmente el del
evangelio. No es este el momento para abordar su explicación. Pertenece a un
género literario especial -el apocalíptico-, caracterizado por la viveza de sus imágenes, y que tiene por tema,
generalmente, la revelación de los acontecimientos últimos de la historia. En
todo caso, es una literatura de esperanza, no de catástrofe. Pero si no podemos
abordar la peculiaridad de ese lenguaje literario, no debemos eludir, sin
embargo, la necesidad de alcanzar su mensaje.
Para muchos de nuestro contemporáneos la
perspectiva del fin de la propia existencia y del mundo en que se mueven, y en
cuya construcción han empleado, quizá, lo mejor de su vida, suscita una
resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable.
Por otra parte, nos movemos en un ambiente
de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades, que pretenden ver
en los acontecimientos que estamos viviendo el umbral o el dispositivo que
ponga en funcionamiento el detonador fatal. Como creyentes, ¿qué responder a
esto?
Para el discípulo de Cristo no hay cabida
más que para una actitud: la esperanza responsable. A los cristianos de
Tesalónica, preocupados por la suerte de los muertos y de los últimos días, san
Pablo les escribe “para que no os
aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Además, “el día y la hora nadie la conoce” (Mc
13,32), por tanto “en lo referente al
tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba” (1 Tes 5,1)…, “y no
os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra… ¡Que nadie
en modo alguno os engañe!” (2 Tes 2,2-3).
Pero es que, además, según los textos del
NT, ese fin no será una catástrofe, sino la victoria definitiva de Cristo.
Entonces tendrá lugar la “nueva creación
de unos cielos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe
3,13): se oirá la voz de Jesús: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Apo 21,5).
Será una transformación de la existencia, por la que “la creación entera ahora gime y sufre dolores de parto…, pues hemos
sido salvados en esperanza” (Rom 8,22.24). Entonces recibirán el premio los
que vienen de la “gran tribulación”
(Ap 7,14).
La carta a los Efesios ofrece las claves
para una lectura optimista del llamado fin del mundo: recapitulación de todas
las cosas en Cristo (Ef 1,10). No se trata, pues, de destrucción, sino de novedad;
no de muerte, sino de esperanza. Si bien, para ello, es necesario que el grano
de trigo sea sembrado, enterrado (Jn 12,24); que Jesús sea crucificado (Mt
17,22-23); que el cristiano tome cada día su cruz (Mt 16,24) y que la
representación de este mundo pase (1 Cor 7,31). Pero no lo olvidemos, el hecho
fundamental de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano
ha de ser la esperanza de que si Cristo resucitó, también nosotros
resucitaremos con Él (1 Cor 6,14; 2 Tim 2,11).
Nada de actitudes negativas. Creemos en
Cristo, vivamos en consecuencia, empeñándonos diariamente porque esta nueva
creación -para los pesimistas el final-
se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación
pedimos en el Padrenuestro, no puede sernos ajena. Nos lo recuerda la parábola
de los talentos.
Por tanto, en espera de que nuestra
existencia adquiera una dimensión definitiva, sigamos el consejo de san Pablo a
los cristianos de Filipos: “Todo lo que
es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o
mérito, tenedlo en cuenta” (4,8), y “todo
lo que de palabra o de obra, realicéis, sea
todo en el nombre de Jesús” (Col 3,17). Solo con una vida así
interpretada, podremos celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Sé leer desde la fe los
“signos de los tiempos”?
.- ¿Cómo afronto el presente?
¿con esperanza?
.- ¿Funciono en la vida con
mentalidad de sembrador o de recolector?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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