SAN MATEO
5, 38-48
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Sabéis que está mandado: “Ojo por ojo,
diente por diente”. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te
requiera para andar una milla, acompáñale dos; a quien te pida, dale, y al que
te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo:
Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los
que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos
de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el so sobre malos y
buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si
saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los paganos? Por tanto sed perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto."
*** *** *** ***
Continúa el texto de las propuestas
alternativas de Jesús, con una invitación a desactivar la dinámica de la
violencia con la fortaleza y la ternura del perdón. El discípulo no debe ser
como uno más, reproduciendo los esquemas en curso. Ha de ser portador de
comportamientos peculiares, los que se derivan de su filiación divina. En eso
reside la “perfección” cristiana.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Aceptamos frecuentemente la violencia, al
menos la represiva, como un dato indiscutible. Parece tan natural responder a
la agresión y vengarse de ella, que todo el mundo lo hace, hasta los
cristianos.
Si
queremos comprender el giro radical que ha introducido Jesús en este tema,
abramos la Biblia por el libro del Génesis (4,24). Y escuchemos luego la
respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro: “¿Cuántas veces he de perdonar a
mi hermano cuando me ofenda? ¿Hasta siete veces?”(Mt 18, 21.22).
“Se dijo: `Ojo por ojo y diente por
diente´. Pero yo os digo: `No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si
uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra´” (Mt 5,38-39).
¡Así no vamos hoy a ninguna parte! pensará
más de uno. Y en el fondo tiene razón. Ni el mismo Jesús lo hizo. “Si he
faltado en algo, muéstrame en qué, y si no, ¿por qué me pegas?”, replicó
ante la agresión de que fue objeto en el proceso ante el Sumo Sacerdote (Jn
18,23). No presentó la otra mejilla, sino que se enfrentó con la brutalidad de
aquel acto y lo desarmó con una pregunta, evidenciando su injusticia y
sinrazón. Y es que perdonar no es subordinarse al mal, sino hacerlo frente,
pero con otras armas, las del amor (Rom 12,21). Se trata de desactivar la
violencia; descubriéndola y venciéndola primero en uno mismo.
En la “propuesta de la mejilla” se halla
toda una estrategia contra la violencia y la injusticia: amar al agresor,
desvelándole el sinsentido y la
esterilidad de su agresión; desmontar su violencia, enfrentándola con la fuerza
de la verdad, y no solo con la verdad de la fuerza. Y esto provocará más paz
que otra represión violenta.
¿Demasiado utópico? ¿Demasiado teórico? No;
¡demasiado difícil! Porque para responder así uno ha tenido que convertirse en
pacífico. La madurez de una sociedad y de una persona no reside en su capacidad
de represión, sino en su capacidad de convicción. Y solo el amor y el perdón
convencen.
Importante lección. Como también lo son
los apuntes que ofrecen las dos primeras lecturas: 1) Dios es el modelo y la
motivación vital del creyente; la santidad es una configuración con el ser de
Dios, y pasa por la actitud que se adopte frente al prójimo. La santidad
debería ser lo normal no lo excepcional (1ª lectura).
2) El cristiano debe ser consciente de su
dignidad -templo de Dios- y de su pertenencia a Jesucristo (2ª lectura). La
reflexión de san Pablo sobre el cuerpo merece ser meditada. Contra lo que
pudiera parecer no siempre resulta fácil la comprensión y convivencia con
nuestro cuerpo. Dada la visión distorsionada que de esta realidad se tiene y se
difunde, va siendo cada vez más difícil conseguir la armonía personal que
integre correctamente las dos dimensiones fundamentales del hombre: la corporal
y la espiritual. Absolutizaciones en uno y otro sentido han contribuido a esa
“ruptura”, y han conducido a una actitud de tabú o de banalización del cuerpo,
cuando no ya a una visión extrínseca e instrumental del mismo (“yo hago con mi
cuerpo lo que me place”).
La palabra de Dios – “luz en el
sendero de la vida” (Sal 19,105)- nos sugiere perspectivas nuevas para esa
“convivencia” entrañable:
·
“¿No sabéis
que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Cor 6,15)
·
“¿Ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros?” (1 Cor
6,19).
·
“¿No sabéis
que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1
Cor 3,16; cf I Co 6,19 )
·
“Presentad vuestros cuerpos como una
ofrenda viva, santa agradable a Dios” (Rom 12,1).
·
“Glorificad,
por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6,20).
Una
profundización en estos interrogantes y exhortaciones, seguramente nos alejaría
del tabú o de la banalización, para introducirnos en una visión dignificadora y
sagrada de nuestra realidad corporal. Por aquí pasan la verdadera santidad y
sabiduría.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Cómo acojo
la llamada a la santidad en mi vida?
.- ¿Soy
instrumento de paz?
.- ¿Me respeto y
respeto a los otros como “templos” de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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