"En aquel tiempo, Jesús fue llevado al
desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar
cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se
le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan
en panes. Pero él le contestó diciendo: Está escrito: No solo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad
Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate
abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te
sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le
dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
Después el diablo lo lleva a una montaña
altísima y, mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo:
Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete,
Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás
culto.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron
los ángeles y lo servían."
*** *** ***
El relato mateano de las tentaciones está
muy elaborado y cargado de intencionalidad teológico-pastoral. Jesús es
presentado como una persona guiada por el Espíritu. El “desierto” no es tanto
un espacio geográfico sino teológico, es el lugar donde el pueblo de Israel
experimentó la prueba y la providencia de Dios. Los cuarenta días y cuarenta noches
evocan a Moisés (Ex 34,28) y a Elías (2 Re 19,8), así como los cuarenta años de
la travesía de Israel por el desierto (Dt 29,9; Sal 95,10). Las tres
tentaciones son en realidad una sola: la pretensión de apartar a Jesús de su
vocación de fidelidad al designio del Padre. Venciendo la tentación, Jesús se
acredita como el verdadero Israel: venciendo donde sucumbió el antiguo Israel.
Este relato nos advierte de cómo puede
tergiversarse la palabra de Dios, hasta convertirla en arma tentadora -Satanás
argumenta desde ella-; muestra cómo Jesús opta por la fidelidad, no por la
espectacularidad, que hipoteca la libertad; y marca a los cristianos el camino
para no caer en la tentación.
REFLEXIÓN PASTORAL
Inaguramos una nueva estación del Año
litúrgico: la Cuaresma. Todos estamos enterados, al menos por el ruido de los
carnavales. En todo caso no habrá que ser excesivamente críticos con el
carnaval de tres días; más preocupante es el de los restantes días del año. Lo
grave no es la máscara y el disfraz de tres días, sino la que oculta el rostro
los restantes días del año. Aunque no deberíamos pasar por alto ciertos
dispendios oficiales, cuando hay familias sin vivienda…; hombres, mujeres y
niños con la cara desfigurada no por máscaras, sino por las huellas del hambre
de la angustia y la desesperación. ¡Tan contradictorios somos!
Los cristianos iniciamos la Cuaresma con una ceremonia que
invita a la reflexión y a la decisión: la imposición de la ceniza, acompañada
de unas palabras de Jesús: “Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc
1,15).
Conversión, palabra muy usada, casi
manoseada, pero una realidad todavía por estrenar. Palabra a la que ya nos
hemos acostumbrado, pero que es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y
que, también, hay que rescatar de un uso rutinario y ritualista.
Las lecturas bíblicas nos hablan de cómo
el hombre, desde muy temprano, se empeñó en hacer “su” propio camino…, y se
perdió; quiso afirmarse de espaldas o frente a Dios…, y se hundió; quiso
revestirse de saber y de poder…, y se descubrió desnudo… (1ª lectura).
Pero Dios no lo dejó perdido, ni hundido,
ni desnudo. Apareció Cristo como Camino y Salvación. Él es el rectificador y el
modelo de rectificación para el hombre (2ª lectura).
A un hombre que desdeñó su condición
humana (Adán), le responde el mismo Hijo de Dios, que “siendo de
condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se
despojó…, tomando condición de siervo…, haciéndose semejante los
hombres y apareciendo en su porte como un
hombre cualquiera” (Flp 2, 6-7).
A un hombre desobediente a Dios, que
rechaza ser hombre, le salva un Dios que opta por ser hombre y obediente al
hombre, “hasta la muerte y una muerte de
cruz” (Flp 2,8): Jesucristo.
Como el primer hombre, y como todo
hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. Pero Jesús no solo venció la
tentación, sino que la iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no solo a vencer
sino a cómo vencer (Evangelio).
Vencer la tentación no es solo no
consentir, no solo es decir no, sino iluminar esa situación tentadora,
desenmascarar su ambigüedad y su mentira -pues toda tentación se presenta como
salvadora y portadora de felicidad- desde la palabra de Dios.
No hay que huir, sino hacer frente;
huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado a afrontar la tentación desde la oración -“no nos dejes caer en la tentación” (Mt
6,13)- y desde la decisión responsable. A esto nos invita la Cuaresma.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué “ánimos” afronto la
Cuaresma?
.- ¿Qué resonancias provoca en mí
la “conversión”?
.- ¿Qué abstinencias y que
entregas preveo para esta Cuaresma?DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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