SAN MATEO 11,25-30
En aquel tiempo exclamó Jesús: Te doy
gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te
ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más
que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se
lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os
aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga ligera.
*** *** *** ***
Tres pasos pueden individuarse en este
precioso texto: 1) Una alabanza a Dios Padre por su opción de revelarse a los
humildes, y por revelarse humildemente.
2) Una declaración de su misterio y comunión personal con el Padre: Jesús es el
Hijo y la revelación exhaustiva del Padre; no hay que buscar otro, porque él
conoce el interior del Padre y lo conoce desde el interior. 3) Una invitación a
participar de la Buena Noticia de la que
él es portador. Su propuesta de vida, que pasa por la cruz, es posible porque
la comparte él, personalmente, con cada uno de nosotros.
REFLEXIÓN
PASTORAL
“Aprended
de mí” (Mt 11,29). La invitación es clara. Jesús es el Maestro; quien
imparte la enseñanza más veraz de Dios, pues conoce al Padre desde dentro
-habita en Él (cf. Jn 6,57; 14,10)-; y conoce su interior.
¿Y quienes son los destinatarios de esa
revelación? Los sencillos. ¿Por méritos propios? No; porque esa ha sido la
opción de Dios (Mt 11,26).
A Dios le gusta trabajar con material
frágil (Gn 2,7). La elección de Israel (Dt 7,6) no se debió a su calidad
ética o numérica (Dt 9,4.6), sino por puro amor (Dt 7,7-8). Y, “llegada la
plenitud de los tiempos, envió a su Hijo…” (Gál 4,4), quien “se despojó
de su rango, tomando condición de siervo” (Flp 2,7) y, “siendo rico, se
hizo pobre por nosotros” (2 Cor 8,9). Sí; “Dios ha escogido lo débil”
(1 Cor 1,27; cf. St 2,5). Más aún, se ha hecho débil (cf. Lc 2,7) y ha cargado
con nuestra debilidad (Is 53,4). Para interpretarse eligió el tono menor.
“Dios ha escogido más bien lo necio
del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para
confundir lo fuerte… Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios”
(1 Cor 1,27-29). Pero no hay por qué identificar la sencillez con la ignorancia
y, menos aún, con la vulgaridad. Jesús la identifica con la mansedumbre y la
humildad. Así es su corazón -el de Jesús -, y así ha de ser el del cristiano: “manso
y humilde” (Mt 11,29).
Y Jesús agradece y celebra esa decisión
de Dios, a quién ya el profeta Zacarías presenta en la 1ª lectura inclinado
hacia la humildad y sencillez (Zac 9,9).
“¡Qué insondables son sus decisiones!” (Rom 11,33).
La opción de Dios y su estilo están
claros. Opción y estilo, que frecuentemente contrastan con los nuestros: a
nivel personal y eclesial.
La debilidad, la propia y la ajena, nos desestabiliza
y angustia. Evaluamos y sobrevaloramos nuestros haberes y saberes… Pretendemos construir el Reino de
Dios con “otros” materiales; seguir a Jesús con “otros” estilos…
Hemos de asumir nuestro barro con
serenidad y gratitud (Is 64,7); entonces percibiremos que “el espíritu de
Dios viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26). Y desde aquí se entienden
las bienaventuranzas.
En una sociedad que no solo exalta el
poder sino que lo identifica con la violencia; que equipara al héroe con el vencedor,
al valiente con el violento…,¡qué necesario es releer estas palabras!
Jesús se presenta, además, como el
consolador y el reposo de los agobios y cansancios del hombre, pero no oculta
sus exigencias: no es un colchón cómodo, ni inspirador de un sentimentalismo
barato.
Jesús se reconoce como el destinatario
de la revelación y salvación de Dios en beneficio del hombre. Y se ofrece y la
ofrece generosamente, pero también responsablemente. Acercarse a él no es una
decisión irrelevante.
Para
ello es necesaria, recuerda la 2ª lectura, la presencia del Espíritu. La
existencia cristiana tiene parámetros de referencia propios. Hay dos tipos de
existencia, una carnal, con la muerte como horizonte, y otra espiritual,
asimilada al Espíritu de Dios que habita en los creyentes; y esta es
imprescindible para ser cristiano, pues: “El que no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de Cristo” (Rom 8,9).
“Venid a mí los que estáis cansados y
agobiados y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Sé interpretar la vida en clave menor?
.-
¿Qué espíritu anima mi vida? ¿El de Cristo?
.-
¿A dónde acudo? ¿A Cristo o a “otros” lugares?
DOMINGO J.
MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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