SAN MARCOS 13, 33-37
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que
un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
una tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis
cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto
del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!"
*** *** ***
De varias formas Jesús insistió a sus
discípulos sobre la necesidad de vivir despejados, preparados, en vela. El
cristiano no debe vivir adormilado ni sobresaltado. La vigilancia a la que
invita Jesús está asentada en la esperanza de que el Señor vendrá, advirtiendo
del peligro de entregarse a actitudes irresponsables ante la vida. La
vigilancia no es solo estar a la espera, mirando al cielo, sino esperar
dinámicamente, mirando a la vida y transformándola con la vitalidad del Evangelio,
gestionando los talentos recibidos.
REFLEXIÓN
PASTORAL
A lo largo de las diversas estaciones -tiempos
litúrgicos- de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario, la
Iglesia quiere que los cristianos vivamos e interioricemos el misterio de la
salvación, celebrando y meditando sus contenidos y momentos más importantes. No
es un volver a empezar, en una especie de “eterno retorno”, sino un continuar
hacia adelante en la profundización de la fe y de la vida.
Cada tiempo tiene su “color” y su característica;
al Adviento, le caracteriza el color
morado, y la tarea de sensibilizarnos para vivir orientados a Cristo, principio
y meta de nuestra esperanza.
Esta es la palabra que recorre y dimensiona las
semanas del Adviento: “esperanza”. Es, también, una de las palabras más
frecuentes en nuestro lenguaje. La asociamos a la vida; es signo de vida
-“Mientras hay vida hay esperanza”-, y causa de vida, porque “mientras hay
esperanza hay vida”.
La esperanza es “lo último que se pierde”. Por eso
exhortaba el apóstol san Pablo: “No
queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza”
(1 Tes 4,13), y la primera carta de Pedro advertía a estar “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida
una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
Se trata de vivir con esperanza y dando esperanza.
Pero eso no es fácil. Porque en toda espera se está expuesto a confundir, a
tergiversar los datos, bien por la impaciencia de conseguir lo esperado o por
la desesperación de no conseguirlo, por eso se requiere la lucidez que Jesús
recomienda en el Evangelio.
Aún el creyente sincero, experimenta el silencio de
Dios y la sensación de vacío y abandono (1ª lectura). “Despierta tu poder y ven a salvarnos”, rezamos en el salmo
responsorial.
La esperanza cristiana no surge de una mera
expectativa humana, sino de una promesa. Su fuente original es Dios. Y “fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su hijo Jesucristo, nuestro
Señor” (2ª lectura).
Desde ahí, esperar es:
· saber que “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre
desde siempre es `nuestro Libertador´” (Is 63,16);
·
sabernos “nosotros la arcilla y tú el alfarero…” (Is 64,7);
·
aceptar que Dios
tiene la palabra y reconocérsela;
·
confiar en Dios y
abrirle, de par en par, la puerta de la vida;
·
dejar que El
pilote nuestra existencia, aún cuando caminemos por cañadas oscuras (Sal 23,4),
porque El es nuestro pastor (Sal 23,1);
·
mantener alertas
las antenas del espíritu, para percibir la presencia del Señor; para
desenmascarar las falsas esperanzas.
Esa es la esperanza que nos hace libres y hasta audaces.
Si esperamos así, no absolutizaremos lo transitorio; podremos darnos sin
esperar recompensas humanas; asumiremos con paz y serenidad las limitaciones,
propias y ajenas, el dolor y la misma muerte; trabajaremos generosamente por un
mundo mejor y hasta descubriremos el encanto de la dura realidad.
Adviento es el tiempo del hombre, concebido más como
proyecto que como producto; y el tiempo de la Iglesia, que celebra todo,
mientras espera “la gloriosa venida” del Señor. Es, pues, nuestro tiempo.
¡Vivámoslo! ¡Que el Señor nos conceda la gracia de saber esperar así, y de
sembrar esa esperanza entre los hombres!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo gestiono la esperanza?
.- ¿Mi vida la anima la nostalgia o la esperanza?
.- ¿Soy consciente y valoro la riqueza de ser
cristiano?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario