SAN MARCOS 1, 14-20
"Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está
cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en la Buena Noticia.
Pasando junto a lago de Galilea, vio a
Simon y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en
el lago.
Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré
pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano
Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su
padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él."
*** *** *** ***
También Jesús, enviado por el Padre,
recorrió la tierra con una invitación a la conversión y a creer en su propuesta
salvadora. Dios siempre llama a la salvación, porque su voluntad es que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2,4). Y eligió unos
hombres, a los que confió la continuación de ese anuncio. No les cambia de
profesión -pescadores-, aunque sí les cambia la misión -pescadores de hombres-.
Y ellos lo siguieron, desenredándose de sus redes, para caer en las de Jesús: redes
que no enredan sino que liberan. Y no es irrelevante destacar que será Jesús
quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el
formador.
REFLEXIÓN PASTORAL
Desde la palabra de Dios, la Iglesia
continúa recordándonos las implicaciones de la vocación cristiana, resumidas en
la necesidad de la conversión sincera al Señor y a su Evangelio, únicas alternativas
para un mundo y un hombre profundamente deteriorados por el pecado en sus
múltiples manifestaciones...
“Dentro
de cuarenta días, Nínive será arrasada”, anuncia el profeta Jonás. “El momento es apremiante..., porque la
presentación de este mundo se termina”, escribe s. Pablo. “El tiempo se ha cumplido...; convertíos y
creed la Buena Noticia”, dice Jesús.
Los tiempos del hombre se agotaron sin
renovar al hombre. Comienza el tiempo de Dios. Un tiempo que inagura Jesús,
pero que no se agota con él.
A partir de entonces el tiempo se divide en
“tiempo de Dios” (tiempo de redención) y “tiempo muerto” (tiempo de no
redención) ¿Qué tiempo es el nuestro? ¿En qué tiempo vivimos?
Jesús vino a vencer la muerte, y vino, también a anular
los tiempos muertos, estimulando la
vida. Y propuso la alternativa: la
conversión. Que no consiste en una serie de prácticas superficiales y
aisladas, sino en una decisión preferencial y existencial por Cristo.
No se reduce a un blanqueo de fachadas, sino a la reconstrucción
de la casa. El hombre no ha corregir solo unos grados su orientación, sino que
ha de reorientarse completamente. Su pensamiento no tiene solo que enriquecerse
con algunos contenidos nuevos, sino que ha de trascenderse, para conocer “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo,
comprendiendo el amor de Cristo, que transciende todo conocimiento” (Ef
3,18).
Y Jesús quiso contar con hombres,
compañeros de esa tarea vivificadora. Se acercó personalmente a unos cuantos,
les inquietó con su propuesta (Jesús era una persona inquieta e inquietante), y
ellos le siguieron. Abandonaron sus barcas, para desembarcar en el proyecto de
Jesús; dejaron sus redes (se desenredaron), cayendo en las de Jesús. Antes de
ser pescadores, fueron pescados... Y no es irrelevante destacar que será Jesús
quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el
formador.
Nos equivocaríamos, y frecuentemente nos
equivocamos, al pensar que esto es historia pasada. Los tiempos muertos y los
tiempos de muerte continúan, y también continúa la llamada de Jesús. A tu vida
y a mi vida se acerca Cristo para
estimularla e inquietarla con un “sígueme” liberador de tantas redes como nos
enredan. Invitándonos a situar la vida en ese estilo que nos marca s. Pablo,
colocando nuestro presente concreto: familia, trabajo, bienes, alegrías y
dolores en un horizonte de trascendencia, resistiendo la tentación de
absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto.
“Venid
en pos de mí” (Mt 4,19). Adentrémonos en la compañía de Jesús. Acojamos
esta invitación. Nadie está desprovisto de vocación ni de misión. En su
llamada, Dios no margina ni excluye. Lo hemos visto en la primera lectura:
Nínive, también fue llamada, porque fue amada de Dios. Dios no margina.
Solamente hay automarginados, quienes se marginan y excluyen. Quienes prefieren
seguir enredados en sus cosas, absortos en su faenas, desoyendo la llamada
liberadora del Señor.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Soy excluyente?
.-
¿Con qué criterios vivo la vida?
.-
¿Vivo enredado en mis propias redes, o
participo de la libertad que trae el Señor?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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