SAN LUCAS 6, 17. 20-26
"En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con
los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo,
procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus
discípulos, les dijo:
Dichosos los pobres, porque vuestro es el
Reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre,
porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis.
Dichosos vosotros cuando os odien los
hombres y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del Hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo: porque
vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros
padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque
ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque
tendréis hambre! ¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque haréis duelo y
lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían
vuestros padres con los falsos profetas."
*** *** ***
Las “bienaventuranzas” del evangelio de
Lucas resultan sorprendentes respecto de las del evangelio de san Mateo por su ubicación (una llanura); por su número (cuatro frente a nueve),
compensado con los cuatro “¡ay!”
(ausentes en Mateo); por el “vosotros”
directo y el inmediato “ahora”
(distinto del tono general del 1º evangelio), y por el tono social. No se habla de pobres de
espíritu, ni de hambre y sed de justicia, ni de persecución por ser justos…,
solo se habla de pobres, de hambre y de persecución..., y de “ahora”. Para ellos, para los que se
hallan en esas situaciones, son las bienaventuranzas de Jesús. Para los que se
encuentran en las antípodas, aunque se confiesen sus discípulos, son las
amenazas. ¿Hay algo más chocante?
En el origen de esta “compilación”,
verdadera Carta Magna del cristianismo, hay que suponer una colección de dichos
de Jesús pronunciados en circunstancias distintas y después reunidos en la
predicación cristiana. Y constituyen una síntesis del perfil del verdadero
discípulo, así como una denuncia de los peligros y riesgos que le acechan.
REFLEXIÓN
PERSONAL
La Palabra de Dios es una luz y una fuerza
orientada a producir un discernimiento, una decantación personal. Nuestra fe en
Dios, en su Palabra, es un hecho personal, pero no privado: "Brille vuestra luz..." (Mt 5,16;
cf. Flp 2,15).
¿Qué nos dice hoy esa palabra? Los textos
nos invitan a una verificación profunda de nuestra situación personal, una
llamada a tomar partido. A verificar dónde estamos ahora.
Si no lo hubiera dicho Jesús, las
“bienaventuranzas” nos parecerían una tomadura de pelo. Pero son sus palabras,
y sobre todo son su vida. Él fue pobre, manso y humilde, tuvo hambre y sed de
justicia, fue misericordioso, construyó
la paz, fue perseguido y murió por la causa del Reino de Dios.
No son un sermón improvisado; se
encuentran al principio, en el centro y al final del evangelio. Son la
filosofía, o mejor la teología de Jesús... Porque ellas nos hablan, en primer
lugar, de Dios, de sus preferencias y de sus sufrimientos. Son la expresión de
la opción de Dios en favor del pobre contra la pobreza, del hambriento contra
el hambre, del que llora contra sus lágrimas...
Nos dicen que Dios no es indiferente, y mucho menos complaciente, sino
beligerante ante el dolor del hombre; por eso ha decidido instaurar el cambio,
su Reino.
Las bienaventuranzas vienen a romper un
maleficio que durante mucho tiempo se abatió y esgrimió contra los
"desgraciados". El sufrimiento no es reprobación ni lejanía de Dios,
es un “espacio” de Dios... En la Cruz de Cristo, y en toda cruz, Dios se revela
particularmente como Dios-con-nosotros.
Si
esto no fuera verdad, jugar con la esperanza de los desvalidos sería una burla
cínica. Por eso Jesús hizo de esta proclamación el núcleo de su mensaje y la
causa de su vida. El Dios que nos revelan las bienaventuranzas es un Dios de
una gran seriedad ante el dolor humano: misericordioso y justo, pues no hay
misericordia sin el restablecimiento de la justicia (y esto pretenden resaltar
los "ayes").
¿De qué lado estamos nosotros, del lado
de los que apartan su corazón del Señor, para depositarlo en los ídolos del
dinero, del bienestar, de la violencia..., o de los que ponen en el Señor su
confianza, aceptando vitalmente el criterio de Dios como criterio de vida (1ª
lectura)? ¿Del lado de los que son llamados "dichosos" por Jesús, o
del lado de aquellos sobre los que recaen los "ayes" amenazadores?
“Dichoso
el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”, dice el salmo
responsorial. Este es el núcleo de las bienaventuranzas.
¿En quién confiamos nosotros? Si lo
hacemos en el Señor, debemos abrir
nuestro corazón sincera y cálidamente a los hermanos. Porque las
bienaventuranzas son el proyecto de una vida - la de Jesús - , y un proyecto de
vida -el del cristiano-.
Son la vocación y la misión de la
Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden anunciarse sino desde la
vivencia del seguimiento de Cristo resucitado (2ª lectura). Y hay que
anunciarlas con claridad, amor. Porque quien hace de las bienaventuranzas solo
una denuncia, no anuncia el evangelio. Y quien se contenta solo con oírlas no
participa de su promesa salvadora.
Hay que verificar la ubicación
existencial en la vida: si estamos en el seguimiento de Jesús, orientados a sus
promesas o en una vía paralela si no radicalmente contraria.
Las bienaventuranzas son un constante y radical examen
de conciencia: la medida para evaluar la autenticidad y globalidad de la
existencia cristiana.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Examino mi vida por las bienaventuranzas?
.-
¿Me reconozco en ellas?
.-
¿Cómo las traduzco en mi vida?
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