"En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer
llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que
sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba
para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te
importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche
una mano”. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa
con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no
se la quitarán”.
*** *** ***
Las dos hermanas evocan y parecen responder
tipológicamente a las que aparecen en el relato de la resurrección de Lázaro
(Jn 11,1-44). Solo Lucas narra esta escena. En su sencillez el relato es
elocuente. Nos habla de la “normalidad” de Jesús. La acogida de Marta supone
que conocía al Maestro. Su afán en el servicio deja suponer que Jesús no entró
solo en casa, sino acompañado de sus discípulos. Por otra parte, las
palabras de Jesús parece que no se dirigirían solo a María sino a un grupo
más amplio de oyentes. De esta escena se han destacado siempre las palabras de
Jesús a Marta, que no descalifican su actitud de servicio -Jesús vino a
servir-, pero la matizan. Hay que discernir: la escucha de la palabra de Dios
es prioritaria, porque ese es el servicio más importante que ha de ejercitar el
discípulo. Ambas hermanas encarna dos dimensiones del discipulado: escucha y
servicio, pero por orden.
REFLEXIÓN
PASTORAL
“¿Señor, quien
puede hospedarse en tu tienda?” (Sal 15,1). La hospitalidad, la acogida a
distintos niveles es el mensaje de los textos bíblicos de este domingo.
El salmo responsorial nos presenta a un Dios acogedor
del hombre, al tiempo que nos avanza el requisito para ser su huésped, para
entrar y morar en “su tienda”. Y las tres lecturas nos presentan a un Dios que
busca ser acogido en la tienda del hombre, en su corazón.
Así la primera lectura, tomada del Génesis, nos
muestra a Abrahán acogiendo la presencia misteriosa de Dios, por lo que fue bendecido con una descendencia que
perpetuaría su nombre. En el evangelio, Jesús es acogido por unos amigos, y nos
lega un mensaje clarificador; y en la carta a los Colosenses aparece cómo
Pablo, ejemplo de todo discípulo y apóstol, acoge a Jesús en su corazón, la
auténtica morada que ansía el Señor.
Si no lo hubiera dicho Jesús, nosotros habríamos dado
la razón a Marta. Sintonizamos más fácilmente con su activismo, que con la
“inactividad” de María. Pero así de sorprendente es el evangelio. “María ha escogido la mejor parte”. Jesús no descalifica el servicio de Marta
(era una forma de expresar su amor al Maestro), lo clarifica advirtiendo sobre
la necesidad de discernir valores y
prioridades.
No se trata de introducir divisiones entre oración y
acción -una vida cristiana sin oración,
es una vida cristiana profundamente debilitada, imposible, y una vida cristiana
sin acción, sin compromiso, es una vida cristiana alienada, también imposible-,
sino de clarificar ambas cosas, de
discernir valores y prioridades. Una acción alimentada en la contemplación y
una contemplación verificada en la acción.
Marta se afanaba por la alimentación de Jesús,
olvidando que “yo tengo otro alimento...,
hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,32.34). Se preocupaba sólo por el pan, olvidando que “el hombre no vive sólo de pan, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
Ya, en otra ocasión, ante las pretensiones de algunos
familiares, Jesús introdujo una aclaración importante: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la
cumplen” (Lc 8,21). Y en la misma línea, la alabanza que una mujer hizo de
su madre -“Dichoso el seno que te
llevó..”- recibió una matización importante: “Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios” (Lc
11,27-28). Y es que necesitamos escuchar
la palabra de Dios y meditarla para no olvidarnos de Dios; necesitamos ese
momento contemplativo para proveernos de la Verdad – que no se improvisa -;
para no andar vacíos de criterios o con criterios vacíos; para que nuestra
actividad no nos deshaga, ni nuestro servicio acabe en servilismos...
María escogió la mejor parte, pero no la parte más
fácil, pues quien se decide a escuchar a Dios ha de comenzar por aceptar
silencios profundos, porque la voz de Dios no es compatible con ciertos
“ruidos”... Y eso nos da miedo. Y, por
eso, nos quedamos con palabras vanas, quizá bonitas, halagadoras y hasta
piadosas..., pero no salvadoras. Jesús nos dice que es la mejor parte, porque
desde ella se clarifica y adquiere calidad nuestro ser y nuestro quehacer, es
decir, nuestra vida.
Por eso no hay que olvidar que el personaje central es
Jesús, Palabra encarnada de Dios. Un Jesús profundamente humano, que se deja
querer, que acepta la invitación de unos amigos, y que busca ser hospedado, acogido - “mira que estoy a la puerta llamando; si
alguno me abre entraré y cenaré con él” (Ap 3,20 -, para seguir con su
misión: evangelizar la vida.
En este tiempo de verano, de descanso para muchos, no
para todos, acojámonos al Señor -“¿quién
puede hospedarse en tu tienda?”- y acojamos al Señor, escuchando su palabra
y poniéndola por obra. Porque el tiempo de descanso no puede ser un tiempo
muerto ni neutro, un tiempo perdido. El descanso es, más bien, una oportunidad
para agradecer a Dios este tiempo, que él inauguró después de la creación,
viviéndolo, y no sólo “pasándolo” como un mero tiempo de ocio, sino como un
tiempo de gracia.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Priorizo en mi vida la escucha de la palabra de Dios?
.-
¿Es la palabra de Dios quien inspira mi servicios?
.-
¿Soy hospitalario para acoger al que lo necesita?
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