SAN LUCAS 14, 25-33.
"En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió
y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y
a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso así
mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve
su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si
quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver
si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede
acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre
empezó a construir y no ha sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la
batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres
podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro
está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo
vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.
*** *** ***
A los que le siguen Jesús les formula con claridad
hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es alto. Por eso invita a
un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas,
posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce a eso, porque abre a
horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc 10,29-30), y la persona se enriquece con un tesoro
escondido (Mt 13,44).
Se trata de poner a Jesús en el centro: de “tomar
conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él” (Flp 3, 9), de
personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él vivió” (I Jn
2,6)..., y eso no se improvisa.
Al seguimiento cristiano le es imprescindible ese
talante contemplativo o interiorizador de la persona de Cristo, hasta el punto
de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3, 12),
inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).
“De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no
puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento personal -“venid y lo
veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-. Seguimiento que implica
esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que no es forzoso ni
violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...” (Mc 8, 34).
El proyecto de “seguir”, de “vivir como” es muy
vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al
sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no
contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay
que vivir “en seguimiento”.
REFLEXIÓN
PASTORAL
No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras invitan,
cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo visto, no
debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico; Él quería
un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y renovada cada
día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.
A una multitud que le seguía de una manera bastante
folklórica e incomprometida, atraída por
los milagros, Jesús les lanza este mensaje clarificador. Y creo que debió
hacerlo con cariño, pues un mensaje así, propuesto de otra manera sería una
provocación. ¿O fue eso lo que buscaba Jesús, provocar una fuerte reacción en
sus oyentes? Nosotros, a fuerza de repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y
las oímos sin mayores sobresaltos. Sin embargo, estas palabras dan que pensar;
son palabras mayores.
Porque Él no vino a anular la revelación de Dios. En
la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto mandamiento por
encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la perennidad del
vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt 19, 1-9); no
dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que supone que el
amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran mandamiento de la Ley
(Mt 22,34-40).
Entonces, ¿qué quiere decir con estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su
padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?
Jesús no ha venido a destruir los amores fundamentales
del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese
amor, encarnado en cada uno, nos dice “amaos como yo os he amado” (Jn 13,34),
hasta dar la vida, “porque nadie ama más
que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). Desde el amor a Cristo,
el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a uno mismo se radicaliza, profundiza y
purifica.
Jesús nos dice que hay que amar cristianamente. El
amor total a Cristo, a Dios, no puede
nunca convertirse en
pretexto o
excusa para no amar al prójimo; el amor a Dios no "apaga" ni devalúa el
amor humano, pero como no hay amor más grande que el de Dios
al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a
Dios.
Y lo mismo podemos decir de la renuncia a los bienes:
Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a
las cosas, “pues la vida del hombre no
depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una
confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las
exigencias y necesidades de nuestro prójimo.
Jesús no está invitando tanto a odios y renuncias
cuanto a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados.
Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo; todos los
espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los familiares, deben
evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino que posibilita
vivir en plenitud todas las formas del amor.
Estas palabras de Jesús deben darnos que pensar y,
sobre todo, deben darnos que hacer.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Me defino como “seguidor” de Jesús?
.-
¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a mi vida?
.-
¿Siento inquietud por dar a conocer a Jesús?
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