SAN LUCAS 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos
cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le
importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a
decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó;
pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como
esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en
la cara”.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez
injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?,
¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga
el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
*** *** ***
Consciente de que la inconstancia es uno de los
peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La
parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un
hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará al
corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya,
Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la
memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que
somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre. Jesús nos anima a orar como
hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el
Padrenuestro.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Dos son los núcleos en los que insisten los textos
bíblicos de este domingo: en la
importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración.
Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en
ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de
la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio
de la Palabra de Dios y oración.
“La Palabra de
Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son
muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas
violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas.
Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la
tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus
intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.
Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo
más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios
con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro
desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones
culpables…
Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2
Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que
a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la
superficialidad, la rutina son paralizadoras.
La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone
en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los
testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y
plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios,
rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…
En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos
conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se
ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios
e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.
“Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39).
Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla,
orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio devocional o marginal, sino
un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en
todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones
de la vida.
Sin olvidar el segundo aspecto: la oración
perseverante. Dios siempre escucha, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La
oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a
cumplirlo. Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese
componente de fe, sin el cual la oración es imposible?
La celebración del DOMUND en este domingo aparece un
año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a
su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de
Dios “tomar parte en las duras tareas del
evangelio” (II Tm 1,8).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?
.-
¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?
.-
¿Soy perseverante en la oración?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.
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